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Algo huele mal en Bruselas: las instituciones deben airear sus trapos sucios
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Algo huele mal en Bruselas: las instituciones deben airear sus trapos sucios

Las instituciones europeas tienen que saber que la opinión pública no admite ya comportamientos que hasta ahora pasaban desapercibidos. Es hora de rendir cuentas

Foto: Una bandera europea en la Eurocámara en Bruselas. (EFE)
Una bandera europea en la Eurocámara en Bruselas. (EFE)

Las instituciones europeas son, por lo general, bastante respetadas entre los ciudadanos europeos, especialmente en aquellos países en los que la gente tiende a confiar menos en las instituciones nacionales. Las consideran corruptas o decadentes, y ven en Bruselas, en la capital europea, una aspiración, algo en lo que reflejarse. Eso obliga a las instituciones europeas a mantener unos estándares morales y éticos muy altos. Es lo que se espera de ellas y es lo que se les debe exigir.

Lamentablemente no siempre cumplen con ello. Hay muchos ejemplos. Sobre el papel las reglas son mucho más estrictas que la de las mayorías de instituciones nacionales, pero en la práctica su aplicación es muy poco efectiva. La Comisión Europea tiene muchos problemas a la hora de controlar las “puertas giratorias” con el mercado privado. Pasa con los comisarios, que son normalmente políticos nacionales a los que se envía a Bruselas por parte del Gobierno de turno. Sobre el papel tienen un tiempo de “incompatibilidad”, la realidad es que, por ejemplo, el antiguo comisario alemán Günther Oettinger ha obtenido la luz verde para admitir 17 ofertas de trabajo durante su tiempo de incompatibilidad, estando 7 de esas empresas en el registro de lobbies.

placeholder La rotonda de Schuman, corazón del barrio europeo de Bruselas. (EFE)
La rotonda de Schuman, corazón del barrio europeo de Bruselas. (EFE)

En otras ocasiones funcionarios europeos que han pasado la vida cobrando de los contribuyentes europeos y adquiriendo conocimientos durante todos esos años acaban poniéndolos al servicio de empresas privadas que, en ocasiones, impulsan agendas contrarias a los intereses generales. Un funcionario empezó su carrera trabajando para ExxonMobil, entró en la Comisión y empezó a trabajar en cuestiones de la OPEC para acabar fichando durante una excedencia para Saudi Aramco.

“Las normas se hacen en Bruselas, así que hay más lobbies que en cualquier otra ciudad en Europa. Aquí es donde las leyes se hacen. Hay más lobbies que gente trabajando en las instituciones europeas, así que es importante que tengamos buenas normas.”, explica el eurodiputado alemán Daniel Freund, de Los Verdes.

Hay muchos otros ejemplos. La vicepresidenta española del Banco Europeo de Inversiones (BEI), Emma Navarro, que durante años firmó créditos para Iberdrola, fichó por la empresa española a los pocos meses de abandonar la institución. Cada pequeño escándalo obliga a las instituciones a reforzar sus códigos éticos, como tuvo que hacer la Comisión Europea después de que su expresidente José Manuel Durao Barroso fichara por Goldman Sachs, o como ha hecho recientemente el BEI tras la marcha de Navarro. Pero no es suficiente.

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El Parlamento Europeo, la llamada “casa de la democracia europea”, no se queda atrás. El reciente nombramiento de Alessandro Chiocchetti como secretario general ha sido la llamada de atención. El hasta ahora jefe de gabinete de la presidenta Roberta Metsola fue elegido en un proceso hecho a medida para él, incluyendo una rebaja del nivel de experiencia exigido para que pudiera presentarse y la creación de una nueva dirección general para comprar los votos del partido de la Izquierda Unitaria Europea. Sí, el procedimiento fue más limpio que el del resto de nombramientos de secretarios generales en el pasado, pero en 2022 los estándares han subido mucho respecto a los de hace una, dos o tres décadas. Los problemas van mucho más allá. Las instituciones están llenas de malos ejemplos que los que vivimos dentro de la llamada “burbuja de Bruselas” conocemos. Es fácil tomarse una cerveza con un compañero del Consejo y escuchar ciertas historias, e igual ocurre en la Comisión Europea y en el Parlamento Europeo.

“Hay un código de conducta para los eurodiputados, tenemos que publicar los otros ingresos que tenemos, invitaciones a viajes de lujo, o lo que sea, tenemos que declararlo, y esas normas se han roto al menos 25 veces en los últimos años y ni una sola de esas violaciones han acabado en sanciones”, critica Freund en una conversación con El Confidencial. “Ahora mismo todo el mundo se controla a sí mismo, es su propio policía. Los comisarios vigilan si los comisarios cumplen las reglas, los eurodiputados vigilan si ellos mismos cumplen las reglas”, señala el alemán, que ha impulsado que se cree un organismo independiente que vigile el cumplimiento de los códigos de conducta.

placeholder Plenario del Parlamento Europeo en Bruselas. (EFE)
Plenario del Parlamento Europeo en Bruselas. (EFE)

Nicholas Aiossa, director adjunto de la oficina europea de Transparencia Internacional, explica a este periódico los inverosímiles dobles raseros en las instituciones. Estas acordaron hace no mucho una directiva europea para la protección de informantes. Lo curioso es que esas normas europeas son mucho más altas que las que se aplican a los trabajadores de las propias instituciones, que no se rigen por la directiva europea, sino por una regulación interna que ofrece muchísima menos protección al trabajador que quiera informar de malas prácticas o de violaciones de las normas. “Lo que estamos pidiendo es que las instituciones revisen sus reglas internas para acercarlas lo máximo posible a la directiva europea”, explica Aiossa.

“Un tema que no entiendo es la asignación que tenemos. Es para organizar eventos, para extender la palabra sobre lo que hacemos, y muchos colegas utilizan ese dinero bien, pero algunos otros lo utilizan pensando que es parte de su salario. Y la mayoría del Parlamento Europeo ha votado que queremos más control y más rendición de cuentas sobre cómo los miembros utilizan su dinero. Y estos votos se están ignorando porque el Bureau del Parlamento (la sala de máquinas de la institución, conformada por los 14 vicepresidentes y la propia presidenta) toma la decisión, pero los que están al mando misteriosamente son todos contrarios a la reforma”, critica Freund.

La omertà debe terminar. Las instituciones tienen que hacer examen de conciencia y elevar los estándares. Se espera mucho más de ellas. Hay que encender los focos, abrir puertas y ventanas y empezar a hablar con claridad. Las instituciones viven todavía en una actitud propia de hace veinte años, sin rendición de cuentas, sin la presión de los medios y de la opinión pública. Bruselas como ciudad burocrática que a nadie interesa y en la que nadie se fija. Eso ha acabado. Es hora de sacar los esqueletos de los armarios. Es una obligación moral con Europa y los europeos.

Las instituciones europeas son, por lo general, bastante respetadas entre los ciudadanos europeos, especialmente en aquellos países en los que la gente tiende a confiar menos en las instituciones nacionales. Las consideran corruptas o decadentes, y ven en Bruselas, en la capital europea, una aspiración, algo en lo que reflejarse. Eso obliga a las instituciones europeas a mantener unos estándares morales y éticos muy altos. Es lo que se espera de ellas y es lo que se les debe exigir.

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