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Zhao Ziyang, el líder comunista que se negó a dirigir la matanza de Tiananmen
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‘PRISIONERO DEL ESTADO’ RECOGE SU VIDA

Zhao Ziyang, el líder comunista que se negó a dirigir la matanza de Tiananmen

Son tiempos de revueltas populares inspiradas en la “primavera árabe”, revoluciones que han demostrado que es posible derrocar una dictadura mediante manifestaciones pacíficas… Al menos, pacíficas

Foto: Zhao Ziyang, el líder comunista que se negó a dirigir la matanza de Tiananmen
Zhao Ziyang, el líder comunista que se negó a dirigir la matanza de Tiananmen

Son tiempos de revueltas populares inspiradas en la “primavera árabe”, revoluciones que han demostrado que es posible derrocar una dictadura mediante manifestaciones pacíficas… Al menos, pacíficas hasta que Muamar al Gadafi y Bashar al Assad reprimieron a los rebeldes causando miles de muertos. El recuerdo de la matanza de Tiananmen, que ahora vuelta a traer a la memoria el libro Prisionero del Estado (Algón Editores, 438 páginas), resultaba inevitable.

Las manifestaciones de los estudiantes en Pekín terminaron en 1989 tras una intervención militar que provocó la muerte de cientos de civiles, según estimaciones de la CIA o Cruz Roja Internacional, ya que el gobierno chino nunca difundió datos oficiales. La decisión de mandar al Ejército a reprimir la protesta desencadenó una profunda división en el seno del Partido Comunista. Según la versión oficial, la cúpula del régimen decretó la ley marcial el 20 de mayo de 1989 tras una votación de tres contra dos. Zhao Ziyang era entonces el secretario general del Partido Comunista Chino. Un libro sobre este líder desmiente ahora esa teoría.

Prisionero del Estado recoge la transcripción de treinta cintas magnetofónicas que Zhao grabó en secreto durante los 16 años que permaneció bajo arresto domiciliario hasta el momento de su muerte. Ese fue su castigo por oponerse a la represión militar. “Rechazaba convertirme en el secretario general que movilizó a los militares contra los estudiantes”, confiesa Zhao Ziyang en las páginas del libro, después de asistir a una de las reuniones en las que se gestó la decisión.

El líder del régimen, Den Xiaoping, se apoyó en su camarilla para emplear el uso de la fuerza, mientras culpabilizaba a Zhao de la situación en la que habían devenido las protestas. El secretario general de los comunistas defendía incrementar el diálogo con los manifestantes. “Había un sentimiento generalizado de insatisfacción causada por los casos de corrupción […]. Si no hubieran celebrado las manifestaciones por entonces, las habrían hecho más tarde o más temprano. ¡Estaban ciertamente enfadados! […]. Los estudiantes habían perdido el miedo”. Son sólo algunas citas –que suenan muy actuales- reveladoras de la comprensión de Zhao Ziyang por los estudiantes de Tiananmen.

Condenado sin un juicio

Una vez que los militares acabaron con el último signo de rebelión, los dirigentes del partido comunista se dispusieron a “destruir por completo el prestigio político y moral” de Zhao Ziyang. Quien fuera considerado uno de los máximos artífices de la modernización económica china estaba ahora acusado de dejación de funciones, de dividir y desprestigiar al Partido Comunista y de agitar la movilización social. El partido decidió mantenerle bajo arresto domiciliario mientras preparaba un informe, que sin duda, sería fulminante.

Ese informe tardó tres años en salir a la luz y lo que reveló fueron las mismas acusaciones que ya había escuchado Zhao, aunque detalladas en 30 puntos. El veredicto dictaba que debía permanecer en casa de su hija y el régimen de visitas se reducía a un número muy pequeño de personas entre las que no estaban periodistas ni dirigentes del Partido Comunista, aunque le permitían dos pequeños lujos: “Jugar al golf e ir a funerales”.

“No sabía si echarme a reír o llorar. Rechacé ir a jugar al golf y me negué a salir fuera: no asistí a ningún funeral”, manifiesta Zhao en una de las grabaciones. El exlíder comunista remitió varias cartas a sus sucesores reclamando que acabara cuantos antes el “comportamiento desvergonzado, que incumple las leyes y normas delante de las narices del Comité Central”. “Espero que se levante mi arresto domiciliario y se restituyan mis libertades para que no pase el resto de mi vida en estas condiciones de aislamiento y desánimo”, clamaba Zhao. En enero de 2005, Zhao Ziyang murió por una apoplejía cerebral a los 85 años, sin que sus peticiones fueran atendidas.

Reformas para China

Actualmente en China no se respeta la libertad de expresión, alberga presos de conciencia, se producen casos de tortura y malos tratos y celebra juicios injustos, según el último informe sobre derechos humanos de Amnistía Internacional para 2011. Durante el año pasado “se extendió el uso de formas ilegales de detención, como el arresto domiciliario prolongado sin causas legales”, señala el documento, que revela que centenares de miles de personas se encuentran detenidas en esta situación. La cerrazón del régimen impide mayor concreción en las cifras.

Casos como el del premio Nobel de la Paz en 2010, el disidente Lui Xiaobo, o el artista Ai Weiwei, que permanecen detenidos, ponen rostro a estas cifras. Zhao Ziyang consideraba durante su periodo en el poder que China necesitaba reformas políticas y económicas. Pero fue durante su reclusión cuando acentuó sus posturas transformadoras. “La aspiración de China es alcanzar un sistema parlamentario occidental, el único que ha demostrado dar respuesta a las exigencias de una sociedad moderna”, reflexionaba Zhao, quien también reclamaba la creación de otros partidos, la existencia de una prensa libre e incluso fijarse en el ejemplo democratizador de Taiwán, a la que China considera como parte de su territorio pese a que en la práctica actué como un Estado independiente.

Son tiempos de revueltas populares inspiradas en la “primavera árabe”, revoluciones que han demostrado que es posible derrocar una dictadura mediante manifestaciones pacíficas… Al menos, pacíficas hasta que Muamar al Gadafi y Bashar al Assad reprimieron a los rebeldes causando miles de muertos. El recuerdo de la matanza de Tiananmen, que ahora vuelta a traer a la memoria el libro Prisionero del Estado (Algón Editores, 438 páginas), resultaba inevitable.