Vídeo: El griterío de las gaviotas patiamarillas en el Cabo Vilán
En A Costa da Morte podemos disfrutar del océano Atlántico en su estado más puro. Esta inmisericorde masa de agua es también lo que muchas especies llaman 'hogar' y sus sonidos parecen de otro mundo
Incluso el mar atraviesa por momentos de calma. No pasa lo mismo con las colonias de gaviotas, donde la vida en comunidad da lugar a incontables pendencias. Una nube de gaviotas patiamarillas sobrevuela la linterna del faro de Cabo Vilán, en A Costa da Morte, en uno de esos días de calma en los que los temporales oceánicos no sacuden la torre y la hacen vibrar como un junco. Al final del crepúsculo, el haz luminoso barre la oscuridad con su particular código morse: dos puntos de luz, una raya negra.
Todos los gritos de las gaviotas son advertencias, señales más o menos imperativas de desafío o de demarcación de un mínimo espacio vital. Por encima sobresale la 'llamada larga', que es como los etólogos denominan a esa letanía estridente con la que estas aves proclaman su necesidad de una mínima distancia vital.
Se escuchan también unos mugidos intimidatorios, y algunos gritos aislados que, fácilmente, asociamos con ataques en picado. Condenadas a la vida en sociedad, las gaviotas solo hablan para pelearse.
El murmullo del mar lo rellena todo, por lo que cuesta identificar otras voces -los gritos de un ostrero, los silbidos melancólicos de los zarapitos…- refugiados en alguna ensenada, fuera de la vista. Y del mar, camino siempre de paso, llega el ruido de un motor que se aleja.
Pero dejemos a las gaviotas con sus asuntos. En plano general, en la distancia, la suma de muchas llamadas largas, la bronca de toda la colonia, se convierte en el sonido abierto, evocador, que representa la quintaesencia del mar.
Incluso el mar atraviesa por momentos de calma. No pasa lo mismo con las colonias de gaviotas, donde la vida en comunidad da lugar a incontables pendencias. Una nube de gaviotas patiamarillas sobrevuela la linterna del faro de Cabo Vilán, en A Costa da Morte, en uno de esos días de calma en los que los temporales oceánicos no sacuden la torre y la hacen vibrar como un junco. Al final del crepúsculo, el haz luminoso barre la oscuridad con su particular código morse: dos puntos de luz, una raya negra.
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