Cómo vivir de psicólogo en psicólogo desde los 8 años y convertirse en una estrella
“Tengo ocho años, y miedo de todo”. Con esta frases, la realizadora y actriz responsable de 'Girls' explica cómo fue su infancia, marcada por el TOC
“Tengo ocho años, y miedo de todo. La lista de cosas que me desvelan por la noche incluye: apendicitis, tifoidea, lepra, carne sucia, comida que no he visto salir de su envoltorio, comida que mi madre no ha probado antes que yo para que si muero, muramos juntas, vagabundos, dolores de cabeza, violación, secuestro, leche, el metro ydormir”. Con estas frases, la realizadora y actriz responsable de Girls Lena Dunham explica cómo fue su infancia, marcada por el trastorno obsesivo-compulsivo, la hipocondría y una relación tormentosa con sus padres. Una situación que se deja entrever en algunos personajes de la serie de la HBO y que será relatada en profundidad en No soy esa clase de chica: una joven te dice lo que ha aprendido, el libro de memorias que será publicado a finales del mes de septiembre y que le ha costado a Random House la friolera de tres millones y medio de dólares.
Este fin de semana, The New Yorker ha ofrecido un adelanto del libro en el que Dunham recorre su relación con la larga serie de terapeutas que intentaron hacer la vida de la joven nacida en 1986 un poco mejor. Es un fiel relato del TOC y de la hipocondría que, al mismo tiempo, puede servir de guía para otras personas en la misma situación, como así afirma el propio título del libro. Ni en sus columnas en la publicación neoyorquina ni en las entrevistas con medios como Rolling Stone Dunham ha dudado en contar anécdotas sobre su infancia o en confesar la turbulenta relación con su madre, la fotógrafa Laurie Simmons, pero nunca había ofrecido un retrato tan completo de su enfermedad hasta ahora.
Cuando todo es una amenaza
Es 1994 y la pequeña Dunham no tiene ninguna duda de que casi todo lo que la rodea puede matarla, algo que fomenta la preocupación de sus padres. Un buen día, su padre, el pintor Carroll Dunham, harto del comportamiento de su hija, abandona la casa durante tres horas, tiempo más que suficiente para que su retoño empiece a hacer planes para una vida sin él. Tan sólo encuentra consuelo en su profesora Kathy, que conoce sus tendencias y contribuye a que mantenga la cabeza fría. Pronto seconvendráen que la única solución es la terapia, algo que todos, incluida Lena, aceptan como normal. Al fin y al cabo, sus padres también tienen sus propios psicólogos, y lo únicoque la pequeña quiere “es sentirse mejor, algo que se impone almiedo a algo nuevo y reservado para los locos”.
El primer encuentro no es precisamente afortunado. La “abuela con el pelo violeta y apellidoalemán” le pide a Lena que comparta con ella sus tres grandes deseos. “Un río en el que pueda estar sola”, es la única respuesta que le da. “¿Y qué más?” “Nada más”. Resulta evidente que Dunham no es simplemente una niña con problemas. Todo en su biografía parece empujarle a exorcizar sus demonios en forma de narraciones, lo que la convertirá en la Woody Allen de los millenials. Padres artistas, trastornos mentales… Parece terreno abonado para lo que llegará apenas una década después. Como reza el título del libro de Peter Cameron, algún día todo ese dolor le será útil.
Pero la pequeña Lena tenía que enfrentarse con una ansiedad para la que aún no tenía nombre, aunque sus terapeutas la conociesen a la perfección. Es el TOC, caracterizado por las conductas y pensamientos repetitivos que tienen como objetivo reducir la angustia, aunque no tengan ningún contacto con la realidad. Lena termina encontrando solaz en su nueva terapeuta Lisa, a la que llega a considerar casi como una madre –le dedica un poema que concluye con el verso “nunca serás mi madre”–, y a la que ve tres veces a la semana. Con ella recibe tratamiento durante la segunda mitad de los años noventa, coincidiendo con la pubertad y los cambios físicos, hormonales y psicológicos que esta provoca.
“La germofobia se transforma en hipocondría que se transforma en ansiedad sexual que se transforma en dolor y en la angustia que me acompaña en mi ingreso en la secundaria”, confiesa. A pesar de que se siente a gusto con Lisa, es incapaz de dejar de sentir miedo al sueño y de que terribles pensamiento crucen por su cabeza. Desarrolla un código por el cual puede hablar de sexo, amor y masturbación con su terapeuta sin tener que pronunciar dichas palabras. Y, un buen día, comprende lo que le ocurre, cuando se encuentra con un artículo sobre el TOC.
De niña a millenial
En dicho artículo, una mujer –como ahora la propia Dunham– describe su trastorno, que la obliga a gatear por las aceras o a lamer obras de arte. Lena se siente identificada al instante con ella, y se da cuenta de que sus síntomas no son peores que los de la mujer. Cuando le muestra el texto a Lisa, esta sonríe como una madre a la que su hijo le dice que los Reyes son los padres. Por fin, a los 13 años, es capaz de poner nombre a lo que sufre. Por esa época, la hija de su psicóloga, Audrey, se pondrá en contacto con ella y comenzará una amistad interrumpida temporalmente por las reglas de la terapia.
En 2001, las citas semanales con Lisa tocan a su fin. Aunque su TOC no ha desaparecido completamente (“quizá nunca lo haga”), por ahora Lena se siente bien. Dedica seis meses a pasar del colegio y a jugar con su mascota, un conejo. “Mis padres piensan que estoy deprimida, y yo creo que son idiotas”. La medicación la atonta: siente sueño todo el rato y se queda dormida en clase. Es entonces cuando acude a Margaret, una de sus últimas terapeutas, que intentará mejorar sus notas.
Volverá a reencontrarse con Audrey en el instituto, y pronto se convertirá en su mejor amiga. Compartían intereses intelectuales (Fellini, presidentes corruptos) y afinidades de carácter, pero a veces discuten, puesto que Lena siente que su amiga, en la que reconoce a su antigua terapeuta, la está limitando. El instituto tampoco le gusta, ya que considera que todos sus compañeros son gente políticamente correcta sin un posicionamiento político real.
Un buen día, la doctora Judith Stills le proporciona todos los consejos que necesitaba y nunca había recibido, acostumbrada a que fuese ella quien hablase todo el tiempo. “Pregunté algo y me dio una respuesta”, comenta. “Ahora tengo las herramientas para curarlo todo”. Levanta el teléfono y llama a su madre. “Te quiero. Eres mi madre, y te necesito, pero de otra manera”. La respuesta que recibe al otro lado de la línea es “eso es una gilipollez”. El capítulo termina con una conversación final entre Lena y Margaret donde, por primera vez, no se siente una niña en busca de ayuda, limitada por las reglas de la terapia. “Por un momento, nos convertimos en dos mujeres, poniéndonos al día sobre nuestras casas, nuestros maridos, nuestras vidas”.
Una historia con final feliz. Dunham ha controlado los síntomas del TOC, ha hablado de ello en algunos episodios de Girls sin ningún pudor y ha conseguido que cientos de jóvenes en una situación semejante se sientan mejor. Como recuerda la periodista Prachi Gupta en Salon, “se espera que, en una sociedad educada, nos guardemos nuestros problemas, pero Dunham no lo hace y seguramente sea mejor para todos”. Aunque se la haya acusado repetidamente de repelente y egocéntrica, lo que sus detractores olvidan es que la empatía es parte esencial de las obras de Dunham, aunque tan sólo unos pocos la sientan.
“Tengo ocho años, y miedo de todo. La lista de cosas que me desvelan por la noche incluye: apendicitis, tifoidea, lepra, carne sucia, comida que no he visto salir de su envoltorio, comida que mi madre no ha probado antes que yo para que si muero, muramos juntas, vagabundos, dolores de cabeza, violación, secuestro, leche, el metro ydormir”. Con estas frases, la realizadora y actriz responsable de Girls Lena Dunham explica cómo fue su infancia, marcada por el trastorno obsesivo-compulsivo, la hipocondría y una relación tormentosa con sus padres. Una situación que se deja entrever en algunos personajes de la serie de la HBO y que será relatada en profundidad en No soy esa clase de chica: una joven te dice lo que ha aprendido, el libro de memorias que será publicado a finales del mes de septiembre y que le ha costado a Random House la friolera de tres millones y medio de dólares.