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De Caixa Popular a Caixa Ontinyent: las aldeas galas que resisten a la concentración
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De Caixa Popular a Caixa Ontinyent: las aldeas galas que resisten a la concentración

Sobrevivieron al tsunami que arrasó a Bancaja, CAM o Banco de Valencia. Las pequeñas cajas reivindican con cuentas saneadas su modelo de proximidad y su función social frente a la gran banca

Foto: Un pleno de las Cortes valencianas que elegía consejeros de cajas. (EFE)
Un pleno de las Cortes valencianas que elegía consejeros de cajas. (EFE)

Corría finales de la década de los ochenta del siglo pasado. El fallecido magistrado del Tribunal Supremo Vicente Luis Montés, que entonces ejercía de catedrático de Derecho Civil por varias universidades, ya vio en la caja de ahorros de su localidad natal, Caixa Ontinyent, una clara analogía con la aldea gala de Astérix y Obelix, símbolo metafórico de la resistencia del pequeño frente a la fuerza homogeneizadora del grande. Los responsables institucionales de la época, tanto en el Banco de España como en la Generalitat valenciana, se empeñaban en empujar a la entidad al proceso de concentraciones que posteriormente dio lugar a Bancaja. Los de Ontinyent se negaron en redondo. Aguantaron la presión y defendieron su modelo de caja pequeña.

Durante dos décadas, esta caja de ahorros quedó marginada en el mapa financiero autonómico y nacional, mientras su prima hermana crecía y crecía subida a la ola imparable del crédito inmobiliario y la bancarización tutelada desde consejos de administración repletos de representantes elegidos por partidos políticos.

Hasta que en 2010 la burbuja estalló. Bancaja y Caja Madrid protagonizaron la fusión que dio nacimiento a Bankia; el Banco de España hizo caer a la CAM, que pasó a manos del Banco de Sabadell, e intervino en noviembre de 2011 al Banco de Valencia, que adjudicó a CaixaBank a principios de 2012 por un euro. En poco más de año y medio, el promiscuo sistema financiero autóctono se convirtió en un páramo.

¿Todo? ¡No! Caixa Ontinyent y Caixa Popular, dos aldeas galas (por usar la expresión de la serie popularizada por Goscinny y Uderzo), irreductibles a la tentación del ladrillo, sobrevivieron y a día de hoy siguen haciéndolo hasta haberse convertido en raras avis, junto a otras pequeñas entidades dentro del concentrado sistema financiero español dominado por los seis grandes bancos del país (Santander, BBVA, CaixaBank, Bankia, Sabadell y Popular).

"Nosotros estamos demostrando que la eficiencia y la rentabilidad no necesariamente van ligadas al tamaño", afirma Rosendo Ortí

“Se está volviendo a trasladar el mensaje por los reguladores de que en este entorno de tipos cero hay que seguir concentrando y que el modelo solo tiene futuro si hay una reducción de costes brutal, cerrando oficinas y haciendo despidos. Pero nosotros estamos demostrando que la eficiencia y la rentabilidad no necesariamente van ligadas al tamaño”, explica a El Confidencial Rosendo Ortí, director general de Caixa Popular. Esta pequeña cooperativa de crédito, la mayor de la provincia de Valencia, pero de tamaño medio en su segmento, cerró 2015 con crecimiento del beneficio bruto del 18% (6,2 millones después de dotaciones) y un volumen de depósitos de 1.267 millones, un 15% por encima de 2014.

placeholder Vicent Ortiz, portavoz de Caixa Ontinyent. (CO)
Vicent Ortiz, portavoz de Caixa Ontinyent. (CO)

Las cifras son similares a las de Caixa Ontinyent, que con cerca de 100.000 clientes movió el año pasado un volumen de negocio de 2.152 millones entre depósitos, créditos e inversiones y logró cerrar con un beneficio de 4,6 millones, un 12,12% más. Tanto Ontinyent como Popular presentan ratios de capital que les permiten cumplir con los exigentes requisitos de solvencia que marcan los reguladores (algo más ajustado, en el caso de la primera).

Cajas rurales: 59.000 millones en activos

La clave de su éxito no está tanto en sus números como en el modelo que representan. “Con el tema de la banca electrónica y las concentraciones, se han cerrado muchas oficinas. Los grandes bancos han desaparecido de algunas zonas, donde solo quedamos las entidades pequeñas, cajas rurales o cooperativas de crédito que podemos prestar servicios de proximidad”, explica Vicent Ortiz, portavoz de Caixa Ontinyent.

Ciertamente, pese al tsunami que arrasó a la mayor parte de cajas de ahorros (solo quedan las de Ontinyent y Pollença; otras como La Caixa o Cajastur se reconvirtieron en bancos), todavía persisten algo menos de un centenar de cajas rurales o cooperativas de crédito que han hecho de la cercanía, su obra social y el conocimiento de su entorno más directo un valor diferencial frente a los gigantes del sector. La mayor parte se agrupa en la Asociación Española de Cajas Rurales, un instrumento de coordinación que les permite compartir desde servicios informáticos y de datos (Rural Servicios Informáticos, RSI) hasta compañía de seguros (Seguros RGA). Los números de esta agrupación no son para nada despreciables: 2.700 oficinas, 59.000 millones en activos, 9.162 empleados y 4.400 millones en fondos propios.

Por tener, tienen hasta un banco, el Banco Cooperativo Español, que les sirve de central bancaria, y un fondo de solidaridad para solventar problemas puntuales de solvencia. El modelo sigue la estela del DZ Bank alemán, que compagina el formar parte de un grupo con el mantenimiento de la autonomía y la independencia en las decisiones estratégicas y la gestión diaria. Los asociados de mayor tamaño son Cajamar, que opera en todo el territorio nacional, o Globalcaja, con presencia en Valencia, Madrid, Castilla-La Mancha o Murcia.

placeholder Los números de la Asociación Española de Cajas Rurales. (Caixa Popular)
Los números de la Asociación Española de Cajas Rurales. (Caixa Popular)

El futuro de las cajas rurales y las cooperativas de crédito no está definido. El ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos, anunció en 2014 una nueva regulación para este segmento del sector financiero que dos años después no ha concretado. La resistencia de las entidades es importante, porque temen que el Gobierno y la Comisión Europea les obliguen a iniciar un proceso de fusiones que poco a poco aboque a la desaparición de su modelo.

El director general de Caixa Popular aprovecha cada acto público o encuentro con dirigentes políticos para mostrar sin complejos su oposición a esa concentración y a “la música que suena” en los despachos del Banco de España. “El BBVA sostiene que dentro de poco todo será digital, pero nosotros pensamos que se puede convivir con una red física de oficinas e, incluso, como en nuestro caso, abrir todas las tardes, porque da un valor añadido a internet y el cajero. ¿Por qué renunciar a eso?”, explica Rosendo Ortí. “Yo no quiero ser el BBVA o el Santander”, insiste.

Los riesgos de la exclusión financiera

“El último informe de Deloitte sobre el sector bancario sostiene que los bancos tienen que incrementar su negocio o rebajar sus costes”, afirma Vicent Ortiz. “Esto implica menos oficinas y menos personal. Realmente, hay un riesgo de exclusión financiera, sobre todo en zonas rurales o más deprimidas económicamente, porque los bancos se están yendo donde ganan más dinero. Nuestra política no es esa. Nosotros abrimos oficinas y además de generar beneficios tenemos una función social”, añade el portavoz de la caja de ahorros.

La naturaleza social de este tipo de entidades (que no reparten beneficios y que los revierten en gran parte en su propio capital, lo que año a año ayuda a reforzar su solvencia) las lleva a promover todo tipo de iniciativas de corte cultural o benéfico muy vinculadas al territorio en el que operan. Los patrocinios en el caso, por ejemplo, de Caixa Ontinyent y Caixa Popular alcanzan desde clubes y competiciones deportivas locales a escuelas infantiles, centros de salud y de discapacitados, acciones en campus universitarios o publicaciones de libros y discos. Caixa Popular favorece como entidad de crédito iniciativas ligadas al universo del cooperativismo, como cooperativas de enseñanza o de trabajo social. “Estas entidades se fundaron pensando en el servicio y la contribución a la sociedad. En eso es en lo que tenemos que pensar”, concluye Vicent Ortiz.

Corría finales de la década de los ochenta del siglo pasado. El fallecido magistrado del Tribunal Supremo Vicente Luis Montés, que entonces ejercía de catedrático de Derecho Civil por varias universidades, ya vio en la caja de ahorros de su localidad natal, Caixa Ontinyent, una clara analogía con la aldea gala de Astérix y Obelix, símbolo metafórico de la resistencia del pequeño frente a la fuerza homogeneizadora del grande. Los responsables institucionales de la época, tanto en el Banco de España como en la Generalitat valenciana, se empeñaban en empujar a la entidad al proceso de concentraciones que posteriormente dio lugar a Bancaja. Los de Ontinyent se negaron en redondo. Aguantaron la presión y defendieron su modelo de caja pequeña.

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