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El error de Flandes y el saqueo de Amberes: el Vietnam español
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una tragedia colosal

El error de Flandes y el saqueo de Amberes: el Vietnam español

La obstinación y tenacidad alimentaron aquel voraz conflicto que tenía a las arcas españolas instaladas en un colosal agujero negro. Hoy podemos aplicar aquellas enseñanzas

Foto: Saqueo de Amberes.
Saqueo de Amberes.

"En cada pueblo un hombre enciende una llama, el maestro. Y otro la apaga soplando, el cura".

–Víctor Hugo

El áspero paisaje flamenco era desesperante para la tropa española, acostumbrada a batirse en amplios terrenos y en formaciones compactas en las que cada unidad del tercio (los rodeleros, la caballería, los artilleros, alabarderos o los arcabuceros) tenían cometidos de fácil ejecución y excelente precisión por lo exhaustivo del entrenamiento, y donde su probada eficacia hacía estragos incluso en inferioridad manifiesta de condiciones.

Flandes era otra cosa. Era un lodazal, lluvia constante, desasosiego, barro pastoso por doquier, nubes sombrías, gentes correosas; a la postre, el sol brillaba por su ausencia, el sol, la inspiración de las gentes del sur, la madre de toda una filosofía de vida. La superioridad técnica y la mejor formación de los soldados españoles chocaban constantemente con la originalidad e imaginación de las tropas adversarias, dispuestas con tal de acabar con la pesadilla que le suponían los peninsulares a combatir con limitados recursos multiplicando sus efectos en ocasiones con una imaginación desbordante. Eran capaces de inundar sus propias tierras de cultivo y perder las cosechas con tal de paralizar al ejército español y de causar éxodos masivos en la población local.

Pero aquel infierno iría calando hondamente en los correosos e incombustibles soldados peninsulares.

Un error estratégico de bulto

Para hacer un análisis somero de la larguísima guerra de Flandes hay que partir de dos premisas que equivocadas o acertadas –es fácil juzgar a toro pasado–, fueron las que alimentaron en definitiva aquel voraz conflicto que tenía a las arcas españolas instaladas permanentemente en un colosal agujero negro.

A mi modo de ver, una era la obstinación y tenacidad en alimentar un error estratégico de bulto. La cantidad de recursos que detraía aquella guerra empobrecía sin remisión a La Corona y por extensión a los súbditos que veían un horizonte de sucesos de color gris permanente. La falta de ángulo de visión por parte del rey emperador del mundo –Henry Kamen dixit–, que con algo menos de autoritarismo y un poco más de mano izquierda podría haber sido más magnánimo con los Condes de Egmont y Horn a los que rebanaría el cuello en un arrebato mal medido acusando de traición a dos hombres de fidelidad probada. Primo el primero y vencedor de San Quintín y Gravelinas, se merecía otro trato y más crédito por parte de la testa coronada cuya reputación recibió un severo golpe tras esta dislocada decisión.

La cantidad de recursos que detraía aquella guerra empobrecía sin remisión a La Corona y a los súbditos, que veían un horizonte de color gris

La segunda es que si entramos en el análisis semántico de la palabra "hereje", proviene esta de la palabra griega 'hairetikós', cuyo significado viene a decir “el que es libre de elegir”; el propio conde Egmont (católico convencido) ya había viajado e implorado a Felipe II una política religiosa más laxa y de mano abierta a cambio de unos tributos más acordes con esta concesión –la de la práctica de la libertad de culto–, esto es, que cada uno pensara lo que le viniera en gana mientras pagase religiosamente sus impuestos. Roma, en sus momentos de esplendor, tenia incorporado un panteón de dioses y diosas que aún a un contable con tablas, le podía organizar jaquecas de buen calibre, pero lo cierto es que cada ciudadano de aquel milenario imperio tenía su altar personalizado. Pero en una cosmogonía politeísta de amplio espectro, aquello suponía hacer caja, que por ende era lo que le importaba a Roma para engrasar convenientemente aquel enorme engranaje administrativo.

España, sin embargo, en aquel largo contencioso entre las brumas del Escalda y el Mosa se dedicó a hacer una política de jugadas cortas hasta que ya no hubo marcha atrás dado el calibre y enconamiento del enfrentamiento. Hay que reconocer que, a lo largo de nuestra historia, este controvertido y patrimonial gen malicioso y poco reflexivo nos ha jugado malas pasadas.

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Pero no todo pintaba de color de rosas. Según cuenta el prolífico y erudito historiador y periodista José Javier Esparza en su divulgado libro ' Tercios'; entre 1572 y 1607 hubo más de 45 motines entre los soldados españoles destacados en Flandes, casos todos asociados al retraso de las pagas convenidas. Muchas de las veces, el alto mando y la oficialidad echaban mano de sus propios bolsillos para paliar esta indigencia pecuniaria cuando no indolencia administrativa. Como consecuencia de uno de estos motines, en el año 1576 se produjo el tristemente conocido asalto e incendio de Amberes.

España, en un callejón sin salida

Cada sociedad tiene su sino y la nuestra, en aquel tiempo, estaba muy ligada a la del soñador que sueña que vive en su sueño, o lo que viene a ser lo mismo, una interpretación muy onírica de la realidad común a veces con delirios sobredimensionados. Difícilmente alguien que vive engañado es capaz de reconocerlo, pues el poder del ego es mucho más fuerte que el del reconocimiento del error y más cuando este es muy sostenido en el tiempo y convierte a la costumbre en ley. Si no estuvieran tan asumidas y arraigadas en nuestras sociedades, nuestras creencias religiosas podrían ser interpretadas como meros desórdenes mentales. Pero la realidad es que a la humanidad este hecho le ha costado centenares de millones de muertos en un intento de buscar una salida donde no hay puerta, en un trágico suma y sigue.

España quedó empantanada en un callejón sin salida cuando todos los negociadores y consejeros en ambos bandos abogaban por salidas negociadas con beneficiosas interacciones mutuas. Pero el peso de algunas retrógradas instituciones en el marco político impedían ver el bosque en toda su perspectiva. Estas convertían el concepto de gravedad en una losa de hormigón sobre las mentes biempensantes que buscaban salidas negociadas a tan lacerante problema, y mientras las arcas se llenaban de vías de agua (sobre todo holandesas) los banqueros Welser y los Fugger hacían de su oficio un agosto permanente.

España quedó empantanada en un callejón cuando todos los negociadores abogaban por salidas negociadas con beneficiosas interacciones mutuas

Una de las secuelas más graves y que ha pasado a la historia por la brutalidad de su ejecución fue la toma de Amberes, capital cultural económica española en el área en conflicto. Una guarnición permanente de 800 soldados de los tercios, la flor y nata al mando de Sancho Dávila, un curtido guerrero veterano en Alemania, Italia y África, habitaba una ciudadela fortificada en medio de la hermosa urbe. Alba se encontraba en un callejón sin salida pues la situación política estaba estancada y las arcas seriamente dañadas por lo que la solución militar estaba descartada. Como militar era brillante, pero sin el condimento financiero nada podía hacer. En estas estaba Felipe II cuando le dio un aire y sustituyó al prestigioso general por el no menos alabado y reconocido Luis de Requesens que venía de dar estopa a mansalva en Lepanto.

Los ingredientes de la tragedia, en su punto

Se hace necesario recordar que durante el reinado de este obstinado defensor de la reiligion católica, la Corona, los Reinos Hispánicos, la España de entonces y su esquilmada Castilla; tuvieron tres terribles quiebras por defender el pozo sin fondo de las guerras de religión. La segunda de las tres quiebras se produjo ni más ni menos que en el año de los excesos ocurridos en Amberes, 1576. Todos los ingredientes de la tragedia estaban en su punto.

placeholder Retrato de Sancho Dávila
Retrato de Sancho Dávila

Antes del triste episodio de la toma y asalto de Amberes, se había dado la célebre batalla de Mook. Requesens había agotado todos los cartuchos para evitar el enfrentamiento a sabiendas de que los holandeses eran conscientes de la notoria fragilidad económica de los españoles y los gastos que ello conllevaba. En esta desventurada batalla, los tercios eliminaron con unas bajas propias inferiores a los 150 caídos a más de 3.500 adversarios en una maniobra ingeniosa llevada a cabo por el notable estratega Sancho Dávila. Una vez ejecutada la acción y ante el impago de los haberes a devengar –se adeudaba a la tropa un año de retrasos–, decidieron por las mismas poner la directa e ir a Amberes a saquear la ciudad.

Ya en el precedente de Haarlem dos años antes, Francisco Verdugo, hombre muy querido por la tropa, con instrucciones precisas del Duque de Alba, había disuadido a los amotinados con pagas de sustento (30 escudos por cabeza) y otras minucias para aguantar el tirón. Pero el tema de Amberes era más que feo.

La trampa

A raíz de la quiebra de 1576, tras dos años y medio sin cobrar los tercios, se viven situaciones límite tales como que la tropa española se ve impelida a mendigar, cuando no a incautar o intervenir por las bravas, alimentos para su subsistencia. Esta situación causa un rechazo general contra las fuerzas ocupantes que se traduce en un edicto del statuder Guillermo de Orange que envía cartas de solicitud de intervención a los ingleses, alemanes protestantes y franceses hugonotes para apoyar la mayor cacería humana dictada contra las tropas españolas sitas en los Países Bajos; de hecho, es más, se arma a la población civil para cerrar la trampa.

Casi cien años durará aquel despropósito mientras nuestros enemigos naturales en el tablero estratégico se frotaban las manos

Para entonces, Sancho Dávila se había encerrado en la ciudadela con reservas cuantiosas y munición de sobra para afrontar una larga resistencia. Más de veinte mil alzados contra los tercios –la mayoría civiles armados sin preparación– se las prometían felices ante el festín que se avecinaba. Pero hacia Amberes convergen cerca de 4.000 soldados de los tercios desde diferentes puntos. La ciudad es asaltada con una furia incontenible desde diferentes posiciones. Más de cinco mil civiles y cerca de tres mil soldados alemanes y holandeses son pasados por las armas en una sangría sin precedentes mientras la ciudad arde por los cuatro costados. El resarcimiento del saqueo de la riquísima ciudad deja satisfecha a la tropa pero a cambio, la Leyenda Negra suma uno de sus episodios más onerosos.

Afortunadamente, concluido el saqueo, aparece Juan de Austria y su proverbial tino diplomático para firmar la Paz de Gante. Pero al fin y a la postre, Flandes es una sangría de recursos. Casi cien años durará aquel despropósito mientras nuestros enemigos naturales en el tablero estratégico se frotan las manos. Aquella guerra entre las brumas del norte pone de relieve la grandeza militar española traducida en múltiples victorias, pero también el despropósito del empecinamiento en un objetivo que se podía haber mantenido sencillamente con diálogo y diplomacia.

Todavía hoy tenemos escenario y motivos para aplicar aquellas enseñanzas.

"En cada pueblo un hombre enciende una llama, el maestro. Y otro la apaga soplando, el cura".

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