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¿Por qué no sube la popularidad de Trump si la economía de EEUU va como un tiro?
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Los hinchas se han hecho con el estadio

¿Por qué no sube la popularidad de Trump si la economía de EEUU va como un tiro?

La bonanza económica actual en EEUU no parece tener ningún efecto en la popularidad de Donald Trump, que se mantiene en torno al 45%. La lealtad partidista ha sustituido a las cifras

Foto: El presidente estadounidense, Donald Trump. (Reuters)
El presidente estadounidense, Donald Trump. (Reuters)

El mayor reto de cubrir la Administración Trump, desde el punto de vista periodístico, es aceptar que las reglas del juego han cambiado. El manual de siempre, aquel que valía para cubrir a un Bush o a un Clinton, ya no sirve. En la era del populismo, la verdad y la mentira se mezclan mucho más a menudo, los escándalos ya no pesan lo mismo y los medios de comunicación han pasado de embestir como un toro a dar pequeños aguijonazos de avispa. Tres años después de la investidura de Trump, seguimos aprendiendo estas reglas sobre la marcha y a trompicones, como quien corre dentro de una cueva.

La tradicional relación entre la marcha de la economía y la popularidad del presidente de turno, por ejemplo, se ha roto. Aquel viejo lugar común de "es la economía, estúpido" se ha quedado aún más obsoleto. El hecho de que el PIB de EEUU se expanda a un ritmo superior al del resto de economías industrializadas, que el paro esté en mínimos desde los dorados sesenta, que la inflación siga tranquila o que la Bolsa de Wall Street rompa récords casi a diario no parece tener ningún efecto en la popularidad de Donald Trump.

Foto: El candidato a las primarias demócratas Andrew Yang. (Reuters)

El dato que mejor reflejaba esta relación era la confianza del consumidor de la Universidad de Michigan. Desde la década de los cincuenta, este sondeo amalgama los sentimientos generales de los ciudadanos respecto al clima económico. A lo largo de los años se vio que, cuando el índice subía, también lo hacía la popularidad de quien estuviera en la Casa Blanca, y viceversa.

"Desde el comienzo de la encuesta hasta la administración del presidente George W. Bush, hubo una relación bastante directa", escribe John Sides, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Vanderbilt, en 'The Washington Post'. "Pero el índice de aprobación de Trump no se ha movido, pese a que la visión de la gente respecto a la economía ha mejorado desde que Trump ocupó el cargo en 2017".

Ya no "es la economía, estúpido"

En el caso de Ronald Reagan, por ejemplo, una confianza del consumidor del 91,1 equivalía a una popularidad presidencial del 60%. Ahora mismo, el índice de Michigan marca bastante por encima, un 96,8. La gente confía en el futuro. Pero la aprobación de Donald Trump no pasa de un exiguo 43%.

Este divorcio entre ambos índices se consumó durante el último mandato de Barack Obama, y la separación ha ido aumentando en la era de Trump. Una evolución paralela a esa gran corriente de fondo que marca las agendas en Estados Unidos: la polarización, que, no por muy mencionada, deja de ser el factor dominante. La destrucción progresiva de los consensos nacionales.

Foto: Donald Trump. (Reuters)

Un sondeo de la agencia Gallup refleja que el 73% de los votantes no está en absoluto de acuerdo con el otro partido, ni en las políticas ni en los hechos básicos. Según un estudio de Associated Press y la Universidad de Chicago, el 87% de los estadounidenses piensa que la polarización “amenaza su forma de vida”, y un 42% sostiene que el partido rival es “totalmente malvado”. Cifras que han ido creciendo en los últimos años, y que se ven reflejadas en el fortalecimiento de las corrientes extremas en ambos partidos: el ascenso del socialismo entre los demócratas y del trumpismo entre los conservadores.

En este paisaje, cualquier acontecimiento es como un partido de fútbol en el que los espectadores moderados, las familias, los curiosos, han ido siendo reemplazados por 'hooligans'. A cada pase de balón, las gradas rugen y el estadio tiembla; ni siquiera una buena economía calma los ánimos.

“Da igual que lo odies o que te guste, estos números son reales”, declaró Jim Cramer, la estrella de la televisión económica CNBC. “No se puede contradecir que estos son los mejores números de nuestras vidas. No se puede”. El periodista se refería al último dato del paro: 266.000 empleos creados en noviembre. Un cuarto de millón de trabajos en una economía que lleva produciéndolos, sin interrupción, desde mayo de 2009. Un récord.

Primero la lealtad, luego las cifras

Para John Sides, la cuestión es ver qué puede más: la valoración de la economía o la valoración del presidente. El manual antiguo dice que el optimismo económico es más fuerte; en el manual nuevo, sucede lo contrario. Solo una minoría de los estadounidenses, el 23%, cree que la economía ha empeorado en el último año. Pero, de esta minoría, el 89% son demócratas. Primero están la lealtad o el odio al presidente; luego, las cifras.

Foto: Donald Trump. (Reuters)

A la luz de estos datos, tiene sentido entender por qué Trump, durante las legislativas de 2018, fue a contracorriente de la tradición. Como refleja un estudio de la Universidad de California, los presidentes que buscan la reelección en época de bonanza suelen enfatizar la economía, y con éxito. Donald Trump, en cambio, hizo de la inmigración su cruzada; en lugar de resaltar los buenos datos de una economía rugiendo a plena cilindrada, Trump colocó la 'invasión' de inmigrantes centroamericanos en su punto de mira.

Es como si a cada estadounidense le hubieran dado un animalito del que hacerse cargo. Este animalito se llama Indignación, y necesita su ración diaria de controversia y desprecio hacia el contrario. Los políticos lo saben y se la proporcionan, como quien le da un chuletón crudo a un sabueso hambriento. Los prejuicios contra los inmigrantes, el proceso de 'impeachment', el millar de escándalos. Las frías y abstractas cifras económicas ya no bastan para alimentar al público. Los hinchas, simplemente, se han hecho con el estadio.

El mayor reto de cubrir la Administración Trump, desde el punto de vista periodístico, es aceptar que las reglas del juego han cambiado. El manual de siempre, aquel que valía para cubrir a un Bush o a un Clinton, ya no sirve. En la era del populismo, la verdad y la mentira se mezclan mucho más a menudo, los escándalos ya no pesan lo mismo y los medios de comunicación han pasado de embestir como un toro a dar pequeños aguijonazos de avispa. Tres años después de la investidura de Trump, seguimos aprendiendo estas reglas sobre la marcha y a trompicones, como quien corre dentro de una cueva.

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