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Los tres grandes misterios de la existencia humana en el cosmos
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Vida inteligente en el cosmos

Los tres grandes misterios de la existencia humana en el cosmos

En su columna semanal, Avi Loeb nos cuenta los tres grandes misterios de la vida humana que todavía le desconciertan y el antropocentrismo que todavía atenaza nuestra visión del cosmos

Foto: Fotografía de la nebulosa de la Mariposa (NGC 6302) tomada por el Hubble (NASA/ESA)
Fotografía de la nebulosa de la Mariposa (NGC 6302) tomada por el Hubble (NASA/ESA)

Esta semana mis antiguos alumnos han organizado una conferencia en Martha's Vineyard para celebrar que la Tierra ha dado sesenta vueltas al Sol desde que nací. En las últimas décadas, mi grupo de investigación resumió sus descubrimientos científicos en casi mil publicaciones. Pero, a pesar del gran volumen de pensamientos documentados, confieso que sigo desconcertado sobre tres aspectos astronómicos de nuestra vida.

El cosmos se preocupa tan poco por nosotros que ni se molesta en darnos un manual de nuestra existencia. Pero existe la esperanza de que podamos encontrar otros pasajeros que lleven aquí más tiempo que nosotros.

En primer lugar, consideremos nuestra composición material. Nuestro cuerpo está hecho de elementos pesados que se fundieron en los núcleos de estrellas masivas, que explotaron para enriquecer el medio interestelar, a partir del cual se formó el sistema solar en el que se condensó la Tierra y alimentó nuestra existencia temporal. Visto así, no somos más que pasajeros en un camarote del espacio llamado Tierra, dirigiéndonos con un equipaje prestado hacia un destino desconocido. A pesar de nuestra fundamental ignorancia, nos enorgullecemos de nuestro conocimiento periférico. Por ejemplo, reconocemos que la mayor parte de la materia del universo tiene una naturaleza diferente a la que encontramos en nuestro vecindario cósmico. La etiquetamos como ‘materia oscura’ o ‘energía oscura’ y la cuantificamos con una precisión de sólo dos decimales. Pero un siglo de celebrada cosmología sin comprender la naturaleza de la mayor parte de la materia que compone el universo es indicador de un pésimo conocimiento científico.

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En segundo lugar, consideremos el tiempo. Nuestra vida individual está limitada a un periodo de tiempo que es por lo menos cien millones de veces más pequeño que la edad del universo. Esto nos permite experimentar sólo una breve instantánea de la historia cósmica y limita nuestra perspectiva en relación con la inmensa realidad del cosmos. La astronomía podría haberse beneficiado enormemente de miles de millones de años de datos documentados. Para cada uno de nosotros, como individuo, el tiempo es corto y nada sustancial nos sobrevivirá. Sin embargo, a lo largo de la vida, perseguimos premios de consolación en forma de ‘me gusta’ en las redes sociales, honores y premios.

placeholder Todavía somos incapaces de detectar o comprender la matería y energía oscuras que forman la mayoría del universo
Todavía somos incapaces de detectar o comprender la matería y energía oscuras que forman la mayoría del universo

En tercer lugar, consideremos el espacio. Es probable que las condiciones de la Tierra se reproduzcan en casi un sextillón (10 elevado a 21) de exoplanetas habitables dentro del volumen observable del universo. Sin embargo, para la mayor parte de la comunidad científica, la afirmación de que han existido otras civilizaciones inteligentes en los últimos 13.800 millones de años desde el Big Bang es una afirmación "extraordinaria" que sólo puede admitirse en el club de las grandes ideas cuando se encuentren pruebas extraordinarias aunque esas pruebas pueden ser sutiles pero requerir de un esfuerzo extraordinario para obtenerlas, igual que con la búsqueda de la materia oscura. Después de todo, el universo no tiene ninguna obligación de adular nuestro ego ni de facilitar estas búsquedas.

De hecho, hace poco el universo llamó a nuestra puerta a través de una señal sísmica registrada en la isla de Manus, Papúa Nueva Guinea, en 2014. En lugar de hacernos la pregunta de Fermi — "¿dónde está todo el mundo?" — y quedarnos sentados, es mejor tener coraje y acercarnos en busca de la respuesta.

Foto: Un meteorito quemándose en la atmósfera, visto desde el desierto de Néguev. (Reuters/Amir Cohen)

Una forma de conciliar la vasta escala del cosmos con nuestra limitada perspectiva es comenzar por admitir que no somos extraordinarios. Basta con leer las noticias para darse cuenta del gran margen que hay para mejorar.

El cosmos se preocupa tan poco por nosotros que ni se molesta en darnos un manual de nuestra existencia. Pero existe la esperanza de que podamos encontrar otros pasajeros que lleven aquí más tiempo que nosotros. Con la edad llega la sabiduría. De momento, puede que nuestros vecinos cósmicos de la Vía Láctea hayan decidido deslizarnos hacia la izquierda en un Tinder galáctico mientras observan esas noticias.

Personalmente, me encantaría leer un mensaje de texto en un aparato de una civilización más inteligente que la nuestra. Mi vida en los últimos 60 años ha durado lo mismo que la mitad de la ciencia moderna, ya que los conocimientos sobre relatividad y mecánica cuántica se adquirieron unos 60 años antes de que yo naciera. Mi deseo para las décadas que me quedan es tener la oportunidad de aprender de una base de conocimiento científico que se haya adquirido durante un período de tiempo cien millones de veces más largo. Saber que otro ser en nuestro vecindario cósmico lo hizo mejor que la humanidad me tranquilizará y me permitirá descansar en paz.

Esta semana mis antiguos alumnos han organizado una conferencia en Martha's Vineyard para celebrar que la Tierra ha dado sesenta vueltas al Sol desde que nací. En las últimas décadas, mi grupo de investigación resumió sus descubrimientos científicos en casi mil publicaciones. Pero, a pesar del gran volumen de pensamientos documentados, confieso que sigo desconcertado sobre tres aspectos astronómicos de nuestra vida.

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