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Un año después del seísmo, Beichuan es una 'Pompeya moderna' para turistas
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Un año después del seísmo, Beichuan es una 'Pompeya moderna' para turistas

Ha pasado un año desde el seísmo que derrumbó el 80 por ciento de las casas de Beichuan y mató a dos tercios de sus habitantes,

Foto: Un año después del seísmo, Beichuan es una 'Pompeya moderna' para turistas
Un año después del seísmo, Beichuan es una 'Pompeya moderna' para turistas

Ha pasado un año desde el seísmo que derrumbó el 80 por ciento de las casas de Beichuan y mató a dos tercios de sus habitantes, pero el lugar sigue casi igual que aquel fatídico 12 de mayo de 2008: las autoridades locales desean por ahora mantenerlo así, como una "Pompeya moderna" para turistas.

En la búsqueda de una solución para que los supervivientes tengan un modo de vida y no dependan de la caridad, se ha tomado una decisión arriesgada y polémica, la de mantener íntegras las ruinas de Beichuan para que la gente las visite y conozca lo destructivas que pueden ser las fuerzas de la naturaleza.

Una visita a las calles de esta ciudad, flanqueadas por escombros y edificios inclinados que se mantienen de pie de puro milagro, es en efecto una experiencia sobrecogedora, pero poco agradable. Todavía hay ropas en el suelo, vehículos aplastados por los portales donde estaban aparcados, perros abandonados que vagan por la ciudad fantasma y un silencio inquietante.

 Junto a una fosa común en la que se lee "nuestros mejores deseos para las víctimas en el cielo, esperamos que estén bien allí y rezamos por ellos", unos obreros excavan el suelo para instalar cimientos que en el futuro mantengan en pie las ruinas y permitan a los turistas conocer cómo es una ciudad devastada por un seísmo. Beichuan perdió a 15.600 habitantes en el terremoto, y 4.700 más siguen desaparecidos, muchos de ellos quizá enterrados aún en las toneladas de escombros que siguen allí.

Ante las ruinas del instituto de la localidad, en el que murieron unos 1.200 jóvenes, se pueden ver ramos de flores, velas y madres que rezan por sus hijos perdidos, para a continuación encender tracas de petardos que ahuyentan los malos espíritus. "Mi hijo, que tenía 17 años, pasó cuatro horas bajo los escombros antes de morir", cuenta a Efe una de las madres que rezan en el lugar, Huang Yanhui, quien siempre lleva encima el documento de identidad del chico. "Cada vez que miro su foto me acuerdo de todo otra vez, no puedo quitarme esta pena", señala con voz entrecortada.

Las ruinas no ayudan a olvidar y seguir adelante, pero los vecinos reconocen que no ven otra forma de recuperar sus economías si no es creando esa ciudad-memorial y tiendas de recuerdos, flores y artículos religiosos en sus proximidades. "Vender esto es nuestro principal ingreso, hemos perdido todos los antiguos trabajos y no tenemos tierras, pues están construyendo en ellas", dice Fu Chunyan, una mujer que perdió a varios parientes en el seísmo pero no quiere hablar de ello "porque los muertos no querrían que vivamos con tristeza".

En la colina de Sandaoguai, donde están instaladas esas tiendas y los turistas pueden ver lo que queda de Beichuan desde lo alto, la tristeza se multiplica a propósito por parte de los vendedores locales: en sus puestos se acumulan libros con fotos de cadáveres y sangrientos vídeos del día del seísmo. En los altavoces de las tiendas, el sonido de esos vídeos, con los gritos de terror en aquel fatídico 12 de mayo, se reproduce una y otra vez, dando a la colina un aspecto surrealista y morboso.

Sandaoguai es lo más cerca que los turistas pueden acercarse por el momento a Beichuan, aislada por vallas con alambres de espino y vigilada por policías y soldados, que sólo permiten el paso a los antiguos vecinos, periodistas y personas con "guanxi" (contactos con las altas instancias).

Invertir la indemnización en un negocio

Los habitantes de Beichuan, que recibieron 5.000 yuanes (unos 730 dólares, o 540 euros) por cada pariente cercano que perdieron, han gastado parte de ese dinero en los negocios turísticos, aunque intentan ahorrar para, en el futuro, poder tener una casa en Nuevo Beichuan, la ciudad que se prepara para ellos a 20 kilómetros, a orillas del río Anchang. Esas obras van despacio, y un año después, en su emplazamiento, situado en una zona menos montañosa y proclive a movimientos sísmicos, sólo hay dos excavadoras trabajando y ninguna estructura construida.

Por ahora, casas prefabricadas con cocina y baño comunales son la única residencia de los supervivientes, entre los que también hay lugar para la esperanza: Zhu Debi, que vive en esos barracones con su marido y perdió a su hijo en el terremoto, está embarazada de nuevo con 40 años, ayudada por tratamientos de fertilidad que los doctores dieron a las madres que perdieron a sus chicos. Ella y su marido dejaron de trabajar en la fábrica local donde estaban, porque tras el terremoto su jefe no les pagó durante meses debido a las dificultades económicas, pero la llegada del niño les ha devuelto la confianza. "Cuando nazca, volveremos a tener una vida normal", señala Zhu.

Cuando recibió la indemnización del gobierno, lo primero que compró fue una televisión de pantalla plana: para muchos supervivientes es el único entretenimiento para calmar el dolor.

Ha pasado un año desde el seísmo que derrumbó el 80 por ciento de las casas de Beichuan y mató a dos tercios de sus habitantes, pero el lugar sigue casi igual que aquel fatídico 12 de mayo de 2008: las autoridades locales desean por ahora mantenerlo así, como una "Pompeya moderna" para turistas.

En la búsqueda de una solución para que los supervivientes tengan un modo de vida y no dependan de la caridad, se ha tomado una decisión arriesgada y polémica, la de mantener íntegras las ruinas de Beichuan para que la gente las visite y conozca lo destructivas que pueden ser las fuerzas de la naturaleza.

Una visita a las calles de esta ciudad, flanqueadas por escombros y edificios inclinados que se mantienen de pie de puro milagro, es en efecto una experiencia sobrecogedora, pero poco agradable. Todavía hay ropas en el suelo, vehículos aplastados por los portales donde estaban aparcados, perros abandonados que vagan por la ciudad fantasma y un silencio inquietante.