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La inmigración subsahariana y el integrismo amenazan el afán de progreso en Marruecos
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bomba de relojería a las puertas de españa

La inmigración subsahariana y el integrismo amenazan el afán de progreso en Marruecos

Dos cables, el rojo y el azul. El rojo es el integrismo islámico creciente, el azul es la presión de miles de subsaharianos viviendo en condiciones miserables.

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Dos cables, el rojo y el azul. Imagínalo así, como los dos polos que podrían activar una bomba. El rojo es el integrismo islámico creciente, el azul es la presión de cientos o miles de subsaharianos viviendo en condiciones miserables. Dos polos que activan una bomba y los dos se encuentran aquí, en Marruecos, a las puertas de España. Imagina esos polos y, a partir de ese instante, ya sólo es cuestión de tiempo. Es posible que no suceda nada, ciertamente, que la tensión se eternice como se eternizan los problemas, pero la mera observación de esta realidad supone ya una inquietante amenaza a todas las promesas de progreso que se oyen en Marruecos y a la propia visión que existe en Europa de lo que sucede al sur de España.

El polo rojo, el integrismo. Habla un joven profesor universitario: "Hace quince años –dice–, cuando yo estudiaba en esta misma universidad, no había más de diez o veinte mujeres estudiantes que se cubrían con pañuelos; en la actualidad, la mayoría viene a clases con ellos. Cuestiones protegidas por la ley, como las clases de gimnasia, comienzan a convertirse en un problema serio. Sucede igual en la calle. Si los integristas se presentaran a las elecciones, arrasarían. Por suerte, detestan a Mohamed VI y al gobierno sólo llega el integrismo light. Pero si dieran el paso, no tendrían rival".

¿Qué ha pasado? Nadie acierta con una explicación concreta, simple. Acaso una conjunción de factores, muchos de ellos intangibles. "¿Ves esos niños de la calle?", señala un cooperante marroquí en referencia a un grupo de chicos conflictivos, detenidos por robos o desórdenes. "No es maldad lo que tienen, es odio". La sentencia, terrible, se escapa de cualquier posible reflexión razonable. Odio, dicen, al sistema marroquí que los ha criado en la indigencia, que no les otorga más expectativas que su mísera realidad; odio a Occidente, que es aquí como el demonio que explica toda aversión, todo agravio, y que justifica también, o disculpa, todo mal interior.


Pueden ser, en fin, las mismas razones que conducen al aumento del integrismo. La misma foto fija con la que se puede demostrar hoy en Marruecos que, repentinamente, la mayoría de la mujeres han comenzado a llevar pañuelo (sin que en muchos de esos casos, bien es verdad, signifique integrismo en estricto término) a diferencia de lo que ocurría hace 15 o 20 años, es la misma foto fija con la que se puede comprobar que existe una oleada de integrismo en todo el mundo islámico. El porqué, a estas alturas de la oleada integrista, no es tan importante como las consecuencias futuras si imaginamos un horizonte de países que, hasta ahora, se conducían por falsas democracias de islamismo moderado, se van transformando progresivamente en sociedades y Gobiernos fundamentalistas. La cuestión es que existe, que se detecta, que avanza. El cable rojo.

Esperando entrar en España

Y junto a esa realidad, la otra. ¿Cuantos subsaharianos pueden concentrarse en Marruecos, esperando entrar en España? El cable azul. En Derechos Humanos de Marruecos, que trabajan con ellos, que los auxilian, que los apoyan, sostienen que nadie puede ofrecer una cifra porque es imposible conocer la realidad. "Desde luego, no son 80.000 como sostiene el Gobierno español; esa es sólo una estrategia política de defensa y reivindicación ante Europa", afirman. En los distintos campamentos puede haber varios miles, dos mil, cinco mil, pero nunca un número tan elevado. Han llegado aquí después de meses, acaso años, de recorrer África a pie desde sus países de origen: Senegal, Costa de Marfil, Camerún, Malí..."

Sostienen en Derechos Humanos que el tráfico de personas es, en muchos casos, más rentable que el tráfico de drogas. Los datos que manejan en esta organización desconciertan a quien los oye. Pasar a España en patera es, dicen, "un lujo" que sólo se pueden permitir algunos porque obtener una plaza en una patera supera los mil euros. El cálculo es fácil: si en cada patera interceptada viajan una media de 30 personas, un trayecto de una hora (menos tiempo si se trata de lanchas rápidas, que eluden los sistemas de vigilancia) se convierte en un negocio de 30.000 euros. “La pillería –afirman en Derechos Humanos– ha llegado a tal extremo que conocemos ya varios casos de ‘traficantes’ que reúnen a los inmigrantes y, cuando les han cobrado, los embarcan de noche, los pasean durante dos horas por alta mar y los vuelven a desembarcar en una de las zonas costeras más desarrolladas de Marruecos, como Tánger, y les dicen que ya están en España”. La explotación de la miseria.

Valla de Melilla. (Efe)
Pero ¿de dónde saca un inmigrante subsahariano 1.000 o 2.000 euros para pagarse una patera? “Lo normal –dicen– es que el dinero les llegue de parientes o amigos que ya trabajan en Europa, o incluso de sus familias. De hecho, hacer el viaje, atravesar países durante meses hasta llegar a Marruecos, ya supone un gasto considerable porque hay que ir pagando a los ‘correos’ que conocen los lugares de paso por las fronteras. Extraviarse en el camino, perderse en el desierto, supone la muerte”. Cuando, al fin, llegan a Marruecos, algunos inmigrantes todavía conservan dinero, o la posibilidad de conseguirlo, para embarcarse en una patera. “Los que ya no tienen nada, pasan a formar parte del grupo que espera, meses y meses, el momento de poder romper las alambradas de la frontera”.

Ciertamente, es así. Llegan a las proximidades de la frontera con Europa, que es su único objetivo, y perfectamente organizados en grupos, por países, se reúnen en comunidades en las que eligen a un líder. Viven de la comida que les dan cuando mendigan; viven en condiciones miserables, pero viven, sobreviven a la sarna y la hambruna, a la espera de que llegue el momento de asaltar la valla de Ceuta o de Melilla. "Planifican sus estrategias con la mayor frialdad: alguien morirá, alguien conseguirá entrar. Hoy, esta noche, un asalto en tromba contra la valla de Melilla o de Ceuta. Quinientos o seiscientos hombres a la vez que asumen que, de todos ellos, un puñado puede morir, otros quedarán gravemente heridos o mutilados, pero que treinta o cuarenta conseguirán pisar tierra española. Los seiscientos asumen ese riesgo y lo intentan con la confianza de quien invierte en una lotería. O de quien juega a la ruleta rusa. Porque nada tienen que perder".


De cuando en cuando, la policía marroquí, como acaba de ocurrir hace un par de semanas en los alrededores de Ceuta, los dispersa con redadas, por los bosques, por las montañas, por los arrabales de las ciudades. O los detiene y los envía en autobuses a unos cientos de kilómetros de la frontera española, a Casablanca o más allá. Pero, en poco tiempo, otra vez estarán reagrupados, por países, bajo el mandato de un líder por comunidad, con derecho a comida, con derecho a participar en alguno de los asaltos a la valla. "Un teléfono móvil de segunda mano lo pueden conseguir por cuatro o cinco euros, y con un euro más logran una tarjeta de recarga. Para ellos, el móvil el fundamental, más importante que la comida, porque es la garantía de poder reunirse con el grupo". El flujo de llegada es permanente, no se detiene. Ni se detendrá. Por eso es un absurdo detenerse en el número actual. Siempre existirá la presión demográfica de la miseria. El cable azul.

El peligro marroquí no es Marruecos, no es este Marruecos en el que se percibe desarrollo económico, aunque se limite aún a grandes ciudades como Tánger, que en la costa ya se parecen a España; el peligro no es este Marruecos en el que, pese al feudalismo persistente en el sistema monárquico, se detecta una cierta apertura democrática; el peligro no es este Marruecos que prepara una regularización de inmigrantes subsaharianos ilegales que trabajan aquí, muchos de ellos en las peores condiciones laborales imaginables. El peligro marroquí no es este Marruecos, es lo que se concentra aquí. El integrismo creciente y la miseria humana. El fundamentalismo y la vulneración constante de derechos humanos. El cable rojo, el cable azul. Y la terrible espera sin saber qué vendrá; la angustiosa cuenta atrás que se establece al trazar líneas y proyecciones hacia el futuro y deducir que algún día todo esto puede explotar.

Dos cables, el rojo y el azul. Imagínalo así, como los dos polos que podrían activar una bomba. El rojo es el integrismo islámico creciente, el azul es la presión de cientos o miles de subsaharianos viviendo en condiciones miserables. Dos polos que activan una bomba y los dos se encuentran aquí, en Marruecos, a las puertas de España. Imagina esos polos y, a partir de ese instante, ya sólo es cuestión de tiempo. Es posible que no suceda nada, ciertamente, que la tensión se eternice como se eternizan los problemas, pero la mera observación de esta realidad supone ya una inquietante amenaza a todas las promesas de progreso que se oyen en Marruecos y a la propia visión que existe en Europa de lo que sucede al sur de España.

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