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Misses en miniatura, el negocio de la inocencia robada
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¿SON ÉTICOS LOS CONCURSOS INFANTILES DE BELLEZA?

Misses en miniatura, el negocio de la inocencia robada

Geraldine tiene ocho años y sueña con ser miss. Con brillo en los labios y cargada con su maleta de maquillaje, entra a la academia de modelos

Foto: Misses en miniatura, el negocio de la inocencia robada
Misses en miniatura, el negocio de la inocencia robada

Geraldine tiene ocho años y sueña con ser miss. Con brillo en los labios y cargada con su maleta de maquillaje, entra a la academia de modelos Gisselles’s, se sube rápidamente a sus zapatitos plateados de tacón y se contonea por la pasarela al son de la música disco.

Este es el día a día de miles de niñas en Venezuela, cuna de seis Miss Universo y cinco Miss Mundo, donde cada año se realizan alrededor de 600 concursos de belleza y hay más de 200 academias de modelos que enseñan desde los cuatro años cómo convertirse en flamantes misses.

Bajo una fuerte presión, jóvenes venezolanas invierten horas de esfuerzo instruyéndose en elegancia, oratoria, imagen, foto-pose o cultura general para hacerse con el Teen Model Venezuela –el concurso más importante para niños- o ser las protagonistas de algún anuncio publicitario.

Las niñas, en edad de jugar con las muñecas, aprenden en qué lado de la silla deben colocar el bolso o cómo agarrar una copa de vino o brandy. Estas prácticas, que a la mayoría de los padres en España les pueden resultar cuanto menos inadecuadas, son justificadas por los progenitores de las pequeñas misses como una actividad que da “seguridad” a sus hijas.

“Pretty woman” de tres años

Cuestionable parece también la decisión de Wendy Dickey, quien decidió que su hija de tres años debía desfilar con el mismo look que lució Julia Roberts antes de conocer a Richard Gere en la archiconocida película “Pretty Woman”. Así, con peluca rubia, botas altas y el vestido con el que la famosa actriz hizo de prostituta salió al escenario la pequeña.

El desfile, emitido en el programa “Toddlers & Tiaras” - reality show estadounidense con más de un millón de espectadores-, provocó una oleada de críticas para “la peor madre de Estados Unidos”, quien se defendió de las acusaciones alegando estar criando a sus hijos tan bien como puede, “llevándolos a la iglesia cada semana y no forzándolos a practicar deportes donde pueden resultar heridos, como otros padres hacen”.

Casos como este se repiten cada año en Venezuela, Estados Unidos y en todos aquellos países donde se celebran concursos de esta índole. Las alarmas saltan con la misma fuerza con las que son omitidas como prueba la expansión de los certámenes infantiles a China, Tailandia o la India.

Un negocio rentable en tela de juicio

Si en Venezuela la industria de la imagen es un auténtico imperio, tal y como ponen de manifiesto las más de 40.000 operaciones de senos que se realizan cada año, en Estados Unidos los certámenes de belleza infantil son una tradición desde los años 60 y un lucrativo negocio para los que manejan sus hilos.

Actualmente se calcula que mueven alrededor de unos 5.000 millones de dólares cada año. Toda una red mediática de lo más provechosa que gira alrededor de las pequeñas misses.

Mientras los ingresos siguen aumentando, sus detractores acusan a los organizadores de estos concursos de exponer la imagen de menores a pedófilos, junto con sexualizar su imagen con maquillaje y vestimenta provocadora, y sus defensores aseguran que sólo se trata de un evento que permite pasar un fin de semana en familia y consigue que las niñas se sientan como princesas por un día.

Una lucha entre críticos y partidarios que parece que sólo terminará cuando las pequeñas misses dejen de ser rentables. Por el momento…el debate sigue abierto.

Geraldine tiene ocho años y sueña con ser miss. Con brillo en los labios y cargada con su maleta de maquillaje, entra a la academia de modelos Gisselles’s, se sube rápidamente a sus zapatitos plateados de tacón y se contonea por la pasarela al son de la música disco.