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He visto por primera vez 'La que se avecina' en su temporada 13 y esta es mi conclusión
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UNA SERIE, UN PERIODISTA Y UNA MUDANZA

He visto por primera vez 'La que se avecina' en su temporada 13 y esta es mi conclusión

Aunque no he visto ni un episodio entero de la sitcom de Mediaset, me sumo a ciegas a su regreso a Prime Video, que es también el estreno de una nueva etapa fuera de Montepinar

Foto: El matrimonio Recio en su nuevo edificio. (Amazon)
El matrimonio Recio en su nuevo edificio. (Amazon)

Es viernes de mudanza. Una riada de espectadores —miles, millones, quién lo sabe ya— cargan bolsas, precintan cajas y aparcan en doble fila para trasladar una vida entera de la urbanización Mirador de Montepinar al portal señorial de Contubernio, 49, donde La que se avecina empieza una nueva vida. La sitcom, sin duda la referencia nacional de su género en la actualidad, estrena su decimotercera temporada cambiando de localización y llevándose consigo a sus feligreses, que se empadronan donde Alberto y Laura Caballero digan. Quien escribe estas líneas, en cambio, aterriza como caído del cielo. Aunque no he visto ni un episodio de la sucesora de Aquí no hay quien viva más que de refilón en toda mi vida, he decidido sumarme a ciegas al regreso de La que se avecina. Esto es lo que me ha parecido.

Lo primero es lo primero: establecer unas bases metodológicas honestas y claras. No he vivido de espaldas a La que se avecina. Por una vía u otra, como a todo español, me han llegado sus fraseos, sus muletillas, su galería de vecinos imposibles… También sus estereotipos y sus viciosas inercias. Incluso me he tropezado con alguna que otra secuencia a lo largo de los años, en el runrún de un televisor encendido o en Internet. Pero, por cualquiera que sea la razón, no he sido jamás un espectador habitual de la serie. Hasta ahora.

No puedo creerme que un episodio en 'streaming' en pleno 2022 dure una hora y media

El pasado viernes, La que se avecina se tiró de cabeza al catálogo de Amazon Prime Video. Y yo, detrás. Antes de pasar por el lineal, los primeros capítulos de la temporada 13 han llegado a la plataforma avalados por un flamante Premio Ondas, que la sitcom recibió hace unas semanas en reconocimiento a sus quince años de emisión. Mientras la cadena postergaba hasta lo doloroso la renovación de uno de sus mayores fenómenos de ficción, la serie estuvo todo el 2021 desaparecida de Telecinco —en cuanto a episodios de estreno se refiere, al menos, pues las señales de Mediaset explotan, y mucho, las reposiciones—.

placeholder Una imagen de la nueva temporada de 'La que se avecina'. (Amazon)
Una imagen de la nueva temporada de 'La que se avecina'. (Amazon)

Esa y otras circunstancias, como la obligación de abandonar la nave de José Luis Moreno donde se había levantado el decorado principal, han marcado el esperado regreso de La que se avecina a las pantallas. La serie —por lo que me cuentan— vuelve muy cambiada: nuevos personajes, nuevas tramas, nuevos descansillos. Yo, por mi parte, todavía no puedo creerme que un episodio de una serie con el streaming como primera ventana, en pleno 2022, dure casi una hora y media.

Esa es la primera lección que da La que se avecina a un explorador arrogante como yo: esta comedia existe al margen de los modismos de la televisión global, aunque se estrene en una plataforma antes que en abierto. Y por mucho que sorprenda, para sus espectadores más fieles esta colisión conceptual es el pan de cada día. En la hoja de ruta de la sitcom —puesta en práctica también con la duodécima entrega— está anteponer Amazon a Telecinco, pero no plegarse a las estrecheces que imponen los servicios de vídeo bajo demanda.

Las coordenadas políticas de LQSA

Después de este cortocircuito inicial, casi no sorprende que la temporada arranque con Antonio Recio saliendo de la cárcel. Saber o no si el delito que puso al personaje de Jordi Sánchez entre rejas se ha llegado a mostrar en entregas anteriores no adultera la experiencia: la anécdota es tan extrema que da igual. Lo importante es que, a la salida del trullo, Recio es el de siempre, pero la serie no: resulta que la gramática rudimentaria de sitcom multicámara que asociaba a La que se avecina está rota del todo. En plena madurez de la ficción, las cámaras de Mediaset se colocan y desplazan libremente, ofreciendo una experiencia inusitada de ese lugar fundamental para esta serie y tantas otras de su misma tradición: el edificio.

La que se avecina era y sigue siendo pilar fundamental de una poética del rellano que se ha desarrollado ampliamente en la ficción española, apuntalada desde el cantábrico por La comunidad, de Álex de la Iglesia, y desde el Levante por el drama audiovisual protagonizado por las Vecinas de Valencia. Por ello, es de lo más consecuente encontrarse en estos nuevos episodios un comentario explícito sobre el mercado inmobiliario. Una serie con tal fijación por los espacios habitados —al menos, una hecha en este país, donde las casas son eje de discriminación cada día— no podría no tenerlo.

placeholder La primera junta de vecinos en el nuevo edificio de 'La que se avecina'. (Amazon)
La primera junta de vecinos en el nuevo edificio de 'La que se avecina'. (Amazon)

Asimismo, la sitcom de Telecinco es también un tratado sobre el suelo que se pisa fuera del hogar. Su desplazamiento de una urbanización genérica, globalizada e ilocalizable a un portal innegablemente sito en el centro de Madrid es también un cambio de coordenadas políticas para lo que, confieso, recuerdo vagamente como una serie despolitizada en el peor de los sentidos. Esa clase media indefinida y borrosa que habitaba Montepinar se parte, tan pronto como los vecinos pisan el nuevo inmueble, en dos mitades definitivas y enfrentadas: ricos y pobres.

“Bendita periferia”, suspira Recio al entrar en contacto con en el que será su nuevo hábitat. El personaje parece agitado por la supuesta sobreestimulación del centro urbano, pero lo que de verdad le hastía no es más que la acumulación y diversidad de culturas de la que huyen sistemáticamente los PAU. Aunque Recio no lo entiende —y la serie hace bien en subrayar esto—, no hay periferia más auténtica que la que el pescadero atraviesa al abandonar el penal. La periferia del bus y el MetroSur. Frente a ella, los suburbios a la americana, que tanto han inspirado a nuestra ficción televisiva en aras de una supuesta universalidad, no son más que decorados.

No se entiende que el humor de 'La que se avecina' siga congelado en el tiempo

Vista esta torsión —para los espectadores fieles, supongo que un pequeño paso hacia una dirección ya cocinada; para mí, un giro de 180º—, no hay manera de comprar que el humor de La que se avecina permanezca congelado en el tiempo a estas alturas. Años de deformación profesional deben de haber blindado unos marcos cómicos que han resistido hasta la temporada 13: al parecer, en el multiverso de la sitcom sigue siendo motivo de carcajada ser mexicano, obesa, rumana o andaluz. En el nuestro, por suerte, no.

Una vez más, todo está en Antonio Recio. Siempre reproducción y parodia de su propio racismo, clasismo y machismo, el vecino —que ahora ocupa un bajo— es el que se enfrenta al arco más interesante en la carta de presentación de esta decimotercera temporada, pero también el que más lastra los avances que aciertan a filtrarse por algunas grietas. El personaje de Jordi Sánchez sigue anclado en unas maneras desfasadas y ahuyentando a forasteros como yo con lo que da la sensación de ser las mismas punchlines de siempre.

placeholder Loles León, en los nuevos episodios de 'La que se avecina'. (Amazon)
Loles León, en los nuevos episodios de 'La que se avecina'. (Amazon)

En ese limbo se mueve por ahora La que se avecina. Como mínimo, eso es lo que se aprecia desde la loma del espectador turista. No debería extrañar que, a partir de su romance con Prime Video, la serie empiece a atraer a curiosos que obvien el material previo e, igual que yo, prefieran descolgarse directamente sobre esta última entrega. A alguno de esos expedicionarios, como me ha pasado a mí, le saltarán los empastes al ver al fantasma de Paloma Cuesta sonreír a través de una mirilla (pero ese es otro tema). Los espectros por los que debería preocuparse la sitcom son distintos: los estereotipos violentos, los latiguillos recalcitrantes y un cartelón de Mariscos Recio que acecha ominoso en un trastero del nuevo edificio. Así sobrevive uno de los últimos grandes fenómenos masivos de la ficción en abierto del país: a base de disfrazar de mudanza el gatopardismo. Todo cambia para seguir igual.

Es viernes de mudanza. Una riada de espectadores —miles, millones, quién lo sabe ya— cargan bolsas, precintan cajas y aparcan en doble fila para trasladar una vida entera de la urbanización Mirador de Montepinar al portal señorial de Contubernio, 49, donde La que se avecina empieza una nueva vida. La sitcom, sin duda la referencia nacional de su género en la actualidad, estrena su decimotercera temporada cambiando de localización y llevándose consigo a sus feligreses, que se empadronan donde Alberto y Laura Caballero digan. Quien escribe estas líneas, en cambio, aterriza como caído del cielo. Aunque no he visto ni un episodio de la sucesora de Aquí no hay quien viva más que de refilón en toda mi vida, he decidido sumarme a ciegas al regreso de La que se avecina. Esto es lo que me ha parecido.

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