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Empleo garantizado para todos: la propuesta de moda entre la izquierda (y su lado oscuro)
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¿SOLUCIÓN DEFINITIVA O UTOPÍA?

Empleo garantizado para todos: la propuesta de moda entre la izquierda (y su lado oscuro)

Durante los últimos meses se han multiplicado los informes de 'think tanks' y las promesas electorales que ofrecen trabajo para todos los ciudadanos. ¿Es posible y positivo?

Foto: ¿Puede haber un puesto para cada persona? (iStock)
¿Puede haber un puesto para cada persona? (iStock)

Lo dice la Constitución Española en su artículo 35. Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo. La realidad, como sabemos, es muy diferente, y el derecho a un puesto digno es uno de los más difíciles de garantizar, con el pleno empleo como inalcanzable meta aunque se repita a menudo entre las promesas electorales de los políticos. A ellas quizá haya que añadir pronto una nueva (o, mejor dicho, un llamativo retorno 'rooseveltiano'): el empleo garantizado para toda la población a través de una fuerte inversión pública que cree puestos allí donde no llegue el sector privado.

Fue el demócrata Bernie Sanders uno de los primeros, cuando el pasado mes de abril se hizo público su plan para proporcionar trabajo a 15 dólares la hora a todos los estadounidenses “que quieran o necesiten uno”. Desde entonces, se ha convertido en una de esas ideas políticas meme que se han reproducido como un virus por las columnas de opinión anglosajonas, hasta el punto de que el propio 'The Guardian' publicó un editorial en el que lo calificaba como “una medida cuyo momento ya ha llegado”.

La intervención del gobierno en la producción de empleos permitiría reducir el paro y otros problemas asociados como las adicciones

Todas estas propuestas, que provienen de la margen izquierda del espectro político, inciden en que el empleo es un derecho fundamental y que, por lo tanto, es hora de que los gobiernos y estados den un paso adelante a la hora de garantizar uno a todos y cada uno de sus ciudadanos. “Gran Bretaña podría beneficiarse de las medidas de 'empleo garantizado'”, se podía leer en el editorial del rotativo inglés. “Unas que puedan ofrecer un trabajo seguro con un sueldo para vivir a cualquiera que pueda trabajar pero no encuentre empleo”. La intervención del gobierno en la producción de empleos permitiría reducir el trabajo precario, el paro y otros problemas asociados con él, como la depresión o los malos hábitos de vida (como el alcoholismo). Como se suele decir, el trabajo dignifica.

En EEUU, el antiguo secretario del tesoro y profesor de Harvard Lawrence Summer defendía la medida en las páginas del 'Financial Times'. El texto intentaba responder a una de las grandes preguntas sobre esta propuesta: de acuerdo, se crean puestos, ¿pero de qué clase de empleo? Summer recordaba que en su país –como ocurre en la mayoría de los desarrollados– hay una gran necesidad de puestos relacionados con la construcción y, sobre todo, con el cuidado de las personas mayores. Ahí está una de las claves: el empleo garantizado, en muchos casos, serviría para cubrir esas labores que hoy en día se realizan de forma informal.

Una jugosa carta electoral

Las encuestas suelen dar la razón a los defensores de la medida: al fin y al cabo, ¿quién no podría querer un panorama de pleno empleo en el que el único paro fuese el friccional? Más de la mitad de los consultados se manifiestan a favor de dicha posibilidad, incluso en el caso de que se financie a través de una subida de impuestos de un 5% a aquellos que ganan más de 200.000 dólares al año. En un panorama de inestabilidad, un empleo garantizado resulta sabroso.

placeholder Sanders ha sido uno de los pioneros del empleo garantizado. (Reuters/Aaron P. Bernstein)
Sanders ha sido uno de los pioneros del empleo garantizado. (Reuters/Aaron P. Bernstein)

Algunos 'think tanks' estadounidenses han elaborado propuestas para llevar a cabo este ambicioso proyecto. Es el caso del Instituto de Economía Levy del Bard College, que en abril de este mismo año publicó una simulación que analizaba qué ocurriría en caso de ofrecer trabajo garantizado a 15 dólares la hora. Según sus cálculos, el PIB se dispararía en 560.000 millones anuales entre 2020 y 2027, se crearían más de 19 millones de empleos y los sueldos subirían. Además, apenas habría contrapartidas negativas: frente a aquellos que sugieren que un proyecto así haría que la inflación se disparase, según el 'think tank' esta aumentaría, como mucho, un 0,74%.

Esa es la pregunta del millón. ¿Cómo se paga la creación de puestos de trabajo que, en principio, parecen no necesitarse (pues en dicho caso ya existirían)? Recientemente, el economista Fadhel Kaboub dio una charla en la que planteaba la viabilidad de una propuesta así en Reino Unido. Su respuesta era afirmativa, gracias a la independencia monetaria de los ingleses, que le permitiría imprimir moneda para sufragar el programa. Y, una vez más, insistía en que los sectores donde deberían emerger estos nuevos puestos son los de cuidados y los trabajos “verdes”.

La aplicación parece complicada en un contexto en el que se prevé que, debido a la automatización, desaparecerán muchos puestos de trabajo

Muchos de los promotores demócratas de esta propuesta tienen la campaña presidencial de 2020 en mente, quizá, como sugiere 'The Atlantic', como hábil respuesta al giro a la izquierda del electorado más joven, al que puede resultarle atractiva una propuesta que, en principio, combate los efectos más dañinos generados por la crisis (incluso teniendo en cuenta que el nivel de paro en EEUU nunca fue tan elevado como en Europa). Algo aún más complicado en un contexto en el que se da por hecho que, debido a la automatización y otras tendencias, la demanda de trabajadores no aumentará, sino que descenderá drásticamente.

¿Agudización de la precariedad?

No todo el mundo está de acuerdo con la aparente perfección del plan progresista. Es el caso de Guy Standing, el hombre que acuñó el término “precariado” (y al que entrevistamos en su día), que en un reciente artículo de opinión lo considera “un chiste malo para los precarios y para la libertad”. Entre la larga lista de objeciones planteadas por el escritor (altos costes, pesadilla burocrática) destaca la inutilidad de la medida a la hora de solucionar los problemas más acuciantes del mercado laboral, como la perenne inseguridad, a la que probablemente se añadiría la devaluación de los sueldos del resto de trabajadores.

Foto: En Dauphin tuvo lugar el considerado como el mayor experimento social realizado en América del Norte. (Dauphin Economic Development/Facebook)

Es una de las críticas más habituales. La Constitución no solo defiende el derecho al trabajo, sino también “a la libre elección de profesión y oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia”. Un sistema de empleo obligado probablemente implicaría la creación de un gran número de puestos no cualificados y peor pagados que nadie querría elegir de otra manera, y se convertiría en una manera paternalista de empujar a las personas ociosas a “un rango limitado de empleos” que en muchos casos probablemente no se llevarían a cabo diligentemente.

Pero hay un problema aún mayor, según Standing: “Reforzaría el laborismo del siglo XX al fracasar a hacer una distinción entre empleo y trabajo”, explica. “Aquellos que respaldan el empleo garantizado ignoran todas las formas de trabajo que no sean empleo pagado. Un programa realmente progresista reforzaría los valores del trabajo por encima de los del empleo”. Para Standing, el enfoque apropiado no pasaría por reforzar la centralidad del empleo consiguiendo que todo el mundo tuviese uno, sino “incrementando el tiempo y energía para formas de trabajo y ocio que se puedan elegir personalmente y se orienten al desarrollo personal y de la comunidad”. El derecho a unos ingresos no es lo mismo que el derecho al trabajo, en definitivo.

¿Y la renta básica?

Los debates sobre el “empleo garantizado” en ocasiones se plantean como una disyuntiva frente a la renta básica, la otra gran propuesta laboral que se ha planteado para solventar los problemas del desempleo masivo. Según sus defensores, con muchas menos contrapartidas: en lugar de pagar a la población por no hacer nada, se les obligaría a ser productivos al mismo tiempo que se les insertaen la sociedad. Es lo que mantiene Philip Harvey, profesor de la Universidad de Rutgers, que explica que mientras una RBI agotaría la capacidad redistributiva de la sociedad sin acabar con la pobreza, el trabajo garantizado necesitaría una inversión mucho menor y sus efectos serían más notables.

A tal respecto, resulta revelador un informe publicado por el economista australiano Martin Ravallion sobre las diferencias entre el empleo garantizado y la RBI, a partir de un análisis del programa indio de reducción de la pobreza en el entorno rural. En él llegaba la conclusión de que el impacto del proyecto de empleo garantizado era menor de lo que se esperaba, al terminar siendo administrado en las áreas más pobres por los líderes locales. Quizá, valora el autor, la RBI tampoco sería muy eficiente, pero una vez más, recuerda que el “derecho al empleo” es una idea extraña al no tener este un valor intrínseco: es el derecho a un salario lo que en realidad le importa a aquellos que menos tienen.

Lo dice la Constitución Española en su artículo 35. Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo. La realidad, como sabemos, es muy diferente, y el derecho a un puesto digno es uno de los más difíciles de garantizar, con el pleno empleo como inalcanzable meta aunque se repita a menudo entre las promesas electorales de los políticos. A ellas quizá haya que añadir pronto una nueva (o, mejor dicho, un llamativo retorno 'rooseveltiano'): el empleo garantizado para toda la población a través de una fuerte inversión pública que cree puestos allí donde no llegue el sector privado.

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