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He recorrido 63 km de sal y hielo para volver a Madrid: si puedes, mejor no lo intentes
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Autopistas limpias y caos en la ciudad

He recorrido 63 km de sal y hielo para volver a Madrid: si puedes, mejor no lo intentes

Este lunes sí o sí tenía que volver a Madrid desde la Sierra Norte y esto es lo que me he encontrado. Si puedes evitar coger el coche, hazlo

Foto: Vista de la M-30 a la altura de la A-3 en Madrid, este sábado. (EFE)
Vista de la M-30 a la altura de la A-3 en Madrid, este sábado. (EFE)

Llevaba intentándolo desde la tarde del viernes. Ese día, debía volver a Madrid tras pasar las Navidades en un pueblo de la Sierra Norte de Madrid. Apenas 60 kilómetros. Unos 45 minutos si te conoces el camino, entre nacionales, autovía y calles bien asfaltadas. Pero el mismo viernes, a eso de las 15:00, el viaje empezó a parecer algo lejano, después algo aplazable y al final algo imposible. Hasta este lunes, cuando, a mediodía, con el sol pegando lo más fuerte que podía, me he echado a la carretera, y esto es lo que he encontrado.

Lo primero que hay que decir es que sí, las autoridades tienen razón. Si te dicen que no te muevas a no ser que sea imprescindible (lo mío había entrado en esta categoría tras tres días de aplazamiento), lo mejor es que no lo hagas, aunque seas negacionista de la nieve, fíjate. El mal rato que te puedes llevar es más que interesante, la cara de idiota que se te queda cuando notas que lo mismo te quedas encajado en ese trozo de carretera sin nadie alrededor ni salida posible no tiene precio.

Foto: Fotografía de la A-2 a su paso por El Bruc (Barcelona) este fin de semana. (EFE)

Desde el inicio de la marcha, se veía que fácil no iba a ser. Sabía, por lo que enseñaban las televisiones, que las carreteras principales estaban limpias, y que ahí no iba a estar el problema, pero el principio y el final eran puntos negros. Iban a crisparme, y bien, los nervios, además de poner mi ya veterano vehículo al límite. Salí de un aparcamiento público aún bien nevado y helado a eso de las 13:45, el pueblo había sido incapaz de limpiar más allá de lo básico y entre los vecinos habíamos hecho el resto. Ah, eso sí, contaba con unas cadenas que por suerte no necesité, algo de comida y agua por si acaso y con un truco: mete segunda, siempre, es tu solución contra la nieve.

placeholder Foto: EFE.
Foto: EFE.

Del aparcamiento a la carretera y a encontrar, como el que ve un oasis en el desierto, un lugar limpio como una patena. Premio para la gente que se haya encargado de limpiar las vías, porque no falta detalle. Algún carril con algo de nieve, un coche aún abandonado en esa cuneta con un historión detrás, y sal para llenar tráileres, pero después de lo pasado, ver esto durante kilómetros y kilómetros parece una auténtica heroicidad. Bajando por la A-1 cuentas con hasta tres o cuatro carriles limpios por sentido, y en las nacionales solo quedaba nieve a los lados. Poco hielo y total normalidad si no fuese por estar rodeado de un manto blanco perpetuo y solo unos pocos desgraciados como vecinos en la calzada. Pero ya sea por el Estado de las autonomías o por la mala suerte de la capital, la cosa se fue complicando cuanto más me acercaba al objetivo.

Llegado a la M-40, lo primero que divisé fue la salida a la M-607, ese punto fatídico que, tras dos días sin más nieve, aún acumula coches hasta donde alcanza la vista, una especie de cementerio blanco de vehículos y rodeado de policía. Sirve para darle más valor a quien ha tenido que limpiar las carreteras. De ahí a los túneles del Pardo y la M-30 donde, sí, aguardaba el premio final. Esa parte del trayecto se convirtió en la más peligrosa, una salida hacia la A-6 sin apenas espacio, un zigzag continuo entre nieve y coches abandonados, todos a 60 kilómetros por hora y una salida hacia Moncloa que no sé en qué momento decidí coger.

La cuesta engañaba desde el comienzo, y acabé picando embrague en una salida apenas limpia por el paso de los 4x4 y mi truco de la segunda. De verdad, si puedes evitar ese instante, haz todo lo posible para conseguirlo. De ahí, saltar al Arco de la Victoria y a una ciudad donde los coches, como restos de una batalla, se escondían bajo los arcos y en las medianas.

Mi viaje terminó con una vuelta a la redonda en carriles improvisados y con miedo a pasar por Princesa, aún llena de restos del bombardeo. Aquí ya no valen ni semáforos ni indicaciones, en la guerra se sobrevive como se puede. Una bajada por paseo de Moret me llevó a Pintor Rosales y a un aparcamiento, de chiripa, sacado de una salida anterior. Eran las 15:00 y alguien, no sé si con la misma idea que yo, o con aún peor suerte, se había aventurado a jugársela con Filomena.

Llevaba intentándolo desde la tarde del viernes. Ese día, debía volver a Madrid tras pasar las Navidades en un pueblo de la Sierra Norte de Madrid. Apenas 60 kilómetros. Unos 45 minutos si te conoces el camino, entre nacionales, autovía y calles bien asfaltadas. Pero el mismo viernes, a eso de las 15:00, el viaje empezó a parecer algo lejano, después algo aplazable y al final algo imposible. Hasta este lunes, cuando, a mediodía, con el sol pegando lo más fuerte que podía, me he echado a la carretera, y esto es lo que he encontrado.

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