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Cosas que van bien en Grecia con Syriza
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Cosas que van bien en Grecia con Syriza

Syriza no se ha olvidado completamente de sus promesas electorales. Hay ministros que, en su pequeña parcela, traten de dar un empujón a los ideales de izquierda que aún enarbolan

Foto: Votantes de Syriza, durante un mitin de fin de campaña de Alexis Tsipras en Atenas, el 18 de septiembre de 2015. (Reuters)
Votantes de Syriza, durante un mitin de fin de campaña de Alexis Tsipras en Atenas, el 18 de septiembre de 2015. (Reuters)

El Gobierno de Syriza en Grecia ha sido uno de los más azotados de Europa, si no del mundo, desde los ángulos más insospechados. La derecha lo acusó de querer transformarse en bolivariano; la troika —ahora cuádriga— le ha impuesto condiciones draconianas que le ataron las manos desde el primer minuto; la izquierda lo culpó de haberse vendido al capital, de haber firmado el tercer rescate y de no haber tenido arrestos para salir del euro, y la prensa internacional, de no haber cumplido las promesas electorales que bien revestía de retórica populista.

Tras poco más de un año y medio en el poder, el Ejecutivo de Syriza ha dado más emociones a los ciudadanos que cualquiera de los anteriores en Grecia. Muchos han sido los errores cometidos, numerosas las ocasiones en que el país estuvo al borde del precipicio y, poco a poco, han ido cayendo las decenas de 'líneas rojas' que la troika ha tumbado sin piedad.

No obstante, sería falso decir que Syriza se haya olvidado completamente de sus promesas electorales o del espíritu de las mismas. Hay ministros que, en su pequeña parcela, tratan de dar un empujón a los ideales de la izquierda que aún enarbolan.

Parches para la crisis humanitaria

Tsipras llegó al poder con un plan bajo el brazo, el programa de Salónica, que vino a ser un acuerdo de mínimos para atajar lo que se calificó de 'crisis humanitaria': un país con más del 25% de paro, superior al 50% entre los jóvenes, que no tenía dinero ni para calentarse en invierno. Dentro de ese programa había varios planes que quedaron ensombrecidos por el año de montaña rusa de las negociaciones con los acreedores, que amenazaron en varias ocasiones con cerrar el grifo. Pero cuando a Grecia le quitaron las manos del cuello, diversos ministerios establecieron diversos programas de ayuda básica, como la tarjeta Karta Sítisis, que el Gobierno recarga cada cierto tiempo para que aquellos ciudadanos sin ningún recurso puedan acercarse a alguno de los supermercados donde se acepta —no todos lo hacen— para comprar bienes básicos. El poseedor de la tarjeta recibe entre 70 y 220 euros cada vez que el Ejecutivo la recarga.

Efijía Harspala, mujer en la cuarentena, es una de sus beneficiarias. Lleva en paro tres años y tiene un hijo pequeño. Su marido se quedó también sin trabajo hace un año. Asegura que con las recargas consigue “cubrir las necesidades básicas, pero a veces no es suficiente y hay que elegir entre algunos de esos productos básicos". No obstante, matiza, “incluso aunque no sea suficiente, es una manera digna de recibir ayuda”. El Gobierno cifra en 120.425 los beneficiarios de esta tarjeta, que ya va por su decimoquinta recarga, con un coste para las arcas del Estado de cerca de 14 millones de euros.

No es el único subsidio establecido por Syriza, que también aplicó una serie de ayudas al alquiler para aquellos que no puedan hacer frente al pago de su vivienda. Además, para el año 2017, el Gobierno aumentará el presupuesto en 760 millones para el llamado “Ingreso social de solidaridad”, una ayuda para aquellos a los que se les terminó el paro, lo que extenderá este ingreso a 250.000 hogares.

Un presupuesto que contempla un ahorro récord, pues Grecia tiene que alcanzar un superávit primario del 1,75%, pero en el que crecen en 300 millones los fondos de emergencia para sanidad y educación, los grandes sectores públicos maltratados por la crisis.

El matrimonio homosexual sigue su camino

La homofobia sigue presente en Grecia, pero la normalización dio un paso de gigante a finales de 2015 con la aprobación de las uniones civiles entre personas del mismo sexo. A pesar de que el cabeza de los cristianos ortodoxos griegos, el obispo Jerónimo, asegurara que la separación entre Iglesia y Estado es imposible, se va a cumplir un año sin que esta promesa cumplida de Syriza haya dado mayores problemas.

“No ha habido ningún problema” con funcionarios que no hayan querido aplicar la ley, explica a El Confidencial Haris Tortorelis, miembro del colectivo LGTB de Syriza, “en los primeros meses la única traba era que los formularios no estaban adaptados, solo se podía poner hombre y mujer como pareja”, asevera, “pero no ha habido más problemas”.

Tal y como sucedió en España, el ruido inicial de las instancias religiosas se ha ido apagando en favor de una normalidad que, sin embargo, sigue dándose por barrios. Los datos en Grecia todavía reflejan, según el Pew Research Institute, que apenas el 53% de la población (comparado con el 90% de España) ‘acepta’ o ‘tolera’ las relaciones entre personas del mismo sexo, no digamos ya los matrimonios. Aunque los activistas ven avances gracias a que la ley les concede los mismos derechos que a los heterosexuales.

60.000 refugiados: colegio para sus hijos

Si en la crisis económica Grecia se ha llevado un suspenso, en la de los refugiados merece un notable alto. Mitad por solidaridad, mitad por inevitabilidad —sus islas se han convertido en punto de entrada de migrantes—, el país y sus ciudadano, se han volcado con los que huían de la guerra y la pobreza, creando un ambiente suficientemente sosegado, teniendo en cuenta la tensión social existente por la bajada de las pensiones y salarios y el recorte de derechos.

En menor medida, aunque también destacable, está la acción del Gobierno, que con el ministro de Migración, Yanis Muzalas, a la cabeza, ha ido subsanando —aunque todavía queden muchas fallas— los defectuosos campos de refugiados y sus condiciones de vida sin utilizar el asunto políticamente.

El último proyecto que Syriza lleva a cabo, a pesar de la oposición de los padres en varias ciudades del país —que terminó por adquirir tintes racistas—, es la de escolarizar a los niños refugiados (un 40% del alrededor de 60.000 que permanecen en Grecia), usando fundamentalmente las instalaciones de sus propios centros educativos. Actividades en los campos para los más pequeños, clases por la tarde para los que están en edad escolar… Atenas ha contratado temporalmente a 800 profesores de primaria para estos menesteres. El objetivo es que muchos de estos niños estén preparados el año que viene para integrarse en las clase normales de su edad si, como parece, el resto de países europeos no abren sus puertas para acoger la exigua cuota que acordaron en Bruselas.

Desbalcanización del fútbol griego

Un ministro es poca cosa comparado con el negocio del fútbol. Y más un ministro de Deportes. Pero la lucha de Stavros Kondonis, titular de la difícil cartera, contra la violencia en el deporte, contra la imagen balcánica que dan estadios llenos de bengalas y más partidos a puerta cerrada de lo habitual, contra el amaño de partidos... está siendo un pulso que puede, contra todo pronóstico, ganar.

Todo comenzó a principio de esta temporada cuando, en un giro inesperado, el ministro quiso “por primera vez en la historia de Grecia”, cuenta a El Confidencial Yannis, un experimentado periodista deportivo, “actuar” decisivamente “contra la Federación Griega de Fútbol”, una acción en la que tenía todas las de perder, porque la UEFA siempre respaldó a la FGF en casos anteriores. Kondonis quería que los miembros de la federación, algunos de ellos implicados en casos de amaño de partidos, dimitieran para dar paso a otros nuevos. “Lo que solía hacer la UEFA era amenazar, invocando el derecho de autogobernanza de las federaciones, con que los clubes griegos quedarían expulsados de las competiciones, y por eso todos los gobiernos que intentaron algo claudicaban”, explica Yannis.

No funcionó con Kondonis, que permaneció impertérrito ante la ira de los aficionados, incluso redoblando la apuesta al no permitir el comienzo de la liga... hasta que la UEFA misma se puso de su lado y muchos miembros de la FGF dimitieron. Kondonis tiene aún muchos retos por delante para limpiar el mundo del fútbol y tratar de dar un paso hacia su desbalcanización: uno de sus proyectos es la instalación obligatoria de cámaras de seguridad en los estadios de primera y segunda división, so pena de no poder celebrar partidos en los estadios que no las instalen. Un reto complicado incluso para quien ha ido más lejos que nadie para limpiar el fútbol griego.

El Gobierno de Syriza en Grecia ha sido uno de los más azotados de Europa, si no del mundo, desde los ángulos más insospechados. La derecha lo acusó de querer transformarse en bolivariano; la troika —ahora cuádriga— le ha impuesto condiciones draconianas que le ataron las manos desde el primer minuto; la izquierda lo culpó de haberse vendido al capital, de haber firmado el tercer rescate y de no haber tenido arrestos para salir del euro, y la prensa internacional, de no haber cumplido las promesas electorales que bien revestía de retórica populista.

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