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El 'Johnny' tras la okupación: recorrido por un botellón de ocho millones de euros
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El 'Johnny' tras la okupación: recorrido por un botellón de ocho millones de euros

El Confidencial recorre todas las estancias del San Juan Evangelista horas después del desalojo. La Complutense cree que los destrozos superarían los ocho millones de euros

La visita guiada al parque temático del sindiós empieza en lo que fue la cafetería, hoy transformada en algo así como un campo de refugiados vietnamitas. Alguien se tomó la molestia de separar los catres instalados con telas y trastos. En la única estantería donde los objetos guardan cierto orden hay un bote de desodorante Axe, otro de crema Nivea, un champú L'Oréal y una caja de condones. En otra, restos de canutos, arroz con moho, un bote lleno de mecheros, medio plátano pocho y un viejo televisor. Un rastro de suciedad multicolor nos guía hacia las salas contiguas, donde encontramos más de lo mismo y una muñeca a la que le falta un ojo.

Estamos en el Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista horas después del espectacular desalojo de cerca de los 400 okupas que llevaban viviendo allí alrededor de un año. Para continuar con el 'tour', tenemos que regresar al patio, donde nos clava la mirada el fundador de la institución, Juan de la Rosa, cuyo busto conmemorativo resiste de la misma manera que la Estatua de la Libertad en ‘El planeta de los simios’. Lo dejamos atrás para embocar la puerta principal, en bastante peor estado que la última vez que estuvimos aquí. [Vea todas las fotografías del interior del 'Johnny']

Esquivando mierdas de perro, nos adentramos en la penumbra del salón de actos, donde en su día tocaron Camarón, Chet Baker y Tete Montoliú. La mitad de las butacas han sido arrancadas para dejar espacio a una pista de baile. Pero los tesoros no están ahí, sino en la parte de arriba. El primero, una vieja joya milagrosamente intacta: el proyector de cine. El segundo, un invernadero de marihuana dotado de focos y de algo parecido a un sistema de riego. La policía se ha llevado casi todo el cultivo, pero todavía quedan un par de plantas, cogollos del tamaño de pelotas de ping pong esparcidos por el suelo y un perfume embriagador en el ambiente.

A lo largo de la visita iremos descubriendo que, si existe un hilo argumental en el edificio, es la marihuana. Resulta ubicua. Aparece en pintadas, fotos, pósteres y manuales de cultivo. Hay restos en cachimbas, pipas y bong; en cajones, estanterías y bolsas.

Mazmorras vip

Descendemos dos plantas, hasta las mazmorras, al edificio administrativo donde en su día se tramitaban las matrículas, se alojaba la academia de inglés y la casa del director. Sigue siendo el pabellón vip: allí se instalaron los primeros okupas en llegar y se quedaron quienes supieron defender el territorio. En una sala de reuniones reconvertida en cocina encontramos una variedad sorprendente de cuchillos, un guiso de judías pintas a medio cocinar y una antigua máquina de hierro para hacer gofres.

Hay bicis, fotos de niños, una rueda de BMW, cartones de leche del Dia y un montón de paquetes de caramelos Smint. Quienes vivían aquí han estado durmiendo en camas 'queen size' y disfrutado de minicadenas, televisiones, una PlayStation 3 y lo que parece ser un sofisticado equipo de mezclas. Alrededor de una mesa de metacrilato hay varias butacas y una silla de ruedas. Encima, una copia en DVD de 'El último emperador' y decenas de botellas de alcohol vacías.

Seguimos hacia la cocina, alfombrada con charcos turbios y más mierda de perro. En la despensa, encontramos algunas cámaras frigoríficas industriales cerradas. Otras, como la etiquetada bajo el título 'pescados', han sido convertidas en dormitorios. Todo lo que se ha podido sacar del edificio sin tirar las paredes ha desaparecido. Quedan, por ejemplo, las freidoras industriales, las placas de acero inoxidable y los hornos. Del montacargas sobresale la copa de un sujetador morado.

Jardín de infancia

Aunque muchos han acabado en la Cuesta Moyano, en la biblioteca sigue habiendo cientos de libros y un gorro de mariachi rojo. En la sala de estudio, donde ondean banderas de España, hay un carrito de bebé. En la estancia contigua encontramos algo que parece musgo en un lavabo encharcado, una cuna, pañales sucios, juguetes, una batidora, una tarjeta sanitaria de la Comunidad de Madrid pegada en la pared y algo que parece una carta de amor con un broche inquietante. “Eres una pendeja y te voy a follar el kulo, puta”.

Avanzamos lentamente hacia la zona de habitaciones, donde la experiencia olfativa cobra protagonismo. La paleta recoge todos los malos olores reconocibles hasta llegar a uno de los pasillos del cuarto piso, donde nos enfrentamos a algo distinto: una mezcla de nevera sucia y leprosería medieval. En un par de estancias, entre ellas un despacho de entreplanta, tenemos que taparnos la boca y contener las arcadas.

En algunos pasillos, cualquier cosa que no se ajuste a la definición de 'pocilga' llama la atención. Algunas de las estancias más limpias son aquellas que, a juzgar por la decoración y los objetos (música, banderas...), fueron ocupadas por extranjeros. El área latinoamericana parece ser especialmente pulcra y en un par de rincones llegamos a distinguir la fragancia de un ambientador de limón.

Pimientos rojos

Sobre una repisa destaca una pequeña pirámide de pimientos rojos que da un toque de color a un salón. Y en el pasillo africano ('Aquí hay hermanos moros y negros', reza un cartel en la entrada) no hay nada excesivamente degradado. Incluso los baños parecen practicables. En un rincón reposan sobre una misma alfombra juguetes, una bombona de gas conectada a un hornillo y un cuaderno con deberes de inglés, escritos con una esforzada caligrafía infantil.

Sorprende la cantidad de reformas emprendidas por los okupas. Alguien pensó, por ejemplo, que era buena idea tirar un tabique y dejar el tubo de gas expuesto, retorcido entre ladrillos. Pero la obra más vistosa es una que tiene incluso trabajo de albañilería: un arco de yeso para unir dos habitaciones y una falsa terraza exterior. Aunque la policía sacó a decenas de perros y animales el miércoles por la mañana, nos vamos encontrando mascotas abandonadas: una tortuga carnívora, un acuario con peces nadando en agua turbia y un gato flacucho que huye escaleras abajo.

También llama la atención la cantidad y variedad de comercios que han florecido durante la okupación. El más abastecido parece ser El Clandestino, definido en la puerta de la habitación que lo aloja como un “bazar chino-africano”, y donde hasta ayer se vendían todo tipo de productos de alimentación, desde zumos de piña a latas de atún, almacenados ordenadamente en baldas donde algún día hubo libros. En otro pasillo se ofrece cerveza (un litro a 1,20 euros; latas a 0,80) y tabaco ("industrial y natural"). “Y si buscas otras cositas, pregunta”, se lee en el menú, pintado en la puerta.

Escenas congeladas

Cuando el miércoles de madrugada entraron los antidisturbios, no todo el mundo dormía y se congelaron decenas de actos cotidianos. En una habitación alguien estaba a punto de hincarle el diente a un desayuno (¿o cena?) a base de espaguetis, pollo y una lata Aquarius. En otra se llenaban bolsitas de plástico con hojas secas de marihuana (que no tienen ningún efecto farmacológico), quizá para timar a universitarios despistados. También hubo quien dejó a medio abrir, al filo de las seis de la mañana, un bidón con 2,5 kilogramos de proteínas para deportistas.

Salimos del hormiguero después de más de una hora recorriéndolo y nos dirigimos al gimnasio, uno de los rincones mejor cuidados y el único que sigue oliendo como en sus mejores tiempos: a sudor. De allí nos trasladamos a la piscina, donde nos topamos con una barbacoa y más basura. En la azotea nos sorprenden antenas arrancadas y un cartel que estipula lo siguiente: “Okey, desde este momento y para evitar más calamidades como despeñamientos de perros y robos a la gente de Orange, este es un lugar de acceso restringido”.

Una vez fuera, nos alejamos esquivando más mierda: la de los caballos que desplegó la policía durante el asalto. En un parque infantil cercano, un grupo de okupas recién desalojados reflexiona sobre lo que les acaba de pasar, mientras piensan dónde van a pasar la noche. Se quejan de que la policía ha utilizado una violencia innecesaria y no les ha permitido llevarse todas sus pertenencias. “Yo les he esperado arrodillado, mirando a la pared, y con las manos en la nuca. Me han sacado a lo 'jumanji' y han roto las puertas a mazazos y con arietes... Si me hubiesen dicho que iban a entrar me habría largado antes. He dejado todas mis pocas pertenencias dentro, toda la ropa, sábanas y mi cuchillo de cocina. Dicen que nos lo devolverán el viernes", comentan.

Evaluar los daños

Culminado el desalojo, ahora la prioridad de la Complutense es analizar y valorar los daños. Desde que Unicaja entregó las llaves del 'Johnny' el pasado año, la universidad se encuentra inmersa en procesos judiciales con la entidad bancaria y solo espera, en palabras del vicerrector de Estudiantes, Julio Contreras, "que la Justicia actúe con la mayor rapidez".

El miércoles, un notario se personó en el colegio mayor para levantar acta de todo lo que se encuentre en la labor de análisis. A partir de ahora, un equipo de peritos evaluará los daños, cantidad que, a pesar de no tener todavía una cifra oficial, podría oscilar entre los cinco y los 10 millones de euros. En todo caso, la universidad luchará por que sea Unicaja la que se haga cargo de esos costes. "A nosotros nos consta que la concesionaria seguía siendo este banco por mucho que se marchara".

La visita guiada al parque temático del sindiós empieza en lo que fue la cafetería, hoy transformada en algo así como un campo de refugiados vietnamitas. Alguien se tomó la molestia de separar los catres instalados con telas y trastos. En la única estantería donde los objetos guardan cierto orden hay un bote de desodorante Axe, otro de crema Nivea, un champú L'Oréal y una caja de condones. En otra, restos de canutos, arroz con moho, un bote lleno de mecheros, medio plátano pocho y un viejo televisor. Un rastro de suciedad multicolor nos guía hacia las salas contiguas, donde encontramos más de lo mismo y una muñeca a la que le falta un ojo.

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