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Ni medicinas, ni alcohol, ni terapia: por qué nada puede acabar con nuestra ansiedad
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EL EDITOR DE ‘THE ATLANTIC’ "SALE DEL ARMARIO"

Ni medicinas, ni alcohol, ni terapia: por qué nada puede acabar con nuestra ansiedad

El editor de 'The Atlantic' ha probado todas las medicinas y todos los tipos de terapia para combatir su ansiedad, y lo explica en un nuevo libro

Foto: La ansiedad afecta a alrededor de un tercio de la población estadounidense. (Corbis)
La ansiedad afecta a alrededor de un tercio de la población estadounidense. (Corbis)

Terapia individual durante tres décadas. Terapia familiar. Terapia de grupo. Terapia cognitivo-conductual. Terapia conductual racional emotiva. Terapia de aceptación y compromiso. Hipnosis. Meditación. Juego de roles. Terapia de exposición interoceptiva. Terapia de exposición in vivo. Libros de autoayuda. Terapia de masajes. Oración. Acupuntura. Yoga. Filosofía estoica. Audiolibros. Y no sólo eso, sino también medicación. Torazina. Imipramina. Desipramina. Clorfeniramina. Nardil. BuSpar. Prozar. Zoloft. Paxil. Wellbutrin. Effexor. Celexa. Lexapro. Cymbalta. Luvox. Trazodone. Levoxyl. Inderal. Tranxene. Serax. Centrax. Hierba de San Juan. Zolpidem. Valium. Librium. Ativan. Xanax. Klonopin.

Toda esta larga lista de tratamientos y medicamentos (a la que hay que añadir la cerveza, el vino, la ginebra, el bourbon, el vodka y el whiskey) ha sido utilizada por el escritor y editor de The Atlantic, Scott Stossel, para hacer frente a los problemas de ansiedad que le acompañan desde su infancia. El periodista ha recogido su experienciatanto en un artículo publicado en dicho medio como en un libro que se edita ahora en España, Ansiedad: miedo, esperanza y la búsqueda de la paz interior (Seix Barral). Una historia semejante a la de la batalla de Lena Dunham contra el TOC, y que se convierte también en una reflexión sobre la utilidad de los tratamientos psiquiátricos.

¿Terapia o medicina? Nada parece haber dado resultado con Stossel, que explica cómo su ansiedad sigue siendo una “herida sin curar” que, en la mayor parte de los casos, le llena de vergüenza, pero que en ocasiones, también le proporciona fuerza y le concede ciertos privilegios. Como explica en una entrevista con The Washington Post,la publicación del libro, esa “salida del armario” (en sus palabras), le ha ayudado a comprenderse mejor. “Supongo que los primeros signos son auspicios, porque me he confesado y el mundo no ha terminado”, explica. “Mi nivel medio de ansiedad ha sido más bajo en los últimos dos meses que en los dos años previos. Me gustaría pensar que hay alguna clase de proceso de aceptación, y tener un libro de éxito ahí fuera ha sido beneficioso para mi salud mental y para reducir mi ansiedad”. Stossel también espera que lo sea para otras personas en la misma situación, desea que “encuentren algo de valor en este relato, aunque no sea una cura, sino la pista de que pueden salir adelante e incluso prosperar a pesar de ello”.

Drogas para beber alcohol para tomar drogas

En el arranque del artículo, Stossel detalla el proceso que suele seguir cuando se enfrenta a una conferencia en público. “Cuatro horas antes, me tomo mi primer medio miligramo de Xanax”, explica. No puede dejar pasar un segundo, puesto que será demasiado tarde y sus nervios se encontrarán irremisiblemente fuera de control. Tres horas después, es turno para el segundo medio miligramo, que puede ir acompañado de 20 miligramos de Inderal, un betabloqueante que evita que su sudor, náuseas o retortijones se disparen. El escritor se baja las pastillas con un poco de whiskey o, mejor, vodka, que deja menos olor en su aliento. Si la receta se ha seguido de forma correcta, su inhibición se habrá visto reducida, y el efecto sedante de los medicamentos y el alcohol se compensarán con sus altos niveles de ansiedad. Si no ha sido así, todo irá mal y es probable que se colapse en plena conferencia.

No es saludable, es peligroso”, reconoce acto seguido. “Pero funciona”. Sólo de esa forma, reconoce, puede hacer frente a dicho compromiso. No es el único. En el día de su boda, tuvo que reclinarse sobre su novia en el altar para no derrumbarse. Durante el parto de su mujer, los médicos atendieron tanto a la parturienta como a Stossel. Es bastante frecuente en su vida diaria que sea asaltado por pensamientos lúgubres y preocupaciones irracionales, acompañados de síntomas físicos como vértigos, náuseas o convulsiones. Algo que ha ocurrido desde los 7 años, cuando cada vez que sus padres salían de casa caminaba en círculos en su habitación, y no podía acudir a clase por los dolores psicosomáticos que le asaltaban en el colegio. No pudo besar a su primera novia por miedo a vomitarle encima y su estómago, que confiesa que “gobierna” su vida, le suele jugar malas pasadas a menudo.

La lista de fobias que sufre es casi tan larga como la de los medicamentos que ha consumido a lo largo de toda su vida: claustrofobia (a los espacios cerrados), acrofobia (a las alturas), astenofobia (a desmayarse), bacilofobia (a los gérmenes), turofobia (al queso), aerofobia (a volar) y, sobre todo, emetofobia (miedo a vomitar), una de las más traumáticas y que se combina con el miedo a vomitar mientras se vuela (aeronausofobia). Esta última fobia ejemplifica bien la irracionalidad en el comportamiento de Stossel, que no ha vomitado desde el 7 de marzo de 1977… y a pesar de ello, sigue teniendo miedo de hacerlo. “Aproximadamente he pasado el 60% de mi vida consciente preocupándome por algo que no he hecho en tres décadas”, confiesa.

¿De dónde viene la ansiedad?

Stossel recuerda que su enfermedad no es un caso único. En EEUU, 40 millones de personas (una sexta parte de la población) han sufrido algún desorden de ansiedad en algún momento de su vida, y uno de cada cuatro lo padecerá en algún momento. En España, el 40% de la población sufre ansiedad o depresión, según los datos proporcionados en el VII Congreso Nacional de Ansiedad. El escritor recuerda que su vida no ha sido especialmente dramática, y comienza a preguntarse acerca del origen de su ansiedad, que describe como “un fenómeno tanto psicológico como sociológico, producido por la naturaleza y por la crianza, una función del cuerpo y la mente, de la razón y del instinto, de la personalidad y la cultura”.

La primera pista la encuentra en su bisabuelo, el decano de Harvard Chester Hanford, que pasó los últimos 30 años de su vida en tratamiento psiquiátrico en la institución mental de Belmont (Massachusetts) hasta que terminó convertido en “una bola en posición fetal”. Su bisabuela se suicidó en el año 1969 con una sobredosis de pastillas, y su madre comparte los mismos miedos que Stossel. Un padre alcohólico, una vida en familia infeliz, ocasionales maltratos por parte de su padre ante los ataques de pánico y un carácter “mezcla de patologías judías y WASP” del pequeño pueden explicar los problemas posteriores, pero sólo en parte. Como recuerda, hay otras personas que han sufrido experiencias más traumáticas y no han desarrollado su misma condición.

Su desconcierto fue aún mayor cuando en 2004 fue diagnosticado con “desorden de pánico con agorafobia”, así como con “fobia social” y “fobia específica”, “niveles bajos de depresión”, “fuertes niveles de ansiedad” y “fuertes niveles de preocupación”, que no tenían nada que ver con el diagnóstico que había recibido en su juventud (“neurosis fóbica” y “desorden de reacción ansiosa de la infancia”). Como recuerda, aunque el DSM haya intentado homogeneizar los criterios de evaluación, aún sigue existiendo un alto componente de subjetividad en los diagnósticos sobre enfermedades mentales que comparten síntomas semejantes. A ello hay que añadir la lucha entre medicación y terapia en la que se encuentra la psicología moderna.

Muestra de ello es la evolución del tratamiento que llevó a cabo durante 25 años: en los años ochenta, tests de Rorschach, asociaciones libres, partidas de backgammon, dardos, terapia de familia. Veinte años después, “trabajos de energía” y juegos de rol. “No puedo decir con completa seguridad que los medicamentos hayan funcionado”, concede, en consonacia con los estudios que han demostrado desde hace 20 años la inutilidad (y el riesgo) de medicamentos como el Prozac.

A pesar de ello, Stossel ha aprendido a convivir con su ansiedad. Recuerda que podría ser peor –los psicópatas no sienten ningún nivel de ansiedad–, y que, de hecho, ello ha conseguido que mejore su rendimiento. Finalmente, recuerda que es una cuestión adaptativa, porque “los ansiosos tenemos menos probabilidades de abandonar la piscina de los genes cayéndonos por un barranco o alistándonos como pilotos”. “Incluso si no puedo recuperarme de mi ansiedad, he llegado a creer que puede haber algún valor redentor en ello”, concluye. “He llegado a entender que mi condición nerviosa quizá es parte esencial de mi ser, y no de forma negativa. Puede ser intolerable, pero también, un don. Tan a menudo como me ha detenido, incuestionablemente me ha llevado hacia adelante”.

Terapia individual durante tres décadas. Terapia familiar. Terapia de grupo. Terapia cognitivo-conductual. Terapia conductual racional emotiva. Terapia de aceptación y compromiso. Hipnosis. Meditación. Juego de roles. Terapia de exposición interoceptiva. Terapia de exposición in vivo. Libros de autoayuda. Terapia de masajes. Oración. Acupuntura. Yoga. Filosofía estoica. Audiolibros. Y no sólo eso, sino también medicación. Torazina. Imipramina. Desipramina. Clorfeniramina. Nardil. BuSpar. Prozar. Zoloft. Paxil. Wellbutrin. Effexor. Celexa. Lexapro. Cymbalta. Luvox. Trazodone. Levoxyl. Inderal. Tranxene. Serax. Centrax. Hierba de San Juan. Zolpidem. Valium. Librium. Ativan. Xanax. Klonopin.

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