Carreras 'low cost' de dos años: este será el futuro de la universidad
La propuesta parece tomar fuerza en Inglaterra como respuesta al abandono de estudiantes que no pueden costear sus estudios, algo que también está ocurriendo en nuestro país
La educación superior se encuentra en un momento de transición, en el que se verá obligada a replantearse sus objetivos, a quién va dirigida, cuáles son sus vías de financiación y cuál es su rol dentro de la sociedad. Una de las tendencias más polémicas de los últimos años es el aumento del precio de las matrículas, que junto con la reducción de becas, está dejando fuera a muchos estudiantes de entornos menos favorecidos. En España, según el informe 'La universidad española en cifras 2015/2016', alrededor de 70.000 estudiantes ven alteradas sus expectativas de acceso a las ayudas, lo que puede provocar su expulsión.
Algo muy semejante ocurre en Reino Unido, donde el Ministro de Educación Jo Johnson acaba de tantear una propuesta innovadora: flexibilizar la oferta para los estudiantes con carreras de dos años que condensen en este tiempo lo que ahora suelen aprender en tres. De esa manera, los alumnos se ahorrarán unas 5.500 libras (unos 6.246 euros) en matrícula, además de otros gastos añadidos como el hospedaje o la comida (que valora en unas 25.000 libras). Es una forma de “romper el molde” de un sistema en el que apenas hay alternativas para los estudiantes, ha afirmado Johnson.
Los dos años costarán unas 22.000 libras, mientras que ahora tres cursos salen por 27.750. El mayor ahorro es en alojamiento y manutención
El objetivo del plan, recuerda el ministro, es que estos estudiantes reciban la misma formación y las mismas asignaturas, solo que en un curso menos. Además, esto les dará una ventaja adicional, al poder entrar un año antes al mercado laboral. Sin embargo, bajo este plan de beneficio para el alumno, hay una clara apuesta por el ahorro de recursos para el Estado, que podrá presumir de tener más universitarios. Según asegura Johnson, es una respuesta a la crítica de muchos alumnos que no creen que estén recibiendo una educación acorde con el alto coste que implica. Las cuentas son las siguientes: los dos años costarán 11.100 libras al año (22.200 en total), mientras que el máximo anual está en 9.250 (lo que hace 27.750 en total por tres cursos).
Esta propuesta persigue otros objetivos. Por una parte, atraer a estudiantes adultos, cuyo número ha descendido en los últimos años, y que renuncian a estudiar en la universidad por falta de tiempo. Algo que, en opinión del ministro, es importante en un entorno en el que los trabajadores deben aprender nuevas habilidades para reciclarse en el mercado laboral: “Esta política será particularmente atractiva para estudiantes mayores que deseen mejorarse sus habilidades y adaptarse a los cambios en la economía y que puedan querer pasar la educación superior a un ritmo mayor”.
Algunos pros, muchas contras
Las opiniones en contra de esta propuesta no se han hecho esperar. La primera y más sonada ha sido la de la secretaria de Educación en la sombra, Angela Rayner, que ha argumentado que no hay evidencias claras de que esta reducción de años vaya a “detener la sangría en estudiantes a tiempo parcial o a producir mejores resultados”. Es más, el hecho de que la matrícula de cada año sea más cara puede causar un efecto aún más pernicioso. Por ahora, tan solo un 0,2% de los estudiantes participan en los cursos acelerados que ya existen, y que son ofrecidos por centros como la Universidad de Middlesex, la de Greenwich o la de Derby.
Para algunos profesores es “un intento arriesgado de minar el mercado” que puede producir títulos de menor calidad que sirvan para maquillar las cifras
Una de las síntesis más completas sobre los pros y los contras ha sido recabada por Phil Baty, director editorial de 'Times Higher Education', una de las grandes publicaciones académicas del mundo. Este le preguntó a sus seguidores de Twitter qué pensaban sobre la medida, y muchos objetaron dudas razonables, aunque con algún matiz a favor. Entre los contras, el más obvio es que es imposible que los resultados sean los mismos. Una profesora llamada Sally Andrews, de la Universidad tecnológica Nanyang, recuerda que hay habilidades que se deben desarrollar lentamente a lo largo del tiempo; otro docente matiza que tal ritmo dificulta llevar la teoría a la práctica.
Para un usuario llamado Sjoerd Levelt, la duración de los cursos tiene como objetivo que los estudiantes reflexionen sobre lo que están aprendiendo, o que dediquen tiempo a sus trabajos. No es lo mismo, en definitiva, tener dos semanas que tres días para preparar un proyecto, lo que dañaría el aprendizaje incluso aunque los contenidos fuesen los mismos. Además, “los profesores deben responder al contexto”, recuerda. Como recuerda David Morris de la Universidad de Greenwich, muy pocas universidades se verán dispuestas a ofrecer carreras que les proporcionen menos ingresos, además de tratarse de “un intento arriesgado de minar el mercado”. Además, recuerdan que esto eliminaría gran parte de la vida académica no oficial, como la participación en organizaciones o la colaboración en proyectos estudiantiles.
Ese es otro problema: que dicho cambio dispare la figura del profesor interino o por horas, que tendrán que llenar los huecos que deja el profesorado contratado, y que por sus convenios tan solo pueden dar un número limitado de horas lectivas. Esto puede tener grandes efectos negativos en los departamentos de investigación: “No veo a los académicos de las universidades de Londres sosteniendo la mayoría de sus actividades de investigación”, asegura Matthew Robb. “Si tratas a los académicos como ratones en la noria te quedarás con los desesperados y la basura”, recuerda Charles Knight. Robb apunta otra posibilidad, que es “quedarte con los profesores bien pagados y cargarte a los investigadores basura”.
En España, el proceso de reconfiguración de la estructura universitaria ha sido parecido al propuesto en Reino Unido. El conocido como “decreto 3+2” impuso un modelo de grados de tres años acompañados por un máster de dos. El Sindicato de Estudiantes lamentaba que esto produciría una devaluación de los títulos de grado, “papel mojado en el mercado laboral”, lo que obligaba a los estudiantes a gastar mucho más en másteres, cuyos créditos son mucho más caros. Una devaluación, y no flexibilización, que también presienten los detractores ingleses, que recuerdan cosas como que “sería como darle un título a alguien por completar un cursillo”. ¿Una profecía autocumplida?
La educación superior se encuentra en un momento de transición, en el que se verá obligada a replantearse sus objetivos, a quién va dirigida, cuáles son sus vías de financiación y cuál es su rol dentro de la sociedad. Una de las tendencias más polémicas de los últimos años es el aumento del precio de las matrículas, que junto con la reducción de becas, está dejando fuera a muchos estudiantes de entornos menos favorecidos. En España, según el informe 'La universidad española en cifras 2015/2016', alrededor de 70.000 estudiantes ven alteradas sus expectativas de acceso a las ayudas, lo que puede provocar su expulsión.
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