Dos siglos de engaños: inventos que arrasaron en ventas y resultaron ser falsos
Las falsas tecnologías curativas, basadas en la radiónica, la vibración o la electricidad, se han comercializado durante más de dos siglos. Éstas son las que más éxito tuvieron.
Cepillos eléctricos que curaban de todo mal, un tubo de metal que inyectaba oxígeno al cuerpo o un aparato electromagnético que favorecía el crecimiento de las legumbres fueron solo algunos de los productos supuestamente tecnológicos y supuestamente milagrosos que ya en el siglo XIX consiguieron engañar al público y convertirse en éxitos de ventas.
Tal y como explica Thomas Sandoz en su libro ‘Historias paralelas de la medicina. De las flores de Bach a la osteopatía’, las “máquinas de la salud” ocupan un lugar destacado en la historia de la falsa medicina junto a otras terapias no ortodoxas. “A veces demasiado simples, y otras con mucha complejidad, [a lo largo de los años] han apelado a las teorías científicas en boga, lo que les vale ser adoptadas de inmediato por una gama de pacientes que no rechazan una cierta tecnología curativa”, relata el autor.
Ya alrededor de 1750 comienzan a multiplicarse los experimentos con electricidad y, por desgracia, los inventores avispados que ven en la corriente una forma de “curación” y de negocio. Es en esta época cuando el veterinario danés Peter Abildgaard reanima a pájaros y cuadrúpedos y cuando los trabajos de Galvani, Faraday, Andrew Cross y de otros investigadores le atribuyen al electromagnetismo la capacidad de aliviar la mayor parte de las enfermedades. “En pocas palabras, parece que no hay duda de que la electricidad refuerza la salud”, apunta Sandoz.
Sin embargo, el gran inaugurador de la medicina eléctrica falsa es Perkins. “La era del artilugio eléctrico médico dudoso comienza con el galvanismo terapéutico de Elisha Perkins”, concreta el autor. “Este recibe en 1776 la primera patente para fabricar aparatos médicos”. Convencido de que el dolor está asociado a la sobrecarga de un “fluido eléctrico” en el cuerpo, Perkins inventa un aparato compuesto por dos agujas. Una de ellas es de una aleación de cobre, cinc y oro y la otra es fierro, plata y platino. Estas agujas se aplicarían sobre la zona afectada y contribuirían a normalizar los fluidos, curando la enfermedad o disminuyendo los dolores.
En 1795, el inventor presenta su invento a la comunidad médica de Connecticut, Estados Unidos, y aunque algunos le apoyan, recibe críticas y también una amonestación formal al año siguiente. Él, sin embargo, firme creyente en su supuesto hallazgo, intentará demostrar su eficacia durante la epidemia de fiebre amarilla que azotó Nueva York en 1799 y en la que, irónicamente, falleció. Sin embargo, la historia de su aparato no termina ahí, ya que su hijo, que no era médico, continuaría promocionándolo y haciendo un éxito de él.
Tal y como explica Sandoz, ya en el siglo XIX abundan las electroterapias alternativas que prometen curar desde el cáncer a la artritis. Galvanic Belts (cinturones galvánicos), Electric Insoles (suelas eléctricas) o Electro-Magnetic Wrist-Bands (bandas electromagnéticas) son solo algunos de los productos destinados a equilibrar los “fluidos eléctricos” del cuerpo.
El efecto curativo de las gafas eléctricas no estaba precisado, pero no había dudas de que no le faltaban clientes
Pero eso no es todo: corbatas, zapatos o corsés también se publicitan bajo las mismas premisas.
Además, en 1868, un supuesto inventor llamado Judah Moses obtiene una patente para unas gafas eléctricas. “El efecto curativo de sus monturas alimentadas con un fluido eléctrico no está precisado, pero no hay duda de que no faltan clientes porque el producto conoce diversas versiones hasta la década de 1880”, explica Sandoz.
El autor menciona también a otro vendedor célebre de instrumentos supuestamente médicos, este por correspondencia: C. J. Thatcher. El catálogo de este inventor comprende cerca de 700 artículos destinados a curar todos los órganos y todas las enfermedades imaginables. “Sus aparatos generalmente están constituidos por dos electrodos conectados a una batería o a un generador que produce una tensión segura, apenas suficiente para generar, por ejemplo, contracciones musculares”, relata.
Otros inventos magufos
Por supuesto, el lucro con la falsa tecnología curativa continúa. En 1880, el británico George A. Scott desarrolla en Estados Unidos un comercio de cepillos y peines electromagnéticos. Su publicidad afirma que tienen efectos analgésicos y el inventor da a entender que reumas, constipados o enfermedades de la sangre pueden ser aliviados por los cepillos. Eso sí, también recuerda a los posibles compradores que, si varias personas usan el mismo utensilio, puede no ser eficaz. Así que es mejor comprar uno para cada uno. Al menos para sus arcas...
Después de estos artilugios vendría el Tubo de Gas de Hércules Sanche, también conocido por otros dos aparatos llamados Electropoise (1893) y Oxydonor. “En ambos casos hay un cilindro de metal (con mucha frecuencia perfectamente vacío) del que parten alambres conectados a pastillas metálicas que se supone se adhieren a la piel para restaurar o equilibrar las fuerzas eléctricas corporales y favorecer la absorción de oxígeno por los poros”, describe Sandoz. Estos inventos se basan en la supuesta idea de que se puede inyectar oxígeno a través de las máquinas de Sanche. El Perfected Oxygenor King, El Farador, el Improved Oxytonor y el Oxypathor de E. L. Moses serían todos copias de estos supuestos artilugios curativos.
Aunque se podría pensar que con el paso de los años el número de estos artilugios ‘magufos’ iría disminuyendo, a principios del siglo XX siguen surgiendo nuevos objetos basados en supuestos principios voltaicos o galvánicos. Por ejemplo, una empresa llamada Fábrica de Aparatos Eléctricos produce 12 cintos a base de níquel, cobre y lino, y John McIntyre patenta un collar-arnés que, según el autor, “prepara el terreno a la familia de cinturones I-on- a-co [comercializados por un expolítico estadounidense], para colocarse alrededor del cuerpo”. Es también MacIntyre el que tiene la idea de rodear los jardines con aparatos electromagnéticos para favorecer el crecimiento de las legumbres.
“[En esta época] el mercado está lleno de timos vulgares contra los que la justicia con frecuencia resulta impotente. Por ejemplo, hay que esperar a 1933 para que las autoridades sanitarias prohíban la publicidad que caracteriza como aparato médico al Theronoid [otro cinturón eléctrico similar al I-on- a-co], que sus promotores aconsejan para atender todas las enfermedades”, relata en su libro.
Por desgracia, el final del siglo XX tampoco marcaría el final de los inventos magufos
También hay en estas primera décadas una proliferación de los aparatos basados en la radiónica (que afirma que las enfermedades pueden ser diagnosticadas y tratadas con una clase de energía similar a las ondas de radio). El Ukako, el Pathoclast, el Hemopath, o incluso la Aetheronics son algunos de ellos.
Además, a mitad del siglo XX, proliferan los aparatos que emplearán la vibración como método de curación. De hecho, en 1959 las autoridades médicas estadounidenses descubren que los quiroprácticos utilizan “vibradores sonoros terapéuticos” para intentar aliviar numerosas enfermedades. “El aparato, llamado Sonus-Film- O-Sonic, parece un magnetófono con sonido ahogado”, explica Sandoz. “El paciente se beneficia de las vibraciones curativas gracias a pequeños altavoces que se aplican sobre su cuerpo. Un resfriado es atacado por un extracto del Antiguo Testamento; el cáncer, por la voz de Frank Sinatra que interpreta ‘Humo en tus ojos’…”, se desespera el autor.
Por desgracia, el final del siglo XX tampoco marcaría el final de los inventos magufos: el imán Tectonic (que todavía se comercializa), la bobina electromagnética Healmag y otros productos similares siguen y seguirán presentes el mercado. Más de dos siglos de estafas en los que productos supuestamente tecnológicos se han vendido (con mucho éxito) como un remedio milagroso destinado a estafar a aquellos desesperados por una supuesta cura alternativa.
Cepillos eléctricos que curaban de todo mal, un tubo de metal que inyectaba oxígeno al cuerpo o un aparato electromagnético que favorecía el crecimiento de las legumbres fueron solo algunos de los productos supuestamente tecnológicos y supuestamente milagrosos que ya en el siglo XIX consiguieron engañar al público y convertirse en éxitos de ventas.
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