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Combatir sin esperanza en las calles de Alepo: "La revolución se acabó. Perdimos"
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FUSILES REBELDES CONTRA ARTILLERÍA Y AVIACIÓN

Combatir sin esperanza en las calles de Alepo: "La revolución se acabó. Perdimos"

Al Asad cerca Alepo. La revolución siria agoniza. Los rebeldes son incapaces de doblegar a la maquinaria bélica del régimen. Ya no creen en la victoria

La guerra civil siria está librando su última batalla en Alepo tras la caída de Homs. La derrota de la ciudad estandarte de la revolución ha supuesto un duro golpe para los insurgentes. Los frentes están enquistados. Hace casi dos años que la revuelta se extendió como un veneno por las principales arterías de la ciudad, pero desde hace meses todo permanece estático. Ni se avanza ni se retrocede.

Los rebeldes se ven incapaces de ganar terreno frente a la maquinaria bélica de un régimen que ha resurgido con vitalidad gracias a la aparición del Estado Islámico, quiénes le han hecho el trabajo sucio luchando contra los rebeldes y dejándoles, en muchas ocasiones, el camino libre para reconquistar territorio. Los barriles cargados de TNT que arrojan los helicópteros de Bachar al Assad llueven sobre la ciudad (hasta 50 por día) y esto ha acabado por minar la moral de los insurgentes.

La maquinaria bélica del régimen ha resurgido con vitalidad gracias a la aparición del Estado Islámico, que le ha hecho el trabajo sucio luchando contra los rebeldes

La realidad en Alepo es que los rebeldes están cansados; se ven superados en número y en armamento por un régimen que castiga duramente las posiciones de los alzados con artillería pesada y aviación. En este contexto, los rebeldes comienzan a perder la fe en la revolución y en una hipotética victoria. “Ya no creo en la revolución. Hemos perdido y hay que asumirlo. Me marcho de Siria para no volver nunca más”, confiesa Yosef Abobacker a través de Skype desde Turquía, donde ha huido junto con su mujer y su hijo, recién nacido.

Durante años Yosef trabajó como fixer (un local que ejerce como guía) para diferentes periodistas extranjeros; siempre renegó de la posibilidad de abandonar la tierra de sus padres. Hoy mira con incertidumbre la revolución en la que luchó y en la que ha perdido a docenas de amigos. “Ya no queda nada de aquello por lo que salimos a la calle. Siento dolor y tristeza y la razón es que no puedo hacer nada por mi pobre pueblo. No hemos recolectado los frutos que hemos sembrado y, además, seguimos muriendo”, afirma este antiguo estudiante de Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Alepo.

“Sobre el terreno, la situación militar es peor que antes. En cuanto al pensamiento, la mayoría, a pesar de todo, ha comenzado a hablar, hemos logrado libertad de expresión. La gente ha empezado a hablar, sea para bien o para mal. La gente habla en público, aunque es poco, pero los sirios han aprendido a hablar. Hemos logrado libertad de expresión”, finaliza Yosef, orgulloso.

Los islamistas se adueñaron de la revolución

¿Qué fue de aquellos que salieron a la calle para protestar contra el régimen de Al Asad? Al igual que Yosef, miran con nostalgia tiempos pasados. La mayoría huyó a los países fronterizos con Siria, donde tratan de hacer una vida lo más digna posible en campos de refugiados o trabajando en lo que pueden para mantener a su familia. Los menos afortunados están muertos o atrapados en una guerra estancada y con visos de alargarse durante años.

‘Ya no creo en la revolución. Hemos perdido y hay que asumirlo. Me marcho de Siria para no volver nunca más’, confiesa Yosef Abobacker

Desterrado ha quedado cualquier vestigio de la Revolución Siria que comenzó en marzo de 2011. Lejos, muy lejos, quedan hoy aquellas manifestaciones de civiles bailando, gritando, cantando. Civiles desafiando un régimen que los tenía oprimidos desde hacía cuatro décadas. Ahora nadie recuerda que en Siria hubo una revolución, solo mencionamos a los yihadistas del Estado Islámico. Nadie presta atención a los civiles que siguen muriendo en los bombardeos diarios de la aviación de Al Asad.

El Estado Islámico, al que Occidente ha declarado una guerra sin cuartel, mamó de la desesperanza de los sirios, se nutrió de su hartazgo y basó, gran parte de su discurso, en focalizar todos esos lamentos para prometer el fin de Occidente. En la ciudad de Raqqa, norte de Siria y fronteriza con Irak, ondean al viento las banderas negras de los islamistas. No hay rastro de la tricolor de la revolución, como ni rastro queda de aquellos que, cada viernes después del rezo, se manifestaban pacíficamente pidiendo la marcha de Bachar Al Asad, libertad o la ayuda de Occidente para acabar con el sátrapa. Los islamistas se han apoderado de todos los corazones. Los han emponzoñado y han sustituido la esperanza por crucifixiones públicas, decapitaciones o ejecuciones masivas. Han secuestrado la revolución.

“No es posible que la revolución muera mientras haya gente que siga creyendo en ella”, advierte Abdullah Mohammad. Las palabras de este tendero resuenan en las calles semidesiertas del barrio de Bustan Al Qaser. Abdullah mira a derecha e izquierda de su puesto de verduras y, en voz baja, para que nadie le oiga, acaba confesando la verdad: “Lo mejor que nos puede pasar es que la guerra acabe lo antes posible”.

“La gente sabe que la revolución se acabó”

En Alepo apenas quedan unos cientos de miles de civiles -antes de la guerra vivían cerca de tres millones de sirios- y a los pocos que sobreviven entre las ruinas les aterra hablar con la prensa extranjera. Saben que la revolución está condenada a morir y no quieren que sus nombres puedan ser relacionados con algo que tenga que ver con la revolución. “La gente sabe que la revolución se acabó y están esperando el momento de que las tropas del régimen vuelvan a hacerse con el control de Alepo. Se acabó”, confiesa Yosef.

Cuando la revolución estalló en marzo de 2011 los pocos sirios que se atrevían a hablar con la prensa lo hacía con la cara cubierta y ocultando su rostro. En julio de 2012 (coincidiendo con las ofensivas en Damasco y Alepo), los sirios perdieron el miedo a los Asad. Era señal inequívoca de un cambio en los civiles. ¿Estaba cerca el final del régimen? Todo parecía indicar que sí. Los rebeldes combatían calle por calle contra las tropas del régimen. Barrio tras barrio, la ciudad fue cayendo en manos de los alzados. Los civiles salían a recibir con los brazos abiertos a los rebeldes. Eran meses de esperanza…

Todo eso es pasado. El régimen cerca Alepo. La revolución se difumina y, con ella, las ansias de esperanza para millones de sirios.

La guerra civil siria está librando su última batalla en Alepo tras la caída de Homs. La derrota de la ciudad estandarte de la revolución ha supuesto un duro golpe para los insurgentes. Los frentes están enquistados. Hace casi dos años que la revuelta se extendió como un veneno por las principales arterías de la ciudad, pero desde hace meses todo permanece estático. Ni se avanza ni se retrocede.

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