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Por qué las grandes empresas deberían 'matar' por preservar la sanidad pública
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el ejemplo de eeuu: costes y COMPETITIVIDAD

Por qué las grandes empresas deberían 'matar' por preservar la sanidad pública

El ejemplo es EEUU, donde la ausencia de un sistema público resta competitividad a las empresas. Su gasto en salud es un monstruo que engulle el 18% del PIB

Foto: El doctor V. Murthy y otros ciudadanos esperan ante el Tribunal Supremo de Washington la resolución sobre la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio. (Reuters)
El doctor V. Murthy y otros ciudadanos esperan ante el Tribunal Supremo de Washington la resolución sobre la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio. (Reuters)

General Motors se gasta cada año alrededor de 5.000 millones de dólares, unos 3.900 millones de euros, en los paquetes sanitarios de sus trabajadores. Más que todos sus beneficios de 2013 (3.700 millones de dólares) y la mitad de los gastos operativos. El gigante del motor estadounidense estima que el coste de la sanidad privada que contribuye a pagar a su alrededor de millón de empleados y antiguos trabajadores añade entre 1.500 y 2.000 dólares al precio final de cada automóvil que vende.

No es que GM sea especialmente generosa. De hecho, la mayoría de las grandes empresas en EEUU facilitan un seguro sanitario privado a sus empleados. Un 60% de los trabajadores estadounidenses que no entran en el plan sanitario 'medicare'están cubiertos por sus compañías. Esto es, 150 millones de personas (a menudo los seguros incluyen a la familia), todo según The Kaisser Family Foundation.

El gasto sanitario en EEUU es un monstruo que engulle casi uno de cada cinco dólares que la economía genera al año (el 18% del PIB). Los estadounidenses gastaron en 2012 unos 8.400 dólares por persona. Es el doble de la media. En España el gasto fue de unos 2.000 dólares por persona y año

El seguro médicoes, de hecho,una de las partes más importantes de una oferta laboral en Estados Unidos. “Un número cada vez mayor de trabajadores elige sus empleos en función de cuánto hay que pagar del plan que les ofrece la empresa, o de cómo este les cubre sus enfermedades preexistentes”, escribe David Leonhardt en elNew York Times. “Al final no toman sus decisiones laborales basándose en sus intereses profesionales y esto termina afectando a la economía estadounidense y a la innovación”.

Así que, en definitiva, el coste sanitario en Estados Unidos recae en gran medida sobre las corporaciones. Si se suma este factor al hecho de que EEUU es el país que más gasta en sanidad y donde esta es más cara, el resultado es un lastre importante para la economía y la competitividad empresarial. En países como España, Francia, Alemania o Canadá, con seguros universales, públicos y baratos, los empresarios gastan una cantidad radicalmente menor, en forma de impuestos, para cubrir la salud de sus empleados. “Los beneficios sanitarios se han convertido en un sustituto de otras formas de compensación económica”, explica Thomas Miller, del think tank conservador American Enterprise Institute. “Las empresas estadounidenses han conseguido competir razonablemente bien a pesar de estos niveles altos de costes sanitarios gracias a los altos niveles de productividad y a un buen clima de inversión”, añade.

Las industrias con mayor nivel de seguro sanitario copagado por el empleador, o Employer-Sponsored Insurance (ESI), crecen a un ritmo menor que otras del mismo sector radicadas en Canadá, donde el seguro sanitario es público y estatal, según un estudio del Instituto estadounidense RAND publicado en la prestigiosa revista Health Services Research Journal.

La comparación con España

Dicho de otra forma: la falta de un sistema público de salud en Estados Unidos resta competitividad a sus empresas. Por supuesto otros factores, como la alta productividad y la innovación, compensan algo este hecho. Pero el enorme gasto sanitario supone una lacra para empresas y consumidores. “Los salarios son más altos, pero si se descuenta lo que los propios trabajadores tienen que pagar para procurarse individualmente la atención médica o la educación (a menudo privada), entonces sus salarios ‘netos’ son iguales o más bajos que los europeos”, opina Luis Moreno, del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

El gasto sanitario en Estados Unidos es un monstruo que engulle casi uno de cada cinco dólares que la economía genera al año (el 18% del PIB). En concreto, en 2012 los estadounidenses gastaron 2.600 millones de dólares en esta partida, alrededor de 8.400 dólares por persona, según la organización de países desarrollados OCDE. Es el doble de la media. En España el gasto fue de unos 2.000 dólares por persona y año. En total, algo menos de 100.000 millones de euros, alrededor de un 9,5% del PIB.

¿Y qué hay de la calidad? ¿Acaso a cambio de ese dineral los trabajadores y empresarios estadounidenses obtienen un sistema sanitario mejor? No, según la Organización Mundial de la Salud: España se sitúa en el puesto número siete; Estados Unidos, en el 38.

Imposible saber cuánto me costará una radiografía

La diferencia es la siguiente: mientras que en países como España o Canadá el dinero recaudado en impuestos se reúne en un pool para construir hospitales públicos con precios controlados, en Estados Unidos son los seguros privados los que fijan los precios, normalmente de forma poco transparente (resulta imposible, como pudo comprobar este corresponsal, saber de antemano lo que cuestan exactamente una radiografía o un análisis, ya que no hacen pública su lista de precios), y sujeta a abusos frecuentes.

Las industrias con mayor nivel de seguro sanitario copagado por el empleador, o Employer-Sponsored Insurance (ESI), crecen a un ritmo menor que otras del mismo sector de Canadá, donde el seguro sanitario es público y estatal

La competencia debería hacer que los precios se ajustaran. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. Desde 1980, el gasto por habitante ha pasado de los 1.000 dólares a los aproximadamente 8.000; mientras, en la vecina Canadá, ha ascendido de 1.000 a 4.000 dólares. Lo mismo ocurre para la media de los países de la OCDE. Los problemas: la llamada “medicina defensiva”, ultradiagnosticar para evitar demandas; el uso de nuevas terapias enormemente caras sin tener en cuenta la efectividad; y sobre todo la falta de transparencia en los precios. La prueba de esto último es muy sencilla: basta con intentar preguntar en un hospital el coste de llevar a cabo un parto, o el de un escáner, o el de cualquier otra prueba, de antemano. No lo comunican, y no suelen ponerlo en sus páginas web. Los precios los fijan en función de sus acuerdos con distintas aseguradoras o incluso en función de las necesidades de ingresos del hospital.

Según el Instituto de Medicina de Estados Unidos, anualmente se gastan alrededor de 800.000 millones de forma innecesaria en servicios que no hacen falta, en fraudes, en costes administrativos excesivos, en la falta de prevención o en sobreprecios. La conclusión es que, por diversos factores, entre ellos la partida sanitaria (pero no sólo), el coste laboral en Estados Unidos está entre los más altos del mundo, con 112 puntos, frente a 94 de España, todo según la OCDE.

Pero, ¿no genera este ingente gasto sanitario también riqueza y puestos de trabajo? Sí, pero no en la proporción que le correspondería. Alrededor de 11 millones de estadounidenses trabajan en Salud, según The Kaisser Family Foundation. Pero eso es sólo aproximadamente un 7% de la fuerza laboral de 155 millones. Es decir, el 18% del PIB sólo genera el 7% de los empleos.

Podría pensarse que la diferencia es que en Estados Unidos se paga menos en impuestos, que las empresas recuperan de esta forma la competitividad y el coste por empleado que pierden en la carísima sanidad privada; que lo que se gastan en ESI se lo ahorran en impuestos. Pero no es así. Estados Unidos es uno de los países de la OCDE menos competitivos en lo que a impuestos se refiere, solo mejor que Portugal y Francia y algo peor que España o Italia, aunque en la misma “liga de cola”, todo según el índice de competitividad impositiva internacional, el International Tax Competitiveness Index del instituto conservador The Tax Foundation.

¿Qué está pasando en España?

Visto lo visto, ¿no deberían los empresarios españoles “partirse la cara” por la sanidad pública? No lo hacen, pero lo cierto es que tampoco la atacan. En lo que a sanidad se refiere, el discurso es de conservar lo que hay, aunque abriendo la puerta al negocio privado. La CEOE en su página web llega a pedir “un pacto de Estado para la Sanidad”. Así, mientras la patronal ha solicitado insistentemente que se recorten las indemnizaciones laborales, que se flexibilicen las razones de despido y se elimine la supervisión judicial de los expedientes de regulación de empleo; que se embride el gasto público; e incluso que se facilite la adquisición por parte de los empleados de planes de pensiones privados, ha dejado la sanidad casi fuera de su radar de presión a los Gobiernos.

A lo sumo, reclama una parte del pastel de la gestión de los hospitales. “Desde CEOE abogamos por una colaboración público-privada para conseguir un sistema de calidad más eficiente y que optimice la gestión de atención a los ciudadanos”, se puede leer en su página web, En ocasiones han pedido un copago para limitar el abuso del sistema. Pero en ningún momento han disparado a la línea de flotación de lo que se considera una de las joyas de la corona del Estado Español. Incluso el presidente de la patronal, Joan Rosell, reconoce que ha comprobado que “la sanidad pública funciona maravillosamente” cuando él mismo o su familia han tenido que acudir a ella.

Esto no es así en todo el mundo. En Estados Unidos el ala pro empresa del partido republicano (en oposición a alas radicales como el Tea Party) ha defendido una revisión integral del sistema parcial de sanidad pública, que cubre a ancianos, soldados y pobres (Medicare, Military Health System, Medicaid), entre otros. Una de sus estrellas, el joven Paul Ryan, se hizo un nombre en el partido tras presentar un plan que transformaba el sistema de “casi todo”, incluido de Medicare, por otro de cupones en los que se entrega una cantidad fija a cada anciano para que se la gaste en un seguro privado, algo que para los demócratas supone el primer paso para dinamitar el sistema público.

Las corporaciones deberían defender la existencia de una sanidad pública, aunque defiendan al mismo tiempo la existencia de una privada alternativa, aunque sólo sea por no tener que incurrir en los enormes costes de los seguros de mercado. Todo ciudadano de un país occidental aspira a conseguir ciertos derechos básicos: acceso a la sanidad, educación para sus hijos, una pensión cuando no pueda trabajar y, a ser posible, un seguro de desempleo en caso de perder su trabajo. Cuando algunas o todas de estas necesidades están garantizadas de forma universal y a un precio asequible (que no gratis), pagado con los impuestos de los que cotizan, se habla del Estado del bienestar. La pregunta clave es qué es más caro: subir los sueldos para que los trabajadores puedan costearse sanidad, educación y jubilación en el mercado libre; o pagar vía impuestos a un pool conjunto con el que garantizar el acceso.

General Motors se gasta cada año alrededor de 5.000 millones de dólares, unos 3.900 millones de euros, en los paquetes sanitarios de sus trabajadores. Más que todos sus beneficios de 2013 (3.700 millones de dólares) y la mitad de los gastos operativos. El gigante del motor estadounidense estima que el coste de la sanidad privada que contribuye a pagar a su alrededor de millón de empleados y antiguos trabajadores añade entre 1.500 y 2.000 dólares al precio final de cada automóvil que vende.

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