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¿Cómo ha pasado Le Pen de dar miedo a pelear por la presidencia de Francia de tú a tú con Macron?
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Con su imagen de cuidadora de gatos

¿Cómo ha pasado Le Pen de dar miedo a pelear por la presidencia de Francia de tú a tú con Macron?

Además de utilizar su vida privada como ejemplo de los problemas y las luchas a las que ha tenido que enfrentarse, Le Pen ha sabido explotar una de sus pasiones, la cría de gatos

Foto: Marine Le Pen durante la campaña presidencial. (EFE/Guillaume Horcajuelo)
Marine Le Pen durante la campaña presidencial. (EFE/Guillaume Horcajuelo)
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Es una imagen simbólica que muestra la determinación de la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen, de alcanzar la función suprema de Presidenta de la República francesa. Para su primer vídeo de campaña, publicado el 15 de enero, Le Pen aparece frente a la Pirámide del Museo del Louvre, ocupando el espacio donde Emmanuel Macron dio su discurso como ganador de la segunda vuelta presidencial, el 7 de mayo de 2017.

En su declaración del Louvre, Le Pen dejó claro quién era su único rival en la carrera presidencial: Macron y su mandato basado en una “gestión absurda de las incesantes crisis, a menudo provocadas y mantenidas (por Macron), que llevan a los franceses al hundimiento y al desclasamiento, en un país rendido a los ataques a su soberanía por los globalistas”, explicó en el mismo escenario en el que un Macron radiante y feliz prometió que haría todo lo posible para que no hubiera ninguna razón “para volver a votar por los extremos”.

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Y aunque las encuestas aseguraban mucho antes del inicio de la campaña la reedición del duelo Macron-Le Pen en 2022, el camino de Marine ha sido más difícil de lo que la propia candidata podía esperar en enero de 2020 (cuando declaró oficialmente su candidatura) y se ha construido, en parte, sobre apuestas estratégicas arriesgadas y sinsabores personales.

Una campaña de perfil bajo

En una campaña electoral monopolizada por la guerra de Ucrania y con el candidato-presidente Emmanuel Macron imbuido en su traje de jefe del Estado y principal pacificador de Europa —negándose a participar en los debates televisivos y sin hacer apenas apariciones de campaña—, el antiguo Frente Nacional (rebautizado Agrupación Nacional en 2018), una formación sin apenas anclaje local, sin militantes y endeudado, apostó por concentrar su campaña en actos reducidos, con unos pocos cientos de personas en los auditorios. Le Pen ha aprovechado sus límites para crear una imagen de candidata cercana al pueblo.

Una línea que Le Pen ya marcó en septiembre: “Dada la situación, me parece mejor pasar tiempo sobre el terreno para encontrarme con los franceses mientras los demás están ocupados en los platós de televisión dilucidando quién es el mejor”. “La particularidad de la campaña es que no tuvo momentos clave, se buscó que fuera lo menos polarizadora y divisoria posible”, explica el periodista del diario Libération, Nicolas Massol, en un podcast del periódico consagrado a las elecciones.

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No hubo salidas de tono, eslóganes provocadores o momentos de tensión, porque para hacer ese tipo de campaña, la Agrupación Nacional (AN) ya había encontrado al figurante perfecto: el tertuliano Éric Zemmour.

Zemmour, periodista del diario Le Figaro y habitual de las tertulias de televisión, se presentó a las elecciones con un discurso mucho más radical que el que había mantenido la AN estos últimos cinco años: estigmatización de los inmigrantes y del islam, teoría del gran reemplazo de la población francesa, riesgos identitarios y de civilización en el país… Zemmour se daba los baños de masas que las cuentas del partido le habían privado a Le Pen, mostrando el músculo de una extrema derecha que veía en Marine una candidata arruinada.

Foto: El presidente francés, Emmanuel Macron, al comparecer tras conocer los resultados. (Reuters/Benoit Tessier)

El 30 de noviembre, cuando el antiguo periodista oficializó su candidatura, empezaron a sonar las alarmas en el campo de Le Pen. Sin embargo, en vez de elevar la dureza de sus propuestas, el equipo de Marine buscó presentar a Zemmour como un “misógino”, “obsesionado por el islam”, según los calificativos del portavoz de la AN, Julien Odoul revelados por Le Figaro.

El vocabulario de Le Pen se olvidó del islam, o de mezclar inmigración con delincuencia, y le dejó el marco dialéctico de la extrema derecha a Zemmour, lo que, a la postre, le permitió conseguir los mejores resultados de la extrema derecha en una primera vuelta de las elecciones presidenciales: 23,1% (por 21,3% en 2017 y 17,9% en 2012). Ya que, como explica el periodista Nicolas Massot, en el podcast Libélysée: “Zemmour hizo el trabajo de Le Pen”.

Otra apuesta a priori arriesgada pero que demostró ser ganadora: Le Pen recuperó temas clásicos de su partido como el coste de la vida y la precariedad de los franceses, que recuperaban muchas de las reivindicaciones de los chalecos amarillos y, como su proposición de bajar el IVA al gas, gasolina y la electricidad del 20 al 5%, se revelaron determinantes para bascular el voto en el contexto de la guerra en Ucrania.

Foto: Carteles electorales en Gundershoffen. (Á. F. C.)

Como confiesa Massot, el periodista que sigue la campaña de Le Pen en Libération: “Hizo la campaña que ella quería hacer, sin depender del partido. En 2017 estaba dividida entre la línea de (Florian) Philippot, que era más nacional populista y proteccionista, y la de su sobrina (Marion Maréchal Le Pen), más liberal reaccionaria”.

Y las deserciones de miembros y simpatizantes de su partido hacia Zemmour (como el eurodiputado Gilbert Collard, y el amigo de Jean-Marie Le Pen, Lorrain de Saint-Affrique) no hicieron más que reforzar su imagen de moderada y presentarla como una víctima: “se libró de personas que eran más derechistas que ella”, afirma Massot. Incluso en la “traición” de Marion Maréchal Le Pen, que se unió al partido de Zemmour tras haber formado parte del núcleo duro de Le Pen, la moneda cayó de su lado: “Se vendió como la tía traicionada”, estima Massol.

Por lo que, ante los medios y en los mítines, Le Pen empezó a hacer algo que nunca había hecho: hablar de sí misma.

Le Pen, candidata y criadora de gatos

Al finalizar el que sería su gran mitin de campaña, en Reims (norte de Francia) el 5 de febrero, Marine Le Pen salió de detrás del estrado para dirigirse a los 4.000 simpatizantes allí reunidos en otro tono. “Ahora, amigos, voy a pasar unos minutos hablando de mí. Creo que la elección presidencial es el encuentro entre el pueblo y un hombre, o una mujer. Vengo de una familia un poco peculiar, en la que había un padre al que no veíamos mucho. En la que se mediatizó el divorcio de mis padres. En el colegio me hicieron pagar la militancia de mi padre, me hicieron comprender el peso de la injusticia y la discriminación”.

Además de utilizar su vida privada como ejemplo de los problemas y las luchas a las que ha tenido que enfrentarse, Le Pen ha sabido explotar una de sus pasiones, la cría de gatos (para lo que se sacó un título durante el confinamiento) para situar otro elemento de su programa en el campo mediático: la protección de los animales, un tema tradicionalmente de la izquierda.

El debate de segunda vuelta: su asignatura pendiente

Hartazgo de los franceses (la abstención del 26 % es la más alta desde 2002), crisis de los chalecos amarillos, imagen degradada de Macron, contexto económico inflacionista, todos estos elementos le abrían a Le Pen con comodidad la puerta de la segunda vuelta, pero la emergencia de un candidato más extremo que ella y la personalización de su campaña le han permitido librarse del peso del partido de su padre y situarle como una candidata seria para ocupar la presidencia de Francia.

A menos de dos semanas de la segunda vuelta, el 24 de abril, la lucha es ahora programa a programa, y el debate televisivo del 20 de abril se presenta vital para poder atraer a los votantes indecisos (sobre todo a los más de 7,5 millones de electores del izquierdista Jean-Luc Mélenchon), porque fue en una noche así, el 3 de mayo de 2017, en la que Le Pen perdió todas sus posibilidades de vencer a Macron.

Foto: Campaña de las presidenciales francesas en París. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Por aquel entonces, el contexto era diferentes pero tenía rasgos similares: Francia vivía bajo el trauma de los atentados terroristas (un policía fue asesinado en los Campos Elíseos el 20 de abril a manos de un simpatizante del Estado Islámico), el paro aumentaba, la clase política vivía horas muy bajas por las movilizaciones contra la Reforma laboral del expresidente socialista François Hollande… En las pantallas, 16,5 millones de franceses descubren a una candidata agresiva, que se pierde en sus papeles y que da la sensación de no haber trabajado lo suficiente.

Una estrategia que, según reveló La Dépêche, era “el método Philippot”, elaborado por Florian Philippot, vicepresidente de la AN, hoy lejos del partido: “Degradar la imagen de Macron, aunque perdamos en credibilidad, para llevar a la gente a la abstención”.

Obligada a conjugar con un electorado prestado para llegar al Elíseo, Le Pen necesita ahora convencer al electorado de Mélenchon (quien repitió hasta en cuatro ocasiones en la noche electoral de la primera vuelta que “ni un solo voto debería ser para Le Pen") de que ella es la mejor barrera para evitar cinco años de políticas “neoliberales” de Emmanuel Macron.

Es una imagen simbólica que muestra la determinación de la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen, de alcanzar la función suprema de Presidenta de la República francesa. Para su primer vídeo de campaña, publicado el 15 de enero, Le Pen aparece frente a la Pirámide del Museo del Louvre, ocupando el espacio donde Emmanuel Macron dio su discurso como ganador de la segunda vuelta presidencial, el 7 de mayo de 2017.

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