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Cafés, lavanderas y conventos: el libro que muestra el Madrid en blanco y negro que ya no existe
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Cafés, lavanderas y conventos: el libro que muestra el Madrid en blanco y negro que ya no existe

Sonia Taravilla condensa en 'Por las calles de Madrid' decenas de historias acaecidas en la capital desde el siglo XIX hasta antes de la Guerra Civil. Nombres propios se entremezclan con colectivos que formaron parte del pasado de la gran ciudad

Foto: El Café de Fornos en el año 1908. (Cedida)
El Café de Fornos en el año 1908. (Cedida)

No hace mucho tiempo, en Madrid, las cosas eran muy, pero que muy diferentes. Apenas un siglo atrás, lo que se consideraba la periferia de la ciudad, lo más alejado del cogollo de la vida capitolina, ahora es el ansiado centro donde no deja de subir el precio de los alquileres. Esas mismas calles abarrotadas por turistas guardan cientos de historias todavía por contar. Sonia Taravilla lo sabe bien, por eso presenta Por las calles de Madrid (Espasa, 2023), en cuyas páginas todavía podemos tocar una ciudad que olía a café, saber quién es la bailarina francesa que aparece en un daguerrotipo custodiado por el Estado, visitar a las antiguas lavanderas del Manzanares y conocer cómo, cuándo y dónde se rodaron las primeras imágenes de la capital.

Lo que empezó como un pequeño blog ha terminado materializándose en el libro, un corolario de relatos e imágenes cuidadosamente seleccionadas adentran al lector en el pasado menos conocido de la histórica ciudad. "Quería que mi contenido fuera lo más curioso posible. También intento defender el patrimonio histórico, artístico y cultural", relata Taravilla, licenciada en Humanidades.

Pero Sonia Taravilla no es solo Sonia Taravilla. Su doble, su álter ego, tiene nombre de sereno. Tal cual. En X, de hecho, se la puede encontrar por ser @unsereno. "No quise que fuese un blog cualquiera, sino vinculado a un personaje, un oficio. Elegí el sereno porque había desaparecido, pero permanecía en la memoria de algunas generaciones", explica. De esta forma, acercó al siglo XXI una figura de la que ya apenas queda un halo de romanticismo.

Foto: Una de las obras del pintor valenciano. (EFE/David González)

La escritora es una voraz investigadora. Así es como encuentra las historias que después acerca al público: "Saco muchas cosas de archivos y de prensa histórica. Es curioso porque otras historias me han salido a través de mis propios seguidores". Y las cuenta, cuenta todas las historias que caen en sus manos, tras contrastarlas. Y las cuenta, pero desde el perfil de un sereno. "Sí que han pensado que detrás de ese perfil había un hombre y algo más mayor que yo. Un día, hasta un comercio me invitó a cortarme la barba. Al principio yo intentaba hablar de usted para mantener ese personaje, pero después lo he ido cambiando", relata Taravilla, nacida en 1982.

Ahora, decenas de historias se entremezclan en una fantástica edición. Repartidas en cinco capítulos, la monografía comienza con aquellas relacionadas con la moda, continúa con las historias ligadas a la comida y después pasa a otras tantas que pivotan en torno a la fotografía. El cuarto capítulo está reservado a los distintos oficios que pulularon por la capital y el último hace referencia a la diversión en Madrid con el cine y la sicalipsis.

Las calles que olían a café

Una de estas historias se puede llegar a palpar con el olfato. "De cuando Madrid olía a café" comienza en el primer tercio del siglo XIX, momento en el que el consumo de esta bebida se popularizó en la gran capital. La burguesía acomodada ayudó a ello gracias a su gusto de reunirse en los cafés para departir. Así, por ejemplo, en los años 30 del citado siglo sobresalía el café del Príncipe, junto al teatro del mismo nombre, en el que se daban cita literatos, como Larra y Espronceda, junto a pintores, cronistas de la villa, empresarios del teatro, arquitectos e ingenieros.

Otro dato curioso: en 1845 abrió en Madrid el Café Suizo en la esquina de la calle Alcalá con la actual calle Sevilla. Pedro Franconi y Francisco Matossi estaban a los mandos. Ellos fueron los artífices de los denominados bollitos suizos que hoy se pueden encontrar por todo el país.

placeholder En el libro se cuenta la historia de las lavanderas de Madrid. (Virgilio Muros)
En el libro se cuenta la historia de las lavanderas de Madrid. (Virgilio Muros)

Mención especial merece el café de Fornos, que se encontraba frente al café Suizo. Inaugurado el 20 de julio de 1870, contaba con una decoración suntuosa que cautivó a la clientela del momento. "Tapices, pinturas, grandes espejos, cómodos divanes en color azul, lámparas de gas, ¡todo era lujo en él!", cuenta Taravilla en su relato. En sus salones se daban cita políticos, literatos, artistas y familias con alto poder adquisitivo. En agosto de 1909, el café Fornos echó el cierre definitivamente.

En Madrid también había espacio para los cafés más humildes. Ejemplo ilustrativo de ello era el café de San Millán, cerca de la actual plaza de la Cebada. Abierto un 25 de diciembre de 1876, día peculiar, en él se daban cita obreros, verduleras y cigarreras, pero también escritores como Pío Baroja, Rafael Alberti y artistas como Maruja Mallo. De hecho, esta última fue quien ganó allí un concurso de blasfemias en 1926, recuerda Taravilla en su libro. En cuanto a los establecimientos de café más modestos, sobresalen los llamados cafetines: abrían hasta altas horas de la madrugada y las gentes más humildes se resguardaban y echaban un sueño en las mesas.

El baile inmortal

"La bailarina francesa del daguerrotipo: Marie Guy-Stéphan" es una de las historias que más gustan a Taravilla. "Esta imagen, custodiada por el Instituto del Patrimonio Cultural Español (IPCE), es un delicado daguerrotipo coloreado, fechado hacia 1850, en el que se retrata a una mujer de tez blanca, con la cabeza ligeramente ladeada y con castañuelas en sus manos", introduce la autora. Las últimas investigaciones nos permiten ubicar a la Guy, como se la conocía, en España desde 1843 hasta 1851, años en los que cosechó grandes éxitos.

"Tal vez de vuelta a su país, la Guy se llevó consigo el daguerrotipo, porque precisamente en una tienda de antigüedades parisina lo compró un coleccionista español en 2008. Dos años después fue subastado en Barcelona", añade Taravilla, y adquirido por el Estado. Los investigadores se decantan porque el daguerrotipo fue realizado en Madrid. Además, sus características algo lujosas para el momento hacen pensar que fue tomado cuando la Guy estaba en el culmen de su carrera, en torno a 1850.

Se trata de un objeto inigualable y muy sensible. “No le puede dar mucho la luz. Esta es una imagen negativo positivo a la vez. Es decir, que solo existe una y no se pueden sacar copias de ella. Si pierdes la imagen, la pierdes de por vida”, advierte la divulgadora madrileña.

Dejarse las manos lavando

Una de las escenas más recordadas por las generaciones más longevas son las lavanderas del Manzanares. Taravilla incluye su historia en el libro como una forma de "desromantizar" este oficio tan duro y trabajoso. "Estas mujeres, que veían en el lavado de ropas un modo de sacar adelante a sus familias, pasaban largas jornadas arrodilladas refregando ropas sucias que las casas, conventos y hospitales de Madrid les hacían llegar", apunta Taravilla en su libro. Para ellas no existía verano o invierno, lluvia o nieve. Para lavar empleaban jabón, sosa o lejía, y había que refregar, golpear, cepillar y estrujar las prendas para que quedaran bien limpias, continúa el relato.

Un acontecimiento curioso fue la visita que la reina María Victoria dal Pozzo, esposa de Amadeo de Saboya, realizó a las lavanderas. Lo que vio le partió el corazón: un bebé recién nacido lloraba desconsoladamente, y su madre, una lavandera, no podía atenderle. "La reina dispuso la creación de un asilo donde estas mujeres pudieran dejar a sus hijos menores de cinco años bajo cuidados", explica la monografía. Las lavanderas desaparecieron después de la Guerra Civil.

Madrid en movimiento y en la gran pantalla

Sabemos quién rodó las primeras imágenes de Madrid: Alexandre Promio. A pesar de que la hazaña sí goza de cierto reconocimiento en el mundo del cine, no sucede lo mismo con la sociedad en general. Nacido en Lyon en 1868, se convirtió en el mejor representante de la empresa Lumière y la persona idónea para ir al extranjero y rodas nuevas películas. Llegó a Madrid entre finales de mayo y principios de junio de 1896, tras pasar por Barcelona. "Aparte de rodar nuevas imágenes, tenía la misión de supervisar que las sesiones públicas se estuviesen desarrollando correctamente", explicita Taravilla en su libro.

El objetivo de Promio se fijó en la Puerta del Sol, rodeada de tranvías de mulas, berlinas, carros y transeúntes. Se trasladó también a los aledaños de la Puerta de Toledo y en su filmación captó la realidad de ese Madrid de jornaleros, verduleras y mulas. Asimismo, captó escenas de la Guardia Real, los Lanceros y los Alabarderos de palacio gracias a un permiso de la reina regente, María Cristina de Habsburgo. Sus negativos fueron proyectados en el salón de la Carrera de San Jerónimo.

No hace mucho tiempo, en Madrid, las cosas eran muy, pero que muy diferentes. Apenas un siglo atrás, lo que se consideraba la periferia de la ciudad, lo más alejado del cogollo de la vida capitolina, ahora es el ansiado centro donde no deja de subir el precio de los alquileres. Esas mismas calles abarrotadas por turistas guardan cientos de historias todavía por contar. Sonia Taravilla lo sabe bien, por eso presenta Por las calles de Madrid (Espasa, 2023), en cuyas páginas todavía podemos tocar una ciudad que olía a café, saber quién es la bailarina francesa que aparece en un daguerrotipo custodiado por el Estado, visitar a las antiguas lavanderas del Manzanares y conocer cómo, cuándo y dónde se rodaron las primeras imágenes de la capital.

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