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La ficción de la Democracia estadounidense
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La ficción de la Democracia estadounidense

La literatura analiza constantemente el estado de la nación, planteando de innumerables formas la pregunta que el poeta Allen Ginsberg formuló directa y quejumbrosamente: "Estados Unidos, ¿cuándo serás angelical?".

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La independencia de Estados Unidos fue ganada en el campo de batalla, pero la democracia estadounidense nació por escrito. La Declaración de Independencia y la Constitución crearon el país que Estados Unidos aspira a ser, donde todas las personas son iguales y la política supone un esfuerzo común para establecer una unión más perfecta. Esta es la democracia ideal que Walt Whitman comparó con "hojas de hierba": "Brotando por igual en zonas amplias y zonas estrechas, / Creciendo tanto entre la gente negra como entre los blancos, / Kanuck (franceses canadienses), Tuckahoe (habitantes de un barrio de Nueva York), Congresistas, Cuff (chicos de color nacidos en viernes), [gentes de cualquier raza y clase social], les doy lo mismo, los recibo lo mismo".

Cuando Whitman escribió esas líneas en 1855, por supuesto, las diferencias entre blancos, negros y nativos americanos eran crudas y sangrientas. Pero al igual que muchos escritores estadounidenses, Whitman no pudo resignarse a la forma en que la realidad dejaba de cumplir con el ideal fundacional. La idea de que la literatura debe mantenerse alejada de la política, y de que el arte debe existir por sí mismo, nunca ha encontrado mucha tracción en este país. Por el contrario, la literatura estadounidense analiza constantemente el estado de la nación, planteando de innumerables formas la pregunta que el poeta Allen Ginsberg formuló directa y quejumbrosamente: "Estados Unidos, ¿cuándo serás angelical?".

Los escritores de hoy continúan con esa tradición, ya sea contando historias sobre políticos reales, como Curtis Sittenfeld y Thomas Mallon, que han usado la ficción para profundizar en las mentes de Hillary Clinton y Richard Nixon, o usando técnicas de fantasía y ciencia ficción, como la popular serie 'Los juegos del hambre' de Suzanne Collins, ambientada en una distopía futura donde un rico Capitolio toma a los niños pobres como "tributos", obligándolos a competir en una pelea televisada a muerte. Incluso los novelistas contemporáneos que no abordan la política de frente a menudo terminan escribiendo sobre ella, como Ben Lerner, cuya novela de 2019 'The Topeka School' se basa en su propia experiencia como polemista en la escuela secundaria para mostrar cómo los argumentos políticos se vuelven tóxicos.

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En vísperas de una elección presidencial particularmente amarga, la literatura ofrece un recordatorio útil de que los estadounidenses siempre han estado consumidos por la política y el partidismo. La historia de Washington Irving 'Rip Van Winkle', que cumple ahora 200 años, puede ser la primera obra de ficción estadounidense que sigue siendo enormemente conocida. Todos recuerdan que el personaje principal se queda dormido durante muchos años y regresa a casa para encontrar un mundo cambiado. Pero el cambio específico que Irving tenía en mente era la forma en que la Revolución había hecho que los estadounidenses, incluso los residentes de una aldea remota en las montañas de Catskill, en Nueva York, se obsesionaran con la política.

La primera pregunta que le hacen a Rip cuando regresa a la ciudad es a qué "lado" vota: "Rip lo miró con una dejada estupidez. Otro chico bajito y muy atareado, tiró de su brazo y, poniéndose de puntillas, le preguntó al oído 'si era republicano o demócrata'. Su respuesta muestra que no estaba en sintonía con los tiempos: 'Soy un pobre hombre, tranquilo, nativo del lugar y leal súbdito del rey'. El problema no es tan solo que ya no hay rey; después de la Revolución es imposible ser un "hombre pobre y tranquilo" sin interés en la política. Todo el mundo tiene que elegir un bando.

Sin embargo, no fue hasta después de la Guerra Civil cuando una novela prometió llevar a los lectores entre bastidores de la escena política, al más alto nivel. El título 'Democracy: An American Novel', que se publicó de forma anónima en 1880, enseguida se vuelve satírica. La heroína de la novela, Madeleine Lee, es una viuda rica y ambiciosa que decide mudarse de Nueva York a Washington, "empeñada en llegar al corazón del gran misterio estadounidense de la democracia y el gobierno".

placeholder Manifestantes frente a la Casa Blanca en Washington DC. (EFE)
Manifestantes frente a la Casa Blanca en Washington DC. (EFE)

Lo que descubre es que la capital de la nación en realidad funciona a través del amiguismo y los sobornos. Quince años después de la Guerra Civil, no hay ni un ápice de idealismo o abnegación entre los congresistas y secretarios del gabinete que visitan el salón de la Sra. Lee. Su credo es que "la democracia, correctamente entendida, es el gobierno del pueblo, por el pueblo, y en beneficio de los senadores". El peor de todos es el senador Silas Ratcliffe, que persigue a la Sra. Lee con tanta falta de escrúpulos como ansias de poder. Al final, ella consigue salvarse rechazándolos a él y a Washington a la vez.

Hoy en día, cuando el cinismo sobre los políticos está generalizado, es difícil imaginar lo impactante que debe haber sido 'Democracy' para sus primeros lectores, tanto más debido a su anonimato, que daba a entender que el autor era un integrante del gobierno de Washington. De hecho, lo fue: después de su muerte en 1918, se reveló que el autor de la novela era Henry Adams, descendiente de dos presidentes.

'Democracy' creó el modelo que las novelas políticas estadounidenses han seguido desde entonces. Como Madeleine Lee, la protagonista de estas historias se introduce en la política por la puerta trasera, como ayudante, pariente o amiga de un político carismático. Se sienten atraídas por el mundo político, en parte por la fascinación del poder, pero también porque quieren sinceramente hacer el bien. Una vez puestas a observar, sin embargo, aprenden el horrible secreto de la democracia: los políticos tienen éxito no por apelar a lo mejor de nuestra naturaleza, sino por jugar con la emoción y el interés propio. Este no es un tema partidista; como 'Democracia', las novelas políticas a menudo se niegan a decir a qué partido pertenecen los personajes. Lo importante es que nuestros líderes no son mejores que las personas que los eligen.

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Esa no es la historia completa de la política estadounidense, por supuesto, pero es una historia que los escritores no pueden dejar de contar, a veces como tragedia y otras como sátira. En su bestseller de 1956 'The Last Hurrah', el periodista de Boston Edwin O'Connor le da un giro tristemente cómico a la historia de Frank Skeffington, quien claramente se basa en el alcalde de la ciudad, James Michael Curley, un maestro de la antigua maquinaria política. Skeffington invita a su sobrino Adam Caulfield, caricaturista de un periódico, a observar desde dentro la última campaña de su reelección, viendo de qué madera está hecho realmente el gobierno municipal.

A diferencia del Washington de Adams, en el Boston de O'Connor —sin nombre pero claramente reconocible— la política ni siquiera pretende tratar de ideales; es estrictamente una cuestión de 'quid pro quo'. Skeffington celebra una jornada de puertas abiertas todos los días en la que, como un rey medieval, recibe peticiones y dispensa favores: ayuda a una mujer cuyo hijo tiene problemas en la escuela, le da a un antiguo partidario unos dólares para comprar alcohol… A esto le siguen otras clases más graves de corrupción. Cuando un banquero se niega a otorgar un préstamo a la ciudad para construir nuevas viviendas, Skeffington ofrece nombrar a su hijo como comisionado de bomberos; si se niega, insinúa Skeffington, les dirá a todos que el hombre exigió el nombramiento como soborno. "Mezquino y vicioso y completamente típico de usted y de todo lo que representa", se queja el banquero al tiempo que cede.

Aun así, O'Connor escribe sobre Skeffington con cierta admiración. Cuando es derrotado por un candidato más joven y atractivo, con un mayor éxito televisivo, esto representa el final de una era más colorida. Tanto en la literatura como en la vida real, los granujas de la política pueden ser seductores, y su desvergüenza un soplo de aire fresco entre las viejas devociones rancias. Puede ser difícil decir dónde termina su populismo y comienza su corrupción, ya que ambos tienen un atractivo similar al de Robin Hood. Skeffington exprime a los ricos y les da a los pobres, mientras se reserva una buena parte para él.

Stark llega a creer que la única forma de hacer las cosas en política es mediante el chantaje, los sobornos y las amenazas

La novela literaria estadounidense más ambiciosa sobre política cuenta una historia similar, ambientada en el Sur profundo. Willie Stark, el político en el centro de la novela de Robert Penn Warren de 1946 'All the King’s Men' se parece mucho a Huey Long, el gobernador y senador de Luisiana que parecía dispuesto a desafiar a Franklin Roosevelt por la presidencia antes de que fuera asesinado en 1935. El libro es narrado por Jack Burden, un reportero que se convierte en ayudante de Stark y relata su creciente cinismo y ansias de poder.

'All the King’s Men' es una tragedia, no una sátira, porque no solo Burden se desilusiona con la política democrática. Es el propio Stark, quien empieza siendo un reformista honesto pero no comienza a ganar elecciones hasta que se da cuenta de que los votantes no quieren hechos y cifras, solo halagos y entretenimiento. Como le dice Burden, "simplemente alborótalos, no importa cómo ni por qué, y te querrán y volverán por más. Actúa en su punto débil. No están vivos, la mayoría de ellos, y no lo han estado en veinte años".

Stark aprende la lección, ganando el cargo de gobernador con apelaciones teatrales a los "pardillos" a los que representa y con los que se identifica. Pero llega a creer que la única forma de hacer las cosas en política es mediante el chantaje, los sobornos y las amenazas; no se puede apelar a la razón o a la bondad de la gente, ya que "el hombre es concebido en pecado y nace en la corrupción y pasa del tufo del pañal al hedor de la mortaja". Mientras Stark degenera de ser un joven y pulcro reformador a ser un borracho mujeriego e intimidante, Warren sugiere que él es tan víctima como villano. La democracia no ha alcanzado sus altas expectativas, y él se venga de ella por pura decepción.

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El hecho de que se sigan escribiendo libros para desacreditar la política estadounidense es un tributo irónico a la durabilidad de nuestro idealismo nacional. Generación tras generación, los escritores sienten el mismo impulso que motiva a la Sra. Lee de Adams: "Solo hay una cosa en la vida... que debo tener y tendré antes de morir. Debo saber si Estados Unidos está en lo cierto o no". La respuesta suele ser que nuestras políticas son equivocadas, pero eso se debe a que se las juzga contra un ideal que incluso los escritores más cínicos comparten en secreto.

Los autores de las novelas más conocidas sobre política y políticos también comparten algo más: desde Henry Adams hasta Joe Klein, autor de 'Primary Colors' en 1996, que exponía las visicitudes de Bill Clinton, todos son hombres blancos. Esto tiene sentido si se considera cómo recientemente otras personas distintas de los hombres blancos comenzaron a tener acceso a los niveles más altos de la política estadounidense, no solo como candidatos, sino como actores y periodistas que, entre bastidores, están mejor posicionados para aprender sus secretos.

Sin embargo, para ser política, una novela no tiene que lidiar con elecciones y campañas. 'Democracy' y 'All the King's Men' son clásicos de menor importacia, han hecho mucho menos para moldear la forma en que los estadounidenses piensan sobre la política que otros libros, muchos escritos por mujeres y personas de color, que nunca se acercan a las urnas o a reuniones donde se elige a los candidatos. En términos de puro impacto político, probablemente la novela más importante en la historia de Estados Unidos es 'Uncle Tom’s Cabin' ['La cabaña del tío Tom'], publicada por Harriet Beecher Stowe en 1852 como respuesta directa al Fugitive Slave Act [Ley de esclavos fugitivos], que requería que los estados del norte detuvieran a los afroamericanos y los devolvieran a la esclavitud en el Sur.

Cuentan que Abraham Lincoln recibió a Stowe en la Casa Blanca diciendo: "Así que tú eres la mujercita que escribió el libro que inició esta gran guerra"

Stowe estableció una conexión directa entre el sufrimiento de Eliza, una esclava fugitiva perseguida por cazadores de esclavos a través de un río helado, y los políticos que votaron a favor de la ley. Cuando el senador ficticio Bird defiende su voto ante su esposa, diciendo "no debemos permitir que nuestros sentimientos se escapen con nuestro juicio", ella insiste rotundamente en que la caridad cristiana es más importante que preservar la Unión: "Ahora, John, yo no sé nada de política, pero puedo leer mi Biblia; y en ella veo que debo alimentar al hambriento, vestir al desnudo y consolar al desolado; y mi intención es seguir lo que dice esa Biblia".

Este era el modelo de Stowe sobre cómo las mujeres, que no tenían derecho a votar, podían usar la persuasión moral para influir en la política estadounidense. Y "Uncle Tom’s Cabin" tuvo una gran influencia, vendiendo 300 000 copias y llegando a mucha más gente a través de la dramatización. Según una famosa anécdota, cuando Stowe visitó a Abraham Lincoln en la Casa Blanca en 1862, él la saludó diciendo: "Así que tú eres la mujercita que escribió el libro que inició esta gran guerra". Los historiadores ahora dudan de que este comentario se haya hecho realmente, pero incluso si fue inventado, captura una conexión entre la literatura y la política que era muy real.

placeholder Un retrato de Abraham Lincoln. (EFE)
Un retrato de Abraham Lincoln. (EFE)

Algunos de los libros estadounidenses más apreciados intervinieron en sus momentos políticos de manera similar. 'The Grapes of Wrath' ('Las uvas de la ira') de John Steinbeck, publicado en 1939, presentó un caso implícito a favor del New Deal, mostrando cómo los campamentos de migrantes administrados por el gobierno ofrecían acogimiento a los refugiados de Dust Bowl, como a la familia Joad. "To Kill a Mockingbird" ('Matar un ruiseñor') de Harper Lee, publicado en 1960 durante el movimiento por los derechos civiles, desafió a los lectores con la historia de un hombre negro condenado erróneamente por violación por un jurado blanco.

Independientemente de quién gane las elecciones, millones de estadounidenses se sentirán decepcionados con nuestra política. Es posible que la literatura no pueda curar ese sentimiento, pero puede recordarnos que los estadounidenses han visto con frecuencia que nuestra democracia se queda corta, por lo que no podemos dejar de esperar una unión más perfecta. Lo que Whitman escribió en 'Democratic Vistas' en 1871 puede hacerse eco por los escritores estadounidenses hasta el presente: "Estados Unidos ... cuenta, a mi entender, para su justificación y éxito, (¿porque quién, hasta ahora, se atreve a reclamar el éxito?) casi totalmente en el futuro".

La independencia de Estados Unidos fue ganada en el campo de batalla, pero la democracia estadounidense nació por escrito. La Declaración de Independencia y la Constitución crearon el país que Estados Unidos aspira a ser, donde todas las personas son iguales y la política supone un esfuerzo común para establecer una unión más perfecta. Esta es la democracia ideal que Walt Whitman comparó con "hojas de hierba": "Brotando por igual en zonas amplias y zonas estrechas, / Creciendo tanto entre la gente negra como entre los blancos, / Kanuck (franceses canadienses), Tuckahoe (habitantes de un barrio de Nueva York), Congresistas, Cuff (chicos de color nacidos en viernes), [gentes de cualquier raza y clase social], les doy lo mismo, los recibo lo mismo".

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