Lo que los españoles podemos aprender de los padres alemanes
Al contrario de lo que nos enseña el estereotipo, que destaca la disciplina, las familias teutonas crían a sus hijos de una manera mucho más relajada
La primera vez que la escritora Sara Zaske fue a una zona de juegos en un parque público de Alemania, quedó espantada. Allí vio a cientos de chiquillos correnteando de aquí para allá, subiéndose a lo más alto de los árboles, saltando sin temor a romperse la crisma y, en definitiva, haciendo sus cosas de niños en los columpios, toboganes y balancines. Mientras tanto, los padres estaban a lo suyo, bebiendo café con calma y sin prestar la más mínima atención a lo que ella consideraba un peligro inminente. “Achtung! Nein!”, le gritaba a cada uno al pasar. Tanto ellos como sus padres la miraban como si estuviese loca.
Al contrario de lo que nos enseña el estereotipo, que destaca la eficiencia y disciplina germanas, las familias alemanas se encuentran entre las más relajadas de Europa. Los que estaban en aquel parque, entendió Zaske más tarde, no estaban ignorando a sus hijos y mucho menos estaban cometiendo un acto imperdonable de irresponsibilidad paternal, sino que confiaban en ellos e intentaban hacer lo posible por fomentar su independencia y sentido de la responsabilidad.
Los profesores prefieren no intervenir durante las peleas de los niños para que aprendan a resolver sus problemas sin la presencia de la autoridad
Aquella escena, que relata en un artículo de 'Slate', supuso el germen para el nuevo libro de la autora, '
¿Más sobreprotegidos? No en Alemania
La sensación de agobio maternal fue una constante durante los primeros de los seis años que pasó en Alemania. Y no solo en las zonas de juegos, también en guarderías, colegios y hasta en la misma calle. “Era la anarquía. Los niños corrían, gritaban, jugaban con quien y cómo querían. Se aplicaban algunas reglas, sí, pero muy básicas, del estilo “no pegar” y “no subirse a los muebles”. Los profesores rara vez organizaban el juego de los niños”. Todos los padres extranjeros allí reunidos tenían la misma escena en la cabeza: “Es como 'El señor de las moscas'”.
Si bien la tendencia global parece indicar que los niños están cada vez más sobreprotegidos y sus padres más preocupados por su rendimiento académico, el libro de Zaske nos enseña que los alemanes han optado por el método contrario. Al parecer, hay que retrotraerse a los movimientos sociales de la década de los 60 para dar con su origen. Aunque aquellas protestas estudiantiles hace mucho que se dejaron atrás, estas corrientes crearon una nueva generación de padres que nunca o pocas veces le dicen 'no' a sus hijos, algo que ahora es muy patente en los jardines de infancia.
Tuvo que aprender a reprimir sus impulsos de madre preocupada, a dejar que su hijo monte en bici por las calles o a que su hija vaya sola a la escuela
Uno de los aspectos que más le sorprendió es su particular enfoque ante el conflicto. En efecto, los niños alemanes como los de cualquier otro punto del planeta también se enfadan y tienen peleas entre ellos. Sin embargo, los profesores prefieren no intervenir y, a menos que vean que un niño esté a punto de pegar a otro, no les suelen amenazar ni castigar. En su lugar, observan cómo se desarrolla la disputa. Como mucho hablan con ellos individualmente sobre lo que es justo y la necesidad de ser amables entre ellos, pero por lo general no hacen nada y confían en que solucionen el problema sin ayuda de la autoridad.
En este sentido, quizá el aspecto más difícil y a la vez el más positivo de su experiencia fue darse cuenta de hasta qué punto muchos de los temores de los padres vienen determinados por la cultura que les rodea. En concreto, tuvo que aprender a ceder, a reprimir sus impulsos de madre preocupada, a dejar que su hijo pequeño montase en bicicleta por las calles de Berlín o a que su hija mayor fuese sola a la escuela, cosas que ni en EEUU ni en España los niños suelen hacer cuando viven en una gran ciudad. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que cuando salía del 'kindergarten' no solo dejaba allí a su hijo, sino también la preocupación habitual o el sentimiento de culpa.
Además, subraya la afición de los alemanes por el aire libre. Existe un proverbio en el norte de Europa que dice: “No hay mal tiempo, sino ropa inadecuada”. Algo más que patente, relata la escritora, si nos fijamos en el patio de recreo de las guarderías y colegios. Además de todo este gran cambio psicológico, Zaske destaca, como no, las estructuras sociales y apoyos públicos de los que disponía para criar a sus hijos. Puede que la diferencia entre EEUU y Alemania sea mayor que la de España con el país teutón, pero aun así nos sacan ventaja en cuanto a prestaciones.
La primera vez que la escritora Sara Zaske fue a una zona de juegos en un parque público de Alemania, quedó espantada. Allí vio a cientos de chiquillos correnteando de aquí para allá, subiéndose a lo más alto de los árboles, saltando sin temor a romperse la crisma y, en definitiva, haciendo sus cosas de niños en los columpios, toboganes y balancines. Mientras tanto, los padres estaban a lo suyo, bebiendo café con calma y sin prestar la más mínima atención a lo que ella consideraba un peligro inminente. “Achtung! Nein!”, le gritaba a cada uno al pasar. Tanto ellos como sus padres la miraban como si estuviese loca.
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