Europa necesita cambiar el chip: la tecnología es geopolítica
El cambio tecnológico ya está teniendo efectos de enorme alcance en el equilibrio de poder internacional. Si la UE quiere convertirse en un verdadero actor geopolítico,
La Unión Europea ha estado ajetreada últimamente. Acaba de desvelar los primeros planes a nivel mundial para regular la inteligencia artificial, un esfuerzo que ha recibido mucha atención dentro y fuera del país. También está la Ley de Servicios Digitales, la Ley de Mercados Digitales, la Década Digital, la Estrategia de Ciberseguridad, y mucho más. Está claro que la UE está reforzando su autodeclarado papel de superpotencia reguladora, estrenado con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).
La regulación de la tecnología es importante, y probablemente más de lo que muchos europeos creen. Pero la UE, a pesar de todo su trabajo pionero en materia de regulación, no parece haber captado del todo la importancia geopolítica de la tecnología. Y lo que es más sorprendente, aunque en Bruselas se han producido algunos movimientos al respecto, la mayoría de los Estados miembros de la UE apenas han empezado a reflexionar sobre la cuestión.
La tecnología no es neutral, geopoliticamente hablando
A lo largo de la historia, la tecnología no sólo ha transformado las economías y las sociedades: ha sido un importante redistribuidor de poder entre los Estados y una fuerza fundamental que ha moldeado y reconfigurado las relaciones internacionales. Las tecnologías pueden crear ventajas económicas que impulsen la influencia económica global de un país. Pueden permitir nuevas capacidades militares y dar a un país ventajas militares o incluso convertirlo en dominante. Y los productos tecnológicos son configurados por quien los fabrica y les imprime sus valores y normas.
Bruselas y la mayoría de las capitales de los Estados miembros siguen centrándose principalmente en las implicaciones económicas, sociales y laborales de la tecnología, casi como si creyeran que, al ignorar la geopolítica de la tecnología, pueden escapar de ella por completo. Por ejemplo, la inteligencia artificial: 21 Estados miembros de la UE han publicado documentos de política de IA en los que identifican áreas de interés y desarrollan recomendaciones políticas. Con pocas excepciones —como Francia—, la mayoría de los países de la UE no se ocupan de los retos que plantea el modo en que el desarrollo y el uso de la IA pueden afectar al equilibrio de poder internacional. Se han centrado estrictamente en los retos internos y económicos.
Tendremos que cambiar nuestra mentalidad. Los países europeos y sus socios corren el riesgo de convertirse en el patio de recreo de las grandes potencias, que intentarán coaccionarlos para que se unan a uno u otro bloque. Los países europeos podrían pasar a depender económicamente de otros en lo que respecta a las tecnologías clave, dejándolos incapaces de influir en las normas de una manera que se corresponda con sus valores e incluso sometidos a la injerencia extranjera directa.
La UE apenas reflexiona sobre el modo en que sus acciones internas —o la falta de ellas— influyen en su poder geopolítico, ya que se trata de una métrica que rara vez aparece en los debates europeos. Para otros, la IA significa poder: la Comisión de Seguridad Nacional de EEUU sobre Inteligencia Artificial define su propio papel como el de "prescribir acciones para garantizar que Estados Unidos gane la competición por la IA y siente las bases para ganar la contienda tecnológica en general". El presidente ruso, Vladimir Putin, declaró que quien se convierta en el líder de la IA, "se convertirá en el gobernante del mundo".
Pero la UE, y la mayoría de los europeos, no piensan en estos términos. Esto se debe en parte a cuestiones de competencia, pero sobre todo a la forma en que la UE se ve a sí misma: a pesar de la retórica sobre una "unión geopolítica" —y de la insistencia del alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, en que la UE tiene que "aprender a usar el lenguaje del poder"—, Bruselas sigue sintiéndose muy incómoda con la política del poder. El espíritu de la UE es el de una entidad impulsada por el mercado y dirigida tecnocráticamente que, desde el principio, ha dejado la "alta política" (seguridad y defensa) en manos de los Estados miembros. Esto significa que la Comisión Europea no ve el mundo en términos de poder, coerción o ganancia relativa, sino como un juego de regulación del mercado. La mayoría de los Estados miembros no son diferentes: en lo que respecta a la tecnología, pocos de ellos han recogido el testigo geopolítico. Es posible ver esto como uno de los muchos avances civilizatorios de la UE, pero el hecho es que, mientras que Europa puede no estar interesada en la geopolítica, la geopolítica está interesada en Europa.
Dos tipos de vulnerabilidades
Las batallas sobre la tecnología generan dos tipos de vulnerabilidades para la UE y sus socios: la creación de relaciones de dependencia y los riesgos de interferencia extranjera.
La dependencia es el resultado de que determinados Estados lideren —o tengan el monopolio— de algunas tecnologías. Este dominio puede permitir a un Estado dar o negar tecnologías a otros, presionarlos para que cumplan sus órdenes o utilizar estas dependencias para obligar a otros a alinearse o a cambiar su política exterior. Los miembros de la UE deben tener cuidado con la dependencia tecnológica de los proveedores de fuera de la UE, especialmente de los Estados no democráticos, o de lo contrario se convertirán en sus colonias digitales. El principal ejemplo de esto en el pasado reciente es el debate sobre el 5G y sus suministradores chinos. Si Europa pierde terreno en las tecnologías, también podría llevar a los socios europeos a depender de terceros, ya que otros llenan el vacío dejado por los europeos.
Las tecnologías también pueden crear vías directas para que algunos Estados interfieran en los asuntos de otros. Este es el caso de la desinformación o el uso de las nuevas tecnologías en aplicaciones militares. La UE tendrá que protegerse contra este tipo de interferencias, pero también debe tener en cuenta que puede utilizar algunas de estas herramientas por sí misma.
¿Qué hacer?
A diferencia de otras grandes potencias, cuyas ofertas tecnológicas se basan a menudo en la coerción y la explotación de la debilidad, la UE debería apostar por un modelo de principios basado en las alianzas, los intereses mutuos, el consentimiento y la solidaridad. Además, la UE debería seguir analizando su mercado interior en busca de vulnerabilidades en sectores tecnológicos críticos, identificando a los proveedores de alto riesgo y garantizando la reciprocidad en el acceso al mercado de estas tecnologías para los países que restringen o limitan el comercio digital.
Y lo que es más importante, Bruselas tiene que hacer partícipes a sus capitales nacionales. Si la UE avanza en cuestiones tecnológicas sin el apoyo de sus Estados miembros, corre el riesgo de perder credibilidad y capacidad de influir en los demás. O peor aún, podría dejar espacios vacíos en Europa que llenarían actores externos. Pero si la UE y sus Estados miembros colaboran estrechamente en cuestiones tecnológicas, el bloque saldrá reforzado y demostrará que sus normas y reglamentos, como los relativos a la privacidad o la IA fiable, funcionan en casa.
Es crucial que Europa reconozca y considere los efectos internacionales de cualquier acción que realice en el espacio tecnológico. Tiene que admitir que estas acciones tienen un impacto en su poder geopolítico. Influyen en el poder blando de la UE como modelo, en su posicionamiento respecto a los planes de otros grandes actores y en su margen de maniobra geopolítico.
*Análisis publicado en el European Council on Foreign Relations por Ulrike Franke y titulado 'Europe needs a change in mindset on technology and geopolitics'
La Unión Europea ha estado ajetreada últimamente. Acaba de desvelar los primeros planes a nivel mundial para regular la inteligencia artificial, un esfuerzo que ha recibido mucha atención dentro y fuera del país. También está la Ley de Servicios Digitales, la Ley de Mercados Digitales, la Década Digital, la Estrategia de Ciberseguridad, y mucho más. Está claro que la UE está reforzando su autodeclarado papel de superpotencia reguladora, estrenado con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).