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Así trabajan los cazadores de herencias que rastrean testamentos por todo el mundo
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LOS JASON BOURNE DE LA GENEALOGÍA

Así trabajan los cazadores de herencias que rastrean testamentos por todo el mundo

Usted también puede recibir una llamada en la que alguien le explique que tiene derecho a los bienes de un familiar que no conoce, y que no sea un timo. ¿Cómo funciona?

Foto: El equipo de genealogistas, con Lamberti al frente. (Coutot Roehrig)
El equipo de genealogistas, con Lamberti al frente. (Coutot Roehrig)

A Antonio, a sus más de 90 años, ya no hay casi nada que le sorprenda. Quizá ni siquiera haber recibido la llamada más misteriosa en casi un siglo de existencia, en la que un desconocido de una agencia de extraño nombre francés le contó que tenía derecho a la herencia de un familiar lejano de cuya muerte no estaba al tanto. “Se pusieron en contacto conmigo, me explicaron lo que tenían entre manos, aunque no me dieron la cifra exacta al principio, y ahí iniciamos la tramitación, contrastaron los datos que les facilité, y todo terminó en buen puerto, incluso sacaron a la luz cosas familiares de las que yo no tenía noción”, explica.

Aunque usted no lo sepa, casi cualquiera es candidato a que un buen día alguien llame a la puerta de su casa comunicándole que le corresponde una herencia de un familiar que quizá no conoció jamás. Es lo que le ocurrió a Antonio, a quien de repente y sin esperarlo le sobrevino una herencia con la que no contaba. “Uno se queda patidifuso después de que le digan que alguien de su familia se ha muerto hace no sé cuántos años”, explica por vía telefónica. “Uno dice, 'jolín, tanto tiempo sin saber de él y resulta que se ha muerto”. Pero Antonio ya está acostumbrado. “Me pasa con tantos amigos, que los llamo por teléfono y han tenido el mal gusto de mudarse a la avenida Daroca” (pista: es donde se encuentra el cementerio de la Almudena).

En Ucrania me encontré con unos antiguos republicanos que se fueron a la URSS huyendo de la guerra. Ni sabían que tenían familia

De lo que no tiene costumbre, ni él ni nadie, es de recibir herencias ocultas. No sería posible sin la participación de agencias de buscadores de herederos como Coutot-Roehrig, fundada en 1894 y cuya filial española abrió sus puertas en 2012. “Los genealogistas son investigadores, normalmente historiadores, que se dedican a reconstruir los vínculos familiares. Los genealogistas sucesorios hacemos lo mismo pero con fines jurídicos, con la intención de localizar a los descendientes y tramitar la herencia”, explica el genealogista de C&R Victorio Heredero, cuyo apellido le ha dado no pocos problemas a la hora de convencer a los clientes de que no les están tomando el pelo.

El largo proceso, que puede durar años, se pone en marcha cuando la compañía conoce un fallecimiento con falta de información sobre los herederos. La empresa realiza un estudio de viabilidad y riesgo y, si es positivo, se pone manos a la obra con su equipo de genealogistas. Como recuerda Heredero, “es una inversión”. Marco Lamberti, director general de la firma en España, coincide en que a veces se gana y veces se pierde: “Si no tenemos éxito no cobramos, ni siquiera cubrimos gastos, pero la solvencia de la empresa nos lo permite”. C&R acepta cada año unos 160 nuevos casos, que se añaden a los alrededor de 700 abiertos que tienen en este momento. Su porcentaje de éxito, un 96%.

Una España perdida

Encontrar al heredero perdido no solo obliga a consultar archivos, sino también a desplazarse por toda Europa e incluso a otros continentes, siguiendo los pasos de la emigración española. La larga experiencia de Heredero le ha llevado a encontrar a descendientes de desaparecidos en Ucrania, Latinoamérica (de México a Argentina pasando por Cuba) o Australia. Son unos Jason Bourne de la genealogía, ya que están obligados a rastrear cualquier indicio, allá donde los lleve. “En Ucrania me encontré con unos antiguos republicanos asturianos que se fueron a la Unión Soviética huyendo después de que fusilasen a parte de su familia, allí les pilló la Segunda Guerra Mundial y ahí siguen”, recuerda. “Ni siquiera sabían que tenían más familia”.

placeholder Un barco de refugiados de la Guerra Civil llega a Southampton. (TopFoto.co.uk / Cordon Press)
Un barco de refugiados de la Guerra Civil llega a Southampton. (TopFoto.co.uk / Cordon Press)

Alrededor de uno de cada dos expedientes comparte ese perfil, recuerda Heredero: “Todo lo relacionado con la Guerra Civil es muy fuerte, te encuentras con familias destrozadas que tuvieron que emigrar”, recuerda. En otro de los casos, uno de sus clientes descubrió que tenía un primo vivo en Argentina. “Nos dijo, 'no puede ser, pero si a su padre lo fusilaron”, recuerda el genealogista canario. “Sí, pero es que el hijo era póstumo, su mujer tuvo que emigrar y perdió todo contacto con el resto de la familia”. Ejemplos como esos, afirma, hay “a patadas”. La prueba palpable de que “la historia de España ha sido muy convulsa y compleja”.

Se trata de una guerra contra el reloj —con frecuencia, los legítimos herederos suelen ser de una edad semejante a la del fallecido—, y también contra el olvido de archivo. España, recuerda Heredero, es un país particularmente descuidado con su documentación. A menudo se han eliminado papeles para hacer sitio, en otras ocasiones están deteriorados y apenas ha existido conciencia de la importancia documental. “Cuando me toca una investigación en una de las zonas más afectadas por la guerra, ya sé que voy a tener problemas, porque se perdieron muchos fondos”, explica el historiador, a la sazón autor de libros como 'Razón, progreso y disciplina', sobre la educación en la España republicana.

Con un español poco fluido, les confesó que no le iba a cambiar la vida, pero que el dinero permitiría a sus nietos estudiar una carrera

Lamberti también tiene historias para compartir. “Hace unos años, fuimos a buscar a un heredero bastante mayor a un pueblo que tras horas conduciendo por los Pirineos no conseguíamos encontrar”, relata. Finalmente se toparon con una pequeña villa con una iglesia, cuatro casas, una gasolinera y el ayuntamiento. Como en un 'western' en la alta montaña, el trajeado Marco se bajó del coche junto a su compañero ante la curiosa mirada de los vecinos. Dieron con su paradero en el ayuntamiento. “Vino acompañado por su esposa, sus hijos, sus nietos, y cuando salimos estaba prácticamente todo el pueblo acompañándonos desde el ayuntamiento hasta su casa”. Es una de las pocas veces que no han tenido que vencer ninguna resistencia. Con un español poco fluido, el heredero de 77 años les confesó que no le iba a cambiar la vida, pero que el dinero permitiría a sus nietos estudiar una carrera.

¿Y si te llaman a ti?

La ardua investigación hasta dar con el lejano heredero —de cuarto grado como máximo en España, de sexto en Francia— es solo la mitad del trabajo. La otra mitad consiste en convencerlo de que tenía un pariente lejano cuyos bienes ahora son suyos. Y ahí es esencial su lado como comerciales. “Imagínate que te llama un italiano de una empresa con un nombre raro que te dice que te corresponde una herencia familiar, y tú crees que la conoces a toda”, bromea Lamberti. “Hay que insistir, nosotros intentamos hacer todo personalmente”. Es lo que le pasó a Antonio, que desconfió hasta las primeras entrevistas personales.

placeholder Victorio Heredero, en una charla.
Victorio Heredero, en una charla.

El recelo suele desaparecer en la primera cita, cuando el potencial cliente descubre que los genealogistas conocen a la perfección la historia de la familia. “La primera reacción suele ser de una sorpresa tremenda, además de desconfianza”, explica Heredero. “Pero cuando nos ponemos en contacto con ellos ya tenemos la investigación muy avanzada, y sabemos que su padre era carpintero, que trabajó en tres ciudades y que su abuelo había estado en la cárcel, cosas que van mucho más allá de la llamada de un vendemotos”.

Otro factor que suele girar las tornas es que C&T adelanta todos los gastos, incluido el impuesto de sucesión, hasta que el cliente percibe la herencia, y asume el riesgo de un posible expediente negativo. En otras palabras, no se le pide ni un euro al heredero hasta que tiene el dinero en sus manos. Por lo general, la compañía se queda con un 30% del neto, aunque a medida que el importe asciende, sus honorarios se reducen. Por ejemplo, un 25% si supera el millón de euros. Es muy difícil puentearlos, como intentan a menudo los herederos: antes de revelar ningún detalle, la empresa firma un contrato que refleja obligaciones como cumplir el pacto.

En España, se quedan sin adjudicar cada año unos 100 millones de euros en herencias que suelen terminar en manos del Estado

Coutot-Roehrig abrió sus puertas a finales del siglo XIX, y desde entonces ha generado una nutrida base de datos a través de su casi medio centenar de filiales por todo el planeta. Cuando un caso se cierra, recuerda Heredero, suele deberse en un 99% de ocasiones a una cuestión biológica. Simplemente, no quedan herederos de cuarto grado. En España, cada año se quedan sin adjudicar unos 100 millones de euros en herencias; hasta un 40% de españoles fallece sin testamento, y entre el 10 y el 15% de los casos no se conocen los herederos legítimos. Así que el dinero termina en manos del Estado, salvo que entre en juego una de estas compañías. Es posible, como reconoce Antonio, que a sus 90 años no le cambie la vida, pero sí que en otras circunstancias estas herencias puedan ser una inesperada lotería para la que no hace falta comprar boleto.

A Antonio, a sus más de 90 años, ya no hay casi nada que le sorprenda. Quizá ni siquiera haber recibido la llamada más misteriosa en casi un siglo de existencia, en la que un desconocido de una agencia de extraño nombre francés le contó que tenía derecho a la herencia de un familiar lejano de cuya muerte no estaba al tanto. “Se pusieron en contacto conmigo, me explicaron lo que tenían entre manos, aunque no me dieron la cifra exacta al principio, y ahí iniciamos la tramitación, contrastaron los datos que les facilité, y todo terminó en buen puerto, incluso sacaron a la luz cosas familiares de las que yo no tenía noción”, explica.

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