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¿Existe libertad de prensa en Venezuela?
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libre albedrío, censura, autocensura e intereses

¿Existe libertad de prensa en Venezuela?

En principio, cualquiera puede decir lo que quiera en la calle y las redes sociales. Pero, como todo en el país, hay que dar muchas vueltas para explicarlo

Foto: Una periodista frente a la prisión de Ramo Verde, donde está encarcelado el líder opositor Leopoldo López, en junio de 2015 (Reuters)
Una periodista frente a la prisión de Ramo Verde, donde está encarcelado el líder opositor Leopoldo López, en junio de 2015 (Reuters)

Cuando Albert Rivera visitó Caracas, por las redes sociales corrió un 'meme' con la foto de su llegada al aeropuerto, rodeado de decenas de cámaras, micrófonos, grabadoras y periodistas. “Cuando vas a Venezuela a denunciar que no hay libertad de expresión y te reciben así”, decía el texto. Viendo la imagen, cualquiera diría que es cierto, que los venezolanos no se pueden quejar de falta de libertad de expresión ni de censura, porque tanto el candidato como los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González han paseado por la capital y hecho declaraciones. Porque los mismos opositores al Gobierno de Nicolás Maduro hacen ruedas de prensa y manifestaciones. Porque por las redes sociales se escribe lo que se quiere. Porque, al contrario de lo que pasa en México y Colombia -y por suerte-, los periodistas no son objeto sistemático de secuestros y asesinatos. Pero, como casi todo de lo que se habla de este país -el dólar paralelo, la escasez, la dinámica política-, hay que dar algunas vueltas para lograr explicarlo.

Para empezar esta aclaración, otra imagen. O varias. Las del pasado jueves 2 de junio en el centro de Caracas, donde 19 periodistas fueron víctimas de robos, amenazas, intimidación y censura y agresiones. Estaban en la cobertura de una manifestación donde pedían comida. “Tenemos hambre”, gritaban. La policía trató de dispersar a la gente con bombas lacrimógenas y, en medio del barullo, grupos armados afectos al Gobierno empezaron a atacar a los periodistas de modo sistemático ante la mirada pasiva de las fuerzas del Estado.

Tan solo en mayo hubo 40 agresiones hacia periodistas, el mes más virulento para el gremio en lo que va de año, según el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS). Marianela Balbi,directora ejecutiva de esta ONG, explica que son agresiones sistemáticas y que, a diferencia de otros países donde las mayor parte de las agresiones vienen del crimen organizado y el Gobierno garantiza la libertad de expresión, “aquí es el actor agresor, es un Estado victimario”.

El sistema público de medios, lejos de cumplir su función, ejerce como portavoz del Gobierno y, más aún, del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el partido del Gobierno. En Venezolana de Televisión rara vez se verá a un político de oposición, salvo que sea atacado o ridiculizado. Es un canal donde las protestas, ya diarias, no existen. Y donde una de las principales cabezas del PSUV, Diosdado Cabello, tiene un programa nocturno semanal donde, básicamente, hace proselitismo y ataca a la oposición.

En pro de comunicar al pueblo “lo que los medio de la derecha no cuentan”, el presidente Nicolás Maduro hace uso de las 'cadenas' de radio y television, que es algo así como el mensaje de Navidad del Rey, sólo que en este caso es a la hora que quiera, el día que quiera, con la duración que quiera y cuantas veces quiera Maduro. Cuando empieza una 'cadena', todas las radios y televisiones del país deben dejar su programación y pegarse a la señal oficial. Ha habido 'cadenas' que han durado más de 3 horas y semanas en las que ha habido más de 3 'cadenas'.

Sin datos oficiales

No hay acceso a las fuentes oficiales, ni a documentos oficiales, informes o estadísticas. Como ejemplo, sirva que durante meses el Ministerio de Salud no publicó el Boletín Epidemiológico en plena crisis por el virus chikungunya y luego por el zika. Cuando publicó las cifras atrasadas, no las dio de modo completo.

Este acceso a las fuentes es uno de los problemas que encuentran en su día a día los periodistas. Si no se pertenece al Sistema de Medios Públicos, suele ser toda una odisea, cuando no un imposible, el acceso a una fuente oficial. Incluso puede haber represalias si se pide ejercer este derecho al acceso a la información.

Maru Morales cubre la fuente parlamentaria para 'El Nacional' desde 2010. A finales de 2013, con la antigua Asamblea Nacional, el entonces director de prensa de la entidad le prohibió el acceso a su fuente “como represalia por la publicación de una nota donde recogía, precisamente, las dificultades para acceder a la información en la Asamblea”, cuenta Morales. Puso un recurso de amparo en el Tribunal Superior de Justicia, que tardó un año entero en responder negativamente. El veto duró 2 semanas en esa ocasión porque en mayo de 2015 llegaría otro. “Pedí una entrevista con el diputado Diosdado Cabello para que respondiera a los señalamiento de la prensa internacional sobre sus supuestas actividades ilícitas”. No pudo volver al hemiciclo hasta que cambió el signo político del mismo.

El periodo tras la muerte de Chávez, hasta el día de hoy, ha sido bastante negro para el periodismo en Venezuela, en especial 2014. Las agresiones a la prensa en las manifestaciones fueron la norma. Pero en las redacciones se dio otro fenómeno. Globovisión, El Universal y la Cadena Capriles (que engloba entre otros a los diarios Últimas Noticias y El Mundo), cambiaron de dueño. En los dos últimos casos, quedaron en unas manos misteriosas que vinieron agarradas a un cambio de línea que dan a entender quiénes pudieran ser los dueños. Pasaron de contar las cosas de un modo más o menos equilibrado al “aquí no ocurre nada” y luego al “aquí pasa lo que diga el Gobierno”. Para muestra, las portadas del pasado viernes 3. El Universal apenas reseña en un recuadro la manifestación con agresiones. Últimas Noticias ni siquiera lo consideró para la primera.

Ese cambio de línea vino con mucha censura a los redactores, eliminación de notas de los diarios a punto de ir a la imprenta, cambio por gacetillas gubernamentales. Y despidos. En octubre de 2014 fue el caso de Odell López, hoy coordinador de Información del Diario 2001 y entonces redactor de Política en Últimas Noticias. “Me llamaron de Recursos Humanos y me dijeron que me despedían, sin causa oficial. Como en el país existe la inamovilidad laboral, me pidieron que yo firmara la renuncia. Me negué porque vulneraba mis derechos”, cuenta el periodista. Previamente había sufrido al menos 10 episodios de censura en sus notas. Al día siguiente de negarse a firmar, lo intentaron sacar a la fuerza de su puesto de trabajo.

Del blackout a las redes

Compaginaba su labor de reportero con la de locutor de noticias en FM Center. “En la radio me dijeron que para resguardarme que mejor no narrara mis notas, que sólo entregara los guiones. Pero la situación se mantuvo por tres semanas y me dijeron que yo no saldría al aire más”. Era otro modo de despido. Detrás de su salida de ambos medios estaba el entonces presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. “La orden vino de él. Un miércoles criticó en un programa a otro compañero. El jueves yo le escribí unos tuits públicos pidiendo que respetara al gremio periodístico. Me despidieron el lunes. Él llamó a ambos medios y dijo que me quería fuera de ahí, que yo era una amenaza para la revolución”. Este fue un caso entre decenas.

Los periódicos que no han sido comprados por dueños de dudoso origen no quedan fuera de peligro. Sobre ellos pesan todas las letras de una compañía, la Corporación Maneiro, con el monopolio de la importación y venta de papel prensa. Cabeceras como Caracas Hoy, Petare Hoy, Diario Vea o Correo del Orinoco, todos de línea pro gobierno o creados por el mismo, no han tenido problemas para imprimirse regularmente. El diario Tal Cual, fundado por Teodoro Petkoff, fuerte opositor al Gobierno, tuvo que cambiar su formato a semanario, y junto a otros muchos periódicos no salió en Semana Santa por falta de papel.

El Nacional, una de las cabeceras más importantes del país, ha reducido tanto su tamaño que su edición dominical, la que se supone más voluminosa, pasa por debajo de la puerta. Este diario, si bien acosado por el Gobierno y chantajeado por el papel, no escapa tampoco a la censura. En algunas tertulias matutinas de España lo han calificado como “adalid de la libertad”, pero entre sus páginas nunca se encontrarán ni las informaciones sobre el fraude de Derwick, la empresa especializada en la construcción de plantas de generación de electricidad, ni sobre los bolichicos, la camada de nuevos ricos que se benefició, entre otros con el fraude de Derwick. Tampoco grandes titulares sobre el dos veces candidato Henrique Capriles Radonski, vetado de sus páginas durante mucho tiempo, como él mismo reconoce.

El 19 de febrero de 2015 era detenido el alcalde metropolitano Antonio Ledezma. Ninguna televisión pública o privada emitió el evento en vivo o en el noticiero del día. Sólo Televen pasó unas imágenes. Ni siquiera el medio cuya seña siempre fue la inmediatez, la radio, llegó a la cita. Los venezolanos se tuvieron que enterar del suceso por las redes sociales, el nuevo medio de información -y de desinformación y de ruido-, del país.

La censura y la autocensura pesaron esa vez y muchas otras. El miedo al cierre o a grandes sanciones, tal y como ocurrió con 32 emisoras que salieron del aire en 2009. Si el paso de los medios de comunicación de lo tradicional a soportes digitales fue para tener audiencia y adaptarse a los tiempos, en Venezuela fue una necesidad de supervivencia. “La migración a las plataformas digitales fue el camino que tomaron los medios. Es aquí donde está el periodismo más independiente, el que está haciendo periodismo”, cuenta Marianela Balbi.

Restricciones en internet

El Pitazo TV fue uno de esos medios que nació para combatir la censura y, a su vez, llegar a los sectores D y E, los de menos ingresos, donde es muy difícil que llegue una web. César Bátiz, ex integrante de la Unidad de Investigación de la Cadena Capriles, es el artífice de este medio. “Tenemos contenido digital, pero lo clave es el servicio de SMS con una base de datos de más de 2 millones y medio de usuarios y con un envío de 500 mil mensajes de texto con contenido noticioso entre lunes y viernes”.

Bátiz vio la necesidad de crear este medio porque “hay muchos medios comprados, otros con autocensura, hay leyes que restringen la comunicación audiovisual en vez de regularla. Las libertades ciudadanas en general está muy limitadas en Venezuela”.

Aunque las redes sociales e internet parezcan una vía de escape, aquí también hay restricciones. Venezuela ha tenido en su historia reciente episodios de bloqueos de páginas por la vía administrativa, distinta a la judicial, explica Luis Carlos Díaz, especialista en redes sociales y activista digital, “porque en ésta media un demandante y un tribunal y en la administrativa es alguien en una oficina que toma una decisión y ya”. Se han bloqueado las páginas que tengan que ver con el dólar paralelo por romper la ley de ilícitos cambiaros. “También han hecho cosas tan ridículas como bloquear bitly, la plataforma de acortamiento de links. Es una locura porque bloquearon un millón de webs y eso duró así varios meses.

Del bloqueo tampoco se han salvado medios extranjeros, como NTN24, el canal colombiano del que no sólo se bloqueó su web, también su canal de YouTube. En 2015 llegó el turno del portal argentino Infobae con el argumento de que sacó la foto del diputado Robert Serra (PSUV) en la morgue, luego de ser asesinado. “No hay ninguna ley que diga que te pueden bloquear por eso”, apunta Díaz.

Incluso por tuitear hay gente presa. En 2014 se detuvo a 7 personas. Algunos siguen en la cárcel, sin juicio y sin una causa clara. El caso más exótico, el de un adivino que en uno de sus tuits predijo que iba a “haber mucho llanto en la Asamblea Nacional”. A los pocos días asesinaron al ya mentado Serra. Aunque no se encontró la relación entre ambos hechos, fue enviado a prisión.

A pesar de la aparente libertad de expresión que se vislumbra desde fuera, Venezuela es una extraña amalgama de libre albedrío, censura, autocensura, represión, miedo, complacencia e intereses.

Cuando Albert Rivera visitó Caracas, por las redes sociales corrió un 'meme' con la foto de su llegada al aeropuerto, rodeado de decenas de cámaras, micrófonos, grabadoras y periodistas. “Cuando vas a Venezuela a denunciar que no hay libertad de expresión y te reciben así”, decía el texto. Viendo la imagen, cualquiera diría que es cierto, que los venezolanos no se pueden quejar de falta de libertad de expresión ni de censura, porque tanto el candidato como los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González han paseado por la capital y hecho declaraciones. Porque los mismos opositores al Gobierno de Nicolás Maduro hacen ruedas de prensa y manifestaciones. Porque por las redes sociales se escribe lo que se quiere. Porque, al contrario de lo que pasa en México y Colombia -y por suerte-, los periodistas no son objeto sistemático de secuestros y asesinatos. Pero, como casi todo de lo que se habla de este país -el dólar paralelo, la escasez, la dinámica política-, hay que dar algunas vueltas para lograr explicarlo.

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