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El poder, más que corromper, enferma. Los líderes mundiales sufren los síntomas
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LOS DELIRIOS DE GRANDEZA DE MUCHOS GOBERNANTES SON UNA PATOLOGÍA CLÍNICA

El poder, más que corromper, enferma. Los líderes mundiales sufren los síntomas

Néstor Kirchner falleció la semana pasada por un paro cardíaco, y varios médicos argentinos han apuntado ya que era un paciente “difícil de tratar” porque, lejos

Foto: El poder, más que corromper, enferma. Los líderes mundiales sufren los síntomas
El poder, más que corromper, enferma. Los líderes mundiales sufren los síntomas

Néstor Kirchner falleció la semana pasada por un paro cardíaco, y varios médicos argentinos han apuntado ya que era un paciente “difícil de tratar” porque, lejos de guardar el reposo recomendado, no dejaba de atender ni una de sus obligaciones. No es el primer dirigente político, ni será el último, al que su trabajo le cuesta la vida. La relación de los poderosos con su salud siempre ha sido un morboso tema de conversación para los ciudadanos, pero más allá del chisme, constituye un verdadero problema para las sociedades y, sobre todo, para los propios dirigentes.

El doctor en psicología clínica José Buendía, autor de libros como Estrés y psicopatología o Más allá del poder y la muerte explica que una persona sometida continuamente a un alto estrés es un enfermo potencial “casi de cualquier cosa”. Es decir, que un exceso de estrés provoca que allá donde un individuo es más vulnerable germinen las enfermedades. Nadie duda de que los presidentes de Gobierno tienen un alto grado de estrés y a lo largo de la historia esto les ha pasado factura a muchos, desde Franco hasta Kim Jong II, pasando por Boris Yeltsin o el general Perón. Todos ellos (a excepción del líder coreano, que continúa en el poder)  padecieron y fallecieron a causa de problemas cardiacos. Éste es el órgano más afectado normalmente por el estrés, pero no el único. Fidel Castro sufre una grave divertículis, Hugo Chavez sufre fuertes dolores cervicales, J. F. Kennedy padecía la enfermedad de Addison y Roosevelt se pasó todo su mandato en silla de ruedas a causa de la polio. La lista de los cánceres es también larga. Mitterrand, de próstata, Fernando Lugo, linfático, Hosni Mubarak, de páncreas y de estómago, Evita, de cuello de útero…

Sin embargo, más allá de las enfermedades físicas derivadas del estrés, los políticos también sufren severas enfermedades psíquicas y, en muchos casos, adicciones graves. Hitler, por ejemplo, era hipocondriaco, obsesivo y psicópata neurótico, además de cocainómano; De Gaulle,  depresivo; Churchill y Yeltsin, alcohólicos; Stalin paranoico; Mussolini bipolar; Kennedy estaba enganchado a los calmantes y Hamid Karzai lo está al opio…

Del síndrome hybris…

Pero, por encima de todos los trastornos mentales, los grandes líderes son, en mayor o menor medida, víctimas de uno en particular: el síndrome de Hybris. A él, y a muchas de las enfermedades anteriormente citadas, se refiere el ex ministro británico (licenciado en medicina)  David Owen en su libro En el poder y en la enfermedad, en el que repasa cómo muchos de las grandes figuras políticas del siglo XX padecieron este mal que consiste en ser víctima de los comúnmente conocidos como ‘delirios de grandeza’.

Como explica el psicólogo social Guillermo Fouce, quien padece este síndrome “vive en un mundo paralelo” en el que se considera “el centro del universo”. “Los políticos que caen en él se despegan de la realidad, se sienten por encima de todos, creen que nadie les comprende, se aíslan del mundo razonable y se rodean de personas afines que apoyan esa visión”. Del griego antiguo, hybris se traduce como’ insolencia o desmesura’ y en la civilización helénica aludía a la ‘falta de control sobre los propios impulsos mostrando superioridad’.

Desde que se le puso nombre es un mal que afecta a una gran parte de quienes acceden al poder y, aunque aún no ha sido tipificado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), Fouce no descarta que en algún momento pueda entrar en la lista. Lo que sí está claro, asegura Buendía, es que muchos líderes padecen un desorden narcisista de la personalidad, cuyos síntomas pueden llegar a coincidir con el síndrome hybris.

… al síndrome de la Moncloa

En España esta enfermedad aún sin tipificar se llama ‘Síndrome de la Moncloa’ y la mayoría de los presidentes democráticos (aparte, por supuesto, de Franco) han sido víctimas de ella. “González y Aznar por supuesto, con Zapatero aún es pronto para decirlo porque estas cosas se aprecian con perspectiva”, asegura Fouces.

Sin embargo para Buendía no es tan temprano como para intuir que, por ejemplo, a Barack Obama no le ha afectado aún el hybris. “Ha tenido un gesto de humildad –tras las elecciones al Senado y a la Cámara de Representantes en EE UU- al pedir perdón por sus errores y ha reconocido que no le ha dado a la gente lo que necesita”, una actitud que no casa en absoluto con las ínfulas de divinidad que se dan quienes sí están afectados por el mal.

El escritor Ernest Hemingway, en un artículo publicado hace décadas, ya reflejaba la teoría de un colega suyo: ”Era teoría de Ryall que un político o un patriota tan pronto como llegaba a una posición suprema en un Estado (…) siempre empezaba a mostrar los síntomas de lo que el poder le estaba haciendo”.

¿Hay cura? Seguramente lo más fácil sea que los políticos intenten no perder el contacto con la gente y se mantengan anclados en la realidad. “Un político necesita tener la cabeza fría y manejar su autocontrol”, recuerda Buendía. Probablemente ésos sean los remedios más efectivos contra el síndrome hybris. Otra cosa es que los políticos quieran tratarse… 

Néstor Kirchner falleció la semana pasada por un paro cardíaco, y varios médicos argentinos han apuntado ya que era un paciente “difícil de tratar” porque, lejos de guardar el reposo recomendado, no dejaba de atender ni una de sus obligaciones. No es el primer dirigente político, ni será el último, al que su trabajo le cuesta la vida. La relación de los poderosos con su salud siempre ha sido un morboso tema de conversación para los ciudadanos, pero más allá del chisme, constituye un verdadero problema para las sociedades y, sobre todo, para los propios dirigentes.