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¿Debe la escuela pública ayudar a reforzar la identidad nacional?
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¿Debe la escuela pública ayudar a reforzar la identidad nacional?

¿El sistema educativo debe fomentar el patriotismo o el universalismo? El autor propone un debate sobre un asunto crucial

Foto: Clase de manualidades en un colegio de Barcelona.
Clase de manualidades en un colegio de Barcelona.

Ha comenzado el curso sin escándalo, pero con desconcierto. La LOMCE se ha puesto en marcha con doce Comunidades en contra y las revisiones curriculares de algunas de ellas se están publicando estos días, comenzado el curso. Hay un baile de asignaturas que produce desajustes entre las distintas Comunidades, lo que hace complicado que un alumno pueda trasladarse de una a otra. Nadie sabe cómo se van a poner en marcha los cursos de orientación. En definitiva, hay un sentimiento generalizado de precariedad y de provisionalidad que no es bueno. Además, padecemos puntillismos asertivos que resultan ridículos. Todo el que tiene autoridad quiere cambiar algo. El responsable de una editorial me ha dicho que habían tenido que hacer 17 libros de texto de Matemáticas diferentes. Como saben, las Comunidades puede decidir el 45 o el 35% del currículo, según tengan lengua propia o no. ¿Qué estamos haciendo mal?

La descentralización de la educación es buena. Muchas de las naciones punteras tienen municipalizadas las escuelas pero incluso una nación tan defensora de la descentralización como el Reino Unido impuso un Currículo Nacional, aunque luego dejara a los centros libertad para ponerlo en práctica. La transferencia educativa a las Comunidades ha tenido un aspecto beneficioso: ha demostrado la importancia de la gestión. Con una misma ley, la calidad educativa de las comunidades cambia mucho. Algunas de ellas –Castilla-León, La Rioja, Madrid, Navarra...–, sacan muy buenas puntuaciones en las evaluaciones internacionales, mientras que otras se desploman. Pero ha producido algunas disfunciones de origen ideológico. A veces parece que están jugando con los alumnos.

El orgullo patriótico es moralmente peligroso. En última instancia subvierte alguno de los objetivos más dignos que el patriotismo pretende alcanzar

La proximidad de las elecciones catalanas ha relacionado la fragmentación educativa con el auge del nacionalismo. Y esto debe hacernos reflexionar sobre un tema importante: ¿forma parte de los objetivos de la escuela pública reforzar la identidad nacional? La respuesta no es tan sencilla como parece. Durante mi infancia, recibí una educación nacionalista tenaz y sistemática. La ley de reforma de la Enseñanza Media del ministro Sinz Rodríguez (BOE 3.9.1938) decía lo siguiente:

"La formación clásica y humanística ha de ser acompañada por un contenido eminentemente católico y patriótico.(…) La revalorización de lo español, la definitiva extirpación del pesimismo antihispánico y extranjerizante, hijo de la apostasía y de la odiosa y mendaz leyenda negra, se ha de conseguir mediante la enseñanza de la Historia Universal (acompañada de la Geografía), principalmente en sus relaciones con la de España. Se trata así de poner de manifiesto la pureza moral de la nacionalidad española; la categoría superior, universalista, de nuestro espíritu imperial, de la Hispanidad, según concepto felicísimo de Ramiro de Maeztu, defensora y misionera de la verdadera civilización, que es la Cristiandad".

Con esta experiencia a cuestas, comprenderán mis recelos ante cualquier utilización de la escuela para fomentar idearios nacionales, sean los que sean. Los ilustrados tenían razón al defender que la escuela debía transmitir solamente lo universal. Por eso, Condorcet en sus Cinq mémoires sur l’instruction publique rechazaba incluso hablar de “educación nacional”, porque pensaba que la idea de nación podía convertir la educación en adoctrinamiento, y prefería hablar de “educación pública”. Este planteamiento afecta también a la enseñanza de la religión en la escuela.

¿Sentimiento local o cosmopolita?

El tema es, sin embargo, más complejo y de gran actualidad. En la novela de Tagore The Home and the World, la joven Bimala, enardecida partidaria del movimiento Swadeshi, cuyo lema es “viva la patria”, no consigue contagiar su fervor patriótico a su esposo Nikhil. “Estoy dispuesto –decía este– a servir a mi país; pero mi veneración la reservo para un derecho que es mucho mayor que él. Venerar a mi país como si fuera un dios es lanzar sobre él una maldición”. La gran Marta Nussbaum, premio príncipe de Asturias, escribe en un libro colectivo que les recomiendo, titulado Los límites del patriotismo: “El orgullo patriótico es moralmente peligroso. En última instancia subvierte alguno de los objetivos más dignos que el patriotismo pretende alcanzar, el de la unidad nacional en la lealtad a los ideales morales de justicia e igualdad”. El ideal cosmopolita se adecúa mejor a esa pretensión. Sin embargo, otros participantes en ese libro defienden la importancia de mantener el sentimiento patrio. Consideran que el ideal cosmopolita no provoca una identificación con la humanidad, sino un desarraigo absoluto.

Enfocar las identidades no en términos de orgullo, de enfrentamiento o de afirmación, sino de responsabilidades aclara mucho las cosas

Entonces, ¿el sistema educativo debe fomentar el patriotismo o el universalismo? ¿Lo local o lo cosmopolita? El estudio de cómo funciona nuestra inteligencia nos da una pista: el sentimiento sin razón es ciego, la razón sin sentimiento es paralítica. Apelar sólo a la emoción es entregarse en manos de fuerza imprecisas y muy poderosas. Hace años, invitado por el presidente Pujol, y delante de un nutrido grupo de miembros de su partido, defendí la idea de que debíamos cambiar desde un “nacionalismo identitario de la reclamación” a un “nacionalismo de la responsabilidad”. Cada uno de nosotros tenemos en nuestra vida personal responsabilidades que sintonizan muy bien con nuestros fervores. En primer lugar, nuestra familia, las personas a las que queremos. Ampliando el círculo, los vecinos, aquellos con los que convivimos, la ciudad. ¿Y después? Los círculos se amplían hasta acoger a la humanidad entera. El peligro ético estriba en clausurarse en un círculo primario (que puedo ser yo, los míos, mi clan, mi raza, mi cultura). La ética es la que prohíbe ese cierre prematuro.

Me parecía, y aún me parece, que enfocar las identidades no en términos de orgullo, de enfrentamiento o afirmación, sino de responsabilidades (¿de quien soy yo responsable, y en qué orden?) aclara mucho las cosas. Es una visión universal que protege simultáneamente lo cercano. Una difícil cuadratura del círculo. Pero, al fin y al cabo, la vida es realizar esta contradictoria pretensión.

En esta sección estoy haciendo un experimento. ¿Es posible el diálogo? Esta palabra tiene una preciosa etimología: Pensar entre dos. Me he propuesto responder a sus opiniones, con la intención de aprender. Hoy les planteo un tema: ¿Creen que el fomento de la identidad nacional es un objetivo educativo aceptable?

Ha comenzado el curso sin escándalo, pero con desconcierto. La LOMCE se ha puesto en marcha con doce Comunidades en contra y las revisiones curriculares de algunas de ellas se están publicando estos días, comenzado el curso. Hay un baile de asignaturas que produce desajustes entre las distintas Comunidades, lo que hace complicado que un alumno pueda trasladarse de una a otra. Nadie sabe cómo se van a poner en marcha los cursos de orientación. En definitiva, hay un sentimiento generalizado de precariedad y de provisionalidad que no es bueno. Además, padecemos puntillismos asertivos que resultan ridículos. Todo el que tiene autoridad quiere cambiar algo. El responsable de una editorial me ha dicho que habían tenido que hacer 17 libros de texto de Matemáticas diferentes. Como saben, las Comunidades puede decidir el 45 o el 35% del currículo, según tengan lengua propia o no. ¿Qué estamos haciendo mal?

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