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La crítica tarda 51 años en premiar la novela de una escritora
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CLARA USÓN EN NARRATIVA Y JUAN CARLOS MESTRE EN LA CATEGORÍA DE POESÍA

La crítica tarda 51 años en premiar la novela de una escritora

Ana María Matute por Los hijos muertos, en 1959, Elena Quiroga por Tristura, en 1961, y desde entonces ni rastro de las escritoras de este país

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La crítica tarda 51 años en premiar la novela de una escritora

Ana María Matute por Los hijos muertos, en 1959, Elena Quiroga por Tristura, en 1961, y desde entonces ni rastro de las escritoras de este país en la lista del premio más riguroso de los que se conceden en el panorama editorial. Hasta que este sábado los críticos de narrativa de este país han decidido otorgárselo a Clara Usón, por La hija del Este (Seix Barral). De algo pueden presumir: no han cumplido con ninguna cuota femenina.

Los méritos propios se los lleva un libro ambicioso: mostrar la tragedia balcánica a partir de la relación entre un padre y su hija. Ana es la mejor alumna de su promoción de medicina en Belgrado y se siente orgullosa de su padre, el general Ratko Mladic, uno de los criminales más sangrientos de la guerra, que mandó acabar con la vida de 8.000 bosnios tras el cerco de Srebenica, entre otras barbaridades. Dos mundos irreconciliables, la civilización y la crueldad, entrelazados y compartiendo admiración mutua.

Usón (Barcelona, 1961) trabajó durante tres años en el libro, como ella dice, gracias al apoyo familiar. Se refiere al apoyo económico. Pero bueno, “escribir es vocacional, si fuera banquera no sabría dónde meterme”. La trayectoria de la novela le compensa. Está contenta y quiere agradecérselo a los críticos, aunque no puede dejar de recordar que desde que ella nació ni una sola mujer ha podido disfrutar del galardón y autoras con libros ejemplares no han faltado. Por eso habla de “reconocimiento democrático”. No cree que sea deliberado, simplemente “los hombres no leen literatura de mujeres, porque la literatura es cosa de hombres aunque conmigo han roto el prejuicio y se lo agradezco”.  

Punto final

El libro es un estudio exhaustivo sobre los dos personajes, sobre la guerra, sobre la familia, el miedo, la sangre en las fronteras y, desde luego, la culpa como una losa sobre la conciencia de Ana cuando descubre la clase de animal que es su padre. “Lo que defiendo es que no lo soportó más. La pistola con la que se quita la vida es la favorita de su padre, reservada como regalo de descendencia a su nieto. Ella corta la cadena, decide poner punto final a la perpetuación de la estirpe”, señala la autora a este periódico.

“Escribir es vocacional, si fuera banquera no sabría dónde meterme”

El esfuerzo contra el maniqueísmo en el relato de una guerra complicadísima es una de las virtudes que más desaliento causa en la lectura. Hay un ser espantoso, buen padre, con una admiración por su hija sin límites. Los rostros de Mladic se multiplican tanto como los de cualquiera, porque la propia Ana no quería ver los que no le convenía y eso le hacía que los suyos también se multiplicaran. Hasta que no pudo más, hasta que dejó de ser su referente moral.

“La cultura no nos hace mejores. Los personajes más sangrientos de la guerra de Yugoslavia fueron intelectuales. Manipulaban a su antojo, porque tienen todos los recursos”, explica. Hoy no tenemos esas mentes avanzadas destruyendo el destino pacífico de los pueblos, pero Clara Usón cree que el populismo se reproduce por toda Europa a golpe de nacionalismo: el alemán, el francés, el griego, el español… “que impiden que Europa sea una realidad”.

“Goering decía que los pueblos no quieren la guerra pero es deber del gobernante empujarles a ella y el que se resiste se le declara traidor y desertor. Hoy volvemos a ver gobiernos incapaces y corruptos, cínicos”, apunta. Usón construye dos vidas para levantar la historia de un país, recoge documentos, testimonios, siembra de fuentes la recreación de estos dos personajes y aplica la prosa más justa y certera para levantar una fotografía aérea, en la que todo se ve claro y definido, de un conflicto bélico, repleto de meandros y grandes infiernos. Puede verse en La hija del Este una moderna Guerra y paz.  

Poesía para la sublevación

Por su parte, Juan Carlos Mestre ha sido premiado en la categoría de poesía por La bicicleta del panadero, ha sido valorado por el jurado por la visión de la sublevación civil. El galardón, concedido por la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL), no tiene dotación económica, pero sí un "extraordinario prestigio" por los escritores que lo han recibido en su historia, según ha explicado hoy en rueda de prensa en Ponferrada (León) el presidente de AECL, Ángel Basanta.

Juan Carlos Mestre (1957, Villafranca del Bierzo, León), Premio Nacional de Poesía 2009 y Premio Adonais, entre otros, ha cargado sus versos de fuerza y fantasía, que acceden al ámbito de los sueños, donde se comunican las artes y las voces de los amigos muertos y poetas amados, ha valorado Nona Benegas, otra la de las vocales del jurado.

En declaraciones a Efe desde Chicago (EEUU), donde era homenajeado junto a la poeta mexicana Coral Bracho, el leonés ha reivindicado la "resistencia" de la poesía "frente al secuestro de la democracia lingüística por los mercados". En la La bicicleta del panadero, los "poemas y ciudadanos civiles que lo habitan", ha explicado su autor, han hecho de la poesía "un acto de legítima defensa contra la soberbia obstinación del poder".

Ana María Matute por Los hijos muertos, en 1959, Elena Quiroga por Tristura, en 1961, y desde entonces ni rastro de las escritoras de este país en la lista del premio más riguroso de los que se conceden en el panorama editorial. Hasta que este sábado los críticos de narrativa de este país han decidido otorgárselo a Clara Usón, por La hija del Este (Seix Barral). De algo pueden presumir: no han cumplido con ninguna cuota femenina.