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Bienvenidos a 'La Jungla' de Calais, el territorio sin ley que avergüenza a Francia
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"NO HAY REGISTRO DE LA GENTE QUE VIVE AQUÍ"

Bienvenidos a 'La Jungla' de Calais, el territorio sin ley que avergüenza a Francia

Viajamos a uno de los campamentos de refugiados más grandes de Europa. "Un territorio sin ley", según denuncian los cooperantes, ubicado a las afueras de Calais, lejos de la vista de vecinos y turistas

Foto: Una imagen aérea muestra el campamento de refugiados e inmigrantes bautizado como 'La Jungla', en Calais, el 21 de julio de 2015 (Reuters).
Una imagen aérea muestra el campamento de refugiados e inmigrantes bautizado como 'La Jungla', en Calais, el 21 de julio de 2015 (Reuters).

Un azul intenso y una temperatura agradable invitan a Abder Rahman a sentarse en la puerta de su hogar para contemplar el ir y venir de la gente en una mañana de domingo. En un trozo de madera que sirve como entrada a su vivienda, se lee en árabe "Aldibaiba". Es el nombre de la aldea donde nació Abder hace 23 años en Sudán. Pero ni se encuentra en su país ni en su casa, sino en uno de los campamentos de refugiados más grandes de Europa, conocido como ‘La Jungla’, en Calais, Francia.

Su hogar es, en realidad, una chabola levantada con plásticos y trozos de madera que comparte con otras siete personas desde hace dos meses. “Un día participé en una manifestación y las fuerzas de seguridad del Gobierno me ficharon. Si me quedaba en Sudán, me mataban”, cuenta Abder.

La pequeña 'vivienda' es una más de los miles de chabolas y tiendas de campaña que se han levantado de forma improvisada en este campamento, antiguamente un vertedero, donde viven entre 3.000 y 4.000 personas. No hay cifras oficiales.

“Es el campo de refugiados más desorganizado que he visto nunca”, afirma Pierre-Pascal Vandini, quien lleva más de 30 años trabajando para Médicos Sin Fronteras. “No hay un registro de la gente que vive aquí. Nadie les informa de sus derechos. Es un territorio sin ley”, denuncia este cooperante.

No hay un registro de la gente que vive aquí. Nadie les informa de sus derechos. Es un territorio sin ley

‘La Jungla’ es un espacio en constante cambio con nuevas tiendas que los recién llegados montan cada día y que se organiza según el país de origen. Los barrios sirio, afgano, eritreo, etíope y paquistaní conforman este lugar que aglutina algunos de los grandes conflictos del mundo a las afueras de Calais, a tan solo siete kilómetros de la ciudad. “Están aquí porque así están fuera de la vista de los vecinos y turistas. Antes había gente acampada en el centro pero ahora está prohibido. A todos les mandan a este descampado”, apunta una voluntaria francesa.

Ante la falta de ayuda por parte del Gobierno francés, la balanza se equilibra con la presencia de ONGs y voluntarios que han ayudado a convertir este campo de lodo en un barrio de chabolas con una pequeña escuela, una biblioteca y una iglesia. El templo, que se encuentra en el barrio eritreo, es una de las estructuras más altas, apuntalada con listones de madera y lonas blancas de plástico con dos cruces de madera en lo alto. En el interior, imágenes de la Virgen y velas adornan la estancia.

Ahmal pasa por delante de la iglesia a toda prisa en dirección a la biblioteca. Quiere conseguir algún libro con el que aprender inglés. A base de gestos y monosílabos explica que llegó a ‘La Jungla’ hace apenas unas semanas con su mujer y dos hijos. “Nos marchamos de Siria huyendo de Daesh (el Estado Islámico) y esperamos llegar a Reino Unido”, dice. Una voluntaria encuentra, entre diccionarios, copias de la Biblia y novelas, un libro infantil con el abecedario con dibujos que entrega a Ahmal, quien se marcha con una sonrisa.

‘La Jungla’ se ha convertido para muchos en una sala de espera, de la que desean salir lo antes posible. Said Mohamed lleva dos meses en el campamento y su objetivo es “¡Reino Unido, Reino Unido, Reino Unido! La parte más difícil de este viaje es llegar hasta allí, el resto de problemas podemos afrontarlos. Solo necesitamos paciencia porque no tenemos otra opción. En Francia no nos tratan bien”.

El trasiego de coches y furgonetas es constante durante todo el día en el campamento. “Se nota que es fin de semana. El sábado pasado era imposible andar por aquí. Había un montón de coches y furgonetas de voluntarios que habían venido para repartir comida y ropa”, dice Vandini. En una de las colas que se forman hoy se reparte sopa y arroz con vegetales, que entregan unos jóvenes musulmanes de Londres. Los refugiados esperan pacientes, enfundados en chaquetas de traje tres veces más grandes que ellos, con deportivas, chanclas y zapatos de punta de oficina. Un mosaico de estilos y prendas donadas en semanas anteriores.

Algunos refugiados pasan las horas con sus quehaceres diarios. Cuatro hombres se descalzan y cruzan una hilera de botellas llenas de arena que delimitan el terreno donde se han desplegado varias alfombras. Es la hora del rezo. Enfrente, un hombre sentado encima de una maleta abierta llena de ropa se encuentra inmerso en la lectura del Corán sin que el bullicio a su alrededor le distraiga.

No muy lejos, tres amigos etíopes aprovechan la tarde soleada para lavar su ropa sucia en pequeños barreños en uno de los puntos de agua potable distribuidos por el campamento. Estas fuentes son usadas al mismo tiempo por otros para rellenar garrafas o para darse una ducha rápida de agua fría rodeados de basura. En todo el campamento hay 40 aseos móviles, uno por cada 75 personas, muy por debajo del mínimo de uno por cada 20 establecido por la agencia de la ONU para los refugiados en situaciones de emergencia. Un estudio reciente realizado por la Universidad de Birmingham confirmaba “las pésimas condiciones” del campamento, que “no cumple los mínimos de saneamiento e higiene establecidos por las organizaciones internacionales”.

Cuando dan las cinco de la tarde, las bicicletas toman los caminos de barro. Es la forma de transporte favorita para moverse por ‘La Jungla’ y llegar así de los primeros al Centro Jules-Ferry, donde se reparte una comida caliente al día. En este centro, con capacidad para 100 personas, se alojan la mayoría de mujeres y niños del campamento. De 12 a seis de la tarde, los hombres pueden entrar para darse una ducha o cargar sus teléfonos móviles, una de sus pertenencias más valiosas, pues son la única forma de mantenerse en contacto con sus familias. Algunos se sientan en lo alto de las colinas para recibir mejor señal, pero Khaled Zekoo tiene cobertura dentro de su tienda de campaña. “Por ocho euros tengo 500MB y puedo usar Voca, Viber y Skype para hablar con mi familia y amigos en Sudán”, dice sin despegar la mirada de la pantalla de su 'smartphone'.

Bares para "olvidar"

Al atardecer, los barrios afgano y etíope se convierten en las zonas más concurridas del campamento, donde se concentran chabolas convertidas en ‘bares’ y ‘restaurantes’. En uno de los 'bares', una mujer limpia con un trapo las viejas sillas y mesas de madera. El techo está adornado con telas de diferentes colores y materiales. Lo único que no ha sido retocado es el suelo de barro.

Unos clientes conversan animadamente con una cerveza, otros con café y té. Todo a un euro. En una de las mesas está Getet Sadhen, que llegó de Eritrea hace siete meses. Saca un pequeño papel doblado de su bolsillo donde tiene apuntada su travesía de más de 5.000 kilómetros: Sudán, Libia, Italia, donde llegó en una barca patera con otras 485 personas, Milán, Niza, Marsella y finalmente Calais. Su última parada espera ser Reino Unido, donde vive uno de sus hermanos.

“Me tuve que marchar de Eritrea porque me perseguían por ser cristiano. Tres de mis amigos no tuvieron la misma suerte de escapar y fueron asesinados”, relata Sadhen. En ese momento sus ojos se llenan de un vacío y silencio que inundan la sala. Decide que es hora de irse.

“Muchos acuden a estos bares por la noche cuando se sienten tristes y frustrados. Quieren olvidar”, explica Vandini, el cooperante.

A medida que la oscuridad se apodera de ‘La Jungla’, los coches y furgonetas de voluntarios desaparecen, las colas para la comida se rompen y cada uno vuelve a su respectivo 'barrio'. A la salida del campamento, se ven algunos refugiados portando grandes bolsas en dirección al centro de Calais, en concreto a la terminal del eurotúnel. Probarán, una vez más, suerte esta noche.

Un azul intenso y una temperatura agradable invitan a Abder Rahman a sentarse en la puerta de su hogar para contemplar el ir y venir de la gente en una mañana de domingo. En un trozo de madera que sirve como entrada a su vivienda, se lee en árabe "Aldibaiba". Es el nombre de la aldea donde nació Abder hace 23 años en Sudán. Pero ni se encuentra en su país ni en su casa, sino en uno de los campamentos de refugiados más grandes de Europa, conocido como ‘La Jungla’, en Calais, Francia.

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