Es noticia
Los guardianes del islam temen una avalancha revolucionaria
  1. Mundo
MÁS DE TRES MILLONES DE PEREGRINOS LLEGAN A LA MECA

Los guardianes del islam temen una avalancha revolucionaria

Con la sangre derramada en su país todavía caliente, esta semana Youssef Issa Askar paseaba orgulloso con la bandera tricolor del nuevo régimen libio por los

Foto: Los guardianes del islam temen una avalancha revolucionaria
Los guardianes del islam temen una avalancha revolucionaria

Con la sangre derramada en su país todavía caliente, esta semana Youssef Issa Askar paseaba orgulloso con la bandera tricolor del nuevo régimen libio por los alrededores de la Gran Mezquita de La Meca. Natural de Nalut, un pequeño pueblo pegado a la frontera con Túnez, este hombre dice haber pasado los últimos 40 de sus 65 años bajo la “opresión, la esclavitud y la injusticia”. “Mi alegría no tiene límites, hago mi primer peregrinaje justo cuando mi país ha sido liberado”, manifestaba a Associated Press su compatriota Adel Abu Kasseh. Como ellos, cientos de miles de peregrinos acuden este año a sus lugares sagrados bajo los efluvios aún presentes de la revolución. El Gobierno de Arabia Saudí teme que este ambiente socave la calma de un país que estos días acoge la mayor celebración musulmana del calendario.

El recién nombrado Príncipe Heredero y ministro del Interior saudí, Nayef bin Abdul Aziz, advirtió que el régimen se empleará con dureza contra los elementos subversivos. “Nosotros estamos preparados para todas las situaciones. Actuaremos de forma pacífica, excepto contra quienes quieran atacarnos. En ese caso, estaremos prevenidos con todos nuestros medios”, señaló el líder saudí. Unos 100.000 soldados controlan la ciudad, los tanques y los helicópteros se encuentran desplegados por las calles y por primera vez, aviaciones militares recogen imágenes desde el aire para comprobar todo lo que ocurre. A diferencia de los viajes del Papa, aquí no hay una máxima autoridad a la que proteger. Para los jeques, el peligro es la multitud.

Unos 2,5 millones de musulmanes han llegado al país durante estos días. A los que se suman alrededor de otros 700.000 que acuden a La Meca procedentes de distintas ciudades del Reino. No son ni más ni menos que otros años. Simplemente es el tope que establece el régimen para garantizar un cierto orden. Cada país tiene una cuota asignada y ni el convulso panorama político ni la penosa situación económica que atraviesa la zona son impedimentos para que de cada nación salga el máximo número permitido de peregrinos.

De Yemen llegó Adil Mohammed al-Saidi, un hombre de 36 años, que declaró a AP haber acudido a La Meca para pedir “a Alá que la crisis política termine cuanto antes”. Todo un peligro para la monarquía saudí, que acogió al presidente yemení Ali Abdulá Saleh, tras un ataque en su país que a punto estuvo de costarle la vida. Arabia Saudí reprimió al instante todo amago de protestas durante la primavera árabe y ahora no quiere que el enemigo entre en casa.

“Habrá infiltrados, pero desplegamos esfuerzos para impedir que entren en la ciudad y acosen a los peregrinos”, señaló a Efe Samil Yamil al Qershi, presidente del Comité Nacional de Peregrinación, quien añadió que “aplicarán sanciones severas contra quienes cometan ese tipo de infracciones. Aunque la nacionalidad pesa. Las autoridades han deportado a 520 peregrinos iraníes alegando que los visados que han utilizado para entrar al país eran falsos. Los estados teocráticos de Arabia Saudí e Irán se disputan el papel de líderes del mundo islámico.

Esa rivalidad se vio avivada durante la década de los ochenta, tras la revolución iraní y la llegada de los ayatolás. La violencia marcó la peregrinación a La Meca y en 1987 unas 400 personas murieron tras unos gravísimos enfrentamientos. La monarquía saudí, defensora del wahabismo –una de las ramas más rígidas del sunismo- culpó al régimen iraní, uno de los pocos países musulmanes de mayoría chií.

Los jeques saudíes temen ahora que ese escenario se repita, pero la primavera árabe ha convertido ese juego de equilibrios en algo mucho más complejo. Movida por intereses religiosos y económicos Arabia Saudí apoya a los gobiernos de Bahréin, Dubai o Yemen, pero simpatica con la revolución siria, libia o egipcia. El desmoronamiento del status quo incomoda a la monarquía saudí, acostumbrada a mantener un papel discreto y utilizar la influencia que le otorga la riqueza del petróleo sólo cuando es completamente imprescindible. Pero a lo que no está dispuesta es a que la montaña de la revolución venga a Mahoma. Y que además entre por las puertas de la Gran Mezquita.

El fervor religioso tras la revolución

Los levantamientos ciudadanos del mundo árabe han aupado a los movimientos religiosos al primer plano político. Mientras que en Túnez los islamistas de Ennahda han conseguido la mayoría en las urnas y en Libia el Consejo Nacional de Transición ha prometido imponer la sharía como principal fuente de legislación, en Egipto los Hermanos Musulmanes se presentan como los favoritos a las elecciones que comienzan dentro de tres semanas. A pesar de que el viaje a La Meca le cueste a un egipcio unos 3.500 euros de media, el número de peticiones para peregrinar a La Meca se ha incrementado este año.

Algunas operadoras confiesan además que los precios han subido ligeramente con respecto a 2010. “Esto es bueno para mi compañía, pero malo para los musulmanes, que después no tendrán que comer”, señalaba Esraa Abd El Halim, responsable de la agencia Tarita, ubicada a unos metros del Museo de Antigüedades de El Cairo. Al otro lado de la plaza Tahrir, Ali Amine, director de la compañía Safir Travel, aseguraba que “la revolución ha cambiado la mente de todos los egipcios, que ahora se sienten libres para viajar”.

Esta oficina fue una de las pocas de la zona que no cerró durante la revolución, ya que servía de lugar de reunión para los cabecillas de las protestas. Amine reconoce que la temporada ha sido mala, pero se muestra entusiasta con la revolución y con el futuro del país. Por el contrario, Abd El Halim argumenta que “no sólo no ha cambiado nada, sino que el turismo y la economía se han derrumbado”. Ambos comparten que el aumento de peticiones para viajar a La Meca no se debe a que la primavera árabe haya exacerbado el sentimiento religioso de los egipcios, sino a que se trata de un acontecimiento único en la vida de cualquier musulmán. En lo que también coinciden una oficina y otra es que, tras cerrarse el plazo para el peregrinaje, ambas se encuentran vacías.

Tampoco frena el éxodo desde España

Ante la incertidumbre política y social, el Ministerio de Asuntos Exteriores “aconseja evitar cualquier viaje que no sea estrictamente profesional”. Pero los mandamientos islámicos, que nada dicen de revoluciones, dictan que todo musulmán debe acudir a La Meca al menos una vez en su vida. El Gobierno saudí exige la profesionalización de los viajes y las seis agencias autorizadas en España para organizarlos han colgado el cartel de ‘no hay billetes’.

Una de ellas, la compañía Atlas Menara, ya tiene 20 reservas para el año que viene. “Son de gente que este año se han quedado sin sitio porque ya se habían cubierto todas las plazas”, cuenta por teléfono la agente Abdelaziz Serroukh. A pesar del abismo económico y de la cercanía geográfica, no hay diferencias a la hora de organizar el viaje desde España o desde Egipto. No obstante, la edad media de los peregrinos va de los 40 a los 70. “Cuando uno es joven empieza a ahorrar para poder hacer este viaje que se recuerda toda la vida”, concluye Serroukh.

Con la sangre derramada en su país todavía caliente, esta semana Youssef Issa Askar paseaba orgulloso con la bandera tricolor del nuevo régimen libio por los alrededores de la Gran Mezquita de La Meca. Natural de Nalut, un pequeño pueblo pegado a la frontera con Túnez, este hombre dice haber pasado los últimos 40 de sus 65 años bajo la “opresión, la esclavitud y la injusticia”. “Mi alegría no tiene límites, hago mi primer peregrinaje justo cuando mi país ha sido liberado”, manifestaba a Associated Press su compatriota Adel Abu Kasseh. Como ellos, cientos de miles de peregrinos acuden este año a sus lugares sagrados bajo los efluvios aún presentes de la revolución. El Gobierno de Arabia Saudí teme que este ambiente socave la calma de un país que estos días acoge la mayor celebración musulmana del calendario.