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Nicaragua, de nuevo bajo la sombra del hermano contra hermano
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más de 350 muertos en el país

Nicaragua, de nuevo bajo la sombra del hermano contra hermano

Managua es el escenario de grandes manifestaciones de uno u otro bando. Incluso a veces cantan las mismas canciones: parte importante de la oposición se declara sandinista, pero no orteguista

Foto: Paramilitares que apoyan a Daniel Ortega se sientan en una barricada de Monimbo, en Masaya. (Reuters)
Paramilitares que apoyan a Daniel Ortega se sientan en una barricada de Monimbo, en Masaya. (Reuters)

Managua era hasta hace poco una ciudad llena de vida. Las ‘fritangas’, comedores populares callejeros, encendían sus luces al caer el sol preparándose para el momento de máxima actividad, una noche que en Nicaragua es para muchos un respiro más que laboral, por las altas temperaturas del día. Esa Managua ya no existe. Tres meses de protestas antigubernamentales contra el presidente Daniel Ortega han dejado más de 350 muertos en el país, miles de heridos, y una población que ya no sale de noche por temor a perder la vida.

Los negocios que antes cerraban a las siete de la tarde ahora echan el cerrojo a las 4:45, para que todos los empleados lleguen a casa antes de que caiga el sol, lo que en Nicaragua ocurre después de las seis. Un toque de queda autoimpuesto. Pocos se imaginaban el país así a principios del pasado abril. Las protestas contra el Gobierno de Daniel Ortega iniciaron a principios de ese mes contra la actuación de las autoridades en el incendio de la Reserva Indio Maíz, al sur del país.

Foto: Manifestantes durante una protesta contra los planes de reforma de la Seguridad Social, en Managua. (Reuters)
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Explosionaron definitivamente unos días después, cuando la Juventud Sandinista reprimió duramente a quienes se manifestaban contra una reforma de la Seguridad Social decretada por Ortega. El 23 de abril las protestas ya se habían cobrado 30 muertos. El presidente y ex guerrillero retiró la reforma, pero ya no era suficiente para los opositores, que desde entonces piden su renuncia.

Ortega lleva once años en su segunda aventura el poder, tras gobernar en los 80. Tuvo que lidiar con protestas contra el fraude electoral denunciado por la oposición en las municipales de 2008, contra su polémica reelección en 2011 y contra el proyecto canalero en los últimos años, pero el nicaragüense no se había manifestado masivamente. Estaba en una especie de letargo, creen los analistas.

placeholder Vista de una calle con barricadas el pasado lunes en la ciudad de Masaya. (EFE)
Vista de una calle con barricadas el pasado lunes en la ciudad de Masaya. (EFE)

Por eso la respuesta social en abril sorprendió a todo el país. “A un gran porcentaje de la población no le interesaba lo que estaba pasando en la esfera política. De todos modos votabas por un candidato, había fraude, este candidato dejaba pasar el fraude, negociaba con Ortega algunas cuotas de poder, y quedaba ahí. Entonces la gente pensaba que no iba a pelear por un partido al que no le importa que le roben una elección”, comenta a El Confidencial Carlos Pérez Zeledón, analista político.

“Eso es lo que mantuvo a Ortega. Junto al corporativismo, ya que tenía todas las estructuras sindicales, económicas y gremiales bajo control, la patronal incluida. Una Iglesia Católica acomodada. Y la Evangélica también. Y un 70% de la población que no necesita del Estado para vivir, porque vive en la informalidad. La informalidad de nosotros permite que alguien que tiene control sobre la parte formal, controle todo”, añade el experto.

Foto: Miembros de las 'fuerzas combinadas' del Gobierno, tras acabar con la insurrección en Monimbó, Masaya, el 17 de julio de 2018. (Reuters)

Managua es estos días el escenario de grandes manifestaciones de uno u otro bando. Pasan por las mismas calles. Incluso a veces cantan las mismas canciones: parte importante de la oposición se declara sandinista, pero no orteguista. Cuando la marcha es antigubernamental, las avenidas estallan en azul y blanco, los colores de la bandera nacional.

“Ortega es malo. Tengo 71 años y estuve en la otra revolución. Y me arrepiento. No era así que iba a tratar a mi patria. Antes de morir quiero que sea libre. Que no sigan matando a los muchachos”, decía en una de las marchas Rafaela Alemán, bandera nacional en mano. Su vida, admitía, ha cambiado mucho en los últimos tres meses. “Pero aguantamos, porque somos guerreros”. Luchó contra el dictador Anastasio Somoza en los 70 y ahora ha desempolvado su bandera para volver a las calles.

Quienes se manifiestan contra Ortega critican la fuerte represión gubernamental. La Policía, junto a los grupos de civiles armados, está cerca de concluir la “operación limpieza”, de barricadas y bloqueos viales, que durante varias jornadas, en mayo y principios de junio, paralizaron casi completamente al país.

En Nicaragua ya es normal ver a paramilitares encapuchados patrullar algunas zonas, como la ciudad de Masaya, acompañados por la policía. El operativo ha dejado decenas de muertos. 38, tan sólo el 8 de julio. En el último ataque esta semana, en Masaya, murieron tres civiles y un policía.

“Lo que queremos es un país donde haya justicia. Lo que sucede aquí es simple. El presidente que tenemos es asesino. Este es su tercer periodo como presidente, y como no quiere soltar el poder, nos manda a asesinar. Queremos que se vaya y tengamos democracia verdadera”, critica Mauricio López, un activista, en otra marcha opositora.

La oposición también critica que el presidente controla de forma autoritaria todos los poderes del Estado, incluidos el electoral y el judicial. “Ortega protege absoluta y totalmente a su gente y les garantiza impunidad total. Eso es uno de los elementos que ayuda a que ellos se mantengan cohesionados.”, señala Luis Carrión, comandante revolucionario y crítico del líder nicaragüense desde hace más de dos décadas.

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Personas con la cara tapada que apoyan a Ortega vigilan las calles de Masaya. (EFE)

Los colores cambian cuando la manifestación es oficialista. La bandera rojinegra del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) domina entonces las calles de Managua. Se escucha canción revolucionaria. Los vendedores ambulantes cambian las camisetas con la bandera nacional por otras con la imagen del ‘Ché’ Guevara, Fidel Castro y Ortega. Se escucha canción revolucionaria, pero también puramente ‘orteguista’.

Y el discurso, por supuesto, es totalmente distinto. “Desde que los golpistas comenzaron a interrumpir Nicaragua, el país ha dejado de avanzar. Teníamos avances en turismo, la economía crecía al 5%... Aquí todos queremos que vuelva la paz”, decía José Saavedra, un seguidor de Ortega, en una de las marchas oficialistas.

La posición de los seguidores de Ortega es clara: la economía iba viento en popa, el Gobierno se había alejado de las tesis financieras dogmáticas del socialismo, y el país era el más seguro de Centroamérica, una de las regiones más peligrosas del mundo. Por eso dicen no entender las grandes protestas.

Foto: Un joven protesta el 18 de mayo de 2018, en la ciudad de Managua. (EFE)

El Gobierno de Nicaragua ha denunciado estar siendo víctima de un Golpe de Estado ejecutado por “terroristas” y pagado por otros países. Apunta que hay muertos en ambos bandos y ha conminado a la comunidad internacional a que investigue las violaciones de Derechos Humanos hacia sus seguidores.

“Aquí lo que se exige es Derechos Humanos para todos, y no solamente para un sector”, reclama Adolfo Pastrán, un periodista que participa en el diálogo nacional –suspendido hace semanas- en la mesa oficialista. “Vivimos en una situación muy compleja. Esto no es un caso fácil. Venimos de heridas de guerras pasadas. Tenemos una historia de revoluciones y de enfrentamientos armados que nos tiene ahora en esta situación”, añade. Coincide con la oposición en que Nicaragua está dividido. Algunos abogan por cerrar las heridas. Otros creen que es imposible hacerlo si Ortega sigue en el poder.

“Ya no ruge la voz del cañón / Ni se tiñe con sangre de hermanos / Tu glorioso pendón bicolor” reza el himno del país. La historia de violencia fraterna vuelve a repetirse en el país centroamericano.

Managua era hasta hace poco una ciudad llena de vida. Las ‘fritangas’, comedores populares callejeros, encendían sus luces al caer el sol preparándose para el momento de máxima actividad, una noche que en Nicaragua es para muchos un respiro más que laboral, por las altas temperaturas del día. Esa Managua ya no existe. Tres meses de protestas antigubernamentales contra el presidente Daniel Ortega han dejado más de 350 muertos en el país, miles de heridos, y una población que ya no sale de noche por temor a perder la vida.

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