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La gran clave para la supervivencia de la humanidad
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no es ni la política ni las redes sociales

La gran clave para la supervivencia de la humanidad

Políticos y redes sociales están interesados en crear bandos enfrentados para aumentar su afluencia de seguidores. Avi Loeb propone un remedio ante la dañina polarización de la sociedad

Foto: John F. Kennedy pronuncia el que quizá sea su discurso más famoso en la Universidad Rice, en Houston, Texas.
John F. Kennedy pronuncia el que quizá sea su discurso más famoso en la Universidad Rice, en Houston, Texas.

Los políticos y los algoritmos de las redes sociales tienden a separar a unos grupos de personas de otros. La polarización resultante se alimenta de las diferencias de nacionalidad, origen socioeconómico, educación religiosa, sexo, color de piel o etnia. Pero la verdad subyacente es que todos los seres humanos son casi iguales, hechos de elementos producidos en el Big Bang y en el interior de las estrellas, con planos genéticos de una ascendencia biológica común. Como Martin Luther King Jr. argumentó tan lúcidamente en su discurso de 1963: "Tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivan un día en una nación en la que no se les juzgue por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter [...] Judíos y gentiles, protestantes y católicos, podrán darse la mano".

¿Por qué la realidad sigue siendo tan diferente sesenta años después? La tendencia a unirse debe estar profundamente arraigada en la naturaleza humana. Al igual que las manadas de animales en la selva, los grupos amplifican el poder de un individuo. Pero para preservar su pertenencia hacen una caricatura de los humanos que pertenecen a grupos competidores, y esto lleva a conflictos en un mundo descrito por un juego de suma cero de recursos limitados. La mayoría de la gente elige su alianza en función de la nacionalidad, el origen geográfico o socioeconómico, la educación religiosa, el género, el color de la piel o la etnia. Esto alimenta la polarización basada en los mismos rasgos.

Pero nacemos con un genuino asombro por el mundo. Los niños son felices cometiendo errores y aprendiendo sobre el mundo de forma agnóstica y colaborativa. La edad adulta va acompañada de la pretensión de parchear nuestra ignorancia mediante la creencia en historias que no tienen pruebas que las respalden. Estas historias son diferentes para los distintos grupos. Los golpes infligidos por las diferentes historias alejan nuestra mente de nuestra tendencia infantil a colaborar.

El antídoto contra la polarización es obvio. La realidad física que todos compartimos es universal y no nos da otra opción que centrarnos en una narrativa universal para darle sentido. Ya hemos desarrollado esta narrativa: el método científico de obtención de conocimiento a través de experimentos. La ciencia nos permite centrarnos en lo que nos une y no en lo que nos separa, ya que todos compartimos la misma realidad física.

La comprensión de la gravedad como curvatura del espacio-tiempo permite un Sistema de Posicionamiento Global (GPS) que todos los humanos pueden utilizar para navegar. La mecánica cuántica se descubrió hace un siglo gracias al 'Blue Sky Reaserch' (un tipo de investigación que no va enfocada a ningún fin práctico concreto. N. del T.) y sentó las bases de los ordenadores, los teléfonos móviles e Internet, disponibles para todas las personas. Del mismo modo, la vacuna contra el COVID-19 promueve la salud de todos los seres humanos, independientemente de su nacionalidad, origen socioeconómico, educación religiosa, sexo, color de piel o etnia.

El pegamento que mantiene unida a la humanidad es el conocimiento científico. ¿Por qué es tan poderoso el método científico? Porque se centra en lo que es universal. Porque su espíritu sigue nuestra curiosidad y asombro infantiles, permitiéndonos asumir riesgos y cometer errores mientras aprendemos sobre el mundo. El conocimiento científico universal puede ser compartido y consensuado, por lo que fomenta la colaboración en lugar de la separación. Como astrónomo, puedo ir a cualquier país del mundo y disfrutar de la amable hospitalidad de mis colegas científicos de allí.

Aunque el conocimiento basado en la evidencia da frutos que benefician a todos, hay amenazas a su espíritu incluso dentro de los muros del mundo académico. La realidad que todos compartimos es a veces frustrante porque no es la mejor que podríamos haber esperado. Esto conduce a comunidades que se desprenden de la verificación experimental y se centran en realidades imaginadas, hechas a medida para satisfacer una necesidad emocional. Las realidades imaginadas de dimensiones extra, el multiverso o los dogmas que favorecen la creencia sobre los datos experimentales, están ganando adeptos.

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Mientras nos resistamos a las tentaciones de estas realidades imaginadas, nuestra inteligencia se verá reforzada por la evidencia empírica. Los conflictos fueron la marca registrada de la historia temprana con recursos escasos de comida, agua y tierra fértil. Pero la ciencia y la tecnología nos permiten aumentar nuestros recursos indefinidamente. La ciencia hace del mundo un juego de suma infinita.

Desde una perspectiva cósmica, los conflictos tienen poco sentido. En la competición entre las civilizaciones inteligentes de la Vía Láctea, la supervivencia del más fuerte implica evitar las catástrofes existenciales. La ciencia nos permite conocer la realidad actual que todos compartimos mediante el ensayo y error, adaptarnos a sus limitaciones u optimizar nuestras ganancias. La exploración del espacio nos permite acceder a nuevos recursos, no disponibles en nuestro planeta natal.

La llamada de atención puede llegar en forma de un artilugio tecnológico avanzado procedente de otra civilización que lleve un mensaje para nuestra salvación. Un sofisticado paquete en nuestro buzón puede darnos una pista sobre la prosperidad que espera a una cultura científica verdaderamente inteligente, una muestra interestelar del Jardín del Edén experimentado por los que lo envían.

El Proyecto Galileo busca paquetes interestelares en nuestro patio trasero. Esperamos que su próxima expedición oceánica recupere fragmentos del primer meteorito interestelar en Papúa Nueva Guinea para averiguar si su composición era de origen natural o artificial. Las pruebas de la inteligencia extraterrestre no se encuentran necesariamente lejos en forma de señales de radio de civilizaciones lejanas, sino en forma de paquetes que se acumularon con el tiempo en nuestro vecindario cósmico, porque su propulsión química dio lugar a velocidades terminales que están un orden de magnitud por debajo de la velocidad local de escape de la gravedad de la Vía Láctea, 500 kilómetros por segundo, como argumenté en un nuevo artículo con mi estudiante Carson Ezell. Durante varios foros públicos celebrados en las últimas semanas, me encontré con personas de todo el mundo que me dijeron lo inspiradas que están por la iniciativa del Proyecto Galileo.

Los terrícolas deben unirse para soñar con los viajes interestelares. Parafraseando el discurso de John F. Kennedy de 1962 en la Universidad de Rice: elegimos ir al espacio interestelar y hacer las demás cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque ese objetivo servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades.

Los políticos y los algoritmos de las redes sociales tienden a separar a unos grupos de personas de otros. La polarización resultante se alimenta de las diferencias de nacionalidad, origen socioeconómico, educación religiosa, sexo, color de piel o etnia. Pero la verdad subyacente es que todos los seres humanos son casi iguales, hechos de elementos producidos en el Big Bang y en el interior de las estrellas, con planos genéticos de una ascendencia biológica común. Como Martin Luther King Jr. argumentó tan lúcidamente en su discurso de 1963: "Tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivan un día en una nación en la que no se les juzgue por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter [...] Judíos y gentiles, protestantes y católicos, podrán darse la mano".

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