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¿Salvará a Occidente el capitalismo a la asiática?
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¿Salvará a Occidente el capitalismo a la asiática?

Hace ya tiempo que hablar del milagro asiático dejó de estilarse entre analistas financieros y expertos en economía. En su día, Occidente juzgó milagroso el crecimiento

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¿Salvará a Occidente el capitalismo a la asiática?

Hace ya tiempo que hablar del milagro asiático dejó de estilarse entre analistas financieros y expertos en economía. En su día, Occidente juzgó milagroso el crecimiento de un puñado de excolonias que lo hacían, además, a la sombra de un gigante dormido. El panorama hoy es bien distinto: el gigante ha despertado, las colonias son potencia y la región cicatriza a buen ritmo las secuelas de la década perdida japonesa y la crisis financiera asiática de 1997. Cuando parte de Occidente pasa por su propio calvario financiero, cada día se hace más evidente que por sostenido, predecible y definitivo, lo que ha ocurrido en Asia no es tanto un milagro como sí una fórmula. Y son muchos los que, con grado de timidez variable, empiezan a mirar al Este para averiguar si la solución a su problema pasa por aplicar las maneras asiáticas de hacer economía.

El siglo de Asia

Gonzalo Garland, profesor de IE Business School y experto en entorno económico y países emergentes, explica para El Confidencial que “hay muchas razones para pensar que el XXI será, como se suele decir, el siglo de Asia”. Este doctor en economía apunta que a los gigantes asiáticos tradicionales, como China o India, habrá que sumar en el futuro otros gigantes demográficos “que aún no han despertado y tendrán que hacerlo en algún momento, como Pakistán, Bangladesh o Indonesia”.

Lo cierto es que con casi 4.000 millones de habitantes, sólo el continente asiático aglutina al 60% de la población mundial. Y aunque Garland declina considerar que haya “un modelo asiático como tal”, apunta que el Extremo Oriente –con China, Japón y Corea del Sur a la cabeza– presenta desde hace tiempo “una conciencia regional importante” que racionaliza los esfuerzos de las naciones y contribuye a desplazar el polo económico a esta latitud del mundo. “Uno de los grandes beneficiados es Australia, que es uno de los países industrializados con mejores perspectivas de futuro”.

China deja de ser la gran fábrica del mundo para convertirse en su gran mercado

Coincide con el diagnóstico Guillermo Martínez, coordinador de Programas Económicos y de Cooperación de Casa Asia. “Ha habido un desplazamiento claro del eje de la economía y la política. Europa fue el referente hasta la I Guerra Mundial, después pasó a Estados Unidos y esta primera década constata que éste será el siglo de Asia”. Una región, apunta, “con un amplio margen de crecimiento y que acusa el efecto catch up” –la tendencia de las economías en vías de desarrollo a que su renta per cápita crezca a un ritmo mayor hasta equipararse con la de los países desarrollados–. “China está dejando de ser la fábrica del mundo para convertirse en su gran mercado”, ejemplifica Martínez, que destaca las “dimensiones gigantescas” que están adquiriendo algunas áreas de negocio del país comunista, como la del negocio del lujo o el comercio a través de internet.

Y no hay que olvidar que China o India se están sumando poco a poco a una globalización a la que, hasta hace poco, daban la espalda. “Tradicionalmente, Asia se ha movido en un modelo muy orientado a las exportaciones”, explica Garland, aunque el verdadero salto global sería posterior y tendría a la financiación de deuda soberana como gran protagonista, especialmente desde el inicio de la recesión económica. La inversión nipona en activos estadounidenses ha crecido un 21% sólo en el último año y a día de hoy, China y Japón –con 1.116 y 1.079 billones de dólares invertidos respectivamente– son, con mucha diferencia, los dos grandes acreedores de Estados Unidos. Sirva el ejemplo de que la siguiente nación en la lista es Brasil –con 229 billones– o de que la pequeña Hong Kong compra deuda estadounidense casi en la misma medida con que lo hacen potencias financiadoras como Reino Unido, Rusia o Suiza. A fecha presente, casi ningún analista pone en duda que la táctica de inversión de las potencias asiáticas pasa por la adquisición de activos de peso político, diplomático y geoestratégico a largo plazo.

Capitalismo asiático: cuestión de estilo

Por todo esto, los especialistas se niegan a reducir el éxito de la experiencia asiática a una simple cuestión de población. Para Gonzalo Garland, existen varias lecciones que podemos aprender del modo asiático de hacer economía.

La primera de ellas es el pragmatismo: “Las asiáticas son sociedades en las que se busca lo que funcione mejor. No se pierden tanto en la discusión ideológica”. Además, “las sociedades asiáticas son, por lo general, más ahorradoras, más conservadoras. Tanto las familias como el Estado son más prudentes con el gasto”. Incluso tras la burbuja japonesa de los años noventa, explica Garland, “Japón sigue generando mucha confianza, precisamente porque su población es de las más ahorradoras del mundo”.

La gran habilidad del 'estilo asiático' es su visión a largo plazo

“El modelo educativo asiático es en general de muy alta calidad, aunque está muy cuestionado. Muchos critican su nivel de exigencia o que en muchos casos, premie la efectividad por encima de factores como la creatividad. Lo cierto es que en el informe PISA –una evaluación de los sistemas educativos realizada cada dos años por la OCDE–, Corea del Sur obtiene en muchos parámetros una puntuación que en Europa sólo puede compararse a la de Finlandia”. Sin valorar su mayor o menor bondad pedagógica, Garland explica que el educativo “es sin duda uno de los factores clave en el éxito oriental”.

El último factor –“que en cierto modo engloba a todos los demás”– es la visión a largo plazo. “Los países asiáticos demuestran esta habilidad como ninguna otra región del mundo. Antes de actuar, se preguntan qué quieren conseguir, y en muchas ocasiones tienden a funcionar con planes integrales de cinco años con objetivos concretos. Estratégicamente es muy ventajoso”.

Crecimiento singular, problemas singulares

Por supuesto, no es oro todo lo que reluce. Michael Schuman, reportero económico radicado en Hong Kong, publicaba hace poco un celebrado análisis del fenómeno asiático para Time en el que aducía parte del éxito oriental a que “tradicionalmente, los gobiernos asiáticos han evitado los extensos programas de bienestar populares en Occidente”. La pobreza y las desigualdades sociales son, de momento, consustanciales a una región en la que sólo Japón y los llamados cuatro tigres asiáticos –Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur– son considerados economías desarrolladas en la clasificación del Fondo Monetario Internacional.

Asia es hoy más confiada y empieza a tratar a Occidente de tú a tú

“Si miras en profundidad los países de la zona, tienen muchísimas debilidades”, advierte Guillermo Martínez. Y no hablamos sólo de pobreza: “China, por ejemplo, está creciendo con mucho ritmo, pero tiene graves problemas relacionados con el reparto de la riqueza, la contaminación, la urbanización y la distribución demográfica”. Esto pone a las grandes economías del Índico y el Pacífico ante una problemática singular. En conjunto, van a tener que “dejar de enfocarse en industria pesada y pasar al sector terciario. Es un reto para una economía basada en productos básicos”.

Gonzalo Garland apuesta por no leer la situación oriental como una amenaza inmediata para Europa y Estados Unidos, aunque advierte que la marcha económica abre un nuevo escenario de diálogo cultural a nivel global: “Asia sí que es hoy más confiada y empieza a tratar a Occidente de tú a tú”.

Hace ya tiempo que hablar del milagro asiático dejó de estilarse entre analistas financieros y expertos en economía. En su día, Occidente juzgó milagroso el crecimiento de un puñado de excolonias que lo hacían, además, a la sombra de un gigante dormido. El panorama hoy es bien distinto: el gigante ha despertado, las colonias son potencia y la región cicatriza a buen ritmo las secuelas de la década perdida japonesa y la crisis financiera asiática de 1997. Cuando parte de Occidente pasa por su propio calvario financiero, cada día se hace más evidente que por sostenido, predecible y definitivo, lo que ha ocurrido en Asia no es tanto un milagro como sí una fórmula. Y son muchos los que, con grado de timidez variable, empiezan a mirar al Este para averiguar si la solución a su problema pasa por aplicar las maneras asiáticas de hacer economía.