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Las cadenas de comida basura van a acabar contigo, pero de una forma que no esperabas
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LA NUEVA CADENA DE MONTAJE

Las cadenas de comida basura van a acabar contigo, pero de una forma que no esperabas

Las cadenas de 'fast food' están acabando con nuestro bienestar, y no únicamente porque, como se ha demostrado por pasiva y por activa, dañen nuestra salud

Foto: Un manifestante durante una protesta contra las condiciones de los trabajadores de McDonald's en Brooklyn. (Reuters/Andrew Kelly)
Un manifestante durante una protesta contra las condiciones de los trabajadores de McDonald's en Brooklyn. (Reuters/Andrew Kelly)

Las cadenas de fast food están acabando con nuestro bienestar, y no únicamente porque, como se ha demostrado por pasiva y por activa, dañen nuestra salud. Como explica el escritor Thomas Frank, autor de La conquista de lo cool (Alpha Decay) en un artículo en Salon, las grandes cadenas de comida basura han instaurado una nueva forma de trabajar que se encuentra a la vanguardia de las innovaciones en el mundo laboral… Y que no son precisamente halagüeñas para el asalariado.

Aunque en EEUU proliferan este tipo de cadenas mucho más allá de las consabidas McDonald’s o Burger King –Frank aporta una larga lista en la que se encuentran algunas desconocidas en nuestro país como Bojangles’ o Arby’s, y otras que están introduciéndose en España como KFC o Taco Bell–, la situación no es tan diferente en otras partes del mundo. En Gran Bretaña, este tipo de establecimientos se encontraron en el punto de mira después del escándalo de los contratos de cero horas, que desveló que un 90% de los trabajadores de McDonald’s estaban contratados bajo dicho régimen. En España también se han producido huelgas aisladas en las que se ponía de manifiesto la distancia entre los beneficios millonarios de las compañías y las condiciones de los trabajadores.

Este es uno de los principales problemas que expone Frank en su artículo, pero no el único. El célebre escritor generaliza algunas de las particularidades de los empleos modernos en un concepto que lo sintetiza todo: la eficiencia fast-food. El autor explica cómo, tras una visita a un local de Waffle House, se dio cuenta de que todo en dichos establecimientos estaba pensado para formar una nueva cadena de montaje que se parece en un alto grado a aquellas que imaginó en su día Henry Ford. En definitiva, aumento de la división del trabajo, control de los tiempos, producción en serie y, sobre todo, reducción de costos.

Las nuevas sweat shops

El gran problema que emana de este tipo de trabajo es que sigue estando asociado con un perfil del empleado que no se corresponde con la realidad. Como recuerda Frank, se trata de empleos que suelen ser vistos como una buena alternativa para estudiantes que tengan que pagarse la universidad o que puedan enfrentarse por primer vez con las obligaciones de la vida adulta en un empleo relativamente sencillo que no marcará su futuro, y en el que no se les exigirá demasiado. Sin embargo, no hay más que darse una vuelta por cualquiera de estos establecimientos para comprobar cómo no es así, ni siquiera en España: “hoy por hoy, los trabajadores de la comida rápida son adultos, a menudo adultos que tienen niños”. En un mercado laboral tan convulso como el que alumbró la crisis, no hay trabajo malo.

Ello provoca que la exigencia del trabajador por su empleo haya aumentado, como demuestra el gran número de protestas que durante los últimos años han surgido ante estas cadenas, y que en el pasado mes de diciembre llegaron a afectar a 190 ciudades americanas. Frank cita una que tuvo lugar en Raleigh en la que los trabajadores gritaban “¡no podemos vivir con 7,25!” (7,25 dólares a la hora, el salario mínimo en Estados Unidos). El énfasis de la protesta se encontraba en la dificultad para llegar a fin de mes, mientras que las cadenas de comida rápida reportan beneficios millonarios en todo el mundo.

“Esa gente que protesta ni siquiera sabe el gran esfuerzo que se hace a la hora de mantener los sueldos tan bajos, a pesar de los enormes beneficios conseguidos por las cadenas”, recuerda Frank, que añade que las condiciones laborales son un prodigio de ingeniería semejante al de la fabricación y distribución de dicha comida, algo que ya expuso Eric Schlosser en su libro Fast Food Nation, posteriormente llevado a la gran pantalla por Richard Linklater, y en el que básicamente contaba cómo la labor en los establecimientos de comida basura se encuentra tan mecanizada que no sólo un empleado puede ser sustituido por otro rápidamente, sino que pronto su lugar puede ser ocupado por máquinas.

Una historia de dos clases sociales

Otro problema añadido para los trabajadores del futuro será la maniquea división entre los celebrados empleadores y las sanguijuelas asalariadas, o al menos eso sugiere Frank. El autor recuerda cómo en 2012 el candidato republicano Mitt Romney aplaudió a Jim Liautaud, fundador de Jimmy John’s Gourmet Sandwiches, como el empresario ideal del liberalismo, ya que es un hombre “que no mira a los gobiernos”. Frente a ellos, se encuentran esos trabajadores nostálgicos del Estado de Bienestar que, como explicaba Owen Jones en Chavs (Capitán Swing), han sido demonizados por pedirle demasiado al Estado.

Los cantos de alabanza son para aquellos emprendedores que maltratan a sus empleados, explica Frank, pero no para los que realizan un trabajo duro. Un caso peculiar son los franquiciados, que por ahora siguen en manos de los pequeños emprendedores pero que poco a poco están siendo liderados por grandes conglomerados, como ocurre con la más importante en Burger King, que se encarga de 566 establecimientos. Más bien, la visión imperante es aquella que señala que si existe trabajo, es gracias al carácter dadivoso de los empresarios y no a aquellos que simplemente quieren hacer un trabajo duro y honesto.

En última instancia, el debate pasa de ser una cuestión de jefes contra empleados para convertirse en la tecnología contra los trabajadores, como ya han avisado algunas investigaciones. Al transferir la responsabilidad a los avances tecnológicos, los dueños de dichas cadenas parecen decir al empleado “si trabajas aquí, es porque queremos, puesto que podríamos sustituirte por una máquina”. Es lo que ocurrió con un anuncio que fue publicado en el Wall Street Journal coincidiendo con las protestas del pasado año, y que avisaba que no se trataba de una guerra contra los jefes, sino contra la tecnología.

Esta visión tiene serias implicaciones para el trabajador, puesto que sugiere que su empleo es producto de un acto de caridad y, por lo tanto, conviene no quejarse demasiado puesto que nuestro amigo el robot nos puede sustituir en cuestión de segundos. Tarde o temprano, concluye Frank, la ideología y la tecnología terminarán por desproveer al trabajador de cualquier tipo de individualidad, al convertirse en una pesada carga para los intrépidos emprendedores que los mantendrán en sus plantillas casi por una cuestión de nostalgia.

Las cadenas de fast food están acabando con nuestro bienestar, y no únicamente porque, como se ha demostrado por pasiva y por activa, dañen nuestra salud. Como explica el escritor Thomas Frank, autor de La conquista de lo cool (Alpha Decay) en un artículo en Salon, las grandes cadenas de comida basura han instaurado una nueva forma de trabajar que se encuentra a la vanguardia de las innovaciones en el mundo laboral… Y que no son precisamente halagüeñas para el asalariado.

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