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Macron y Le Pen empataron en Gundershoffen en 2017. Hoy, solo el cura quiere al presidente
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Elecciones presidenciales de Francia

Macron y Le Pen empataron en Gundershoffen en 2017. Hoy, solo el cura quiere al presidente

La anomalía estadística de Gundershoffen cobra relevancia ahora que la carrera por el Elíseo parece más apretada que nunca. Según los sondeos, Le Pen está logrando recoger el desencanto con la presidencia jupiterina de Macron

Foto: Carteles electorales en Gundershoffen. (Á. F. C.)
Carteles electorales en Gundershoffen. (Á. F. C.)
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¿Qué hace un periodista extranjero en Gundershoffen? La pregunta la formula su alcalde Víctor Vogt, de 33 años y militante de Los Republicanos, y no le falta razón. Enclavado entre colinas al pie de los Vosgos, para llegar a este pequeño pueblo de unos 3.700 habitantes hay que cruzar el bosque de Haguenau y dejar atrás las prósperas áreas del Bajo Rhin. Aparte de una iglesia protestante del siglo XVIII y un cementerio judío, no hay mucho que ver en esta localidad, a 50 kilómetros de Estrasburgo y 20 de la frontera con Alemania. Salvo por un detalle. En 2017, esta fue una de las seis 'comunes' francesas de más de 1.000 habitantes donde Emmanuel Macron y Marine Le Pen obtuvieron un empate exacto 50%-50% en la segunda ronda de las presidenciales francesas. 995 votos para cada candidato.

La rotonda de salida de este municipio alsaciano era no hace tanto uno de los escenarios donde los chalecos amarillos se levantaron contra el sistema por la subida del precio de los carburantes, cuando la gasolina sin plomo 95 alcanzó los 1,63 euros el litro y 1,54 el gasoil. Pero Gundershoffen es solo una de las muchas zonas que se sienten abandonadas a su suerte por París, "traicionadas" por la República y utilizadas por los políticos. El malestar acallado por la pandemia resurge ahora empujado por las consecuencias económicas de la guerra en Ucrania y están inflando las velas de la ultraderechista Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional), en medio de la apatía electoral y la normalización del discurso extremista de su líder, Marine Le Pen.

La anomalía estadística de Gundershoffen cobra relevancia ahora que la carrera por el Elíseo parece más apretada que nunca. Según los sondeos, Le Pen está logrando recoger el desencanto con la presidencia jupiteriana de Macron en lugares 'perdidos' como este, que van desde lo rural a lo periurbano, y aspira a alimentar la estadística histórica de que en los último 20 años ningún presidente ha logrado la reelección —el último fue Jacques Chirac, cuando derrotó a Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, en las presidenciales de 2002—.

Este domingo, 48 millones de franceses están llamados a las urnas para elegir a los dos candidatos que se disputarán el Elíseo en la segunda vuelta del próximo 24 de abril. Aunque Macron se mantiene por delante en intención de voto (con un promedio del 26%), las encuestas para la primera vuelta registran una acusada tendencia al alza de Le Pen (quien promedio un 22% de intención de voto). En las últimas semanas, la ventaja del mandatario ha pasado de 15 puntos a apenas dos. Solo un tercero en discordia de los 12 candidatos, el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, tiene todavía opciones de pasar; pero su mejor dato en intención de voto no supera el 18%.

Cuando se pregunta por un eventual enfrentamiento directo, la media de encuestas todavía da una ventaja de casi seis puntos a Macron. Pero Le Pen nunca había estado tan cerca del liderato, dentro del margen de error en la última oleada del instituto demoscópico IFOP (52%-48%), y quedan dos largas semanas hasta el día decisivo.

La 'malaise' que amenaza a Macron

La implantación del Frente Nacional en el norte de Alsacia se remonta a los años 90, cuando las nuevas generaciones de trabajadores empezaron a dejar de lado a los partidos tradicionales y dieron a Jean-Marie Le Pen sus primeros resultados notables. La historia e identidad de este valle, además de por las cinco veces que ha cambiado de manos entre Francia y Alemania, se ha cimentado sobre la industria desde el siglo XVIII y ahora cuenta todavía con más de 3.000 empleos en fábricas como una fundición, que está sufriendo enormemente con la subida de los precios de la energía. Los servicios públicos han desaparecido de manera progresiva, como la línea ferroviaria que atravesaba el macizo de los Vosgos hasta Sarreguemines, en el departamento de Mosela, frontera con Alemania. Gundershoffen permanece conectado a Estrasburgo con un tren regional que efectúa varios trayectos al día y un viejo autobús, que cubre los huecos recorriendo la única carretera que atraviesa el pueblo, atascada día sí y día también, en dirección a Haguenau. "Estamos en un callejón sin salida", resopla el regidor.

Los Republicanos conservan la alcaldía y vencieron en las regionales del año pasado, pero el Partido Socialista pasó a mejor vida, un adelanto de lo que puede ocurrir en las elecciones si, como todo apunta, quedan por debajo del 5% que da acceso al reembolso de los gastos de campaña por parte de Estado. "Hay una forma de 'malaise' (malestar)", describe Vogt, "un sentimiento de traición hacia la República", que queda cada vez más lejos, inaccesible, reducida a París, la región Île-de-France y sus 12 millones de habitantes. "Tenemos un territorio que desde hace ya veinte años no ve el resultado de su trabajo. De ahí sale el voto de protesta", apunta.

A estos votantes, algunos expertos los llaman "secesionistas". Uno de ellos es el director del Observatorio de la vida política de Alsacia (OVIPAL), Philippe Breton: "No se sienten reconocidos, tienen la impresión de no existir. Han perdido la confianza en los medios de comunicación, en la justicia, en los políticos y en las instituciones". Muchos fueron chalecos amarillos, algunos también antivacunas y ahora pueden aupar a Le Pen a la presidencia.

Foto: Dos cárteles electorales de Macron y Le Pen, los dos candidatos con más opciones. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

En su discurso de la victoria en el Louvre en 2017, Macron pareció saber leer resultados como el de Gundershoffen. "Quiero decir unas palabras a los que han votado hoy por la señora Le Pen. No les silben, han expresado su rabia, su angustia, a veces sus convicciones. Yo los respeto. Pero haré todo lo posible, durante los próximos cinco años, para que no tengan motivos para votar a los extremos". Los cinco años han pasado y sus habitantes no pueden sentirse más lejos del presidente.

A la salida del ayuntamiento se encuentran los únicos carteles de propaganda electoral que hay en todo el pueblo, con los rostros de los candidatos. Al de Macron le han tapado la boca con una pegatina y a su eslogan, 'Todos nosotros', le han añadido una coletilla: "pero sin usted, señor presidente". El de Le Pen directamente ha sido arrancado de cuajo. El resto permanecen impecables, como si la cosa no fuera con ellos.

Llegar tarde a tu propia campaña

En un quinquenato de crisis permanente, el mandatario que se propuso reformar la irreformable Francia y "devolverla a la senda del progreso" puede presumir de haber llevado la cifra del paro a su nivel más bajo en 15 años (un 7,4%), liderar la recuperación de la pandemia entre las economías desarrolladas y mantener la inflación por debajo del 5%, la mitad que en España. Solo la deuda, que ha vuelto a superar el 100% del PIB, preocupa a los economistas. Pero tras cinco años de macronismo, una pandemia y más de un mes de guerra, los extremos parecen más vivos que nunca. Si Le Pen pasa de nuevo a segunda ronda, ¿se movilizará otra vez el 'frente republicano' para evitar el primer gobierno de ultraderecha en la historia de Francia?

Centrado en su papel de jefe del Estado en guerra, presidente temporal de la Unión Europea y respaldado por los primeros sondeos tras el comienzo de la invasión de Ucrania —que llegaron a darle hace un mes hasta un 30% de la intención de voto— parece que el presidente ha llegado tarde a la campaña.

En Gundershoffen, "no voy a votar a Macron" es la frase más repetida entre aquellos dispuestos a revelar el sentido de su papeleta. Solo una persona dice convencida a este periodista que optará por el presidente en primera y segunda vuelta. Resulta ser el párroco católico, Gilles, de 70 años. "La gente está inquieta por la guerra, pero no quiero extremistas ni racistas en el gobierno", afirma mientras pasea a su perro en la calle de la iglesia.

placeholder Gilles, párroco de Gundershoffen, mientras pasea junto a su perro. (Á. F. C.)
Gilles, párroco de Gundershoffen, mientras pasea junto a su perro. (Á. F. C.)

Denisse, 43 años, regenta uno de esos locales que, junto a las iglesias y las panaderías, encontrarás allá donde vayas en Francia. No es quiosco ni bar, sino los dos al mismo tiempo, y la actividad gira en torno a las apuestas en la última carrera de caballos organizada por PMU. "Podemos votar a quien queramos, que va a dar igual. Puede que meta una papeleta en blanco", asevera, tras negarse a revelar a quién votó en 2017. Pese a que los franceses acostumbran a movilizarse para votar en las presidenciales, y ella lo hará aunque sea para mostrar su descontento, en esta ocasión se espera una abstención que puede ser histórica y que alimenta los nervios en el entorno del presidente.

"Estamos en un clima de incertidumbre porque hay mucho votante indeciso", señala Breton. La clave será si el perfil sociológico de los que se quedan en casa cambia. "La gente de izquierdas solía ser la más implicada, pero ahora parecen más movilizados los votantes de Le Pen", continúa el experto.

Mahier, comerciante de 50 años, sí está dispuesto a dar un nombre, pero no es Macron, que "habla bien, pero no ha hecho nada". Tiene decidido que su voto irá a Mélenchon, "también sabe hablar y además se preocupa por nosotros, quiere mejorar nuestras condiciones de vida. El presidente duerme muy bien por las noches".

¿Y si el candidato de 'La Francia Insumisa' queda tercero, como apuntan los sondeos? En 2017, Mélenchon apeló a la libertad de cada uno de sus votantes para elegir en lugar de apoyar a Macron en la segunda vuelta. En los últimos días de la campaña, la líder de ultraderecha ha deslizado que quiere liderar un Gobierno de Unidad Nacional abierto a "gente de la izquierda soberanista, defensores de la reindustrialización". Aunque Le Pen se reía al ser preguntada si incluiría a alguien del campo de Mélenchon y reconocía lo improbable del asunto, los sondeos apuntan a que alrededor de un 20% de votantes de La Francia Insumisa optarían por Agrupación Nacional el 24 de abril.

Foto: Campaña de las presidenciales francesas en París. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Hasta ahora, el crecimiento de Le Pen en las encuestas se explica por la caída del otro candidato de extrema derecha, Éric Zemmour, y de la candidata de la derecha tradicional republicana, Valérie Pécresse. Ambos pueden obtener menos del 10% de los votos en primera ronda. La carrera al Elíseo del primero, ideólogo xenófobo y antiglobalista que defiende la teoría conspiranoica del gran reemplazo —que la población inmigrante está sustituyendo a la nativa, blanca y católica en Europa— se ha desinflado conforme se acercaban las elecciones. Pero por el camino, su retórica radical ha blanqueado parte de las ideas de Le Pen, dotándola de un barniz presidenciable por comparación.

Pese a su subida inicial, la conservadora Pécresse ha sido el gran 'bluf' de esta campaña; incapaz de articular un discurso propio, constantemente a remolque de sus rivales a la derecha en la carrera por demostrar quién está más preocupado por devolver la seguridad a las calles de los franceses y cerrar la puerta a la inmigración.

Pero el eje de la campaña ha cambiado con la guerra: la principal preocupación de los votantes franceses según todas las encuestas es la pérdida de poder adquisitivo. Le Pen sabe que el camino al Elíseo pasa por convencer a una mayoría de votantes de que, como presidenta, será quien mejor gestione las turbulencias económicas que ya sufre Francia por la escasez de materias primas y el precio de la energía. René, de 67 años y ya retirado, reconoce que esta será la primera vez en su vida que vote por la candidata de Agrupación Nacional. "Va a subir los salarios, a bajar el coste de la electricidad... Me ha convencido", esgrime. Sus fotografías con Putin o el coqueteo con el movimiento antivacunas no han pasado factura, de momento, a la líder de ultraderecha.

Llueve sobre mojado

"La República debería ser capaz de reconciliar la apertura al mundo, la globalización, con quienes quieren preservar las costumbres y forma de vida locales", reflexiona Vogt. Su mayor frustración con el auge de los extremistas, entre los que incluye a Mélenchon, es que "la gente no se de cuenta de que su discurso es una estafa. Utilizan el malestar, la frustración y las penurias sociales que vivimos para su beneficio, pero en realidad les da igual". Vogt planea hacer un llamamiento a votar "por una personalidad del campo republicano, aunque no sea de mi agrado, ¡aunque sea la socialista Anne Hidalgo!".

La candidata de su partido, Pécresse, ya ha anunciado que no pedirá el voto para ninguno de los candidatos que pasen a segunda vuelta si ella no es la elegida. Es la primera vez en la historia que Los Republicanos no se posicionan de forma manifiesta en contra de la ultraderecha. El alcalde representa a la corriente hasta ahora dominante en Francia, la de un cordón sanitario que cada vez tiene más agujeros.

En Gundershoffen llueve sobre mojado, literalmente. La tormenta 'Diego' ha dejado en dos días las precipitaciones de dos semanas y Matteo, de 19 años, se refugia del agua y las ráfagas de viento en la entrada del restaurante en el que trabaja como cocinero. Tiene los pies calados y está a solo 100 metros de su casa, pero su jefe no debería tardar en llegar; hay que abrir para las cenas, aunque con este tiempo y entre semana no espere a nadie. Pese a que no hay muchos jóvenes en el pueblo, él está contento y quiere quedarse. El domingo va a votar por primera vez, pero no lo hará por el presidente: "Tampoco me he leído los programas, pero no voy a votar a alguien que quiere subir la edad de jubilación a los 65 años. Creo que votaré por Le Pen".

placeholder Gasolinera en la entrada de Gundershoffen. (Á. F. C.)
Gasolinera en la entrada de Gundershoffen. (Á. F. C.)

Unos 150 metros más adelante, donde termina la línea de viviendas a ambos lados de la carretera, hay una gasolinera abandonada. En la casa de al lado, Axel deja de limpiar al observar a un extraño tomar fotos del lugar. Es de origen turco, como entre un 5% y un 10% de la población, y tiene 40 años. Aunque puede votar el domingo, no piensa hacerlo. "¿Macron? Solo es el presidente de los ricos. Me importan una mierda las elecciones, no voy a votar".

La gasolinera en ruinas es un buen símbolo de la dejación que sufren pueblos como Gundershoffen. Sus letreros ennegrecidos amarillentos y desvencijados son la dolorosa estampa de bienvenida al pueblo. Los surtidores, secos hace años, todavía muestran el precio de la gasolina 95 congelada en el tiempo, a 1,21 euros el litro. El gasoil, a 1,09. Cinco kilómetros al sur, la estación de servicio en la localidad de Mertzwiller nos devuelve a un presente más complejo que el de hace cinco años. Uno en el que la gasolina ya va por 1,94 euros el litro y Francia tiene una cita con las urnas este domingo.

¿Qué hace un periodista extranjero en Gundershoffen? La pregunta la formula su alcalde Víctor Vogt, de 33 años y militante de Los Republicanos, y no le falta razón. Enclavado entre colinas al pie de los Vosgos, para llegar a este pequeño pueblo de unos 3.700 habitantes hay que cruzar el bosque de Haguenau y dejar atrás las prósperas áreas del Bajo Rhin. Aparte de una iglesia protestante del siglo XVIII y un cementerio judío, no hay mucho que ver en esta localidad, a 50 kilómetros de Estrasburgo y 20 de la frontera con Alemania. Salvo por un detalle. En 2017, esta fue una de las seis 'comunes' francesas de más de 1.000 habitantes donde Emmanuel Macron y Marine Le Pen obtuvieron un empate exacto 50%-50% en la segunda ronda de las presidenciales francesas. 995 votos para cada candidato.

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