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¿Sirven para algo los economistas?
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ES MÁS FÁCIL GANAR AL BLACK JACK QUE PREDECIR LA ECONOMÍA

¿Sirven para algo los economistas?

El conocimiento no sirve para nada. Y los economistas, como el resto de expertos de las ciencias sociales, no son más que cuentistas, que pueden encontrar

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¿Sirven para algo los economistas?

El conocimiento no sirve para nada. Y los economistas, como el resto de expertos de las ciencias sociales, no son más que cuentistas, que pueden encontrar una explicación a hechos que ya han ocurrido pero que son incapaces de predecir nada de lo que ocurrirá. Lo único que hacen es vestir de científicas a sus intuiciones, que tienen tanta validez como las de los adivinadores de feria. O, al menos, ese es el tipo de afirmaciones que están implantándose con fuerza no sólo en los foros de debate, sino entre el mismo mundo económico, como prueba el enorme éxito de libros como El cisne negro, de Nassim Nicholas Taleb. Para estas nuevas posturas, vivimos en un mundo en el que no hay certezas, donde las seguridades ya no existen, y donde las verdades del ayer no sirven para hoy. En ese entorno, todo conocimiento experto que pretenda ofrecer un camino sólido no es más, dicen, que una ilusión.

 

Y algo de eso hay, al menos en la medida en que los datos que tenemos a nuestra disposición y las conclusiones que podemos extraer de ellos no nos ofrecen un mapa completo de la realidad; no son más que lecturas parciales que no nos permiten prever fiablemente el conjunto. Y ello es así, como señala Rafael Hurtado, profesor de Finanzas en el IE Business School, porque la economía posee algunos elementos que la hacen más frágil que otras disciplinas científicas. Como su juventud: “Los datos de que disponemos apenas se remontan al siglo pasado. Por ejemplo, llevamos calculando el PIB desde los años 40 nada más”. Además, tampoco la información con la que contamos nos resulta del todo útil, en tanto viene referida a tiempos sustancialmente distintos de los nuestros. “No podemos comparar la crisis actual con la vivida en los años 30. Es como comparar las guerras del siglo XIX con las actuales”.

Como tercer elemento que explicaría la fragilidad en los diagnósticos de la economía, encontraríamos, según Hurtado, “la imposibilidad de realizar experimentos por cuestiones éticas. No puedes decir: vamos a coger a la mitad del mundo y que viva según un sistema económico y la otra mitad que aplique otro, a ver qué pasa. En psicología, por ejemplo, se han llevado a cabo muchos microexperimentos de laboratorio. En economía, no”. Y, por fin, habríamos de reparar en aquellos hechos cuya posibilidad conocemos pero que, como son poco probables, no les tomamos en cuenta. “En alguna ocasión a lo largo de la historia, el río Támesis se ha helado a su paso por Londres. Pero aunque exista la posibilidad de que se vuelva a repetir, ningún operador lo toma en cuenta. También existe la posibilidad de que caiga un meteorito sobre la Tierra, pero actuamos como si no fuera a ocurrir nunca”. Y, en economía, y a eso se refiere Nassim Nicholas Taleb con la expresión Cisnes negros, estos hechos posibles pero nada probables, a veces acontecen…

Sin embargo, todo estos reparos no implican, para Hurtado, que hayamos de renunciar al conocimiento científico. Más al contrario: “Aquellos que piensen que el conocimiento es caro, que prueben con la ignorancia y ya verán. Al igual que Churchill decía que la democracia era la peor forma de gobierno exceptuando todas las demás, podríamos afirmar que nuestro sistema científico es malo pero es el mejor de los que disponemos”. Porque estas posturas que niegan la validez de los expertos no hacen más que llevar la crítica a un extremo erróneo. “No podemos decir que la arquitectura no vale porque de vez en cuando a un arquitecto se le caiga un puente”.

El petróleo y el euribor: los extremos se tocan

En un sentido similar opina el periodista Carlos Salas, autor de La crisis explicada a sus víctimas (Áltera Editorial). Según Salas, es cierto que los datos de los que disponemos son incompletos y que, por tanto, nos movemos en entornos difícilmente predecibles donde nuestras posibilidades de acierto son necesariamente limitadas Y un buen ejemplo es la crisis. “Era muy difícil prever que el precio del petróleo iba a ascender a su máximo histórico  y que, en ese mismo año, iba a caer a uno de sus mínimos históricos. Tampoco era fácil adivinar que el Euribor iba a alcanzar máximos para luego caer a mínimos”. Desde esa perspectiva, “es más fácil  conocer las cartas que te tocarán en el Black Jack, si tienes un método estadístico fiable, que predecir los grandes sucesos económicos”. Hay teorías, señala Salas, según las cuales si supiéramos la posición de cada átomo en el universo podríamos predecir lo que pasaría a continuación. Pero lo único que ponen de manifiesto tales teorías es “la imposibilidad de recoger una información tan extensa y precisa”.

Ahora bien, esta dificultad predictiva, que tanto resalta Taleb, no implica que no apareciesen signos inequívocos en el horizonte que hubieran debido generar las necesarias precauciones entre los operadores financieros y los responsables públicos. “Tanto los institutos de análisis económico como los expertos de los distintos gobiernos habían comenzado a percibir señales de alarma desde principios del 2003. Y, siendo cierto que hubo economistas que avisaron de lo que se estaba fraguando, también lo es que cuando vives en una borrachera de crecimiento se te nubla la vista”. Ese fue el caso del gobierno español: “Estando en periodo preelectoral, y cuando vas a presentar un balance al pueblo muy positivo (gran descenso del paro, superávit fiscal y de la Seguridad Social, la bolsa en su máximo histórico), no se atrevieron a tomar medidas de control sobre el dinero, el consumo o las hipotecas”. La pregunta que queda en el aire, según Salas es “si el gobierno hubiera intervenido a tiempo de no haber existido elecciones”.

Nadie quiso saber quién era verdaderamente Madoff

Claro que quizá no se trate tanto de si los gobiernos miraron hacia otro lado o si el azar irrumpe definitivamente en nuestras vidas sin ninguna clase de aviso. Porque, en el caso de la crisis es materia indiscutida que se dieron las señales suficientes como para haber producido alguna clase de reacción. Como asegura José Villacís, profesor de Macroeconomía de la Universidad CEU-San Pablo, “todo el mundo veía cómo las urbanizaciones crecían a diario, cómo los productos financieros se hacían más ininteligibles, cómo el juego de las finanzas se hacían más complejo. Pero les daba igual, porque todos estaban ganando dinero”. Y es que, asegura Villacís, sabemos que “todas las crisis han venido precedidas de gran euforia en el mercado especulativo. Y se trata de una euforia que también emborracha a los técnicos”. Y a los operadores económicos. Porque “los grandes bancos y los grandes especialistas financieros confiaron en estafadores y no quisieron darse cuenta de lo que eran. Cuando gente como Madoff daba grandes benéficos y repartía grandes cantidades, todos cerraban los ojos”.  En definitiva, que no se trata tanto de que no tengamos a nuestra disposición los datos necesarios para conocer lo que ocurre, sino que el asunto de fondo es que no queremos saber.

En definitiva, que en muchas ocasiones se culpa a la ciencia económica de errores que no le son propios. Como afirma Hurtado. “El PIB mundial se ha multiplicado por 7 en (relativamente) poco tiempo a causa de las invenciones tecnológicas y del uso del capital, pero también porque el manejo de la economía es mejor que en el pasado”. Esa validez de los análisis y las predicciones económicas no implica, sin embargo, que puedan ofrecer certezas definitivas. Ni tampoco son exigibles, en la medida en que tampoco se las pedimos a otras ciencias. “Si vas al médico y le preguntas si fumar es malo te dirá que sí, pero no puede asegurar si eso te va a causar una enfermedad mortal y cuándo. El médico te contestará que fumar aumenta las posibilidades de contraerla, pero no te puede decir nada más. Con la economía ocurre algo similar”.

El conocimiento no sirve para nada. Y los economistas, como el resto de expertos de las ciencias sociales, no son más que cuentistas, que pueden encontrar una explicación a hechos que ya han ocurrido pero que son incapaces de predecir nada de lo que ocurrirá. Lo único que hacen es vestir de científicas a sus intuiciones, que tienen tanta validez como las de los adivinadores de feria. O, al menos, ese es el tipo de afirmaciones que están implantándose con fuerza no sólo en los foros de debate, sino entre el mismo mundo económico, como prueba el enorme éxito de libros como El cisne negro, de Nassim Nicholas Taleb. Para estas nuevas posturas, vivimos en un mundo en el que no hay certezas, donde las seguridades ya no existen, y donde las verdades del ayer no sirven para hoy. En ese entorno, todo conocimiento experto que pretenda ofrecer un camino sólido no es más, dicen, que una ilusión.

Economía sumergida