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Calendario del horror de ETA
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EL FOTÓGRAFO EDUARDO NAVE RETRATA LOS ESCENARIOS DEL TERROR ETARRA

Calendario del horror de ETA

Los lugares también se mueren. Un banco solitario en un parque, las hojas le rodean, se cruzan y vuelan ante su indiferencia. Un banco más, a

Los lugares también se mueren. Un banco solitario en un parque, las hojas le rodean, se cruzan y vuelan ante su indiferencia. Un banco más, a la espera, y sin embargo está manchado. Son las 10.15 horas del 15 de enero de 1992, jardines de la avenida Vicente Blasco Ibáñez frente a la antigua Facultad de Derecho de Valencia. Por allí pasa esa mañana Manuel Broseta Pont, catedrático de derecho mercantil y miembro del Consejo de Estado, camino de sus clases. Dos personas se le acercan por la espalda, mandan tumbarse al suelo a su acompañante y le disparan un tiro en la nuca que le causa la muerte instantánea.

Veintidós años después el fotógrafo Eduardo Nave visita el lugar del crimen. Han pasado la tragedia, las sirenas y llega la omisión. Documenta desde hace cinco años los lugares muertos en los que ETA asesinó. Llega a ellos en la misma fecha y a la misma hora del crimen. Pero ya no queda nadie. Están deshabitados y es ese vacío el que los envuelve en el drama del olvido. Ha fotografiado y acumulado el dolor de espacios dilapidados en nombre del fascismo. Con esa fotografía Nave inaugura el libro A la hora. En el lugar, que se publica en los próximos días. 

Enterrados en el silencio y a la vista de todos, después de casi mil muertes (857 según la Fundación Víctimas de Terrorismo), las esquinas, plazas, calles, paseos, avenidas, parques, han quedado señalados por el asesinato de tenientes, concejales, comandantes, conductores, capitanes, soldados, abogados, procuradores, coroneles, policías, magistrados del tribunal supremo, amas de casa, empresarios, guardias civiles, estudiantes, ertzainas, panaderos, sargentos… No están en las fotos, han desaparecido del escenario del crimen, aunque nunca lo abandonarán. Cuando todo acabó el día señalado y los gritos y la sangre desapareció la promesa del recuerdo se fue con ellos.  

Política de la memoria

Nave es un fotógrafo de la memoria. Ya estuvo en las cinco playas de Normandía rescatando más olvido. En su propósito es evidentemente político, aunque prefiere utilizar la etiqueta del compromiso. Ha cambiado la arena de las playas por las arenas movedizas de la política, aunque rechace todo lo que lleve el marchamo de “política” a la que acusa de haber sacado provecho de los entierros.

Trata de explicar que no ha querido politizar el trabajo, que ha preferido mantenerse al margen de asociaciones y fundaciones, de partidos políticos. Es la única indiferencia que se permite. “Sólo quiero que no se olvide”, explica. “Básicamente me obsesionan los lugares donde ha ocurrido algo. Las noticias van demasiado rápido. Sólo hay posicionamientos políticos en torno a los asesinatos de ETA y debería ser mucho más importante el asesinato que la política terrorista. La privación de la vida no se puede justificar”, añade el fotógrafo.

No estamos acostumbrados a comprobar la magnitud del sufrimientos desde al balcón del vacío, pero el resultado de este calendario del horror terrorista es estremecedor. Lugares fantasmales comunes y corrientes que vuelven a la memoria. Lugares incómodos para la paz, como el bosque próximo a la urbanización Miracampos, de Lasarte-Oria (Guipúzcoa), donde asesinaron al concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco, el 12 de julio de 1997, a las cinco menos diez de la tarde.    

ETA ha asesinado siempre, todos los meses, todos los días, siempre. Te levantas el uno de enero y ha matado. Te levantas el dos, lo mismo. Este libro debía reflejar eso precisamente, que no hay un solo día en que ETA haya dejado de matar. Bueno, no todos: el 10 de noviembre es el único día que no está manchado de sangre después de casi cuarenta años matando”, señala Eduardo Nave, miembro fundador del colectivo fotográfico NoPhoto.

Así pasa una foto tras otra, un asesinato tras otro, lugares desérticos, abandonados, producto de una exposición del tiempo en que ha ocurrido el atentado. Quiso ser lo más fiel a los hechos ocurridos y dejó que la cámara reviviera la angustia de una explosión o un disparo. Ceñirse a los hechos hasta sus últimas consecuencias ha provocado que el tiempo de exposición durante el cual la cámara miraba lo borró todo. No hay nadie, sólo lo inmóvil ha sido atrapado por el objetivo. Ha desaparecido el tiro, la víctima y el dolor; queda la amnesia.   

El arte toma partido

El arte en este país no se ha enfrentado a ETA y Nave es uno de los pocos que ha tomado partido. Nada de distancia. “Mi compromiso es con las víctimas, no con la política. Es una denuncia en toda regla. Creo que es importante recuperar a las víctimas porque sus asesinatos son parte de nuestra memoria y no se puede borrar, a pesar de que creamos olvidar. Los españoles sufrimos del mal de la desmemoria; de la Guerra Civil se habla de soslayo”, asegura.

La intención es la reflexión, el encontronazo con los lugares de la muerte, muertos. No habría tenido sentido la sangre, los asesinados, el impacto y el sensacionalismo. No habría sido oportuno el fotoperiodismo, la inmediatez y la noticia. Le basta con que el espectador recuerde estos sitios y la matanza que en ellos tuvieron lugar. Al tratar de estos espacios de la desmemoria, Nave descubre la desmemoria de esta sociedad.

El reportaje no es inmune al contexto en el que aparece. Sería distinto si ETA siguiera matando. Tampoco el propio fotógrafo era inmune al trabajo. Después de estos cinco años dice que algo ha cambiado, que ha estado sufrido demasiado con la revisión de los hechos. La lectura de los informes de los asesinatos. El ánimo por los suelos.   

El libro cierra con las transcripciones de los informativos de la radio. Sin imágenes. De la imagen en silencio, al ruido sin imagen. Una declaración contra el alboroto audiovisual y el aturdimiento. 

Los lugares también se mueren. Un banco solitario en un parque, las hojas le rodean, se cruzan y vuelan ante su indiferencia. Un banco más, a la espera, y sin embargo está manchado. Son las 10.15 horas del 15 de enero de 1992, jardines de la avenida Vicente Blasco Ibáñez frente a la antigua Facultad de Derecho de Valencia. Por allí pasa esa mañana Manuel Broseta Pont, catedrático de derecho mercantil y miembro del Consejo de Estado, camino de sus clases. Dos personas se le acercan por la espalda, mandan tumbarse al suelo a su acompañante y le disparan un tiro en la nuca que le causa la muerte instantánea.