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El caos del mundo árabe se agravó en 2018
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EL FUTURO TAMPOCO ES HALAGÜEÑO

El caos del mundo árabe se agravó en 2018

La Primera Árabe ha cambiado la geopolítica del Magreb y el Oriente Medio, pero no en el modo que los ciudadanos sublevados deseaban. El año finiquitado es espejo de una mayor involución

Foto: Protestas en Túnez por el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi. (EFE)
Protestas en Túnez por el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi. (EFE)

Hoy un viaje desde Marruecos hasta Irak bien se podría llamar el paseo de los tristes. Al estilo de un entierro islámico, las plañideras acompañarían al viajero desde el océano Atlántico hasta la cuenca del río Tigris.

El año 2018 no ha sido positivo para el mundo árabe, antes al contrario. La Primavera Árabe, que arrancó en 2011 cuando millones de ciudadanos ocuparon las calles de 20 países para reclamar más libertades civiles a los regímenes autocráticos que los gobiernan y muchas veces subyugan, ha cambiado cosas, pero no del modo que esas gentes ávidas de democracia soñaban. La realidad del año recién finalizado ha frustrado aún más esos sueños en el Magreb y en el Oriente Medio. El caos y el desorden avanzan sin visos de mejora.

La revista ‘Time’ eligió a Jamal Khashoggi como persona del año. El macabro final del periodista saudí, asesinado y descuartizado por los servicios secretos de su propio país, representa el icono perfecto para explicar lo que ha supuesto 2018 para el mundo árabe. Khashoggi había cometido la imprudencia de pedir democracia y libertad de expresión para el mundo árabe y criticar la acción política del príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, desde una cátedra privilegiada como ‘The Washington Post’.

placeholder El periodista saudí asesinado Jamal Khashoggi, elegido por 'Time' personalidad del año 2018. (EFE)
El periodista saudí asesinado Jamal Khashoggi, elegido por 'Time' personalidad del año 2018. (EFE)

Ha sido precisamente 2018 el espejo donde se aprecia cómo las alianzas políticas en vigor desde hacía decenios están saltando por los aires. El sectarismo religioso de los chiíes y los suníes se impone como el nuevo eje geoestratégico en el mundo árabe, donde los regímenes luchan más por sobrevivir que por proporcionar bienestar a sus gobernados.

Las guerras devastadoras de Siria y Yemen son los campos de batalla de los nuevos ejes geostratégicos de Oriente Medio: el chií y el suní

En el Oriente Medio, la alianza chíi de Irán, Siria y la milicia libanesa de Hizbolá hace frente, junto a Rusia, al islam suní encabezado ahora por Arabia Saudí y las monarquías petrolíferas del Golfo Pérsico, apoyadas por Estados Unidos. Las guerras devastadoras de Siria y Yemen, que han causado cientos de miles de muertos y millones de desplazados, son los campos de batalla de esas dos alianzas.

Otros países de peso histórico en el mundo árabe como Egipto, el más poblado con casi 100 millones de habitantes, vivió un 2018 de continuada represión contra la oposición política interna, sobre todo islamista, y sufrió unos meses grandes turbulencias socioeconómicas. La deuda pública se disparó el pasado año, el turismo no remonta del todo por los ataques terroristas que se suceden y el gobierno del presidente Abedelfatah al Sisi ha anunciado duras medidas de austeridad que no auguran un 2019 muy estable. A modo de ejemplo, el precio de la harina de trigo va a ser liberalizado durante este enero. Su excesiva subida podría dejar a millones de egipcios sin su sustento básico. La revolución del pan en el país del Nilo podría ser una realidad este año que empieza.

placeholder Según Naciones Unidas, unos 85.000 niños han muerto de hambre en la guerra de Yemen. (Reuters)
Según Naciones Unidas, unos 85.000 niños han muerto de hambre en la guerra de Yemen. (Reuters)

Por su parte, Libia e Irak están sumidos en el caos. Las intervenciones militares externas, en el primer país de Francia y de la OTAN y en el segundo de Estados Unidos, derrocaron a sus dictadores, pero en el último año no se han atisbado mejoras en la vertebración de ambos países. El daño es demasiado profundo en esas dos sociedades para hallar soluciones a corto plazo.

Los tres gobiernos posiblemente más sólidos y que más apuestan por una mejora de su ciudadanía dentro de sus limitaciones ̶ Marruecos, Túnez y Jordania ̶ se manejan en entornos geopolíticos de marcada inestabilidad por la inconsistencia de sus vecinos, por sus propias economías frágiles y por ciertas disidencias internas. Los tres países ha optado por integrar a los islamistas moderados en sus parlamentos y ejecutivos como profilaxis contra movimientos proclives al yihadismo y para atrincherar a los sectores laicos con ínfulas de fomentar sociedades más abiertas.

Nuevos equilibrios, más armas

En las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta el nacionalismo panarabista liderado por el presidente egipcio Gamal Abdel Naser fue el 'leitmotiv' de las conciencias y las políticas del mundo árabe. Israel era el enemigo exterior de referencia. Fallecido Naser, el estallido de la revolución chií de Irán en 1979 encabezada por el ayatolá Jomeini puso en alerta a casi todos los países árabes, la mayoría de ellos regida por suníes. Entonces, el final de la Guerra Fría e Irán sirvieron como excusa a esos regímenes para un repliegue nacional sustentado en aparatos de seguridad implacables que controlaban toda subversión interna.

Las administraciones de Barack Obama y Donald Trump decidieron desertar de Oriente Medio, salvo para vender armas e imponer sanciones

Los años noventa y el primer decenio del siglo presente trajeron a las sociedades árabes la amenaza de la extensión del yihadismo y la irrupción de internet y los canales de televisión por satélite que reventaban la censura estatal, por lo que la represión se acentuó para prevenir alteraciones del ‘statu quo’ dominado por las élites.

Debido a ese devenir histórico generalizado del mundo árabe, la Primavera Árabe supuso una gran esperanza. En estos últimos años, han sido derrocados dictadores como Saddam Hussein en Irak, Muammar el Gadafi en Libia, Hosni Mubarak en Egipto o Ali Abdullah Saleh en Yemen, todos ellos militares que condenaron a sus pueblos a sufrir regímenes de plomo durante decenios. Pero su reemplazo ha conllevado más violencia e inestabilidad a sus países. Los nostálgicos de esos dictadores derrocados por fuerzas externas tienen razones para llorar por esos estados hoy fallidos.

El ejército, la institución más sólida y de mayor poder en los países del mundo árabe, se refuerza sin parar

El año 2018 afianzó nuevos equilibrios y alianzas. Las arriba referidas ligas chií y suní en torno a Rusia y Estados Unidos marcaron la agenda y se vislumbra una consolidación de las mismas en 2019. Ello ocurrirá si la errática Administración Trump no vira radicalmente su posición. Una posición que se centra en el paulatino abandono de su papel hegemónico como potencia exterior en Oriente Medio y basada en un apoyo militar a países como Israel, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Trump sigue la estela de su antecesor en la Casa Blanca, Barack Obama. Ambos decidieron hace tiempo desertar de Oriente Medio, salvo para aplicar sanciones y vender armas.

Ante esos nuevos equilibrios y desequilibrios que traen escenarios hasta hace poco desconocidos, el factor de la seguridad cobra más relevancia que nunca. El ejército, la institución más sólida y de mayor poder en el mundo árabe, se refuerza sin parar. Según el prestigioso Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI), entre los diez países del mundo que más han invertido en gasto militar per cápita entre 2001 y 2017 hay cuatro árabes: Omán, Arabia Saudí, Kuwait y EAU. Los tres primeros se sitúan en el ‘top 5’ del listado mundial. Es ese una síntoma inequívoco de sus prioridades y miedos.

Hoy un viaje desde Marruecos hasta Irak bien se podría llamar el paseo de los tristes. Al estilo de un entierro islámico, las plañideras acompañarían al viajero desde el océano Atlántico hasta la cuenca del río Tigris.

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