¿Quién paga la cuenta? Cómo saber cuándo te toca invitar
Te proponemos un pequeño manual para no cometer errores a la hora de convidar. Un asunto peliagudo y muy del día a día
Hay situaciones en la vida que están muy codificadas y en las que todos sabemos cómo nos tenemos que comportar. Por el contrario, otros momentos cotidianos no quedan socialmente demasiado definidos y la falta de instrucciones nos pone en extraños compromisos.
Una de esas circunstancias se da cuando el camarero se acerca a nuestra mesa con el temido papel donde figura el total de lo que hemos consumido. Si lo pensamos detenidamente, nos daremos cuenta de que casi todos los días nos vemos en este aprieto, ya sea por un café con nuestro jefe, por unas cañas con nuestros amigos o por una cena romántica. No existen reglas demasiado transparentes sobre quién debe pagar y quizás las pocas que quedaban son cada vez más difusas. No es una cuestión cultural, pues el conflicto aparece en cualquier lugar y con cualquier persona fuera de aspectos como la jerarquía, el sexo o la edad. El problema tampoco tiene que ver con nuestro bolsillo pues en muchos casos se trata de pequeñas cantidades monetarias asumibles por cualquiera.
Existe una situación muy clara en la que no puede haber dudas: si sugieres el plan y dices que invitas tú, pagas sí o sí
Pagar o no pagar la cuenta tiene que ver con el significado en sí de la propia acción: ¿si pago yo, estoy poniéndome en un plano superior respecto al que no paga? ¿Si no soy yo el que invita, los demás me van a considerar un tacaño? ¿Si ofrezco siempre el aperitivo estoy permitiendo que mis amigos o mis compañeros se aprovechen de mí?
Demasiadas variables con multitud de matices que provocan situaciones bastante embarazosas. Con el fin de aclarar la confusión en la que se encuentra hoy en día el hecho de convidar, te queremos ofrecer a continuación una pequeña guía esperando que te sirva de apoyo, sobre todo cuando estés con una persona que es importante para ti y no deseas quedar mal con ella.
Instrucciones generales
Por suerte queda todavía una situación muy clara en la que no puede haber dudas: si sugieres el plan y dices que convidas tú, pagas sí o sí. Ante una frase del tipo "mañana te invito a cenar", queda sobrentendido que tú eres el que apoquina. Es normal que al final de la reunión la otra persona se ofrezca a invitar o a dividir la cuenta, pero considera que es una actitud normal y no significa que lo tenga que hacer. Sería muy poco cortés aceptar semejante ofrecimiento.
Si lo que quieres es sugerir que cada uno paga lo suyo, te recomendamos que utilices una fórmula del tipo: “¿salimos a tomar algo?”. Queda así implícito que el desembolso debería ser “a pachas”. Ello no evita que, de nuevo, cuando se hace entrega del recibo, surja la inevitable competición por el “hoy pago yo”. En esos casos, después de pasar varios minutos entre “¡no puedo permitirlo!” o “¡me ofendo si no lo aceptas!” la propuesta inicial permite que el combate abierto por soltar la pasta acabe quedando en tablas, y así todos contentos.
Los tiempos han cambiado mucho y los hombres nos sentimos muy perdidos a la hora de convidar en el caso de las citas
Cuando se paga a escote, la colecta del dinero puede convertirse también en un momento de inesperado compromiso. A veces no disponemos de las monedas que nos permiten dividir la cuenta en partes completamente iguales, poseemos tickets restaurante que nos gustaría utilizar o se nos ha olvidado pasarnos por el cajero y solo tenemos en la cartera nuestra tarjeta de crédito. La solución es tan simple como acordar con el bar o con el restaurante que cada uno se hace cargo de lo suyo y que sea el local el que se tome la responsabilidad de realizar la división.
Por último, en las reuniones con muchos miembros, pocas veces se espera que una única persona (o un pequeño grupo de ellas) pague por todos los comensales, a no ser que esta se haya ofrecido antes con motivo, por ejemplo, de una celebración como un cumpleaños. Mucho cuidado con invitar a todo un grupo pues las connotaciones que dicho acto conlleva pueden ir desde que los demás te consideren un soberbio por hacerte cargo de una suma tan grande, a que te juzguen de manera contraria, como un individuo débil que necesita reafirmarse a través de su dinero.
Las temidas cenas románticas
Reconozcamos que los tiempos han cambiado mucho y que los hombres nos encontramos muy perdidos en el caso de las citas. Tiempo atrás, dudar hubiera sido un error de dimensiones colosales, toda una ofensa para nuestra acompañante: el hombre pagaba sí o sí.
Esta regla ya no se cumple. El motivo es que muchas veces ni siquiera queda claro si cuando quedamos con una persona del sexo opuesto nos encontramos en una cita real: acordamos, por ejemplo, un encuentro con una conocida de toda la vida o con nuestra compañera de trabajo, ¿pero es un paso más para los dos o es solo otro encuentro amistoso?
Vamos a intentar ayudarte a desenmarañar la complejidad de un caso como este. Primera norma: como decíamos al inicio, si uno de los dos se ha ofrecido y el otro ha aceptado, paga el que se ha comprometido a invitar: situación resuelta.
Segunda norma: si la cita ha ido bien o ha ido regular, paga el hombre (con los matices que explicaremos más adelante). Si la cita ha ido mal, ¿por qué invitar? Como ejemplo, hablamos en su momento en El Confidencial del caso de Charly, un abogado cuya cita pidió lo más caro del menú. La indignación de Charly fue mayúscula ya que su acompañante no hizo ni siquiera el gesto de sacar la cartera. Vista la situación, este se sirvió de la excusa de ir al baño para marcharse a escondidas sin pagar. El cambio de roles juega a nuestro favor en este sentido, el hombre no tiene ningún motivo para rebajarse tanto. ¿Por qué no aprovecharlo entonces?
Una manera muy oportuna de solucionar el conflicto de convidar a una mujer, sobre todo si no queda claro si la cosa está cuajando, es utilizar la receta de “invito yo esta vez y si quieres la próxima lo haces tú”. De esta forma no solo quedamos bien, sino que abrimos la posibilidad de que haya otro encuentro. Comprobamos así si existe 'feedback' y si efectivamente ella hace el esfuerzo de volver a quedar. La mayoría de las mujeres no van a despreciar una invitación, pero si nuestra acompañante considera que el hecho de que un hombre pague es una actitud machista, siguiendo esta fórmula hemos conseguido establecer un acuerdo sensato.
Existe, con todo, una excepción. Deja que la mujer pague solo y exclusivamente si insiste mucho (pero mucho, mucho) ya que puede tener varios motivos para ello: no quiere sentir que te debe algo o se siente culpable si un hombre paga por lo que ella ha consumido (sobre todo si la mujer ha elegido el lugar y piensa que se ha equivocado con lo que iba a costar realmente la cena). Es fundamental, en ese caso, mostrar respeto a su decisión.
Una última recomendación muy a tener en cuenta: a la hora de invitar a una cita no abones nunca la cuenta en metálico. En la mayoría de los restaurantes el recibo te será entregado en una pequeña cartera para esconder con discreción el precio final. Si pagas con billetes el coste se hará evidente para la otra persona, lo que no resulta muy romántico. Solución: lleva siempre encima la tarjeta de crédito.
Hay situaciones en la vida que están muy codificadas y en las que todos sabemos cómo nos tenemos que comportar. Por el contrario, otros momentos cotidianos no quedan socialmente demasiado definidos y la falta de instrucciones nos pone en extraños compromisos.
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