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David Rieff: "La democracia retrocede en todo el mundo y la tecnología no nos salvará"
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'elogio del olvido'

David Rieff: "La democracia retrocede en todo el mundo y la tecnología no nos salvará"

El historiador y analista político estadounidense reincide en su ataque a la consideración social de la memoria y en la celebración del olvido en su último libro

Foto: David Rieff. (EFE)
David Rieff. (EFE)

Nuestras más firmes tradiciones se inventaron anteayer. Las naciones más antiguas de la Tierra apenas existen desde hace un abrir y cerrar de ojos. Las creaciones humanas más monumentales, las hazañas más imponentes y las sociedades que las erigieron, todo, todo se olvidará. El Eclesiastés es tan claro como escalofriante: "No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después". Pero entonces, si el olvido es la regla y la memoria un pío deseo, ¿no hay algo sospechoso en el empeño por recordar que recorre el mundo actual? ¿Y si la memoria -o más bien la memoria histórica en su versión posmoderna- sirviera más bien de trampantojo a intereses políticos no siempre benignos que alimentan el resentimiento y enquistan los conflictos? Entonces, ¿no sería mejor olvidar?

Foto: Cráneo de neandertal utilizado por el equipo internacional de investigadores, con participación española, que descifró el primer borrador del genoma del neandertal. Foto: EFE

Tal era la tesis que el historiador, periodista y analista político estadounidense David Rieff (Boston, 1952) defendía en un libro breve y decisivo publicado en 2009 y titulado 'Contra la memoria' que desbordó los cauces habitualmente asumidos sobre la memoria histórica que sigue a los conflictos. Ahora, el hijo de Susan Sontag que narró descarnadamente en un libro anterior cómo el optimismo de su madre- referencia capital de la intelectualidad progresista norteamericana del pasado siglo- le impidió despedirse de ella cuando el cáncer la devoró, amplía aquel texto con nuevos capítulos, nuevas ideas e idéntico e indomable pesimismo en 'Elogio del olvido' (Debate), recién llegado a las librerías españolas. Cuando le preguntamos a Rieff si su pesimismo se nutrió de aquellos hechos, esboza una sonrisa triste: "No, mi madre no tuvo nada que ver: yo nací pesimista".

¿Por qué reescribir ahora aquel título que nació de una conferencia y acabó publicado en una colección de pequeños ensayos sobre temas polémicos? "Bueno, creo que, si hubieran podido reescribir sus libros, muchos autores lo habrían hecho. Cuando mis editores me ofrecieron la posibilidad de cambiarlo, de modificar el estilo y de añadir nuevos textos sobre los Estados Unidos, por ejemplo, pensé: '¿por qué no?'". De hecho, el libro ha vivido un gran éxito en Estados Unidos, donde no se publicó la primera versión. La sustitución en el título del "en contra" por el "elogio" no obedece a ninguna actitud positiva, advierte este caballero de la orden de los pesimistas extraordinarios. "No fue más que una decisión editorial para diferenciar el segundo libro del primero".

David Rieff nos recibe en un hotel de Madrid con un perfecto español. Es alto y corpulento, sonríe constantemente mientras busca la respuesta adecuada y se excusa al pedir antes que nada un café doble: "He tratado muchos años con cubanos, puedo beberme unos diez al día..."

P. Afirma que la historia demuestra que toda sociedad sin excepción es tan perecedera como los seres humanos individuales y que afirmar lo contrario es una tarea inútil. Pero aunque sea inútil, ofrece un indudable consuelo. ¿La memoria es una de esas ficciones útiles como la religión o el libre albedrío que necesitamos para que la sociedad no se desmorone?

R. No me gustaría que se interpretase que considero la memoria completamente inútil. Lo que defiendo es que tenemos el derecho a olvidar y que no existe ningún obstáculo moral para ello. No intento, aunque pueda parecer lo contrario, poner del revés el famoso aforismo de Santayana, lo de que "aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". Creo, al contrario, que hay situaciones en las cuales es mejor recordar, como por ejemplo en la Sudáfrica posterior al apartheid. Pero en otros casos, como en los Balcanes, o en el conflicto entre Israel y Palestina, el olvido serviría mejor a los intereses de la paz.

P. Como prueba de la debilidad de la memoria enumera casos de celebraciones históricas, como la guerra de secesión, en las que lo sucedido realmente ha sido completamente adulterado y, por ejemplo, la Causa Perdida confederada tiene más poso que la victoria del norte antiesclavista. Pero que la historia se manipule o reescriba no significa que no pueda ser fijada con rigor. ¿Lo contrario no nos lleva a una peligrosa deriva posmoderna que nos incapacita para entender nada?

R. En un sentido entendemos muchas cosas pero, en otro, se puede decir que no entendemos absolutamente nada. Por ejemplo, en la relación entre nosotros y el pasado, o entre nosotros y el futuro. Un tópico humano afirma que el pasado se dirige a nosotros pero pronto nosotros mismos seremos el pasado y otros seres humanos pensarán que sólo fuimos su propio prólogo.

P. Citaba antes el célebre aforismo de Santayana tan unánimemente aceptado. Enmendarlo como hace usted casi parece herético. Los que lo enarbolan defienden, por ejemplo, que recordar el holocausto nos hace más resistentes frente a su hipotética repetición futura. Usted responde que eso es “pensamiento mágico”.

R. Es pensamiento mágico y también es de alguna forma pensamiento 'kitsch', tal y cómo lo acuñó Kundera, esto es, cuando defiendes una opinión porque te hace pensar mejor de ti mismo. La historia no se repite, nada se repite. Hay quien defiende que lo de Santayana era en realidad un comentario sobre la famosa frase de Marx de que la historia se repite la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. No lo sé, pero creo que, en cualquier caso, no hay ninguna evidencia empírica que avale lo que dice Santayana. Tras el holocausto de los judíos por los nazis se dijo "Nunca más" y trece años después entre quince y cuarenta millones de personas morían en la gran hambruna de la China de Mao. Cuando decimos "nunca más" sólo nos adulamos a nosotros mismos y una de las marcas más desagradables de nuestra época es la autoadulación.

Al decir "nunca más" sólo nos adulamos a nosotros mismos y una de las marcas más desagradables de nuestra época es la autoadulación

P. El nacionalismo parece un ejemplo de mal uso de la memoria porque la memoria colectiva, advierte, conduce en más ocasiones a la guerra antes que a la paz. ¿Todo nacionalismo está condenado a ser un sucedáneo perverso del romanticismo?

R. ¡Pero es que no existe la memoria colectiva! La memoria, en un sentido estricto, sólo puede ser la memoria individual. Cuando empezamos a hablar en términos de memoria colectiva entramos irremediablemente en el romanticismo. Toda defensa de una identidad colectiva es romántica. Imaginarse parte de un pueblo o de un gran movimiento es siempre una versión del romanticismo.

P. En España la memoria histórica cuenta desde 2007 con su propia ley y ha protagonizado durante los últimos años el debate político. Y sin embargo, y a la contra de alguna forma de sus propias tesis, al comentar el caso español usted le quita importancia porque, en realidad, la rememoración de la guerra civil ya no significa nada para los españoles.

R. Podemos decir que, después de la muerte de Franco, lo más importante era lograr una transición pacífica. Y yo no acepto lo que afirman los defensores de los derechos humanos, que no es posible la paz sin justicia. Al contrario, hay muchos ejemplos en los cuales tenemos paz sin justicia o peor: justicia sin paz. Hay circunstancias históricas en las que hay que elegir. Dicho esto, creo que hoy en España ya no hay ningún peligro político en reivindicar la memoria histórica. Pero es evidente que quienes la reivindican lo hacen políticamente, repudian el franquismo y están recreando así la memoria y la historia del país.

En España ya no hay ningún peligro en reivindicar la memoria histórica. Pero es evidente que quienes la reivindican lo hacen políticamente

P. ¿Conoce ‘La ciudad dividida', de la escritora francesa Nicole Loreaux? 'Elogio del olvido' me ha recordado mucho a su obra...

R. Sí, escribe sobre la amnistía ateniense, es muy interesante.

P. Eso es, recuerda cómo tras la victoria de los demócratas contra los 30 tiranos en la guerra civil del 403 a. C. tuvo lugar la primera amnistía de la historia. Los ciudadanos atenienses se conjuraron para no recordar ni las violencias pasadas ni los muertos, para olvidar juntos “los males del pasado”. ¿En la amnistía lo que está en juego es el olvido o, más bien, el perdón?

R. Esa es la crítica más interesante de las que me suelen hacer, que no entiendo en realidad la naturaleza del perdón. Y tienen razón, no entiendo el perdón, no entiendo cómo se puede perdonar. ¿Cómo va a perdonar un sudafricano negro las torturas y el asesinato de su padre en los tiempos del apartheid? ¿O un familiar de un desaparecido del franquismo? Está bien comprender la verdad, signifique lo que signifique, pero no parece eso sólo lo que buscan las víctimas, sino también un castigo. Así que sí, es correcto, tengo una visión demasiado pesimista, o tal vez calvinista, de la vida.

Está bien comprender la verdad, signifique lo que signifique, pero no parece eso sólo lo que buscan las víctimas, sino también un castigo

P. Me interesa su visión de la inmigración porque el discurso antimigratorio actual parece reprochar a los inmigrantes que lleguen con su memoria -machista, antidemocrática, etc- a cuestas y sin embargo usted opina lo contrario: el multiculturalismo debilita la identidad nacional y eso puede ser positivo...

R. Sí, aunque muy raramente hablo yo en términos positivos, jajaja. Las migraciones no son buenas o malas, son un hecho. Como la lluvia. Sólo se pueden gestionar. Cuando los progresistas americanos se burlan del muro de Trump se equivocan.

P. ¿Usted es partidario del muro de Trump?

R. ¡No lo soy de ninguna manera! Pero me parece una tontería biempensante imaginar que es algo excepcional o que no va a ser eficaz. En Ceuta y Melilla hay muros exactamente iguales. No soy partidario porque no me parece que deba ser la prioridad de nuestro gobierno, pero no se puede hablar en serio de una política de inmigración sin hablar de una política de deportaciones. La izquierda dura que habla de papeles para todos y de fronteras abiertas muestra sin duda una posición consistente y coherente. Tan coherente como la contraria.

P. ¿La victoria de lo que llama "nueva era del resentimiento" es imparable? ¿Las sociedades abiertas corren el riesgo de ser sustituidas inevitablemente por sociedades más cerradas?

R. Hemos llegado al punto maximal de la democracia. En el futuro los países democráticos van a ser cada vez menos democráticos La democracia está en retroceso en todo el mundo.

El desafío actual que enfrentamos las sociedades abiertas es el desafío del capitalismo autoritario, perfectamente sofisticado en lo tecnológico

P. ¿Pero la historia no demuestra que, a medida que la técnica avanza y alcanza una cierta masa crítica, funcionan mejor las sociedades abiertas que las cerradas y se hace imposible la victoria de estas últimas?

R. No veo esa contradicción entre una sociedad autoritaria y la tecnología avanzada. Piense por ejemplo en China. Al contrario, el desafío actual que enfrentamos las sociedades abiertas es el desafío del capitalismo autoritario, perfectamente sofisticado en lo tecnológico. La tecnología no va a salvarnos.

P. En un libro anterior, ‘El oprobio del hambre' cargaba contra las vanas esperanzas de los que llama tecnoutopistas de que estemos a punto de acabar definitivamente con el hambre, la guerra o, por qué no, incluso con la muerte.

R. Todas las esperanzas son por definición vanas.

Estamos tocando ahora los límites del progreso y que vamos a regresar a la norma. Y la norma será menos liberal y mucho más violenta

P. Perdone la simplificación pero adoro las batallitas y parece que a los discursos radicales como los de Steven Pinker o Raymond Kurzweil le ha seguido una suerte de reacción pesimista en la que encontraríamos a gente como John Gray o usted mismo. A día de hoy, ¿cuál es el parte de guerra?

R. Como escribí en las primeras páginas de 'El oprobio del hambre', espero de verdad equivocarme y que los optimistas tengan razón. Pero no lo creo. Kurzweil y sus chicos de Silicon Valley son de una puerilidad juvenil. Pinker, sin embargo, me parece mucho más interesante. En cualquier caso hay dos posibilidades. La primera es que los optimistas tengan razón, que los logros obtenidos desde la revolución industrial de finales del XVIII van a continuar y a resolver, gracias a las aplicaciones de la ciencia y la tecnología, los grandes problemas de la humanidad. La otra posibilidad, la pesimista, es que los últimos 250 años hayan sido la excepción y no la regla, un momento muy particular de la historia del mundo, que estemos tocando ahora los límites del progreso y que vamos a regresar a la norma. Y la norma será menos liberal y mucho más violenta.

P. Entiendo que usted se decanta por la segunda opción.

R. Lamentablemente sí.

Nuestras más firmes tradiciones se inventaron anteayer. Las naciones más antiguas de la Tierra apenas existen desde hace un abrir y cerrar de ojos. Las creaciones humanas más monumentales, las hazañas más imponentes y las sociedades que las erigieron, todo, todo se olvidará. El Eclesiastés es tan claro como escalofriante: "No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después". Pero entonces, si el olvido es la regla y la memoria un pío deseo, ¿no hay algo sospechoso en el empeño por recordar que recorre el mundo actual? ¿Y si la memoria -o más bien la memoria histórica en su versión posmoderna- sirviera más bien de trampantojo a intereses políticos no siempre benignos que alimentan el resentimiento y enquistan los conflictos? Entonces, ¿no sería mejor olvidar?

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