EEUU plantea ya otras opciones al bombardero B-21 porque la guerra está cambiando
Todavía está en pruebas pero el Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea de EEUU dice que hay que buscar alternativas al nuevo 'Cerbero' en un panorama militar y tecnológico que cambia a gran velocidad
El General David W. Allvin —Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea de EEUU— no parece tener demasiada fe en el flamante B-21 Raider y ha declarado que no construirán más de 100 unidades de ‘Cerbero’, el bombardero ‘invisible’ que en teoría les iba a dar la superioridad estratégica sobre China y Rusia. La razón: hay que evaluar otras opciones debido a los rápidos cambios que están sucediendo ahora mismo en la tecnología militar.
"Creo que no vamos a llegar a ese número hasta probablemente mediados de la década de 2030 y más allá", dijo Allvin en una audiencia del Comité de Servicios Armados del Senado el pasado 16 de abril. El general apuntó que hay otros avances tecnológicos que hay que evaluar para tener una mejor mezcla de capacidades antes de comprometerse a que el B-21 sea la columna vertebral de la futura fuerza de bombarderos norteamericana. Sus comentarios han caído como un jarro de agua fría después del bombo y platillo que ha recibido el nuevo Raider, y apuntan a tecnologías emergentes que pueden ofrecer capacidades superiores para futuros entornos de combate.
El secretario de la Fuerza Aérea Frank Kendall también se dirigió al comité, aunque pareció más optimista sobre el B-21. "Estamos bastante contentos con su progreso", dijo. La nueva aeronave, ha dicho Kendall, ha comenzado a volar cerca del calendario y coste previsto.
¿Crónica de una 'muerte' anunciada?
El B-21 Raider comenzó su desarrollo en 2015, cuando se adjudicó el contrato a Northrop Grumman. Está destinado a ser el sustituto del B-1, B-2 y los bombarderos estratégicos B-52. La USAF estimó el costo unitario promedio del Raider en 550 millones de dólares del año fiscal 2010, lo que equivale a aproximadamente 793 millones actuales con el ajuste de la inflación. El gasto total del programa —del desarrollo a la producción y los costes operativos— será de decenas de miles de millones de dólares.
Pero parece que ahora las expectativas se están rebajando por varios motivos. La lenta velocidad de producción señalada por el jefe de adquisiciones del Pentágono William LaPlante, indica que la USAF quiere proteger el programa de posibles recortes presupuestarios pero a la vez adaptarse a los cambios tecnológicos y estratégicos.
Uno de estos avances son los nuevos sistemas de defensa aérea que pueden afectar a la capacidad efectiva de ataque de los bombarderos de largo alcance como el B-21. China, por ejemplo, afirma haber desarrollado un misil hipersónico tierra-aire (SAM) capaz de apuntar y derribar aeronaves a distancias de hasta 2.000 kilómetros que está coordinado con el sistema de vigilancia orbital china usando inteligencia artificial para adquirir y seguir sus objetivos. Según Pekín —y los vídeos que han sacado recientemente a la luz— sus satélites son capaces de detectar ópticamente a los bombarderos y cazas invisibles de EEUU.
Si estas afirmaciones son reales, las supuestas características de sigilo y de largo alcance del B-21 podrían ofrecer muchas menos ventajas en futuros conflictos. Un misil y red de vigilancia de esta clase podrían imponer una zona de denegación aérea —donde una fuerza enemiga no podría operar sin riesgo a ser derribada— que va mucho más allá del alcance actual de las aeronaves y misiles crucero estadounidenses, reduciendo la utilidad estratégica del B-21. La amenaza obligaría a la USAF a explorar tecnologías alternativas y complementarias para mantener su relevancia operativa en escenarios en los que las capacidades de sigilo tradicionales no sean operativas.
El futuro de la guerra aérea
No sabemos exactamente qué tienen en mente, pero es lógico que EEUU diversifique su plataforma de ataque aéreo. Sí sabemos que está considerando sistemas no tripulados y otras armas avanzadas hipersónicas como componentes potenciales de su futura estructura de fuerza, incluyendo la creación de enjambres robóticos de usar y tirar, capaces de operar en entornos de alto riesgo sin arriesgar la vida de una tripulación. Este tipo de desarrollo también reduciría el coste de producción y operación en comparación con las aeronaves tripuladas.
El concepto de guerra aérea con naves autónomas coordinadas está ganando fuerza a la vista de lo que está ocurriendo en la invasión ilegal rusa de Ucrania. EEUU lleva ya muchos años contemplando el potencial de una arquitectura de combate cohesiva, un enfoque que utilizará una mezcla de sistemas tripulados y no tripulados, aprovechando nuevos sensores avanzados, la inteligencia artificial y el intercambio de datos en tiempo real para mejorar la capacidad ofensiva y defensiva. Varios informes de institutos y ‘think tanks’ de defensa abogan por este tipo de flotas contra los sistemas tradicionales tripulados actuales.
Además está el desarrollo de aviones hipersónicos y naves suborbitales, que también representa un cambio estratégico hacia un entorno de alta velocidad a gran altitud para superar las tecnologías de defensa aérea actuales. Estos sistemas están diseñados para ejecutar ataques de largo alcance rápidamente, reduciendo el tiempo de respuesta del adversario.
Parece que la aceleración de todas estas tecnologías, especialmente la IA y los enjambres coordinados, están superando todas las previsiones y las estrategias del pasado. Nos acercamos a una nueva ‘blitzkrieg’ en la que el ‘blitz’ va a ser más decisivo que nunca.
El General David W. Allvin —Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea de EEUU— no parece tener demasiada fe en el flamante B-21 Raider y ha declarado que no construirán más de 100 unidades de ‘Cerbero’, el bombardero ‘invisible’ que en teoría les iba a dar la superioridad estratégica sobre China y Rusia. La razón: hay que evaluar otras opciones debido a los rápidos cambios que están sucediendo ahora mismo en la tecnología militar.