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"América Latina no odia a España, más bien le es indiferente"
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Entrevista a Mauricio Villegas

"América Latina no odia a España, más bien le es indiferente"

El escritor colombiano publica 'El viejo malestar del Nuevo Mundo', sobre las 'emociones tristes' de América Latina, muchas, fruto de la herencia española

Foto: Mauricio García Villegas posa para EC en Madrid. (O. C.)
Mauricio García Villegas posa para EC en Madrid. (O. C.)

Para entender un país, un continente, se puede utilizar la economía, la política, la historia. Se pueden analizar sus balances y sus recursos, sus rutas comerciales y sus alianzas internacionales, su poder geopolítico. Pero el colombiano Mauricio Villegas ha elegido otra vía: las emociones y pasiones. No las alegres ni plácidas, sino las tristes — muchas heredadas, inevitablemente, de España— que hacen a la América Latina de hoy una víctima de su propia alma.

Durante una visita con motivo de la presentación de su último libro, El viejo malestar del Nuevo Mundo (de la editorial Ariel), hablamos con el colombiano de la difícil relación entre el continente y la madre patria, con todos los traumas por resolver que afloran cada vez que políticos como el mexicano Andrés Manuel López Obrador lanza un nuevo exabrupto contra España a causa de la conquista.

PREGUNTA. Estamos viendo cada vez más ejemplos de discursos de resentimiento hacia España en varios países de América Latina, un discurso que está siendo instrumentalizado a nivel político, como sería el caso de Andrés Manuel López Obrador en México. ¿Es social o político? ¿Cómo afecta a las relaciones entre España y Latinoamérica, hay visos de este discurso vaya a seguir haciendo más daño a las relaciones?

RESPUESTA. Algunos líderes políticos instrumentalizan los odios y el malestar. En el caso del odio contra España, siempre está presente durante la historia de América Latina. Pero para la población en general, en casi todos los países de América Latina, el sentimiento hacia España, hacia la madre patria, es más de indiferencia; la relación es más fuerte con Estados Unidos. Hay algunos grupos, con todos los fenómenos de la cultura de la cancelación y derribo de estatuas, con intención de replantear la historia y poner en tela de juicio los ídolos del pasado. Esa idea de pedirle cuentas a España, de que deberían resarcirnos por los males que hicieron. Tengo recelos frente a estas actitudes: rehacer el pasado es muy problemático y hay mucho de indignación virtuosa, de moralismo, de subirse a un pedestal y separar los buenos de los malos. Lamentablemente, juzgar el pasado no es tan fácil.

Foto: El presidente Andrés Manuel López Obrador celebra "el Grito", la conmemoración anual de la independencia mexicana de España. (Reuters)

Por supuesto, hay eventos históricos con culpables evidentes. Sí que estoy de acuerdo con que se reemplacen algunas estatuas de conquistadores en América Latina por otro tipo de estatuas. Con lo que estoy un poco en desacuerdo es con el procedimiento. Pero eso tiene mucho que ver con con el mundo contemporáneo de las redes, donde hay tanta emocionalidad, tanta comunicación inmediatista, fugaz y poco reflexiva.

Pero volviendo a la pregunta, esas manifestaciones exacerbadas contra España son más políticas y más marginales de los que lo que se puedan ver desde aquí.

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Foto: O. C.

P. Por un lado tenemos a América latina y esos discursos anticoloniales e indigenistas, por otro, en España está ocurriendo el proceso contrario, de rechazo a las críticas del periodo colonial y la leyenda negra, sobre la que en los últimos años se han escrito ríos de tinta. ¿A qué se debe esta divergencia?

R. La leyenda negra viene desde hace mucho tiempo, difundida en buena parte por los ingleses para atacar a España. Pero sí que se ha escrito muchísimo en los últimos años para mostrar que esa leyenda negra no tenía ningún sentido. Yo creo que no existe ni la leyenda negra ni la leyenda dorada. En la historia, hay que evitar la tentación de juzgar las cosas de manera pura, puramente buenas o puramente malas. La historia de la conquista de América Latina tiene cosas extraordiarias, el valor, la entrega de muchos misioneros, pero al mismo tiempo está llena de horrores, empezando por la conquista, un horror en sí mismo, y de muchas cosas que vinieron después que fueron fruto de un despotismo tremendo. Eso no quiere decir que todo sea relativo, sino que las cosas son mucho más complejas que lo que sugiere la leyenda dorada o negra.

Foto: Recibimiento en Londres a los reyes Felipe y Leticia. (Reuters)

P. En su libro sostiene que España es como una madre a la que se ha dejado de querer, y que ahora se le dispensa la indiferencia de los adolescentes que pasan de sus progenitores. Pero el adolescente acaba madurando y retomando una relación sana con sus padres, caminando uno junto al otro en una posición de igualdad. ¿Cree que llegaremos en algún momento a algo así?

R. Hago un esfuerzo en el libro para sugerir que ese momento debería llegar lo antes posible. Pero realmente la relación natural del América Latina debería ser con América Latina. El problema empieza por la desunión de América Latina, y en esto incluyo a Brasil. La desunión con Brasil viene por una especie de trampa de la lengua: como el portugués es tan cercano al español, nos creemos que lo entendemos y que no necesitamos aprenderlo, pero nunca somos realmente capaces de comunicarnos.

Parte de la debilidad de América Latina proviene de que cada país negocia por su parte con las potencias, las instituciones internacionales [latinoamericanas] son súmamente débiles. Pero más allá, América Latina debería mirar más a Europa y mirar más a España, una relación también natural que la vamos a tener hasta hacer que esa expresión de madre patria tenga sentido y sea verdadera. Debería poder lograrse. [El acercamiento a España] nos permitiría conectarnos más con Europa, que es un continente más amable y más llevadero que Estados Unidos.

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Foto: O. C.

P. De hecho, España se ha vendido mucho, especialmente en Bruselas, como ese puente ese puente de América Latina hacia Europa. ¿Pero se ha conseguido?

R. No se ha conseguido en parte porque España no ha hecho los esfuerzos suficientes, y en parte porque porque es muy difícil relacionarse con América Latina. Eso implica relacionarse con cada uno de los gobiernos distintos que no tienen políticas de Estado, sino políticas de Gobierno. La política de estado por encima de las políticas partidistas es muy débil en América Latina, cambia un gobierno y es como si cambiara el estado. Tenemos que hacer esfuerzos para unir más a América Latina y hacer lo posible para que las ideologías sean menos influyentes.

P. Mientras que el XIX fue el siglo que conoció el auge del panamericanismo, cuando la política hemisférica tenía una razón de ser, esos procesos se han detenido, aunque ahora veamos algunas señales hacia ese sentido desde por ejemplo la nueva presidencia de Lula da Silva. ¿Qué ha fallado?

R. América Latina es muy parroquial y sus países son muy parroquiales. Yo soy un convencido de que el sistema de organización mundial a partir de países y de patrias no es el más conveniente para resolver los problemas que enfrentamos en día, calentamiento global, migraciones, problemas económicos... Hay que fortalecer las instituciones internacionales y lograr mucho más unidad. Ese es uno de los grandes problemas de América Latina hoy día, la falta de instituciones internacionales fuertes.

Foto: El presidente de Argentina, Alberto Fernández (i), recibe al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. (EFE/Matías Martín Campaya)

P. En su libro culpa a la herencia española de la tolerancia con el incumplimiento del derecho. Que por el momento histórico en el que España colonizó América latina, se puso el acento en la promulgación de las leyes pero no en su implementación.

R. Yo no hablaría de culpas. En el libro hay un capítulo sobre el delirio, una emoción muy barroca, muy hispánica. El Quijote es delirante. Es esa emoción en donde no se sabe muy bien cuál es la diferencia entre la realidad y lo soñado. Lo soñado y lo real se confunde. El delirio es un sentimiento muy fuerte en América Latina. Ya cuando los conquistadores llegaron a América su imaginación, que ya estaba desbordada, se desbordó aún más viendo la naturaleza extraordinaria, los animales multicolores, las indígenas desnudas por las playas. Esa imaginación se desbordó, y eso ha sido muy importante en América Latina para la literatura. Pero en América Latina ese delirio ha permeado el ámbito político y lo que produce es proyectos maximalistas, fundamentalistas, utópicos, que han generado más mal que bien. En todo el espectro político, desde las derechas y extremas derechas a la izquierdas, durante toda la historia de América Latina.

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Foto: O. C.

P. La polarización política en Latinoamérica ha sido un problema creciente en los últimos años, con candidatos cada vez más extremos de uno y otro bando para atraer a votantes descontentos con el statu quo. Paralelamente, casos como el de Bukele, en El Salvador, demuestran que el autoritarismo y la mano dura son respuestas cada vez más populares ante la plaga regional de la violencia. En su libro habla precisamente de cómo la violencia es un sentimiento a flor de piel en América Latina. ¿Le preocupan estas tendencias?

R. Sí, claro. Es una tendencia que viene del siglo XIX, cuando llegaron las independencias, las nuevas repúblicas. Hubo mucha inseguridad, sobre todo en el campo, lo que condujo al surgimiento de los caudillos, que ofrecieron seguridad sin importar los medios que utilizaban. Tuvieron un papel clave en el siglo XIX y XX. Este resurgimiento esporádico de los caudillos siempre ha sido un mal de América Latina y lo estamos viendo hoy en día, cuando la democracia no logra resolver los problemas que necesita resolver, la gente se impacienta y termina optando por una solución extrema. Puede ser Bukele o puede ser Maduro.

Los cambios sociales que se necesitan en América Latina son cambios que tienen que ser paulatinos, que necesitan paciencia, que necesitan reflexión, que necesitan consensos muy amplios. Esos son los perdurables. Pero vivimos en una época muy impaciente con la emocionalidad tan a flor de piel...

Foto: Un 'graffiti' de Bukele. (Reuters)

P. La religión juega un papel clave en este espíritu latinoamericano. Precisamente estamos viendo nuevos procesos religiosos y políticos en América Latina, especialmente con el surgimiento de los evangélicos, sobre todo en Brasil, pero también en otros países.

R. América Latina es un continente muy religioso. Pero la gente ha dejado de ser practicante. Especialmente en la religión católica. Pero eso no quiere decir que los latinoamericanos hayan dejado de tener una mentalidad religiosa. Esotérica, incluso. El éxito de los evangélicos tiene que ver con esa mentalidad religiosa y con que esas comunidades evangélicas resuelven problemas que los Estados no son capaces de resolver. Los evangélicos tienen éxito en entornos sociales desarticulados e incluso degradados.

Por ejemplo, la falta de cohesión familiar por el padre ausente o el padre déspota y alcoholizado, que tiene efectos muy perjudiciales en el progreso económico de las familias. Los evangélicos lo que hacen es, de una manera muy draconiana, restringir drásticamente la libertad —de beber, sexual— a las personas, sobre todo a los hombres (que muchas veces son tan disolutos en algunos contextos de Amércia Latina). Y eso hace que muchos de sus acólitos progresen en sus negocios y tengan una vida más segura, más próspera. Pero claro, a un precio muy alto: el de restricción de la libertad violenta y de adhesión a un pastor que no siempre tiene las mejores intenciones. Es un fenómeno muy típico en América Latina; pasamos del desorden, la anomia y la falta de reglas, al autoritarismo y despotismo, sin explorar un punto intermedio de soluciones regladas y moderadas.

P. El libro es sobre América Latina, pero también mucho sobre España y los españoles. ¿Cómo nos diagnostica un latinoamericano?

R. España logró algo que América Latina no ha logrado: se modernizó. España dejó ese pasado premoderno, el clientelismo, el caudillismo... La sociedad, la economía, se modernizaron. Creo que Franco, si se despertara hoy en día, vería que lo que produjo fue exactamente lo contrario de lo que quería. El conservadurismo terminó siendo una sociedad libre, vibrante, pluralista y gozosa de sus derechos. Eso es una evolución fantástica y de la cual España se debería sentir orgullosa. En América Latina nunca hemos podido independizarnos del todo del pasado premoderno. Las estructuras de la propiedad son muy arcaicas, el clientelismo, la desigualdad sigue siendo muy grande... En América Latina tenemos que lograr independizarnos del pasado.

Para entender un país, un continente, se puede utilizar la economía, la política, la historia. Se pueden analizar sus balances y sus recursos, sus rutas comerciales y sus alianzas internacionales, su poder geopolítico. Pero el colombiano Mauricio Villegas ha elegido otra vía: las emociones y pasiones. No las alegres ni plácidas, sino las tristes — muchas heredadas, inevitablemente, de España— que hacen a la América Latina de hoy una víctima de su propia alma.

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