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Ni Putin debería hacernos reintroducir la mili en Europa: por qué es una mala idea
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Ni Putin debería hacernos reintroducir la mili en Europa: por qué es una mala idea

En muchos países europeos se ha abierto el debate sobre la necesidad de reactivar el servicio militar obligatorio. Pero, si se trata de que los jóvenes confíen más en las instituciones, no parece una buena idea

Foto: Maniobras de la OTAN en Letonia. (EFE)
Maniobras de la OTAN en Letonia. (EFE)

La guerra de agresión rusa contra Ucrania ha hecho que la idea de la reintroducción de un servicio militar obligatorio en los países europeos haya vuelto a coger cierta fuerza. En los debates nacionales de países más cercanos geográficamente a Moscú se ve como una cuestión de supervivencia, (Lituania lo reintrodujo en 2015, Estonia nunca lo abandonó, Letonia acaba de iniciar los trámites para su reintroducción y en Polonia el debate está abierto) y en otros, como en Francia, como una oportunidad de “educación cívica”, de reconstrucción de puentes entre los jóvenes y las instituciones del Estado en tiempos de desencanto.

El argumento viene a ser que el servicio militar, la “mili”, inculca una serie de valores en los jóvenes y ayuda a la cohesión social al mezclar a ciudadanos de distintos contextos sociales en una misma experiencia. El presidente galo Emmanuel Macron, el primer jefe de Estado francés que se libró del servicio, pudo en marcha hace ya años una de sus promesas electorales: el “Servicio Nacional Universal” (SNU). En sus propias palabras, “una experiencia ciudadana de la vida militar, de la mezcla social y de la cohesión” con “una formación militar elemental: disciplina y autoridad, conocimiento de las prioridades estratégicas del país y de las grandes problemáticas de la seguridad, actividades físicas y deportivas”. Pero aunque beba de las experiencias del servicio militar obligatorio, es complicado considerar al SNU como una “mili”, aunque sí demuestra cierta nostalgia por esa experiencia perdida. Esa nostalgia es difícil de entender cuando uno acude a algunos datos: en España, solamente entre 1983 y 1988 fueron 152 los jóvenes se suicidaron mientras cumplían el servicio y otros 252 lo intentaron.

Foto: Los voluntarios se preparan para finalizar su entrenamiento militar. (Mónica Redondo)

En todo caso hay una larga literatura sobre el papel que ha jugado el ejército a la hora de la formación de las naciones europeas. Ya saben, eso de que los italianos aprendieron a hablar su idioma, más allá de su dialecto local, en las mojadas y sangrientas trincheras de la Primera Guerra Mundial. No es extraño, por lo tanto, que si vuelve a aparecer la amenaza de un posible agresor, Rusia, y casi todo el mundo está de acuerdo en que a los jóvenes les vendría bien una experiencia que les inculque unos valores cívicos, algo bastante repetido a lo largo de los últimos años desde que se eliminó el servicio en la mayoría de países europeos, se piense en la idea de la reintroducción de la “mili”.

placeholder Militares americanos en una maniobra en Rumanía. (EFE)
Militares americanos en una maniobra en Rumanía. (EFE)

Pero la “mili” ya no cumple con una función militar. Los países de primera línea ante Rusia pueden considerar que es necesaria ante el ejemplo ucraniano, en el que muchos ciudadanos han tenido que luchar calle a calle, casa a casa, pero en general los ejércitos occidentales están enormemente profesionalizados y muy modernizados, además de integrarse en una red muy amplia, como es la OTAN. El artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que hace que un ataque sobre un aliado sea un ataque sobre toda la Alianza, resta importancia a la necesidad de tener a millones de hombres en la reserva. Pero quizás entonces, sigue valiendo el argumento de la formación cívica.

Efectivamente, un nuevo estudio indica que sí, que el servicio militar obligatorio inculca una serie de valores. Pero no los que habitualmente se le presuponen en el debate sobre su reintroducción. El análisis a través de 15 países europeos en los que se eliminó la ‘mili’ indica que el efecto es justo el contrario al que ahora se le otorga: aquellos ciudadanos que hicieron el servicio militar justo antes de que se eliminara muestran menos confianza en las instituciones del Estado que la generación que vino inmediatamente después y que se libró de la “mili”. Si para algo sirve este servicio militar obligatorio, apuntan los académicos Vincenzo Bove, Riccardo Di Leo y Marco Giani para la American Journal of Political Science, es para generar lo que denominan “una brecha civil-militar”. “Los hombres reclutados justo antes del final del servicio militar obligatorio muestran niveles significativa y sustancialmente más bajos de confianza en las instituciones, los políticos y los partidos políticos que aquellos que quedaron exentos del servicio militar obligatorio”, señalan. Esas diferencias no se observan en grupos de mujeres de la misma edad, que no tuvieron que participar en la “mili”.

Foto: Eefectivos de las fuerzas armadas francesas patrullan en la isla de San Martín tras el paso del huracán Irma. (Reuters)

“Los cánticos patrióticos, las marchas y los rituales que los ciudadanos tienen que soportar, pero que no necesariamente han elegido, pueden a lo mejor contribuir de alguna manera a construir la cohesión social interregional e interclase, incluso hasta el punto de estimular el patriotismo. Pero ni el establecimiento de lazos de amistad improbables a largo plazo a través del servicio militar obligatorio, ni el desencadenamiento de un sentido de nación obsoleto y laxo, debe esperarse que ate necesariamente al ciudadano con las instituciones democráticas del estado. De hecho, puede ocurrir lo contrario”, escriben los académicos.

El servicio militar obligatorio es una experiencia muy particular. Se trata de sacar a jóvenes del resto de la sociedad e insertarlos en un modelo completamente distinto en un momento en el que su visión del mundo, sus ideas políticas y su manera de interpretar su entorno, son todavía muy maleables. Así, entran en una experiencia totalmente inmersiva en la que cuentan con una jerarquía muy marcada, con una serie de valores específicos y, si bien es cierto que los ejércitos de hoy nada tienen que ver con los de hace veinte o treinta años en lo que se refiere al ambiente ideológico en los barracones y en los puestos altos, Bove, Di Leo y Giani apuntan a que la institución sigue viviendo en cierta tensión ante unas estructuras civiles a las que está supeditada. De ahí, de esa tensión, es de donde los académicos concluyen que surge esa menor confianza hacia las instituciones del Estado.

“Al exponer a los jóvenes a un entorno militar, combinando dinámicas jerárquicas claramente identificadas, un conjunto compartido de valores y reglas y una comunidad cohesionada, las políticas de reclutamiento parecen promover la primacía de las fuerzas armadas sobre las instituciones democráticas en las que se desconfía”, señalan los académicos. Al mismo tiempo, el ejército sigue siendo una de las instituciones en las que más confían los ciudadanos de prácticamente todos los países europeos.

placeholder Maniobras de la OTAN. (EFE)
Maniobras de la OTAN. (EFE)

El servicio militar obligatorio tendría hoy ya una función limitada en materia de seguridad nacional, con unos ejércitos que están mejor completamente en manos de profesionales con la vocación necesaria para ello, y sus beneficios cívicos para los ciudadanos de a pie son muy dudosos, si es que no es contradictorio con lo que se quiere conseguir. Existen muchas otras alternativas. Los jóvenes, y en general los ciudadanos de prácticamente todas las edades, sienten más confianza en las instituciones europeas que en las nacionales. Y es una confianza que, si bien es cierto que es más fácil mantener debido a que no existe ese roce permanente con la sociedad como sí ocurre con las instituciones nacionales, desde luego no se forja en barracones. Gran parte de esa confianza se deriva de mejoras en su vida cotidiana: la moneda común o la desaparición de las fronteras nacionales, por ejemplo, en general la vinculación de estas instituciones con la promesa del bienestar.

Es probable que sea más fácil que los jóvenes desarrollen lealtad hacia el Estado y que puedan vivir una experiencia que genere cohesión social lejos de los cuarteles militares. La inmensa suma de dinero y de personal que costaría la reintroducción de la mili se puede invertir en otro tipo de experimentos y de mecanismos que se adapten mejor a los tiempos que corren.

Pocos programas han hecho más por la confianza en la Unión Europea y por la cohesión social a nivel europeo que el programa Erasmus, tanto en su modelo de estudios como en el de trabajo, o programas a nivel nacional como Séneca. Con la inmensa suma de dinero que cuesta la reintroducción de la “mili” se podría ampliar estos programas, para asegurarse de que todos los ciudadanos, independientemente de su contexto social, puedan participar y podría vincularse a actividades que potencien esos valores cívicos que se quieren inculcar.

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La guerra de agresión rusa contra Ucrania ha hecho que la idea de la reintroducción de un servicio militar obligatorio en los países europeos haya vuelto a coger cierta fuerza. En los debates nacionales de países más cercanos geográficamente a Moscú se ve como una cuestión de supervivencia, (Lituania lo reintrodujo en 2015, Estonia nunca lo abandonó, Letonia acaba de iniciar los trámites para su reintroducción y en Polonia el debate está abierto) y en otros, como en Francia, como una oportunidad de “educación cívica”, de reconstrucción de puentes entre los jóvenes y las instituciones del Estado en tiempos de desencanto.

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