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El Madrid negro de Pardo Bazán y la impunidad del mujericidio
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Rubén Amón

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El Madrid negro de Pardo Bazán y la impunidad del mujericidio

La escritora gallega encontró en 'los madriles' las cañerías de una sociedad arcaica y brutal. Lo demuestra el inventario de crímenes atroces que ella misma documentó como reportera de crónica negra. "True crimes", diríamos ahora

Foto: Ilustración de la escritora gallega, Emilia Pardo Bazán. (Alamy)
Ilustración de la escritora gallega, Emilia Pardo Bazán. (Alamy)

Emilia Pardo Bazán encontró en los madriles las cañerías de una sociedad arcaica y brutal. Lo demuestra el inventario de crímenes atroces que ella misma documentó como reportera de crónica negra. “True crimes”, diríamos ahora, aunque la mayor originalidad de la escritora gallega consistió en denunciar el “mujerecidio” que sacudió la transición del siglo XIX al XX.

Es ella misma quien acuña el neologismo, mujericidio, como expresión de la discriminación que caracterizaban los asesinatos de género. Matar a una mujer salía barato y rara vez se investigaba, no ya porque la impunidad de los crímenes pasionales formaban parte de los privilegios masculinos, sino porque las mujeres mismas representaban la categoría de una casta inferior.

Foto: La autora de 'La gota de sangre', la primera novela de detectives española escrita por una mujer. (Wikimedia/Luis Sellier Loup)

Lo demuestra y acredita un compendio de artículos que ha reunido Marisol Donis entre las páginas hemorrágicas e hipnóticas de “Emilia Pardo Bazán y su pasión por la criminología” (editorial AlRevés). Se caracteriza en ellas la “quemazón” de la novelista, “el ansia por desentrañar los mecanismos de la violencia cotidiana, cercana, doméstica, el crimen pesetero de la criada maltratada, del vecino avaricioso, del marido posesivo”.

Y Madrid es el escenario perfecto para localizar el mapa de las atrocidades, hasta el extremo de que las fechorías más atroces se identifican con el nombre de las calles donde se produjeron. Empezando por el “Crimen de la calle Fuencarral”, cuyos pormenores trasladan la degeneración de familia burguesa venida a menos, la indulgencia del señorito que asesinó a su madre y la “designación” de la criada como el chivo expiatorio.

Ocurrió la matanza en 1888. Y se ocuparon del suceso los periodistas del género y los literatos ilustres. El propio Benito Pérez Galdós escribió un relato al respecto, aunque resulta más interesante la metodología de Pardo Bazán. Que acudía a los sitios con el esmero de una criminóloga. Que abastecía sus crónicas de los testimonios más calientes. Y que denunciaba implícita y explícitamente la abyección de una sociedad degenerada.

Foto: Retrato de los escritores Rosa Ribas y Francisco Bescós. (Iván Giménez y Patricia Semir)

La niebla y la noche de Madrid proporcionaban a la novelista gallega todas las referencias nucleares. La policía era a la vez negligente y corrupta, del mismo modo que el Estado en descomposición carecía de la menor credibilidad para extirpar los brotes de extrema delincuencia. El clasismo indultaba a los criminales de alta sociedad. Y el clero encubría la ferocidad de los curas delincuentes, como si la sotana dispusiera de superpoderes.

El punto de encuentro de una sociedad heterogénea y desigual se describía en la “verbena” de las ejecuciones. Las familias de arriba y las de abajo acudían a los ceremoniales de la pena máxima como si fueran un entretenimiento, aunque es Pardo Bazán quien jerarquiza el impacto de la experiencia de la muerte ajena: ”Al hombre perverso acaso le encallece más el alma, al inteligente le hace meditar, al apasionado le interesa como un drama, al refinado le da grima, y al bondadoso le conmueve”.

“El mujericidio siempre debiera reprobarse más que el homicidio. (...) El abuso de poder, ¿no es circunstancia agravante?

La España negra y el sensacionalismo extreman las crónicas oscuras de Pardo Bazán, pero también lo hacen la buena literatura y la influencia que pudo ejercer para denunciar la discriminación de las mujeres. Por eso tiene sentido viajar al año 1901 y reparar en las preguntas que la maestra del crimen se hace en su columna de “La ilustración artística”:

“El mujericidio siempre debiera reprobarse más que el homicidio. ¿No son los hombres nuestros amos, nuestros protectores, los fuertes, los poderosos? El abuso de poder, ¿no es circunstancia agravante? Cuando matan a mansalva a la mujer, ¿no debería exigírseles más estrecha cuenta? Así como el cura del Castillo de Locubín creía que por ser sacerdote no iría al patíbulo, el hombre, en general, cree vagamente que por ser hombre tiene derecho de vida y muerte sobre la mujer...”.

Emilia Pardo Bazán encontró en los madriles las cañerías de una sociedad arcaica y brutal. Lo demuestra el inventario de crímenes atroces que ella misma documentó como reportera de crónica negra. “True crimes”, diríamos ahora, aunque la mayor originalidad de la escritora gallega consistió en denunciar el “mujerecidio” que sacudió la transición del siglo XIX al XX.

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