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El arma más poderosa de China no está en su Ejército ni en sus laboratorios
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El arma más poderosa de China no está en su Ejército ni en sus laboratorios

China tiene el control del suministro de materiales tecnológicos y de los minerales clave para la transición energética. Un dominio que se transforma en arma de presión a los países

Foto: China utiliza sus potentes redes de suministro como arma de coacción contra los países.
China utiliza sus potentes redes de suministro como arma de coacción contra los países.

La oficina de Inteligencia Nacional de EEUU acaba de publicar su ‘Evaluación Anual de Amenazas’, un documento que ofrece un pronóstico sobre los potenciales peligros a los que se enfrenta el país norteamiricano en los próximos 12 meses. Cómo era previsible, la causa de muchas de estas amenazas la encuentran en Pekín, que además de aumentar su capacidad militar, científica y tecnológica, también controla cadenas de suministros clave para muchas industrias. Este dominio, asegura el documento, se está utilizando “como herramienta para obligar empresas extranjeras y coaccionar a otros países para que permitan la transferencia de tecnologías y propiedad intelectual”.

Foto: El descubrimiento de la existencia de varios universos paralelos pude ser el siguiente giro copernicano. (Pixabay)

En un mundo globalizado donde los materiales que se usan para la fabricación industrial pueden venir de cualquier rincón del mundo, las cadenas de suministros que los transportan son vitales. La pandemia nos recordó que cualquier interrupción de esas redes globales pueden parar en seco una industria y China domina las cadenas de suministros de minerales como el litio con el que se hacen las baterías, las de tecnología o las de componentes necesarios para la fabricación de las energías renovables.

"El dominio de China en estos mercados puede suponer un riesgo significativo para los sectores industriales y de consumo estadounidenses y occidentales si el Gobierno de China es capaz de aprovechar hábilmente su dominio para obtener beneficios políticos o económicos", afirma el documento.

Pekín no oculta sus intenciones de asegurar su influencia regional y global a cualquier coste. El informe se hace eco también de un discurso de 2020 del presidente chino, Xi Jinping, en el que dijo que China pretende aumentar el control de estas redes para ser "capaz de utilizar esas dependencias de la cadena de suministro para amenazar y cortar el acceso a países extranjeros en caso de conflicto".

El informe no ha sentado bien al gobierno chino que lo calificó de "calumnia" y dijo que "confunde blanco con negro". Mao Ning, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, afirmó que Pekín no tiene intención de desafiar, amenazar o debilitar a Estados Unidos o a otros países. "El desarrollo de China busca ayudar al pueblo chino a vivir feliz", dijo Mao. "Creemos que Estados Unidos, como única superpotencia militar y país armado hasta los dientes, debería reflexionar sobre lo que puede y debe hacer antes de criticar a otros países”. El portavoz chino propuso normalizar las relaciones entre las dos potencias por el bien de ambos países y de la comunidad internacional.

Del ‘soft power’ al ‘hard power’

Sin embargo, el control que ejerce Pekín sobre los suministros también preocupa a Europa. Alicja Bachulska, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y una de las expertas en China que hemos consultado para escribir el guión del sexto episodio de Control Z: El Nuevo Imperio, coincide en la preocupación. Según me comentó Bachulska por videoconferencia, China ha sido muy hábil en términos de construir una imagen de sí misma como si sólo estuviera interesada en la economía, en el comercio, en la inversión o lo que se ha venido en llamar ‘soft power’ (poder blando).

“Eso es lo que han estado llamando durante muchos años una cooperación ‘win win’ [en la que todas las partes ganan]. Es una narrativa que dice que si tienes una colaboración más cercana y buenos lazos políticos con China, eso debería traducirse en una mayor inversión, acceso al mercado chino y en general a la prosperidad económica”, comenta la analista. “Muchos países occidentales, tanto en Europa como en Estados Unidos, empezaron a creer que la apertura y el compromiso con China se traducirían potencialmente no sólo en una corporación económica, sino también en una liberalización política”.

Pero para Bachulska todo esto suena muy ingenuo y es una muestra de cómo los países occidentales fueron incapaces de leer realmente a Pekín y de entender los objetivos del Partido Comunista Chino en ese momento. “China se estaba convirtiendo en este país que estaba orientado a la exportación, y bueno, todos conocemos la historia: se convirtió en la fábrica del mundo y de alguna manera nos vimos condicionados a comprar a China porque era el productor más barato y la opción más disponible”, explica. “Pero con el tiempo, esto también ha ido creando lazos económicos que pueden utilizarse como arma cuando surgen tensiones políticas. Y esto ya ha ocurrido varias veces. Así que toda la narrativa de que China es apolítica y sólo está interesada en la economía es un ejemplo muy hábil de ‘soft power’ que en realidad es ‘hard power’ (poder fuerte)”.

placeholder Xi Jinping con el presidente de Bielorrusia  Alexander Lukashenko. (Reuters)
Xi Jinping con el presidente de Bielorrusia Alexander Lukashenko. (Reuters)

Esta política se ha intensificado sobre todo en los últimos años. Bachulska apunta en concreto al segundo mando de Xi Jinping y pone el ejemplo de su relación con Australia. “Es un caso realmente genial”, dice de cómo los lazos políticos pueden usarse como una espada de doble filo. “Su estrecha cooperación se detuvo de repente cuando surgió la tensión política y llegó a afectar seriamente a la economía australiana”.

Pero no hace falta irse a las antípodas para ver ejemplos de cómo se las gasta Pekín. Aquí mismo, en Europa, tenemos el caso de Lituania. “Lituania fue uno de los países que pasó de esta fase en la que estaba muy interesada en cooperar con China, a otra en la que se dio cuenta de que había duras condiciones. Así que se echó atrás”.

El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, junto a Xi Jinping.

Entre 2012 y 2016, China ha intentado extender su influencia a Europa central y oriental. Países como Polonia, República Checa, Eslovaquia y la zona del Báltico pertenecían, según la visión de Pekín, al sur global. Aunque no sea así como estos estados se ven a sí mismos. Además las inversiones chinas han tenido que competir con las subvenciones que llegaban de Europa y no han llegado a cuajar en nuestro continente como sí lo han hecho en otros lugares del mundo.

“La percepción de la amenaza procedente de China ha cambiado mucho”, explica Bachulska. “Ahora no sólo se le ve como un país que representa una oportunidad económica, sino también como una amenaza, con un autoritarismo creciente y con una influencia cada vez mayor en el extranjero”.

La oficina de Inteligencia Nacional de EEUU acaba de publicar su ‘Evaluación Anual de Amenazas’, un documento que ofrece un pronóstico sobre los potenciales peligros a los que se enfrenta el país norteamiricano en los próximos 12 meses. Cómo era previsible, la causa de muchas de estas amenazas la encuentran en Pekín, que además de aumentar su capacidad militar, científica y tecnológica, también controla cadenas de suministros clave para muchas industrias. Este dominio, asegura el documento, se está utilizando “como herramienta para obligar empresas extranjeras y coaccionar a otros países para que permitan la transferencia de tecnologías y propiedad intelectual”.

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