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Hace 4 años, un estudio desveló las claves del triunfo de la derecha. Y todavía funcionan
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la anomalía española

Hace 4 años, un estudio desveló las claves del triunfo de la derecha. Y todavía funcionan

Las razones de que la nueva derecha europea tenga más éxito que la izquierda son las mismas que explican el auge electoral del nacionalismo catalán. Aquí nadie las hace caso

Foto: Marine Le Pen posa junto al islámofobo Geer Wirlders durante un acto organizado por la xenófoba liga norte. (Efe/Matteo Bazzi)
Marine Le Pen posa junto al islámofobo Geer Wirlders durante un acto organizado por la xenófoba liga norte. (Efe/Matteo Bazzi)

La política actual está en proceso de transformación, con nuevas formaciones en proceso de consolidación o, en su caso, en el camino hacia el éxito electoral definitivo, ese que les podría llevar al gobierno de su país. Hasta ahora, y salvo el caso de Syriza, las formaciones exteriores al bipartidismo reinante han adquirido notable auge en diversos estados, aunque no hayan llegado aún al poder. Su crecimiento se debe a la utilización de nuevas formas de relación con su electorado, a sus liderazgos fuertes y a haberse salido de la ortodoxia comunicativa. Incluso los nuevos actores de los viejos partidos, como Donald Trump o Bernie Sanders, están creciendo en apoyo popular, a pesar de partir como outsiders, precisamente porque apelan a visiones sociales muy diferentes de aquellas en las que política se manejaba. En este escenario, por paradójico que resulte en España, los nuevos partidos de derecha están funcionando mejor que los de izquierdas.

Hace cuatro años, publicamos un artículo a partir del estudio 'La derecha radical populista en Europa: discurso, electorado y explicaciones', realizado por el investigador del IGOP-UAB y consultor analista de SOCOL-Tecnología social, Aitor Hernández Carr, en el que se analizaban las razones que habían llevado al éxito a partidos como el Frente Nacional francés o el Vlaams Berlang flamenco. Lo llamativo es que, en tiempos tan veloces como los presentes, el diagnóstico sigue explicando muchísimas cosas de nuestros procesos electorales y de la manera de ganar el apoyo popular. Los puntos clave que se recogían en el texto eran, en síntesis, estos:

1. Apelan al hombre común

Frente a la extrema derecha del pasado, que priorizaba la defensa de un cierto orgullo nacional, los partidos actuales insisten en la defensa del hombre común frente a las élites, poniéndose de parte de ese ciudadano normal y corriente que está siendo "explotado" por los grandes poderes. Eso lleva a que estas formaciones “se apoyen ampliamente en esa sensación de ninguneo que tiene una parte de la población y que incorporen discursos de corte social, atacando al euro y a las políticas de recortes actuales”. De este modo se han granjeado muchas simpatías entre la clase trabajadora.

2. La identidad importa

Hacen valer la identidad nacional frente a las amenazas exteriores. En un mundo cambiante, estos partidos tratan de preservar la cultura nacional, pero ya no para salvaguardar viejas esencias ligadas con una identidad de destino en lo universal, sino como refugio seguro respecto de un entorno complejo y difícil en el que es dificil manejarse.

3. Cuestión de costumbres

“Ya no apelan al racismo biológico y la inferioridad de los inmigrantes, sino que resaltan la exterioridad de éstos respecto del grupo mayoritario”. Eso hace que se subrayen los problemas de convivencia que pueden provocar personas que tiene costumbres muy distintas de las nuestras, que se señalen las dificultades de integración “y que se critique la presencia excesiva de personas foráneas que pueden amenazar nuestros valores, estilos de vida y tradiciones”.

4. Se han ganado a la clase media y a la obrera

El votante de este clase de partidos solía pertenecer a unas capas intermedias compuestas por pequeños empresarios, propietarios de pequeñas tiendas y autónomos, a los que se han unido, como se aprecia especialmente en la experiencia francesa, “trabajadores manuales, trabajadores de cuello blanco de rango inferior y desempleados”, llevándose así un buen número de votos que iban a parar tradicionalmente a la izquierda.

5. Tienen éxito entre los jóvenes

Las formaciones de esta derecha postindustrial ya no tienen que ver con ese votante de edad avanzada que tenía en la memoria tiempos mejores. Ya no son partidos nostálgicos, y por ello han encajado bien entre los treintañeros y entre los jóvenes. En gran medida, señala Hernández-Carr, porque éstos poseen una mucho menor identificación partidista que sus mayores. “Hay gente que tiene discursos contra la inmigración muy duros, pero como están habituados a votar a las fuerzas tradicionales de derecha o de izquierda, siguen haciéndolo. Los jóvenes, por el contrario, están mucho más abiertos a partidos nuevos. Además, hablamos de formaciones que se presentan como rupturistas, lo que las hace aún más atractivas a sus ojos”.

6. Respuestas simples y directas a problemas complejos

La más habitual era la que señalaba a los inmigrantes como la causa del descenso en nuestro nivel de vida, pero ese estrato poblacional ha dejado paso a una capa mucho más desgastada, la política. Como asegura Hernández-Carr, “hace ya dos décadas que nuestros dirigentes están perdiendo legitimidad, pero la crisis ha acelerado notablemente el proceso. La sensación de impotencia con que están viviendo los ciudadanos esta crisis la han focalizado en los políticos, cuyas limitaciones a la hora de ejercer el poder se han vuelto mucho más evidentes, lo que ha provocado que se conviertan en los primeros culpables de que las cosas vayan mal”.

7. El deterioro económico, motor de su éxito

No se trata sólo de que quienes han salido perdiendo en el nuevo contexto voten a estos partidos, sino que su influjo se ha extendido a esos sectores de la población que contemplan preocupados cómo el nivel de vida está descendiendo a su alrededor. “Hay una sensación muy fuerte de angustia hacia el futuro que hace que se busquen discursos muy claros. El de la autoridad y el orden es uno de ellos”. Y en varios sentidos, porque no se trata sólo de que se requiera mano firme contra problemas cotidianos, sino que se demandan líderes fuertes que sepan poner orden en una sociedad que está perdiendo su norte, también en lo económico: “Ese discurso de recuperación de la soberanía nacional frente a la UE que ha utilizado Le Pen tiene que ver con esta tendencia”.

8. Es un movimiento reformista

“Si el fascismo era revolucionario, la nueva derecha es reformista, porque quiere transformar la sociedad pero manteniendo el marco legal actual. No busca otro tipo de Estado, sino que quiere introducir novedades en la democracia. Hay una encuesta reveladora según la cual uno de los aspectos que más valoraba la gente de la dirigente del Frente Nacional era que realmente quería cambiar Francia y que su llegada al poder implicaría novedades reales”. Aunque está por verse hasta qué punto eso es cierto, porque “ninguno de estos partidos ha llegado a gobernar en solitario y no sabemos si sus discursos son sólo para ganar votos o esconden intenciones verdaderas, lo cierto es que han provocado muchas simpatías entre los votantes”.

9. Los medios les prestan mucha atención

Televisiones y diarios recogen con mucha frecuencia noticias sobre sus líderes y dan notable cobertura a las temáticas que les son favorables pero, al mismo tiempo, suelen descalificarles y estigmatizarles. “Se da cierta fascinación con estos partidos y con sus líderes, aun cuando se les defina como marginales”.

La anomalía española

Estas claves siguen funcionando plenamente, quizá con más frecuencia que antes. Con algunos añadidos. El discurso que apunta hacia los males de la globalización está en auge, y gente como Trump o Sanders lo utilizan con frecuencia, baza que en Europa ha quedado vinculada expresamente a la desconfianza respecto de la Unión Europea. La variable económica se ha reforzado, y las mejores armas de los nuevos actores tienen que ver con mejorar los niveles de vida de sus conciudadanos, prometiendo reinvertir la situación para que haya mucho más trabajo, más apoyo a las pequeñas empresas y más dinero en los bolsillos. España es una anomalía en ese proceso. En primer lugar, porque los actores nuevos no han logrado dar el salto y sobrepasar a una de las fuerzas del bipartidismo. En el caso de Ciudadanos, el cuarto partido, el eje de su crecimiento ha sido la regeneración institucional, y no ha utilizado prácticamente ninguna de las claves que han dado el éxito electoral en otros países. Podemos, el tercer partido si sumamos a las confluencias, también priorizó la visibilidad de la corrupción, trazó un plan constituyente, quiso pero no supo jugar las bazas identitarias, y tampoco logró ganarse a la clase obrera ni a la media pobre, prefiriendo apelar a un término genérico, como “gente”, que no logró definir políticamente.

Estas claves exitosas no se han utilizado en España, salvo en el caso del nacionalismo catalán, que las ha empleado con gran aceptación

La extrema derecha tampoco ha sabido reconvertirse en una opción de mayorías, y no tanto por algunos elementos nostálgicos, o por la monopolización del espacio electoral de la derecha por parte del PP, sino porque la nueva formación, Vox, apostó por intensificar la oferta del PP, siendo más liberal en lo económico, más firme en las cuestiones religiosas y un defensor más firme de la España, eligiendo así los caminos que menos votos les procuraban.

Paradójicamente, donde este tipo de discurso sí ha funcionado ha sido en el nacionalismo catalán: esa mezcla de identidad nacional, rechazo de la autoridad central que entienden perjudicial (sustituyen a Bruselas por Madrid), la defensa de un estilo de vida propio, la sensación acuciante de deterioro económico y la apelación al hombre común, al catalán normal y corriente, han sido las claves de su éxito.

En definitiva, salvo esta excepción, ninguno de los nuevos partidos que pretenden convertirse en actores decisivos de la política española ha sabido utilizar la fórmula del éxito de los partidos extranjeros. O, por decirlo de otra manera, sigue disponible, lo que significa que alguien echará mano de ella en algún momento. Eso sí, probablemente de forma torpe.

La política actual está en proceso de transformación, con nuevas formaciones en proceso de consolidación o, en su caso, en el camino hacia el éxito electoral definitivo, ese que les podría llevar al gobierno de su país. Hasta ahora, y salvo el caso de Syriza, las formaciones exteriores al bipartidismo reinante han adquirido notable auge en diversos estados, aunque no hayan llegado aún al poder. Su crecimiento se debe a la utilización de nuevas formas de relación con su electorado, a sus liderazgos fuertes y a haberse salido de la ortodoxia comunicativa. Incluso los nuevos actores de los viejos partidos, como Donald Trump o Bernie Sanders, están creciendo en apoyo popular, a pesar de partir como outsiders, precisamente porque apelan a visiones sociales muy diferentes de aquellas en las que política se manejaba. En este escenario, por paradójico que resulte en España, los nuevos partidos de derecha están funcionando mejor que los de izquierdas.

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