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El verdadero plan de Silicon Valley: no se trata solo de hackear la democracia liberal
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El verdadero plan de Silicon Valley: no se trata solo de hackear la democracia liberal

¿Cuáles son las verdaderas intenciones de los gigantes tecnológicos en este contexto de viligancia intensiva y guerra comercial entre países? Nada buenas

Foto: Foto: iStock.
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En tan solo dos años, el modelo de negocio de las firmas tecnológicas se ha puesto en cuestión. Bajo la etiqueta 'tech backlash' ('Financial Times'), cuestiones como la influencia de Facebook en las elecciones estadounidenses (el famoso pseudo-debate sobre los bots rusos) o brasileñas, el resultado del Brexit o -algo menos eurocéntrico- la promoción de discursos de odio en Myanmar han copado los debates públicos. El veredicto parece definitivo: Silicon Valley pone en jaque la democracia liberal, atenta contra los ingresos de su gran baluarte (los medios de comunicación) y antepone la vigilancia masiva a la privacidad del consumidor.

Todas estas aproximaciones, liberales en distintos grados, se asientan sobre una premisa errónea: la democracia es compatible con la economía capitalista o de mercado. A corporaciones como Facebook no les bastará con reducir las elecciones a una forma de intercambio mercantil (entre una firma publicitaria contratada para la campaña electoral de un candidato republicano y una plataforma digital), sino que integrará de manera vertical (arriba-abajo, como ese famoso eje populista) la relación entre ciudadanos e instituciones públicas. Por ejemplo, ¿quién necesita a un sindicato, a un ayuntamiento o incluso al propio Estado cuando una compañía gestiona mejor las necesidades de los ciudadanos?

El capitalismo y la alta tecnología convertirán el estrés, la ansiedad, la depresión o la infelicidad en cualidades intrínsecas de los individuos

De este modo, el curso natural del capitalismo en la época de la alta tecnología desembocará en que todas las esferas de la actividad humana (sea el trabajo, las relaciones sociales, las experiencias sensoriales o la vida política) se encaminen hacia el mercado y, por tanto, se encuentren sujetas a la lógica de la competencia. Nuestra vida se convertirá en una existencia atroz expuesta constantemente a todo tipo de riesgos. Por supuesto, ninguna institución que no sea el mercado existirá para defendernos. Este es el último gran triunfo del neoliberalismo. Con la ayuda de las tecnologías digitales, esta ideología convertirá las consecuencias psicológicas derivadas de la explotación (estrés, depresión, ansiedad o infelicidad) en cualidades intrínsecas de los individuos, quienes además se verán obligados a invertir parte de su salario en solucionarlas. El Estado de bienestar o cualquier otro servicio público diseñado para cuidar a las personas se desintegra. Somos poco más que individuos con problemas que deben acudir al mercado a solucionarlos.

Ante este suceso, una plétora de “ignorantes útiles” han comenzado a saldar cuentas con las redes sociales por el mero hecho de que nos vigilan o manipulan, como si la famosa frase “no hay sociedad” de Margaret Thatcher no hubiera sido pronunciada nunca, en lugar de cuestionar cómo se inscriben estas empresas en el sistema neoliberal. Grosso modo, Facebook hace posible la función del gobierno bajo esta nueva etapa del neoliberalismo, donde priman las lógicas del sálvase quien pueda: “Asegurar que los vencedores sean fácilmente distinguibles de los perdedores”.

Totalitarismo algorítmico

Precisamente a esto se refería Luis Garicano, quien recientemente ha publicado un libro sobre “el vértigo tecnológico”, cuando afirmaba en una entrevista que el Estado del bienestar debe funcionar como Google. Para el vocero de Hayek más en forma de España, el "capital humano" de cada cual debe determinar sus oportunidades en la vida. Por ejemplo, si todas esas familias desplazadas hacia los márgenes de la sociedad tras la crisis no pueden ahorrar lo suficiente como para cultivar las competencias digitales de sus hijos e hijas, y tampoco recibir el crédito de un banco, la empresa californiana les asignará de manera automática un trabajo precario mediante una aplicación similar a Tinder, pero diseñada para el mercado laboral. Ello se ha dado en llamar “regulación algorítmica”, la cual se sustenta sobre la farsa de la igualdad de oportunidades, y significa delegar una intervención pública en materia de política social a un sistema de decisión computacional que coloca la responsabilidad sobre el individuo. En otras palabras: convierte los sesgos de raza, género y clase ocultos en el código del algoritmo en un Real Decreto Ley.

La agenda neoliberal no persigue la satisfacción altruista de las necesidades humanas, sino la defensa egoísta de las preferencias del consumidor

Hemos de comprender que este poder privado, e invisible, sobre las personas que favorecen las tecnologías es anterior a Silicon Valley. De hecho, allende por 1979, al trazar los orígenes del neoliberalismo, Michel Foucault afirmaba que “[el mercado] es una suerte de tribunal económico frente al gobierno”. De qué manera las redes sociales se convierten en dispositivos para la colonización de los diferentes reinos de la existencia por parte de las fuerzas económicas es una pregunta a la que no podemos responder a través de conceptos como el de la vigilancia, empleado en distintos escritos por el mismo Foucault.

De lo contrario, como argumentan algunas voces invocando al filósofo de Poitiers, acabaremos pensando que “la privacidad es un bien individual, mercantilizable y que puede ser comercializado en el mercado”. De hecho, esta idea es la que permite a Apple vender dispositivos a un precio hiperinflado en el mercado bajo la retórica de que preserva la privacidad de los usuarios. Evidentemente, detrás de la agenda neoliberal no se encuentra la satisfacción altruista de las necesidades humanas, sino la defensa egoísta de las preferencias del consumidor. Por eso, a esta ideología no le importa que para satisfacer las preferencias del consumidor deba existir mano de obra infantil en el sudeste asiático fabricando sus dispositivos inteligentes.

placeholder Portada de 'El enemigo conoce el sistema', de Marta Peirano.
Portada de 'El enemigo conoce el sistema', de Marta Peirano.

Esta perspectiva unidimensional sobre la privacidad, una donde el neoliberalismo nunca es problematizado, es la que ingenuamente defienden las interpretaciones pos-liberales (o “pos-Snowden”), presentes por ejemplo en 'El enemigo conoce el sistema' (Debate). ¿Cómo puede un libro con ese título no dedicar una línea al sistema que rige el mundo desde hace cuarenta años? Tal vez por ello, esta mercancía literaria haya tenido una vida útil de siete días: el tiempo que ha pasado entre su publicación y la presentación de Facebook Libra. La corporación estadounidense ha anunciado que diversificará su negocio, hasta ahora asentado en la publicidad (“vigilancia”, sostiene la autora), para comenzar a operar como un intermediario de pagos y, en unos años, tal vez como un plataforma capaz de financiarizar nuestra existencia hasta el grado imaginado por el Financial Times: “Un mundo futuro en el que las comunicaciones de máquina a máquina (...) podrían desembocar en vehículos autónomos que deciden por sí mismos cuándo vale la pena pagar para moverse a un carril expreso y hacer el pago automáticamente.”

Digamos que el desarrollo de las tecnologías digitales tiene más que ver con el movimiento de los capitales financieros (como el de Arabia Saudí hacia Uber a través del Softbank Vision Fund) o incluso con la pura estafa (las pirámides de Ponzi) que con la mera manipulación del consumidor, aunque ello no es algo que este libro tenga en cuenta, y eso que a su autora, la periodista Marta Peirano, se lo apuntaban hace un año en una entrevista.

"Feudalismo digital"

De acuerdo a la tesis que subyace a esta obra, “los anuncios inteligentes” son “el origen de un ecosistema” al que se llega a denominar “feudalismo digital”. Al no comprender nada externo “a la compraventa de datos personales”, este razonamiento obvia que en la economía capitalista (el libro prefiere hablar de la “economía de la atención”) hay fuentes de extracción de valor ajenas al consumo, como las operaciones financieras, donde tener acceso a dinero sirve para generar más dinero (así se entienden buena parte de las esperanzas de Facebook puestas en Calibra), el robo de materias primas o la explotación de la fuerza de trabajo. Así es como verdaderamente funciona el sistema, no mediante la mera manipulación del consumidor.

Más que dependientes de infraestructuras de espionaje, somos ciudadanos diseñados para participar en los nuevos mercados que han creado

Y lo que es más. Sobre esta última característica del sistema, conocida desde la publicación de 'El Capital', todo lo que dicho libro tiene que decir es una somera denuncia a los medios de comunicación por haberse postrado ante Google o Facebook retorciendo sus titulares (¡mercancías!) para hacerlos virales. A su parecer, que estos hijos de la ilustración contribuyan a la industria de la manipulación resulta más importante que otros aburridos conceptos, como el de plusvalía o el valor excedente en la producción. El problema es que una clase periodística freelance (en su mayoría jóvenes y sin voz en las charlas TED) rellenen con su trabajo los índices de Google o produzca feedback para Facebook. También que para legitimar semejante lógica de opresión. Más que dependientes de infraestructuras de espionaje, somos ciudadanos diseñados para participar en los nuevos mercados que han creado.

Aunque, ¿a quién le interesan cuestiones como la explotación derivada de la propiedad de los medios de producción si esta crítica no contribuye a agotar ejemplares en dos días, o a promocionarse en los grandes medios de masas? En efecto, las novelas de espías o las explicaciones conspiranoicas sobre sucesos complejos siempre cotizan al alza en los mercados literarios. Huelga señalarlo, bien conoce estos términos de intercambio Penguin Random House, propietaria de Debate, pues emplea los datos de los consumidores recabados en Goodreads para vender y promocionar sus grandes éxitos.

Facebook contribuye a que el neoliberalismo pueda seguir funcionando de manera normativa otorgándole una nueva coherencia ideológica

Hemos de entender que Facebook no ha sido diseñado por las mentes más importantes de nuestra generación, como afirma 'El enemigo conoce el sistema', “solo para hacer que la gente compre cosas”. Una aproximación algo más ambiciosa diría lo siguiente: al haber nacido fruto de una inversión de capital riesgo, Facebook (como cualquier firma capitalista) está obligada a generar rentabilidad a largo plazo, lo cual solo nos dice que esta empresa también debe someterse a los imperativos de la economía global. Y ello afecta a los ciudadanos de manera directa, más aún desde 2008, cuando el capitalismo entró en una grave crisis. Como demuestra la historia, su incapacidad para crear beneficios y legitimarse puede llevar al sistema a imponer soluciones autoritarias, como apoyarse en el soft-power de las firmas tecnológicas. ¿Existe mayor violencia que la del mercado?

En este sentido, la tesis de la autora considera más pertinente comparar la vigilancia sobre el consumidor con el nazismo alemán, el estalinismo ruso o el fascismo italiano (el franquismo, por cierto, no merece mención). Pero, ¿son dichos acontecimientos acaecidos hace un siglo esquemas válidos para comprender el presente? La respuesta no la encontraremos en George Orwell o Hannah Arendt (las únicas fuentes de más de diez años que emplea la autora), por mucho que se sostenga que “cada época tiene su propio fascismo”. Más bien, comprender el poder privado (la fuente del autoritarismo) debe hacernos mirar hacia las lógicas del capitalismo, en lugar de defender que dicha fuerza se debe a “nuestra infinita capacidad para la distracción” (como si fuera una responsabilidad individual).

Estamos ante un sistema donde los datos sirven a los fines últimos del dinero y a los intereses de los amos del mundo

Por ejemplo, al reflexionar sobre la manipulación, el libro problematiza los efectos de Facebook durante las primaveras árabes. ¿No sería más útil preguntarse cómo esta firma capitalista ha contribuido algunos años después a encerrar a la mujer en la jerarquía social existente? En su lugar, el mensaje del libro nos transmite a propaganda occidental sobre “la primera dictadura digital” (“China 2020”), en lugar de entender las verdaderas derivas de la economía de mercado en dicho país. Como sostenía una académica china sobre estas líneas, el crédito social chino no “está diseñado simplemente para facilitar la vigilancia masiva”, sino que “el programa refleja ante todo el espíritu del Estado por reaccionar a las alternativas económicas que proponen los movimientos sociales” (a quienes Peirano achaca en una ocasión querer “salvar el mundo sin movernos del sofá”).

Parece que si los Estados escogen defender su soberanía tecnológica a nivel nacional (nada que ver con la “soberanía del consumidor”, noción básica para los economistas neoliberales), como es el caso de China, deben ser atacados sin siquiera explorar cómo podría crearse otro tipo de institución social bajo las reglas impuestas por una democracia mucho más radical, directa (como proponía el 15M) y entregar los beneficios derivados de las tecnologías, no a los gigantes estadounidenses, sino al pueblo.

Foto: Ekaitz Cancela. (Eduardo Robaina)

En definitiva, el problema no es que se haya creado un “ecosistema definitivo para la vigilancia y manipulación de miles de millones de personas en previsión de un futuro irrevocable”, como señala en la última página Peirano, sino que estamos ante un sistema donde los datos sirven eminentemente a los fines últimos del dinero y a los intereses de los amos del mundo. De hecho, están bastante claros tras más de diez años de crisis. Las empresas tecnológicas y sus dispositivos ubicuos que nos conectan en todo momento a la economía global solo facilitan la transferencia de las deudas de los bancos a la hoja de balances de los gobiernos, los cuales después se verán obligados a imponer más medidas de austeridad y depositar los costes sobre las espaldas de millones de familias restringiendo, por ejemplo, su capacidad de ahorro para imponer el crédito como norma social básica o continuando con la privatización de servicios públicos, sea la sanidad o la educación. Desde luego, no es casualidad que ambas sean las áreas en la que se centra la fundación filantrópica de Zuckerberg.

Facebook contribuye a que el neoliberalismo pueda seguir funcionando de manera normativa otorgándole una nueva coherencia ideológica y legimita la agenda austericida de la Troika. No cabe duda de que este libro aboga por que la tecnología sea entendida de una manera distinta, si quieren algo más “rebelde”, pero dicha propuesta intempestiva debiera formularse de una forma mucho más explícita y enérgica.

En tan solo dos años, el modelo de negocio de las firmas tecnológicas se ha puesto en cuestión. Bajo la etiqueta 'tech backlash' ('Financial Times'), cuestiones como la influencia de Facebook en las elecciones estadounidenses (el famoso pseudo-debate sobre los bots rusos) o brasileñas, el resultado del Brexit o -algo menos eurocéntrico- la promoción de discursos de odio en Myanmar han copado los debates públicos. El veredicto parece definitivo: Silicon Valley pone en jaque la democracia liberal, atenta contra los ingresos de su gran baluarte (los medios de comunicación) y antepone la vigilancia masiva a la privacidad del consumidor.

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